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lunes, 24 de noviembre de 2025

Hermana Paulina Porczynska, OP: «Conocí a gente alocada y me convertí en punk, pese a no tener fe fuí con amigas a una peregrinación a la Virgen de Czestochowa, me confesé, volví un año después y soy monja»

La hermana Paulina Porczynska, OP, pasa tiempo con los estudiantes al aire libre./ Foto: Cortesía de la hermana Paulina Porczynska, OP

* «Después de hablar un rato con el sacerdote, me preguntó: ‘¿Quieres confesarte?’, y le dije: ‘No sé si quiero, pero sé que no puedo seguir viviendo así. Además, hace años que no me confieso’. Así que me confesé con él y fue la experiencia más hermosa que he tenido jamás. Han pasado unos veintitrés años desde entonces y todavía no sé cómo expresar con palabras lo que sentí en aquel momento. En ese momento decidí cambiar mi estilo de vida y empezar a orar. Pero al regresar a casa, me di cuenta de que intentar vivir mi antigua vida y estar con Jesús al mismo tiempo era imposible. Tenía que elegir entre Jesús y mi antigua vida, y elegí a Jesús» 

Camino Católico.- Uno o dos encuentros aparentemente fortuitos pueden marcar la diferencia en la vida de una persona. La hermana Paulina Porczynska, OP, maestra de preescolar en la escuela Gahanna St. Matthew the Apostle de Columbus, Estados Unidos, cuenta que un par de conversaciones durante peregrinaciones, hace unos 23 años, la ayudaron a dejar atrás un estilo de vida punk rock y dedicar su vida al servicio de Dios y de los niños.

La hermana Paulina creció en la ciudad polaca de Zary, cerca de la frontera con Alemania, siendo la menor de tres hermanas. Polonia es un país mayoritariamente católico, pero su familia no participaba en actividades de la iglesia.

“Mis padres y mis hermanas mayores no eran creyentes. Nadie me habló de Jesús ni de cómo rezar. Cuando mis hermanas eran adolescentes, simplemente dejaron de ir a la iglesia. Dos o tres años después, yo estaba en séptimo grado y un domingo anuncié que sería la última vez que iría a la iglesia. Nadie se opuso”, relata a Catholic Times.

“En ese momento, las cosas empezaron a ponerse muy locas para mí. Al principio de la secundaria, conocí a gente bastante alocada y me convertí en lo que se podría llamar un punk. Seguí así casi hasta el final de la secundaria.”

Miles de polacos realizan cada verano peregrinaciones a pie al santuario de la Virgen Negra, Nuestra Señora de Czestochowa, patrona de Polonia. Un verano, cuando era adolescente, la hermana Paulina y algunas amigas decidieron hacer la peregrinación a pesar de no ser católicas practicantes.

Miles de polacos en la tradicional peregrinación al santuario de Virgen Negra de Czestochowa (Polonia)

“Caminar desde mi ciudad natal hasta Czestochowa es un viaje de ida y vuelta de aproximadamente 560 Kilómetros y toma dos semanas, con gente caminando, cantando y rezando durante todo el camino”, cuenta la hermana Paulina.

“Es maravilloso verlo. Pero la peregrinación fue un poco difícil para mí porque no oré. No tenía ninguna relación con Jesús. No era feliz y sabía que buscaba algo, pero no sabía qué. Los tres primeros días de la peregrinación fueron muy duros porque no entendía por qué tanta gente sonreía. El jueves de esa semana, de camino al santuario, me enfadé tanto que decidí hablar con un sacerdote franciscano que estaba entre los peregrinos”, comparte.

“Después de hablar un rato con él, me preguntó: «¿Quieres confesarte?», y le dije: «No sé si quiero, pero sé que no puedo seguir viviendo así. Además, hace años que no me confieso». Así que me confesé con él y fue la experiencia más hermosa que he tenido jamás. Han pasado unos veintitrés años desde entonces y todavía no sé cómo expresar con palabras lo que sentí en aquel momento”, asegura.

“En ese momento decidí cambiar mi estilo de vida y empezar a orar. Pero al regresar a casa, me di cuenta de que intentar vivir mi antigua vida y estar con Jesús al mismo tiempo era imposible. Tenía que elegir entre Jesús y mi antigua vida, y elegí a Jesús”, cuenta.

Al verano siguiente, volvió a hacer la peregrinación. “El mismo día y en el mismo lugar (donde se encontró con el sacerdote el año anterior), estaba frente a la iglesia y supe que algo pasaba en mi interior. Un amigo se acercó y me preguntó: ‘¿Estás bien?’. Le dije: ‘Físicamente me siento bien, pero algo me pasa y no sé qué es’” transparenta.

Santuario de la Virgen de Czestochowa, Polonia

“Me miró fijamente un par de segundos y luego me preguntó: ‘¿Quieres ser monja?’. ‘¿Estás loco?’, le dije. Cuando me preguntó eso, me asusté, pero en el fondo sabía que tenía razón. Era la primera vez que pensaba en ser religiosa y la idea se me quedó grabada para siempre”, asegura.

“Cuando llegué a casa, encontré un director espiritual y le conté lo que había sucedido. Me dijo que mi fe aún no era lo suficientemente fuerte (para entrar en un convento) y me recomendó que obtuviera un título universitario, terminara mis estudios y luego me uniera a una congregación”, dice la hermana Paulina. 

“Empecé a estudiar una carrera en educación infantil y los dos o tres primeros meses fueron bien. Pero Dios me estaba dando muchas señales y sentí en mi interior que me estaba mostrando que este no era el camino. Recuerdo una vez que, después de una clase con él, estaba hablando con un profesor y me dijo: ‘Cuando te miro, creo que serías una gran hermana’. Apenas lo conocía, así que sentí que era una señal, y había otras señales que me decían que estaría realmente ciega si no veía lo que Dios quería de mí”, asegura.

