CIUDAD DEL VATICANO, febrero de 2008 (
ZENIT.org).- Entre los extensos informes de matanzas y enfrentamientos tribales, que se están generalizando en Kenia, tras las controvertidas elecciones generales, han comenzado a aparecer también historias individuales de sufrimiento y coraje.
Esta nación, en la que normalmente reina la paz, se ha visto azotada por la violencia, el pasado mes de diciembre. El balance provisional es de más de 850 muertos y millares de heridos, mientras más 255.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares.
La Iglesia católica y los miembros de Caritas fueron los primeros en distribuir ayuda en muchas zonas y ahora han empezado a recibir relatos de experiencias individuales de algunos de los keniatas afectados por los disturbios.
Entre las víctimas figuran Linet Atieno Awinda, que se vio obligada, por la fuerza, a abandonar su casa de Mathare (en Nairobi), para acamparse en el barrio de Huruma, delante de la comisaría de policía.
«Estaba en mi casa cuando oí algunas personas fuera, que nos dijeron que saliéramos porque iban a quemar la casa. Por eso, nos fuimos, con los niños», nos cuenta Linet.
El lugar que ahora ella llama «casa» lo comparte con otras 44 familias, cuyos miembros son en su mayoría mujeres y niños, y que es un poco más grande que una pista de tenis. Y parece más bien una chatarrería que un hogar, con familias que intentan dormir, comer y cocinar, todos apretados y rodeados de restos de coches abandonados. Por la noche, cuando llueve, buscan refugio dentro de los coches.
Casas quemadas y a la intemperie
Dice Linet:
«Ruego a los líderes políticos que consigan la paz, porque somos nosotros los que tenemos que estar aquí fuera, con nuestros hijos a la intemperie, pasando frío, somos nosotros los que sufrimos en la calle. Pero si ellos se ponen de acuerdo para negociar, podremos tener paz».
Christine Ochieng, que tiene tres hijos, nos cuenta su historia, sentada a cielo abierto en Huruma (Nairobi), entre sus únicas pertenencias: un colchón y poca ropa que le han dado.
«Mi casa fue quemada por la noche --recuerda--.
Yo había salido a comprar arroz para mis hijos y cuando volví había mucho ruido y la casa estaba en llamas. Entré corriendo en la casa, buscando a mis hijos, mientras quienes habían prendido el fuego cerraron la puerta detrás de mí. Me quemé las piernas y todo el lado derecho de mi cuerpo. No pedí ayuda porque estaba desconcertada ¡pero conseguir salvar a mis hijos! Cuando salí fuera, me dolía todo, pero entonces vi a otra señora que estaba cojeando y llevaba a su niño enfermo en brazos y la ayudé a llevarlo. Luego los matones me pillaron y me pegaron de nuevo. Mi hijo mayor entendió enseguida lo que pasaba y lo pasó muy mal, pero los dos más pequeños no se dieron cuenta de la gravedad de la situación. Cuando llegamos aquí dormimos a cielo abierto, yo no reconocí a nadie en el campamento, hasta el día siguiente. Una madre que tenía tres colchones me dio uno. Ahora puedo ver a las personas alojadas aquí: algunos están enfermos, otros moralmente destrozados y muchos angustiados».
La Confederación Caritas, cuyos miembros son 162 organizaciones católicas para la ayuda humanitaria y el desarrollo, ha lanzado una petición de ayuda por valor de 2,7 millones de dólares estadounidenses (1,8 millones de euros), a favor de las víctimas de la violencia en el valle del Rift, Nyanza y las provincias occidentales.
Los fondos facilitarán a la población su acceso a la ayuda alimentaria y el agua limpia, así mismo, se ofrecerá alojamiento provisional y artículos varios, como colchonetas, mantas y ropa. En el programa figura también el asesoramiento para adultos y niños, y la asistencia en la mediación entre las comunidades.
