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viernes, 31 de octubre de 2025

Eufrosina Goyda, pediatra y abadesa, cuida a los huérfanos bajo las bombas en Ucrania: «Veo cómo Dios obra en la vida humana; no siempre actúa como deseamos, sino como es necesario para la salvación»


La Madre Eufrosina, superiora de las Hermanas de la Sagrada Familia, explica su experiencia de vocación / Foto: UGCC.UA

* «Para mí, estas no son dos vocaciones diferentes, sino un solo camino. La oración, la vida monástica y la profesión médica se fusionaron en armonía. Hay dos amores que, unidos, obran milagros: el amor de Dios y el de una madre. Lo veo todos los días en el hospital. Más de una vez tuve que presenciar algo difícil de explicar científicamente. Por ejemplo, cuando a una niña le dieron una semana de vida y todos se preparaban para despedirse. Y no solo sobrevivió, sino que se desarrolló mucho mejor de lo que predijeron los médicos» 

Camino Católico.- "Siempre digo que tengo dos vocaciones de las que nunca he dudado: la medicina y la vida monástica. En el hospital, atiendo a niños y padres, veo su dolor y sus victorias. Y como abadesa, tengo la oportunidad de dedicarme más a la comunidad y a otras áreas de servicio", explica Eufrosina Goyda en el portal de la Iglesia Católica de rito griego en Ucrania.

Eufrosina Goyda es la superiora de las Hermanas de la Sagrada Familia, una congregación que cuida a huérfanos y niños vulnerables, fundada hace un siglo en la Galitzia ucraniana (una región bastante católica, que antaño perteneció al Imperio Austrohúngaro). Explica a Khrystyna Potereyko algo de su experiencia de vocación y también del esfuerzo de servir hoy a los huérfanos de guerra y los niños desplazados por la invasión rusa.

La religiosas de la Sagrada Familia miran a su historia fundacional en 1911: mujeres jóvenes católicas comprometidas a servir a los enfermos y a los niños, bajo el impulso de Teresa Teklia Józefiv, que había sido ella misma una huérfana acogida por un sacerdote. Crearon unos orfanatos con enfoque a la vez monástico y maternal. Como tantas iniciativas católicas en Ucrania, fueron arrasados por la persecución comunista que duró décadas. Pero las religiosas  volvieron: hoy sirven en escuelas y hospitales, en un orfanato y en parroquias, participan en emprendimientos sociales, apoyan a familias y ayudan a los militares. También rezan a Dios a diario por la paz en Ucrania.

"Es inherente al monacato oriental: un monasterio es un lugar donde la hermana, ante todo, transforma su vida, se libera del pecado y aprende a vivir con Dios en oración. Y solo entonces, ya transformada, es capaz de ir al encuentro de la gente y cumplir su misión", explica la Madre Eufrosina. Ellas trabajan con huérfanos, con familias y en la educación de niños y jóvenes.

Vocación en el oficio médico

Eufrosina Goyda habla de su vocación monástica, entrelazada con la sanitaria.

"Crecí en una familia cristiana practicante. Incluso en la clandestinidad, mis padres traían sacerdotes, rezábamos en las casas y, desde niña, viví la fe. De niña le contaba todo a Dios con sinceridad en oración, con gran confianza", explica.

"De joven, soñaba con ser médico. Aunque mis padres se oponían, con la ayuda de Dios entré en la facultad de medicina. Fue allí donde un sentimiento aún más profundo comenzó a resonar en mi corazón: Dios me llamaba a un ministerio especial. En mi residencia estudiantil me encantaba ir a la iglesia y orar todos los días. Dios me inspiró para leer las Sagradas Escrituras y comulgar con frecuencia. Trabajé como enfermera en un hospital infantil. Nació en mi corazón el deseo de comprender y amar a todos, de hacer el bien desinteresadamente. Esta fue la base de mi vocación".

"Mientras me preparaba para ingresar a la Academia de Medicina, con muchos amigos, no me faltaba nada en el aspecto humano, pero sentía un vacío en el corazón, sobre todo después de las fiestas. Una vez incluso lloré y oré diciéndole al Señor que, si Él quisiera, estaría dispuesta a servirle, que me mostrara qué debía hacer. Y Él me condujo a la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia, donde ya no me falta nada y me siento feliz", añade. Las conoció por un folleto que habían difundido ellas con una oración por las familias.