“Cada día, en mi corazón, sentía que no estaba en el lugar correcto. Después de dos años, renuncié a mi voluntad y le dije 'Sí' a Dios”, dice.

Paulina Porczynska confirmó su llamada a ser dominica al contemplar el cuadro en que la Virgen María le hizo entrega del Rosario a Santo Domingo

Por aquel entonces, una monja dominica me invitó a un retiro. La primera noche, estaba rezando frente a un cuadro de la Virgen María entregando el Rosario a Santo Domingo. Miré mi rosario y vi que era del mismo tipo que el del cuadro. En ese momento comprendí que Dios me llamaba no solo a ser religiosa, sino a ser monja dominica”, subraya.

“Tras dos años en la universidad, me tomé un descanso y luego le conté a mi madre mi decisión. No le fue fácil aceptarla, pero lo hizo, y me fui a Cracovia para comenzar mi formación. ¡Ahora, después de 18 años como religiosa dominica, aquí estoy!” 

La hermana Paulina Porczynska, OP, disfruta enseñando a los niños de preescolar en la escuela St. Matthew the Apostle de Gahanna / Foto: Cortesía de la hermana Paulina Porczynska, OP.

La hermana Paulina es miembro de las Hermanas Dominicas, Provincia de la Inmaculada Concepción, que tienen su casa provincial en Justice, Illinois, y prestan servicio allí y en Columbus; Mountain Home, Arkansas y Calgary, Alberta, así como en localidades de Polonia, Bielorrusia, Ucrania, Rusia, Siberia, Italia y Camerún. 

Otras dos integrantes de su congregación sirven en la Diócesis de Columbus y viven en un convento ubicado en el 2575 de la Avenida Livingston Este, en la zona este de Columbus. La Hermana Andrea Andrzejewska, OP, trabaja en la Oficina Diocesana de Escuelas Católicas y la Hermana Marta Gawron, OP, es la directora de educación religiosa en la Iglesia de San Patricio de Columbus.

La hermana Paulina hizo sus primeros votos como religiosa dominica en 2007. En Polonia, fue maestra, trabajó con niños con discapacidades durante cinco años y pasó un año trabajando en una guardería.

Llegó a Estados Unidos y realizó sus votos perpetuos en 2014 y desde entonces ha estado en Columbus, donde trabajó durante dos años como asistente de maestra en la escuela St. Mary en German Village de Columbus y durante los últimos nueve años en el jardín de infancia St. Matthew.

«Me encanta todo de los niños de esa edad», dice. “Son abiertos, cariñosos y alegres. Me recuerdan la belleza y la importancia de las cosas sencillas de la vida diaria. Disfruto preparándolos para el jardín de infancia, pero sobre todo, me encanta enseñarles sobre Jesús. Rezar con ellos, asistir a misa o adorar a Jesús en la Eucaristía son momentos muy especiales para mí. En este servicio, siento que recibo más de lo que doy. Siento el amor de Dios por mí a través de ellos. Me resulta difícil imaginarme haciendo otra cosa.”

Carolina Martínez Soto: «Quería casarme, tener hijos, comencé a rezar cursando Derecho, quería que Dios fuera lo primero en mi vida y Él quería algo para mí y soy monja carmelita descalza desde 2014»

Carolina Martínez Soto en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz, el pasado 13 de octubre de 2025 / Foto: JOSE CARLOS CORDOVILLA - Diario de Navarra 

* «Siempre me ha gustado el voluntariado y un verano estuve en Kenia, estando allí hicimos una visita a las Misioneras de la Caridad, y me quedé impresionada. No me había dado cuenta hasta entonces de qué es la entrega total a los demás. Lo más conocido para mí en ese momento eran las Misioneras de la Caridad, pero no quiero estar en un sitio concreto ayudando a unas personas concretas, quiero que todo el mundo se acerque a Dios. No me sentía llamada a ayudar en una misión concreta, aunque por ejemplo me gustan mucho los niños... Quiero hacer algo para que este mundo sea mejor y creo que desde la clausura llegas a todas partes, es más expansivo, aunque toda vida entregada lo es» 

 Camino Católico.- Carolina Martínez Soto es la cuarta de cinco hermanos y entró en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Zarautz el 2 de agosto de 2014. Entonces tenía 21 años y ahora 31. Antes de entrar en el convento, lo único que Carolina conocía de Zarautz era el camping. Graduada en Derecho, en la familia y en el colegio siempre le habían educado en la fe. “Pero nunca me planteé esto, quería casarme, tener hijos... Al empezar la carrera me planteé si esa fe que había recibido formaba realmente parte de mí, ¿De verdad creo en Dios? ¿Tiene sentido que busque un sacerdote para confesar?, ¿Que busque ratos para ir a misa? Vi que sí, que quería cuidar eso, mantener ese don. Aunque en la adolescencia había estado más a mi bola, ya en la universidad empecé a buscar ratos de oración, a rezar el Rosario a diario”, condensa risueña al otro lado de la escueta ventana enrejada tras la que reciben a las visitas al Diario de Navarra .

“Ahora, entonces no, veo que en esos cuatro años yo no quería hacer mi vida pensando en lo que yo quería y a mí me salía, sino que Dios quería algo para mí y eso me llenaba de alegría. De primeras se me pasó: monja de clausura, pero no hice caso, porque no conocía monjas y era algo... raro”, sonríe.

“Sí quería que Dios fuera lo primero en mi vida. No tenía una dirección espiritual, pero se lo comenté a un sacerdote porque me parecía algo irreal y yo me planteaba ya mi planning de trabajo, hacer la tesis y demás”, explica. Al “hablarlo” con el sacerdote lo vio “cada vez más claro”.

