Desde muy joven, no tenía aún dieciocho años cuando recibí el diploma de cooperadora salesiana directamente de manos de don Ricceri, siempre he esperado con ansiedad el aguinaldo del Rector Mayor porque constituía para mí, ya entonces como hoy, el proyecto de vida para enfrentarme al nuevo año.
En el fondo, hace tiempo que esperaba un aguinaldo como el de este año... agradezco, pues, de todo corazón al Rector Mayor que haya tenido la sensibilidad y el valor de empujarnos a una reflexión realmente actual y fascinante para nosotros salesianos, hoy.
Las palabras del "aguinaldo" me han trasladado a los años '80 cuando, recién llegada del Ecuador después de una experiencia en la selva amazónica como misionera seglar, cargada de las experiencias de vida tenidas con los indios jíbaros, decidí, junto a mi marido, dedicar mi vida, mejor nuestra vida, a las misiones.
Nacimiento de un hijoNuestra vuelta definitiva a la Amazonia fue entorpecida primero por la llegada de nuestro primer niño, Giampiero, y luego por motivos personales de salud.
Parecía normal considerar que todo se conjuraba contra nuestra decisión; sólo más tarde he comprendido que, quizás, el Buen Dios tenía otros proyectos para nosotros y para nuestra vida.
Recuerdo aquellos años (del 78 al 80) un poco grises aunque alegrados por la sonrisa de nuestro hijo que había enriquecido, con su nacimiento, nuestro matrimonio: nos sentimos como entrampados en lo cotidiano (trabajo-casa, casa-trabajo) que ataba los que fueron nuestros sueños, las que fueron las decisiones fundamentales sobre las que se basó nuestro amor… mientras, a nuestro alrededor había un mundo que gritaba: ayuda, un mundo, sobre todo el juvenil, acechado por peligros enormes, demasiado grandes y demasiado ensordecedores como para dejarnos tranquilos, anclados a un sistema de vida que preveía un compromiso casi exclusivo por nuestro hijo y nuestra vida de pareja.
Fueron los años en los que muchos, demasiados jóvenes, sucumbieron bajo el peso aplastante de la heroína. Demasiados, muchos jóvenes, entraron y salieron de la cárcel rechazados por las propias familias y eran pocas las personas que se interesaban por sus historias.
Me martilleaban insistentemente por dentro las palabras que don Bosco dijo después de haber visitado la cárcel de Turín a la vista de tantos muchachos tras los barrotes:
"¡Ay! Si estos jovencitos hubieran tenido una mano amiga…" Sentí dentro de mí el deber y el deseo de convertirme en aquella mano amiga para impedir la ruina de tanta bella juventud: Fue así como que nos pusimos a la búsqueda de un lugar donde poder acoger aquellos jóvenes que interpelaban nuestra conciencia y nos imponían, sin demasiados miramientos, un estilo de vida un poco “sui generis”, ciertamente lejos de la vida "tranquila" que quizás nuestros padres soñaron para nosotros.
Jóvenes en un "establo"Tal vez porque todo comenzó por una serie de coincidencias fortuitas: nos fue indicada por el Rector del Santuario del Divino Amor a quien nos dirigimos, una vieja ruina abandonada; era un establo con los pesebres todavía intactos, propiedad del marqués Gerini, conocido amigo y bienhechor de las obras salesianas. No nos costó mucho convencerlo para que lo pusiera a nuestra disposición para una actividad en favor de jóvenes en dificultad. Quizás ni él ni nosotros imaginábamos entonces que aquel "establo" llegaría a calentar a más de 400 jóvenes que a lo largo de estos años (25) han encontrado una mano tendida a sus necesidades.
No es la primera vez que un "establo", lugar anónimo y ciertamente rechazado por la gente "de bien", hace de cuna a los sueños de quien quiere anunciar una existencia renovada a los pobres, a los oprimidos… a los últimos.Con la ayuda de muchos cooperadores, salesianos, hermanas,… aquel establo se transformó enseguida en casa acogedora para aquellos jóvenes que nos pidieron ayuda.Nuestra familia creció así, sobre todo abriendo las puertas a los pequeños, a los adolescentes que se encontraban en situaciones difíciles personales, sociales o familiares.