Empleados de Cáritas victimasAlgunas organizaciones Caritas ya están realizando operaciones de ayuda, como CRS (Caritas EE.UU.), CAFOD (Caritas Inglaterra & Gales), Trocaire (Caritas Irlanda) y SCIAF (Caritas Escocia), Caritas España, Caritas Italia, que están ofreciendo comida, mantas, mosquiteros, utensilios de cocina, cubiertas de plástico, servicios de asesoramiento a los traumatizados y transporte, en las diócesis de Bungoma, Eldoret, Kericho, Kisii, Mombasa, Nairobi, Nakuru y Ngong.
Gracias a una petición de ayuda, lanzada por la Conferencia Episcopal de Kenia, se han recibido donaciones de alimentos, ropa y mantas, en diócesis no afectadas por la violencia. Sin embargo, los Obispos han denunciado esta semana que la actual inestabilidad está dificultando la distribución de la ayuda, en ciertas zonas. Algunos empleados de Caritas han sido víctimas de los disturbios.
Kinyanjui Kaniaru es un ingeniero que lleva más de 13 años trabajando en CRS (Caritas EE.UU.). Cuando estalló la violencia en la localidad de Eldoret, en el valle del Rift el 29 de diciembre de 2007, el sobrino de Kinyanjui murió trágicamente en los disturbios. Se llamaba Tiras Githinji y sólo tenía 24 años.
Otro empleado de CRS, George Ambayo, procedente de la provincia de Nyanza, en la zona occidental de Kenia, temió por la vida de su mujer, al escuchar que se estaban registrando disturbios en su barrio y que su casa se estaba quemando. Afortunadamente, la había avisado precedentemente, para que escapara, mientras él y sus dos hijos ya estaban en Nyanza, para pasar las vacaciones de Navidades.
Las tensiones registradas en todo el país, que se han ido acumulando en los meses precedentes a las elecciones y la percibida injusticia de las elecciones puso en evidencia viejas hostilidades entre las tribus.
Con hambre y sin paz
El padre Daniele Moschetti, párroco de Korogocho (Nairobi), ha visto con sus propios ojos la desesperación de muchos que intentaron salvar sus hogares.
«En los peores momentos, algunos grupos violentos atacaban a la gente por la calle, armados con machetes, piedras y otras armas. La gente tenía miedo de que le quemaran sus propiedades y se defendía. El problema es que la gente que muere, los más afectados por esta situación, son los más pobres, que pierden su propiedad, lo poco que tienen», nos cuenta el párroco.
Otro párroco que además colabora con CAFOD, el padre Paulino Mondo, de Kariobangi (Nairobi), explica que los sufrimientos cotidianos y las necesidades pueden ayudar a unir a las partes en conflicto.
«La distribución de comida es muy importante --asegura--.
Mientras haya hambre no podrá haber paz. Dándoles comida también les demostramos que alguien se preocupa por ellos. Ambas tribus en conflicto se ponen en la cola para comer y ven las necesidades que pasan unos y otros, lo poco que tienen, porque ambas tribus están en la misma barca. Esto ayuda mucho para la reconciliación».Directores y empleados de algunos miembros de Caritas, que han sido testigos de la destrucción de la guerra, en muchos rincones del mundo, han exhortado esta semana al Gobierno y la población de Kenia, para que apoyen el diálogo y el cese de la violencia. Los Directores Ejecutivos de las Caritas de Rwanda, la República Democrática del Congo, Líbano y Camboya, entre otros, firmaron una declaración conjunta.
Precedentemente, el presidente de Caritas Internationalis, el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, y el presidente de Caritas África, el arzobispo Cyprian Kizito Lwanga, hicieron un llamamiento para que ambas partes en conflicto se empeñaran en poner fin a la violencia.
Dicha petición la hicieron tras el asesinado de un sacerdote católico en el valle del Rift. El padre Michael Kamau Ithondeka, de 41 años, fue asesinado el pasado 24 de enero, en un control ilegal en la carretera de Nakuru-Eldama Ravine Road, a manos de jóvenes armados. El padre Kamau era vicerrector del Seminario de San Matías, de Tindinyo.