¿Por qué de clausura? “Siempre me ha gustado el voluntariado y un verano estuve en Kenia, estando allí hicimos una visita a las Misioneras de la Caridad, y me quedé impresionada. No me había dado cuenta hasta entonces de qué es la entrega total a los demás. Lo más conocido para mí en ese momento eran las Misioneras de la Caridad, pero no quiero estar en un sitio concreto ayudando a unas personas concretas, quiero que todo el mundo se acerque a Dios. No me sentía llamada a ayudar en una misión concreta, aunque por ejemplo me gustan mucho los niños... Quiero hacer algo para que este mundo sea mejor y creo que desde la clausura llegas a todas partes, es más expansivo, aunque toda vida entregada lo es”, reflexiona.

Aún le faltaba encontrar el camino. “Y pensé, a ver cómo me entero yo de esto. A través del sacerdote fui a ver a las monjas de Iesu Communio (instituto fundado en 2010 que reúne a 200 religiosas jóvenes en dos conventos de Burgos y Valencia), pero vi claro que no era mi sitio. Eran muy majas, me acogieron súper bien, pero dije no”.

Carolina Martínez Soto, en el año 2014, antes de ingresar en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz / Foto: LUIS CARMONA - Diario de Navarra 

Luego Carolina cuenta que “lo hablé con una chica de mi clase que iba a ser carmelita. A mí eso no me sonaba nada. Varías circunstancias me llevaron a conocer mejor a Santa Teresa de Jesús, y descarte cualquier otra opción. La ubicación geográfica me daba igual. Me explicó la vida del Carmelo, ella conocía el convento de Zarautz, estábamos de exámenes, era un convento cercano, así que vine un día y en mi interior lo vi. No había visto nunca una reja. La hermana Purificación (la que atiende la portería) me dijo que avisaba a la madre y pensé: vendrá al otro lado, no aquí conmigo, me impresionó, pero lo que más me impresionó fue la naturalidad y en la comunidad lo mismo, la alegría”, describe resuelta. 

“Volví muy contenta, decidí entrar y le dije al director de tesis que no podía comprometerme cuatro años. Salí del despacho tan contenta que pensé: esto no puede ser más que de Dios. Siempre he querido hacer mi plan de vida, así que hablé con mi madre y se lo conté”, recuerda que en su casa lo aceptaron bien, tanto su madre, como su padre y sus cuatro hermanos. ¿Mis amigos? “No puedo evitar alegrarme por ti, me dicen al verme tan contenta y tan feliz, aunque les parezca muy fuerte”.

En el convento prescinden del teléfono móvil. “El primer día, por inercia, haces el gesto de sacar el teléfono y contar a tus amigas lo que has hecho durante el día y ya no lo tienes, pero es liberador desprenderse de él”. Pueden recibir visitas una vez al mes, aunque Carolina afirma que “este tiempo se alarga conforme las amigas se casan y en la familia cada uno emprende su camino”. “Es algo natural, aunque no les vea, estamos muy cerca”, afirma convencida.

Las carmelitas de Zarautz se levantan a las 6.30 horas. Rezan la liturgia de las horas, siete rezos a lo largo de la jornada y también tienen ratos de oración en silencio. El trabajo en la huerta, las plantas medicinales, el cuidado de las gallinas y los patos, la cocina o el mantenimiento de la casa les ocupa buena parte de la mañana y un rato por la tarde. Tras la comida y después de cenar es cuando comparten, conversan, hablan. “El resto del día procuramos estar en silencio”, añade Carolina Martínez. Concede ella que no sabía ni cómo era una aguja de ganchillo, ni había cogido nunca una azada. Las labores y la huerta son ahora parte de su rutina. Como lo es la albañilería, la electricidad o la fontanería. “Nos apañamos nosotras para el mantenimiento de la casa, casi para todo”, añade la madre superiora. 

Apenas salen para ir a votar o a renovar el carné de identidad. Es una ocasión para saludarlas en la calle. O para un abrazo. “Yo no lo necesito realmente. Sé que estamos unidos, y eso familia y amigos lo entienden, cuando tienen fe, si no ya es otro asunto, captan la unión que se da a través de la oración, yo no me siento lejos de mi familia y ellos me dicen lo mismo”, comparte la hermana Carolina.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Eufrosina Goyda, pediatra y abadesa, cuida a los huérfanos bajo las bombas en Ucrania: «Veo cómo Dios obra en la vida humana; no siempre actúa como deseamos, sino como es necesario para la salvación»


La Madre Eufrosina, superiora de las Hermanas de la Sagrada Familia, explica su experiencia de vocación / Foto: UGCC.UA

* «Para mí, estas no son dos vocaciones diferentes, sino un solo camino. La oración, la vida monástica y la profesión médica se fusionaron en armonía. Hay dos amores que, unidos, obran milagros: el amor de Dios y el de una madre. Lo veo todos los días en el hospital. Más de una vez tuve que presenciar algo difícil de explicar científicamente. Por ejemplo, cuando a una niña le dieron una semana de vida y todos se preparaban para despedirse. Y no solo sobrevivió, sino que se desarrolló mucho mejor de lo que predijeron los médicos» 

Camino Católico.- "Siempre digo que tengo dos vocaciones de las que nunca he dudado: la medicina y la vida monástica. En el hospital, atiendo a niños y padres, veo su dolor y sus victorias. Y como abadesa, tengo la oportunidad de dedicarme más a la comunidad y a otras áreas de servicio", explica Eufrosina Goyda en el portal de la Iglesia Católica de rito griego en Ucrania.