Como en la mejor tradición salesiana partimos sin medios económicos, confiando exclusivamente en las ofrendas de muchos amigos pero sobre todo en la ayuda de Dios y para que el buen Dios no se olvidara de nosotros, llamamos la obra
"Providencia". La nuestra no quiso ser una comunidad ni terapéutica ni mucho menos un casi-colegio, sino, desde el primer día, una "Familia" que se abría a los jóvenes que, encontrándose en dificultad ya de carácter familiar y ambiental ya por haber faltado a la ley ya por el peligro de recaer, etcétera, buscaban un apoyo moral-educativo durante el tiempo que fuera necesario para hacer madurar una situación diferente, como la de permitirles una reintegración en el contexto familiar y social, privilegiando la prevención ante una posible caída o recaída, al estilo que nos enseñó don Bosco.
Hacer un balance de la actividad desarrollada durante estos 25 años no es sencillo. Sólo Dios conoce verdaderamente el corazón del hombre; sólo Él sabe si la fatiga ha dado o dará los frutos deseados. Nosotros intentamos dar un testimonio cristiano, agradecidos a Él si lo fecundara.
Ley de defensa del menor Los primeros años nos vieron ocupados sobre todo en la acogida de los pequeños que nos eran confiados por el Tribunal de menores en virtud de la ley 266 que dictaba que un menor no fuera introducido en el circuito carcelario al primer delito para evitar la consolidación de actitudes negativas.
Lo entrada en vigor de esta ley representó una importante inflexión cultural y social. El menor era por primera vez considerado sujeto de derechos y, como tal, defendido y sostenido.
La sociedad es siempre deudora hacia los más jóvenes, siempre está en la obligación de ofrecer lo máximo de sus capacidades para permitir vivir un presente digno y para preparar un futuro responsable y libre y al mismo tiempo que el Tribunal nos confiaba a adolescentes turbulentos nos exigía implícitamente ser garantes de una cualificada propuesta educativa… que no podía no estar empapada de la pedagogía de don Bosco.
Así Providencia se caracterizó enseguida como un lugar privilegiado y raro, en cuyo interior un adolescente en dificultad se convertía, por fin, en natural y espontáneo centro de atenciones, gracias a las formas de vida familiar, ricas en estímulos y a las múltiples ocasiones para reflexionar libremente y con confianza sobre los problemas de la propia identidad todavía incierta y marcada por el enfrentamiento/desencuentro con la sociedad.
El joven que llega a la casa familia advierte enseguida el clima particular que se respira allí: Las tensiones, los miedos, los rechazos que el menor lleva consigo, se reajustan en la novedad de la situación que comienza a vivir. El menor ahora se encuentra en contacto con adultos que ya no siente necesariamente hostiles y autoritariamente impositivos, sino con los que en cambio es posible entretejer relaciones positivas y estructurantes de entendimiento, colaboración, amistad, en un respeto recíproco. Todo eso sin embargo presupone un mínimo de preparación e implicación del menor en la nueva experiencia que está llamado a vivir, de otro modo todo se vuelve más difícil.
Sin teorías y siguiendo a Don BoscoCuando la relación menor-casa familia es positiva, uno se da cuenta, y la experiencia lo confirma, de que se agrieta el muro de desconfianza hacia los adultos que el adolescente ha construido como defensa en las anteriores experiencias ante los problemas familiares y sociales. Empieza a emerger viva la nostalgia de cariños olvidados, sobre todo maternos, revividos ahora con una inédita voluntad de protección respecto de aquellos factores traumáticos que han provocado serios problemas en la infancia. Se abre paso en el joven la conciencia de tener dentro de sí fuerzas interiores totalmente suyas, que se pueden orientar hacia objetivos por ahora poco definidos, pero que su realización sabe ahora que puede contar con alguien que es de hecho un amigo.
De este modo el joven está en condiciones de apropiarse de su vida, de poder pensar en sus heridas (retrasos escolares, dureza afectiva, dificultad expresiva, incompetencias profesionales, problemas laborales etcétera) y de crear, en un tiempo que es ahora ya demasiado corto, las condiciones para un futuro "suyo", libre, en una relación, esta vez, no marginalizante de la sociedad.