Eufrosina, como estudiante de medicina y ya religiosa; hoy es pediatra y abadesa Foto: UGCC.UA

"Al mismo tiempo, sentí que la medicina también era mi camino. Después de la escuela, trabajé como enfermera y luego ingresé en una Academia de Medicina, donde elegí la especialidad de Pediatría. Hice prácticas en Donetsk y Kiev. Vivía en un monasterio y, al mismo tiempo, me formaba como médico. Y para mí, estas no son dos vocaciones diferentes, sino un solo camino. La oración, la vida monástica y la profesión médica se fusionaron en armonía".

"Hay dos amores que, unidos, obran milagros: el amor de Dios y el de una madre. Lo veo todos los días en el hospital", asegura hoy.

Enfermos que mejoran de forma sorprendente

Como muchos otros médicos con fe, la Madre Eufrosina ha visto signos asombrosos de la acción de Dios en el hospital.

"Más de una vez tuve que presenciar algo difícil de explicar científicamente. Por ejemplo, cuando a una niña le dieron una semana de vida y todos se preparaban para despedirse. Y no solo sobrevivió, sino que se desarrolló mucho mejor de lo que predijeron los médicos", comenta.

Le impresionó un ejemplo de amor familiar que da vida. Una mujer que no conseguía quedar embarazada, cuando por fin lo consiguió, tuvo que pasar 9 meses en el hospital, monitorizada, siempre bajo amenaza de aborto y complicaciones. "El bebé nació con discapacidades del desarrollo e inmediatamente terminó en cuidados intensivos. Y entonces comenzó un año de su amor abnegado. La madre no dejó a su hijo ni un instante: día y noche, en una pequeña sala, entre operaciones, crisis e incertidumbre. Estaba agotada, a veces lloraba, pero no se quejaba. Todas las noches, después del trabajo, venía su esposo. Era la lealtad familiar lo que mantenía unidos, tanto al niño como a nosotros, los médicos. Han pasado varios años, y cada vez que veo a esta familia, a su hijo que corre y ríe, quiero abrazarlos como a las personas más cercanas. Para mí, son un ejemplo de amor incondicional que da vida a pesar de todo".

"A través de la medicina veo aún más profundamente cómo Dios obra en la vida humana. No siempre actúa como deseamos, sino siempre como es necesario para la salvación. Y mi gratitud reside en poder ser su colaborador: sanar no solo el cuerpo, sino también tocar las heridas del alma", explica.

La Madre Eufrosina disfruta como pediatra y ve a Dios actuar en los hospitales y el amor maternal / Foto: UGCC.UA

El trabajo con las familias

Su congregación, con comunidades en Leópolis, Kiev, Hoshev, Chortkiv, Ternopil y una oficina en Francia, dedican mucho esfuerzo a la catequesis de niños y jóvenes y a la organización de grupos de fe y retiros, con muchos campamentos cuando llega el buen tiempo. "No tenemos vacaciones en verano, porque trabajamos todo el verano", dicen ellas con una sonrisa.

Antes de la guerra, organizaban encuentros para familias, para que los esposos pasaran un rato juntos, aprendiendo herramientas de matrimonio y familia, con los niños a mano. Pero con la guerra estos encuentros casi han desaparecido. Muchos monasterios están llenos de desplazados, casi siempre mujeres solas con niños o ancianos. Los hombres están en el frente o trabajan duro en retaguardia: es difícil reunir a las familias. Pero en cuanto puedan, quieren retomar esos encuentro: fortalecer las familias es fortalecer la sociedad.

La catequesis y los campamentos tienen sus gastos, y muchos niños, especialmente los de campo, son muy pobres para cubrirlos. Por eso, las religiosas pusieron en marcha una empresa social: producción de pasta artesana para comer y cultivo de champiñones y setas. No fue fácil empezar, pero hoy ambas iniciativas son estables y sustentan un gran monasterio y una casa de retiro. Eso implica pagar también el transporte a los pueblos, ayudar a familias en apuros y, con la guerra, tratar de ayudar a militares heridos o en circunstancias precarias.