Eufrosina Goyda es la superiora de las Hermanas de la Sagrada Familia, una congregación que cuida a huérfanos y niños vulnerables, fundada hace un siglo en la Galitzia ucraniana (una región bastante católica, que antaño perteneció al Imperio Austrohúngaro). Explica a Khrystyna Potereyko algo de su experiencia de vocación y también del esfuerzo de servir hoy a los huérfanos de guerra y los niños desplazados por la invasión rusa.

La religiosas de la Sagrada Familia miran a su historia fundacional en 1911: mujeres jóvenes católicas comprometidas a servir a los enfermos y a los niños, bajo el impulso de Teresa Teklia Józefiv, que había sido ella misma una huérfana acogida por un sacerdote. Crearon unos orfanatos con enfoque a la vez monástico y maternal. Como tantas iniciativas católicas en Ucrania, fueron arrasados por la persecución comunista que duró décadas. Pero las religiosas  volvieron: hoy sirven en escuelas y hospitales, en un orfanato y en parroquias, participan en emprendimientos sociales, apoyan a familias y ayudan a los militares. También rezan a Dios a diario por la paz en Ucrania.

"Es inherente al monacato oriental: un monasterio es un lugar donde la hermana, ante todo, transforma su vida, se libera del pecado y aprende a vivir con Dios en oración. Y solo entonces, ya transformada, es capaz de ir al encuentro de la gente y cumplir su misión", explica la Madre Eufrosina. Ellas trabajan con huérfanos, con familias y en la educación de niños y jóvenes.

Vocación en el oficio médico

Eufrosina Goyda habla de su vocación monástica, entrelazada con la sanitaria.

"Crecí en una familia cristiana practicante. Incluso en la clandestinidad, mis padres traían sacerdotes, rezábamos en las casas y, desde niña, viví la fe. De niña le contaba todo a Dios con sinceridad en oración, con gran confianza", explica.

"De joven, soñaba con ser médico. Aunque mis padres se oponían, con la ayuda de Dios entré en la facultad de medicina. Fue allí donde un sentimiento aún más profundo comenzó a resonar en mi corazón: Dios me llamaba a un ministerio especial. En mi residencia estudiantil me encantaba ir a la iglesia y orar todos los días. Dios me inspiró para leer las Sagradas Escrituras y comulgar con frecuencia. Trabajé como enfermera en un hospital infantil. Nació en mi corazón el deseo de comprender y amar a todos, de hacer el bien desinteresadamente. Esta fue la base de mi vocación".

"Mientras me preparaba para ingresar a la Academia de Medicina, con muchos amigos, no me faltaba nada en el aspecto humano, pero sentía un vacío en el corazón, sobre todo después de las fiestas. Una vez incluso lloré y oré diciéndole al Señor que, si Él quisiera, estaría dispuesta a servirle, que me mostrara qué debía hacer. Y Él me condujo a la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia, donde ya no me falta nada y me siento feliz", añade. Las conoció por un folleto que habían difundido ellas con una oración por las familias.

Eufrosina, como estudiante de medicina y ya religiosa; hoy es pediatra y abadesa Foto: UGCC.UA

"Al mismo tiempo, sentí que la medicina también era mi camino. Después de la escuela, trabajé como enfermera y luego ingresé en una Academia de Medicina, donde elegí la especialidad de Pediatría. Hice prácticas en Donetsk y Kiev. Vivía en un monasterio y, al mismo tiempo, me formaba como médico. Y para mí, estas no son dos vocaciones diferentes, sino un solo camino. La oración, la vida monástica y la profesión médica se fusionaron en armonía".

"Hay dos amores que, unidos, obran milagros: el amor de Dios y el de una madre. Lo veo todos los días en el hospital", asegura hoy.

Enfermos que mejoran de forma sorprendente

Como muchos otros médicos con fe, la Madre Eufrosina ha visto signos asombrosos de la acción de Dios en el hospital.

"Más de una vez tuve que presenciar algo difícil de explicar científicamente. Por ejemplo, cuando a una niña le dieron una semana de vida y todos se preparaban para despedirse. Y no solo sobrevivió, sino que se desarrolló mucho mejor de lo que predijeron los médicos", comenta.

Le impresionó un ejemplo de amor familiar que da vida. Una mujer que no conseguía quedar embarazada, cuando por fin lo consiguió, tuvo que pasar 9 meses en el hospital, monitorizada, siempre bajo amenaza de aborto y complicaciones. "El bebé nació con discapacidades del desarrollo e inmediatamente terminó en cuidados intensivos. Y entonces comenzó un año de su amor abnegado. La madre no dejó a su hijo ni un instante: día y noche, en una pequeña sala, entre operaciones, crisis e incertidumbre. Estaba agotada, a veces lloraba, pero no se quejaba. Todas las noches, después del trabajo, venía su esposo. Era la lealtad familiar lo que mantenía unidos, tanto al niño como a nosotros, los médicos. Han pasado varios años, y cada vez que veo a esta familia, a su hijo que corre y ríe, quiero abrazarlos como a las personas más cercanas. Para mí, son un ejemplo de amor incondicional que da vida a pesar de todo".

"A través de la medicina veo aún más profundamente cómo Dios obra en la vida humana. No siempre actúa como deseamos, sino siempre como es necesario para la salvación. Y mi gratitud reside en poder ser su colaborador: sanar no solo el cuerpo, sino también tocar las heridas del alma", explica.

La Madre Eufrosina disfruta como pediatra y ve a Dios actuar en los hospitales y el amor maternal / Foto: UGCC.UA

El trabajo con las familias

Su congregación, con comunidades en Leópolis, Kiev, Hoshev, Chortkiv, Ternopil y una oficina en Francia, dedican mucho esfuerzo a la catequesis de niños y jóvenes y a la organización de grupos de fe y retiros, con muchos campamentos cuando llega el buen tiempo. "No tenemos vacaciones en verano, porque trabajamos todo el verano", dicen ellas con una sonrisa.