Nuestra tarea, como se ve, es ardua… pero en todo caso algo queda claro: los muchachos que han vivido algún tiempo con nosotros, todos, extranjeros e italianos, han vivido aquel período de sus vidas no como una "desgracia" que se suma a las otras, sino como un momento importante y enriquecedor y que, en todo caso, queda como expresión de una cultura de la solidaridad: Esta cultura de la solidaridad siempre ha sido una convicción expresa por nuestra parte, que hunde sus raíces no sólo en una fe religiosa y salesiana sino también en una alternativa para una sociedad más humana. Lo que queremos ofrecer es un espacio de "justicia", en el sentido de que nos proponemos darle al menor aquello que o no ha tenido nunca o ha tenido de modo inadecuado.
Sinceramente, nunca hemos teorizado sobre nuestro modo de acercamiento al muchacho, porque el estilo salesiano, el estilo de don BOSCO es ya de por sí un modelo vencedor: excluye toda forma de paternalismo o asistencialismo para ofrecer una propuesta de acogida sincera, materializada en la amistad, la escucha, la coparticipación, la exigente y justa coherencia en los comportamientos.
Aceptar y hacerse aceptar se convierte así en el punto clave y, en cuanto tal, en el objetivo prioritario de nuestra casa-familia. Si no se llega a implicar al menor en las decisiones que se toman para él y sobre él, no se puede sacar adelante ningún proyecto educativo y todo se limitará a tareas de represión o custodia muy lejos del pensamiento de don Bosco.
Escapados de la guerraEstos últimos años nos hemos visto implicados exclusivamente en la acogida a menores extranjeros procedentes del Norte de África, de Albania, Rumania y Afganistán. Estos últimos, en particular, nos reenvían al recuerdo de cómo ha querido don Bosco a los jóvenes:
"me basta que seáis jóvenes para que yo os quiera mucho". Son chicos escapados de la guerra, obligados a dejar su País para evitar la suerte de sus padres muertos a manos de los talibanes. Tienen historias tristes, en los ojos el terror de la muerte, en el corazón la conciencia de no poder volver a su tierra: Lejos de las propias raíces, sin la posibilidad de echar otras nuevas, suspendidos entre el pasado y el futuro, en un presente pobre, de privaciones. Muchos de ellos llevan sobre el cuerpo las señales evidentes de las torturas padecidas antes de lograr salvarse: Las historias de sus viajes alucinantes no pueden no estimularnos a ser para ellos aquella mano amiga, aquel hombro sobre el que poder apoyarse y, por qué no, llorar cuando resurge vivo el recuerdo de sus seres queridos y de su tierra lejana.
Son muchachos fuertes, sumando todo: no sé cuántos de nuestros muchachos italianos acostumbrados a una vida más o menos cómoda tendrían la fuerza interior que ellos muestran. Solos, extranjeros en una tierra diferente, a menudo hostil y desconfiada en sus confrontaciones, saben incluso arremangarse las mangas en el evidente esfuerzo por aprender nuestra lengua, nuestras costumbres, nuestro perseguir una vida tranquila, sin demasiados obstáculos o problemas. Nuestro compromiso como pareja y como salesianos cooperadores para estos muchachos es lo que el Rector Mayor ha subrayado en su aguinaldo: educar con el corazón de don Bosco para el desarrollo integral de la vida de los jóvenes, sobre todo de los más pobres y más desfavorecidos, promoviendo sus derechos.
Ciertamente nos esforzamos por educar y querer con el corazón de don Bosco, pero no llegaremos nunca a tener un corazón tan grande como el suyo… indudablemente entendemos y nos afanamos para que estos nuestros amigos sean respetados en sus derechos. Tal vez hoy entiendo la gran dificultad experimentada por don Bosco cuando buscaba por las obras a sus chicos para animarlos, pero sobre todo para cerciorarse de que los empresarios respetaran por ello sus derechos. También a nosotros a menudo nos ocurre tener que emplearnos no sólo para insertarlos en el mundo del trabajo que se revela cada vez más estrecho, sino, sobre todo, para que cuantos les ofrecen trabajo sean correctos y justos en sus obligaciones... Cuántas veces ha ocurrido tener que recordar y exigir el respeto del horario de trabajo y de una justo retribución… y al mismo tiempo tener que excusarnos ante nuestros muchachos por la innoble explotación de parte de muchos buenos cristianos. Nuestro compromiso se concreta, así, en promover con los hechos y en la medida que nos es posible la dignidad de estos jóvenes.
