* «Yo estaba pensando en casarme y tener hijos, así que tuve que discernir. Hablé de ello con mi párroco y me propuso ir a varios seminarios, entre los que muchos no me querían por mis antecedentes. Finalmente entré en la Casa Saint-Augustin de París. Acepté que Dios me llamaba, con la condición de que fuera feliz, perdoné a mi padre, fui a su tumba, le dije que no toleraba lo que había hecho pero que siempre seguiría siendo mi padre. Es un gesto que necesitaba hacer. A través de su perdón, Dios me dio este ministerio, por el que Dios ahora da su misericordia al resto. No hay nada más hermoso»