Antes de la guerra, organizaban encuentros para familias, para que los esposos pasaran un rato juntos, aprendiendo herramientas de matrimonio y familia, con los niños a mano. Pero con la guerra estos encuentros casi han desaparecido. Muchos monasterios están llenos de desplazados, casi siempre mujeres solas con niños o ancianos. Los hombres están en el frente o trabajan duro en retaguardia: es difícil reunir a las familias. Pero en cuanto puedan, quieren retomar esos encuentro: fortalecer las familias es fortalecer la sociedad.

La catequesis y los campamentos tienen sus gastos, y muchos niños, especialmente los de campo, son muy pobres para cubrirlos. Por eso, las religiosas pusieron en marcha una empresa social: producción de pasta artesana para comer y cultivo de champiñones y setas. No fue fácil empezar, pero hoy ambas iniciativas son estables y sustentan un gran monasterio y una casa de retiro. Eso implica pagar también el transporte a los pueblos, ayudar a familias en apuros y, con la guerra, tratar de ayudar a militares heridos o en circunstancias precarias.

"Hay familias a las que ayudamos regularmente y otras que reciben apoyo puntual. Durante la guerra, la asistencia a los militares adquirió un enfoque especial: les proporcionamos ropa de alta calidad, alimentos y el equipo necesario, y también participamos en el tratamiento de los heridos. Nuestra ayuda no se basa en solicitudes formales. Las hermanas simplemente comparten lo que conocen durante su ministerio pastoral, y nosotras intentamos responder", detalla la Madre Eufrosina.

En el orfanato

Desde 2007 la congregación mantiene un pequeño orfanato en Bibrka. "Oficialmente, el número de residentes no debería superar los 10, pero en la práctica puede variar. El estado proporciona alojamiento a los graduados, pero las hermanas suelen apoyarlos incluso después de que se marchan de casa", explica.

Las religiosas de la Sagrada Familia en Ucrania trabajan con huérfanos y niños en general / Foto: UGCC.UA

"Los niños viven con las religiosas como una familia normal: van a la escuela, tienen responsabilidades y asisten a clubes. La comunidad cuenta con atención de enfermería y apoyo de sacerdotes y residentes locales. Los niños más pequeños suelen tener entre 3 y 8 años. Los grupos son mixtos: niños y niñas de diferentes edades". De nuevo, tienen un coste económico, pero "personas anónimas traen comida u otros artículos necesarios".

La congregación, con tantas tareas distintas, sabe que la oración es la base que lo unifica todo. "Las hermanas desempeñan diferentes tareas, pero todas son fruto de la oración, el amor a Dios y el apoyo mutuo en la comunidad. Una buena gestión también es fundamental: cada ministerio principal cuenta con una hermana de apoyo, de modo que, si es necesario, otra hermana pueda reemplazarla, ya sea temporalmente o incluso por un período más largo. Gracias al ambiente de confianza, amor y comprensión mutua, estos reemplazos se realizan con facilidad, ya que las hermanas siempre comparten su experiencia y conocimientos".

Los retos de la guerra

La guerra ha afectado todos los ámbitos de la vida de la comunidad. La abadesa, como superiora, debe tomar decisiones difíciles: si dejar a las hermanas en lugares peligrosos o reubicarlas, pues se trata de su seguridad y de su vida. El mayor reto es acompañar a las personas en su dolor y pérdida, compartir el sufrimiento y, al mismo tiempo, mantener la fe y la confianza en Dios.

Vocación: cómo servir a Dios

A los jóvenes que buscan su camino en la vida les dice: "No hay que temer a los caminos difíciles. La vida es un regalo, pero solo se abre cuando uno está dispuesto a aprender, trabajar, crecer y asumir responsabilidades. Es importante construirla sobre valores sólidos, sobre Dios. La vida cristiana no limita, sino que abre la profundidad y la verdadera libertad. Quien ora, busca y aprende a amar, encuentra su felicidad".

A quienes exploran la posibilidad de una vocación monástica les explica: "El miedo a lo desconocido es natural, pero no debes dejar que te detenga. Si el Señor te llama, debes dar el paso. No tenía todas las respuestas a mis veinte años, pero sentí el llamado y fui. Algunas dificultades pasan, otras se pueden aprender a superar. Lo principal es confiar en Dios".

En el caso de su congregación, "cada hermana tiene espacio para desarrollarse: en la educación, el servicio o la profesión, incluyendo la medicina. Aquí se enseña a no temer a los errores y a ser paciente en el camino hacia la meta".

martes, 4 de noviembre de 2025

Fátima Cecilia Sánchez, 22 años, es Carmelita Descalza y prometerá sus votos temporales: «Mirando la cruz del convento al visitarlo se me vino a la cabeza una frase: ‘Aquí estoy…, aquí te espero’»


Fátima Cecilia Sánchez Izquierdo en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz, el pasado 13 de octubre de 2025 / Foto: JOSE CARLOS CORDOVILLA - Diario de Navarra 

* «En la renovación carismática tuve un encuentro con el amor de Dios que me descolocó y que transformó completamente mi vida. A raíz de eso pensé que realmente Dios existe y me ama… “Quería entregarme a Dios, no sabía cómo. Y pensé, bueno, monja… La clausura tiene la finalidad de crear un clima de silencio y oración… para facilitar la unión con Dios. No es que sea mejor o peor que otras vocaciones en medio del mundo. Cada vocación se amolda mejor a cada persona. Estamos hechos y llamados a vivir de una determinada manera. El Señor me llamó a vivir así. Al final, lo que importa, no es el lugar al que te llame, sino querer responder y hacer su voluntad» 

Camino Católico.- El monasterio de las Carmelitas Descalzas de Zarautz se erige en un caserón de piedra coronado por la torre de su iglesia. Construido hace 120 años, lo rodean ahora edificios de viviendas en altura, en el centro de la localidad costera, a dos calles del mar. Dentro conviven once religiosas. La mayor, María Dolores Mozo Alberdi, donostiarra de 95 años; las dos más jóvenes, son navarras. Carolina Martínez Soto, pamplonesa de 31 años, entró con 21. Y Fátima Cecilia Sánchez Izquierdo, que ahora tiene 23 años, de Barañáin, la benjamina, ingresó sin cumplir los 18, el 18 de septiembre de 2021, terminada la selectividad y admitida en la universidad. El 22 de noviembre de este año 2025 prometerá los votos temporales, es algo así como el ecuador de su noviciado.