Cien lieras por favor !!!Ya no basta sólo con abrir y agrandar el corazón para acogerlos: hoy más que nunca se trata de batirnos para que sean reconocidos sus derechos, para que a nadie le falte la esperanza en un futuro más humano. Pienso que si don Bosco viviera hoy, indudablemente emplearía a fondo toda su creatividad para alimentar una cultura de formación de las conciencias para el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona humana sea cual fuere el color de su piel y para responder concretamente al grito de Cristo que pide ayuda revestido del angoleño sediento, del afgano huérfano que ha visto morir a sus seres queridos bajo su mirada, del muchacho que huye de una situación insoportable en su país…
Son muchos los recuerdos que los muchachos han gravado en mi mente y en mi corazón, si tuviera que contar las historias de cuantos han pasados por nuestra casa... no bastarían los años que me quedan todavía por vivir... pero quiero dejaros al menos uno a vosotros:
Era la víspera de Navidad, hace ahora 24 años. Estaba metida en la cocina para preparar la cena, cuando un muchacho vino a decirme que Merak (un chico Romaní, llegado hacia poco a Providencia, lloraba desconsoladamente. Merak había sido vendido a una caravana de gitanos por sus parientes cuando apenas tenía dos años. Obligado a pedir limosna, pegado y torturado (tenía sobre la espalda las señales indelebles de las quemaduras de los cigarrillos apagados sobre su piel) a la edad de 10 años logró escapar y que se perdiera su pista; fue encontrado por la policía medio aterido bajo un banco en el parque del Eur. Las únicas palabras que supo decir en italiano fueron: un monedita, cien liras, por favor. Fue internado en un instituto a la espera de ser adoptado pero... ¿quién tiene el ánimo para adoptar a un niño que no es rubio ni tiene los ojos azules y que además es Romaní?
Una CrisisLa institución que lo había acogido cerraba y tuvieron que buscar una nueva situación para los internos más grandecitos: Tenía 14 años cuando nos lo trajeron, después de haber sabido de nuestra existencia por un artículo leído en el periódico El Mensajero. Trabajaba en una pizzería justo al lado de la institución que lo hospedaba. El propietario, obviamente, no lo tenía en regla, más bien le había hecho pesado el propio trabajo. Merak, aquel día, había visto en Providencia un vaivén de amigos que venían a desear las “felices pascuas”: fue el momento de la crisis.
Lo animé a hablar y a explicarme el motivo de su llanto. Nos llevó un buen rato ante de que me respondiera:
"lloro porque pienso en mi situación; estoy solo en el mundo, no conozco a mis padres, no tengo parientes, no tengo amigos… si tuviera que ir a dar desear unas felices navidades a alguien no sabría a quien hacerlo".Podía parecer una respuesta banal porque en casa había muchos otros más o menos en su misma situación... pero Merak tenía una mirada triste, casi desesperada. ¡Qué pudo pensar! Lo abracé diciéndole que estaba mintiendo porque en aquel mismo momento podría y debía desearnos las felices navidades a nosotros, a Carlo y a Lillina, y a los muchos amigos que había conocido en Providencia.
Se serenó enseguida regalándome su sonrisa más espléndida. Volví así a la cocina. Después de una buena media hora me lo encontré en la cocina; me pidió que lo acompañara a la habitación de al lado, allí fui; en el centro de la mesa, bien puesta, había una Estrella de Navidad, un billete escrito a toda prisa:
"¡querida mamá, te quiero!" Fue la primera de una larga serie porque desde aquel día cada año Merak, que ya no es un muchacho, tiene amigos a los que decir: ¡Feliz Navidad!
Acabo aquí deseando a todos los presentes y a toda la familia salesiana el poder ser en la vida aquella mano y aquellos brazos abiertos para acoger el Feliz Navidad y la sonrisa sincera de los muchos Merak que vagan por nuestras calles y que esperan oír una voz que les diga: A partir de hoy ya no estás solo, estoy YO.