Fátima Cecilia Sánchez Izquierdo es la mayor de dos hermanos. Estudió en el colegio Miravalles, vivía en Barañáin (Navarra), recibía clases de violín en una escuela de música, -que se prolongaron dentro del convento- y, antes de encontrarse con Dios, le gustaba ver series en su tiempo libre. Una adolescente como tantas en una familia, la suya, católica y cercana a distintos movimientos en la iglesia. 

Fátima Cecilia Sánchez Izquierdo tocando el violín en su casa, lo que siguió estudiando cuando ingresó en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz, el 18 de septiembre de 2021 / Foto: Marta León de San Sebastian - Aleteia 

La primera llamada a ser monja en 2º de la educación secundaria

“Fe he tenido siempre, pero unos años más que otros, en el sentido de que, de pequeña estuve muy cerca de Dios, pero después lo dejé un poco de lado, no estaba muy pendiente de Jesús. En 2019 empezamos a participar en las alabanzas y poco a poco redescubrí el amor de Dios y mi vida empezó a centrarse, de nuevo, en Él”, relata en una entrevista en Aleteia.

“Yo creo que lo primero que recuerdo en torno a la vocación se remonta a cuando estaba en segundo de la Educación Secundaria. Leí un libro de santa Teresa de Calcuta y aquello de irse a cuidar a los más pobres entre los pobres, por amor a Dios me parecía que era lo máximo a lo que un cristiano puede llegar, lo más radical y extremo. Y entonces sí que me pregunté si tal vez el Señor querría que yo fuera Misionera de la Caridad, porque yo también quería llevar a Dios a todas las almas”, cuenta Fátima Cecilia.

“Pero esa idea se quedó un poco olvidada porque otra idea se hizo fuerte en mí: la de que podía llegar a todas las personas del mundo desde un mismo lugar, a través de la oración. Dios me lo inspiró, en aquel momento en el que pensaba que irse por el mundo a evangelizar era lo más”, puntualiza.

De llevar una vida más frívola a escuchar la llamada de Dios

“El tiempo pasó y yo empecé a llevar una vida de fe más frívola. Dios no estaba en mi vida demasiado presente, rezaba pensando en los exámenes y poco más, aunque nunca abandoné la misa del domingo y me confesaba de vez en cuando”, reconoce la religiosa.

“Pero al comenzar bachillerato, empecé a acudir con mi padre a las alabanzas carismáticas del grupo ‘Torre de David’. Y casi al mismo tiempo, empecé a ir a catequesis con un grupo de jóvenes, en la parroquia de Ermitagaña, barrio de Pamplona”, explica Fátima Cecilia.

“En la renovación carismática tuve un encuentro con el amor de Dios que me descolocó y que transformó completamente mi vida. A raíz de eso pensé que realmente Dios existe y me ama”, sostiene. 

“Quería entregarme a Dios, no sabía cómo. Y pensé, bueno, monja. Pero no conocía a ninguna y busqué en Google, tipos de monjas, a ver qué encontraba. Salió una lista por orden alfabético: adoratrices, agustinas... Me llamó la atención carmelitas descalzas y busqué a ver quiénes eran, porque no sabía nada de ellas, nunca había tenido contacto con ninguna. No recuerdo lo que leí, pero sí que me encantó y a partir de ahí fui pensando, en la oración, en esa posibilidad. Lo fui pensando poco a poco y creo que me di cuenta de que podía ser algo serio”, asegura.

Luego, prosigue contando que “pensé que sería bueno hablarlo con un sacerdote. En enero (2020) empecé a hablar con el sacerdote del colegio que nos había dado una charla que me gustó. Le dije lo que me estaba pasando y él me preguntó si se lo había dicho a mis padres. Por entonces yo tenía pensado hacer un retiro con los carismáticos y le dije que a la vuelta hablaría con ellos. Volví del retiro super contenta y, tal como acordamos, como veía mi vocación, descarté la biología marina se lo dije a mis padres en cuanto tuve ocasión, en el coche de vuelta a casa.

Los padres recibieron la noticia como una bomba nuclear

Carlos Sánchez, el padre de Fátima, interviene en la conversación recordando ese momento: “Fue una bomba nuclear con onda expansiva. Venía del retiro totalmente feliz y en una auténtica nube. Si me hubiera dicho que quería hacer algo relacionado con la Renovación Carismática no me hubiera sorprendido, pero dijo Carmelita Descalza. Y aquello fue algo totalmente inesperado. De hecho, nunca habíamos tenido contacto con ninguna de ellas”, asegura.

“Hemos participado en muchos grupos y de muchos carismas de la Iglesia a lo largo de la vida, pero nunca habíamos tenido relación alguna con monjas contemplativas. Tengo que decir que nosotros creemos mucho en la Providencia y cuando nos lo dijo pensé que por algo sería. No me lo tomé a broma, ni mucho menos, pensé que ya iríamos viendo”, dice Carlos.

Y subraya que “como católicos practicantes, el tema de la vocación fue algo a lo que estábamos abiertos, es decir, siempre pensamos que podría ser una posibilidad más, tanto con Fátima como con su hermano. Lo que nunca hubiéramos esperado es que nos lo dijera en ese momento, tan joven… y a Carmelita Descalza”.

Fátima Cecilia Sánchez Izquierdo, en el centro, junto a sus padres y su hermano, antes de ingresar en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz, el 18 de septiembre de 2021 / Foto: Marta León de San Sebastian - Aleteia 

Contacto telefónico con las Carmelitas de Zarautz

“Cada semana hablaba con el sacerdote, que me ayudaba con el tema de la vocación pero también me ayudaba a rezar con más profundidad, haciendo meditación y me enseñó también a utilizar el breviario, etcétera. Durante el curso, había que leer un libro para subir nota en religión y de la lista que me ofrecían cogí uno sin ningún motivo en particular. Escogí Historia de un alma, que resulta que fue escrito por Santa Teresa de Lisieux, una santa carmelita importante. El libro me encantó y con muchas cosas que allí aparecen me sentí identificada, afirma Fátima Cecilia.

“Yo tenía esa inquietud dentro pero seguía con mi vida normal. En casa no era una cosa de la que habláramos todo el tiempo ni mucho menos. Al principio nada, pero como yo seguía con eso dentro, de vez en cuando sí que hablábamos algo”, dice.

“El sacerdote del cole con el que yo hablaba conocía a otro sacerdote que tenía relación con las carmelitas de Zarautz y un día me pasó el teléfono por si queríamos llamar y hablar con ellas. Cuando terminó el confinamiento del Covid y el curso ya estaba terminando, un día las llamamos mis padres y yo y recuerdo que fue una llamada muy bonita. Hablamos con la priora, la madre María Almudena, y mis padres le dijeron que yo tenía alguna inquietud vocacional o algo así… yo tampoco sabía muy bien qué decir. Estuvimos hablando un rato y nos dijo que podíamos visitarlas cuando quisiéramos”, comparte.

Descarta las monjas de ‘Iesu Comunio’

“Ese verano, cuando estuvimos en Valencia, donde viven mis tíos y mis primos, fuimos un día a Godella, a visitar a las monjas de Iesu Comunio. Son muchas y muy jóvenes y a mis padres les pareció que podía ser interesante que las conociera, por aquello de conocer otras congregaciones. Estuve allí y lo cierto es que me encontré con unas monjas muy felices. Obviamente que aquella felicidad la quería también para mí, pero en ningún momento tuve la sensación de que fuera mi sitio”, se sincera Fátima Cecilia.

Añade que “de hecho, estuvimos mis padres y yo con ellas un rato y me ofrecieron la posibilidad de quedarme a hablar un rato más yo sola con ellas, pero les dije educadamente que no, que no tenía más interés”.

La cruz de las Carmelitas de Zarautz que le atrajo

“A la vuelta de las vacaciones, justo antes de empezar Segundo de Bachillerato fuimos un día toda la familia a pasar el día a Zarautz y por la tarde nos acercamos al monasterio a visitar a las monjas. Al principio no sentí nada especial, fui allí pensando que tal vez fuera mi sitio o que tal vez no… no tenía muchas expectativas. En mi cabeza pensaba en las carmelitas pero no tenía ni idea. Estuvimos allí con ellas y sí que me fijé que en la pared, justo detrás de ellas, había una cruz”, describe.

Y comparte algo íntimo: “Esto me cuesta un poco explicarlo, porque no es que oyera ninguna voz, ni nada de eso, pero, mirando la cruz se me vino a la cabeza una frase: “Aquí estoy…, aquí te espero”.

“Las monjas hablaban, mis padres hablaban y yo como ausente pensando en esa frase. Después me ofrecieron quedarme un rato más, yo sola hablando con ellas y me pareció una idea genial. No recuerdo de qué hablamos, supongo que les haría alguna pregunta. Salí muy contenta de aquella primera visita”, valora 

“La priora me dio su teléfono y a partir de ahí yo la llamaba cada dos o tres semanas. Me gustaba hablar con ella y tenía ganas de volver pero con más tiempo. Pero había empezado el curso y mis padres me decían que tenía que estudiar… aunque yo quería volver a ir y un poco sí que insistí”, dice.

“Un día en oración hablaba con el Señor y le decía: ‘Señor, si tú quieres que sea Carmelita Descalza, mueve los hilos para que pueda ir a pasar el fin de semana de mi cumpleaños’, el 22 de noviembre. Pedía eso sabiendo que era muy difícil porque tenía exámenes de subida de nota justo la semana siguiente, mi cumpleaños tocaba en domingo y habría que celebrarlo en familia, además de que por el Covid, no podíamos salir de Navarra. Vamos, que era prácticamente imposible. Esa semana no di mucho la lata en casa pero sorprendentemente me dieron permiso para ir y además obtuve un permiso para poder viajar”, asegura  Fátima Cecilia.

Y valora su visita así: “Aquel primer fin de semana conocí a toda la comunidad, nueve monjas en total y fui un viernes por la tarde hasta el sábado por la noche. Como no podía entrar en la clausura, compartía con ellas los ratos de oración en la iglesia y mientras ellas trabajaban yo me quedaba en mi cuarto estudiando o pasaba algún rato en el locutorio hablando con alguna de ellas. Regresé a casa super contenta y convencida de que volvería de nuevo. De hecho, yo no paraba de preguntar a mis padres cuándo podría volver otra vez…”.

Fátima Cecilia Sánchez Izquierdo, antes de ingresar en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz, el 18 de septiembre de 2021 / Foto: Marta León de San Sebastian - Aleteia 

Lo dejó todo en manos del Señor

“En diciembre hice exámenes previos para la universidad. En Filosofía y en Literatura y escritura creativa. Yo estaba convencida que terminado el curso me iría al convento para quedarme, pero hice los exámenes por si después de todo no podía y tenía que estudiar. Pasadas las Navidades yo seguía pidiendo permiso para volver a Zarautz otro fin de semana pero había que estudiar un montón y mis padres solo me decían que tal vez en Semana Santa. A mí la verdad es que se me hacía larguísimo…”, confiesa.

“Llegó enero y febrero y tenía que estudiar muchísimo, pero yo no hacía más que pensar en las monjas y en mi vocación. No conseguía concentrarme bien en lo que hacía. Lo pasé mal, me agobié bastante y además mi hermano dio positivo por covid y nos confinaron a todos en casa. Me pilló justo en los exámenes así que a la vuelta del confinamiento tendría que hacer los exámenes atrasados además de ponerme al día con la nueva materia. Estaba agotada y cansada de la situación. Así que medio pensé: ‘Señor, o me ayudas Tú o yo no sigo adelante…’”, comparte.

“Durante ese tiempo dejé de hablar con el sacerdote que me dirigía y también dejé de llamar a la madre Maria Almudena. Es como que quería ignorar la llamada que sentía dentro, porque me estaba frustrando. Lo cierto es que no fue muy buena idea porque pasé una temporada muy triste y sin ganas de nada”, asegura.

“Para el puente de San José, en el colegio se organizó un retiro y decidí ir. No sé explicarlo muy bien, pero fue un retiro alucinante. Allí yo vi muy claramente, de nuevo, que quería ser carmelita. Como mis padres seguían con la idea de que empezara carrera en la Universidad, dejé todo en manos del Señor y le dije: ‘Ya me dirás cómo… ya me dirás cuándo’. Sentía que yo ya no podía hacer nada más…solo confiar. Volvió la alegría y la paz. Dejé de estar triste y angustiada, yo solo esperaba que mis padres despejaran sus dudas”, subraya.

“Terminé el curso bien y en mayo pude volver a Zarautz a pasar un fin de semana. Fue precioso, porque entonces sí que tuve una sensación de mucha paz. Yo no sabía que se podía sentir tanta paz, una paz brutal, ¡tanta que no podía respirar! Como aún quedaba un mes para el examen de Selectividad, pude pasar más rato con la madre María Almudena en el locutorio y disfruté mucho de los recreos con las hermanas”, dice Fátima Cecilia.

“Lo peor de ir allí era que luego tenía que volver a Pamplona, aunque suene horrible. Yo vuelvo con una mezcla de paz, de alegría…no sé, y vuelvo a casa pensando en que ya no voy a volver a pasar una noche allí, si no es para quedarme. Me marchaba a casa, pero se me desgarraba el corazón y un trozo se quedaba allí con las monjas. Volví muy centrada en hacer la selectividad y luego, en el verano, que fuera lo que fuera… La selectividad me fue bien, aunque yo no tenía ninguna intención de empezar la universidad”, comenta.

La visita al Arzobispo de Pamplona

“Mis padres seguían pensando en la universidad. Durante todo este tiempo que te he ido contando, ellos fueron hablando con sacerdotes y con personas que podían aportarles luz sobre este tema. Yo creo que han tenido opiniones y consejos de todo tipo. Hablaron con la Universidad y expusieron mi situación. Como las carreras escogidas por mí no tienen mucha demanda, les dijeron que no había problema en matricularme más tarde, en agosto, si al final decidía estudiar. Así que aún no había una decisión en firme, todas las puertas estaban abiertas”, recuerda.

Y continúa relatando: “Un día, mis padres y yo fuimos a hablar con el arzobispo de Pamplona Don Francisco Pérez, para ver qué opinaba él. Don Francisco nos dijo que, según su experiencia, lo que yo necesitaba era poder discernir desde dentro de la clausura. Que si me ponía a estudiar una carrera no lo podría hacer. Que si después de un tiempo veía que no era mi camino podría ponerme a estudiar, mucho más centrada. Entonces cuando volvimos de vacaciones, a finales de julio, mis padres, ya por fin, me dijeron que, sí lo tenía tan claro y Dios me estaba llamando realmente, ellos no querían pone trabas y que ¡adelante! Fue una alegría inmensa”, rememora.

Y reflexiona: “La clausura tiene la finalidad de crear un clima de silencio y oración… para facilitar la unión con Dios. No es que sea mejor o peor que otras vocaciones en medio del mundo. Cada vocación se amolda mejor a cada persona. Estamos hechos y llamados a vivir de una determinada manera. El Señor me llamó a vivir así. Al final, lo que importa, no es el lugar al que te llame, sino querer responder y hacer su voluntad”.

Con un equipaje ligero, el 18 de septiembre de hace cuatro años, dejaba para siempre Barañáin. El 22 de noviembre de 2025 prometerá los votos temporales, es algo así como el ecuador de su noviciado. “Se han duplicado los plazos”, explica la madre superiora, “porque había muchos casos de exclaustración y secularización”. “También la gente se casa más tarde”, interviene Akiko Tamura, como una manera de explicar que tal vez haga falta más tiempo para madurar una decisión tan relevante. 

Las carmelitas de Zarautz se levantan a las 6.30 horas. Rezan la liturgia de las horas, siete rezos a lo largo de la jornada y también tienen ratos de oración en silencio. El trabajo en la huerta, las plantas medicinales, el cuidado de las gallinas y los patos, la cocina o el mantenimiento de la casa les ocupa buena parte de la mañana y un rato por la tarde. Tras la comida y después de 

“Nos apañamos nosotras para el mantenimiento de la casa, casi para todo”, añade la madre superiora. 

Apenas salen para ir a votar o a renovar el carné de identidad. Es una ocasión para saludarlas en la calle. O para un abrazo.