"Hay familias a las que ayudamos regularmente y otras que reciben apoyo puntual. Durante la guerra, la asistencia a los militares adquirió un enfoque especial: les proporcionamos ropa de alta calidad, alimentos y el equipo necesario, y también participamos en el tratamiento de los heridos. Nuestra ayuda no se basa en solicitudes formales. Las hermanas simplemente comparten lo que conocen durante su ministerio pastoral, y nosotras intentamos responder", detalla la Madre Eufrosina.

En el orfanato

Desde 2007 la congregación mantiene un pequeño orfanato en Bibrka. "Oficialmente, el número de residentes no debería superar los 10, pero en la práctica puede variar. El estado proporciona alojamiento a los graduados, pero las hermanas suelen apoyarlos incluso después de que se marchan de casa", explica.

Las religiosas de la Sagrada Familia en Ucrania trabajan con huérfanos y niños en general / Foto: UGCC.UA

"Los niños viven con las religiosas como una familia normal: van a la escuela, tienen responsabilidades y asisten a clubes. La comunidad cuenta con atención de enfermería y apoyo de sacerdotes y residentes locales. Los niños más pequeños suelen tener entre 3 y 8 años. Los grupos son mixtos: niños y niñas de diferentes edades". De nuevo, tienen un coste económico, pero "personas anónimas traen comida u otros artículos necesarios".

La congregación, con tantas tareas distintas, sabe que la oración es la base que lo unifica todo. "Las hermanas desempeñan diferentes tareas, pero todas son fruto de la oración, el amor a Dios y el apoyo mutuo en la comunidad. Una buena gestión también es fundamental: cada ministerio principal cuenta con una hermana de apoyo, de modo que, si es necesario, otra hermana pueda reemplazarla, ya sea temporalmente o incluso por un período más largo. Gracias al ambiente de confianza, amor y comprensión mutua, estos reemplazos se realizan con facilidad, ya que las hermanas siempre comparten su experiencia y conocimientos".

Los retos de la guerra

La guerra ha afectado todos los ámbitos de la vida de la comunidad. La abadesa, como superiora, debe tomar decisiones difíciles: si dejar a las hermanas en lugares peligrosos o reubicarlas, pues se trata de su seguridad y de su vida. El mayor reto es acompañar a las personas en su dolor y pérdida, compartir el sufrimiento y, al mismo tiempo, mantener la fe y la confianza en Dios.

Vocación: cómo servir a Dios

A los jóvenes que buscan su camino en la vida les dice: "No hay que temer a los caminos difíciles. La vida es un regalo, pero solo se abre cuando uno está dispuesto a aprender, trabajar, crecer y asumir responsabilidades. Es importante construirla sobre valores sólidos, sobre Dios. La vida cristiana no limita, sino que abre la profundidad y la verdadera libertad. Quien ora, busca y aprende a amar, encuentra su felicidad".

A quienes exploran la posibilidad de una vocación monástica les explica: "El miedo a lo desconocido es natural, pero no debes dejar que te detenga. Si el Señor te llama, debes dar el paso. No tenía todas las respuestas a mis veinte años, pero sentí el llamado y fui. Algunas dificultades pasan, otras se pueden aprender a superar. Lo principal es confiar en Dios".

En el caso de su congregación, "cada hermana tiene espacio para desarrollarse: en la educación, el servicio o la profesión, incluyendo la medicina. Aquí se enseña a no temer a los errores y a ser paciente en el camino hacia la meta".

martes, 28 de octubre de 2025

Mayeul Besson vio morir a 10 soldados en Afganistán: «Perdí la fe en Dios, pero la recuperé y me dio la fuerza para recuperarme; comprendí que Dios no previene el mal, pero nos ayuda a superarlo; ahí reside su poder»


Mayeul Besson mira al vacío después de la emboscada de Uzbinen en Afganistán, 2008 / Con la autorización de Mayeul Besson

* «Durante la lucha, llevaba mi rosario en el bolsillo.Al ascender el paso de noche, a veces lo apretaba con fuerza en la mano. Ver los primeros cuerpos, a veces horriblemente mutilados, fue horroroso. Estamos preparados para luchar. No para recoger los cuerpos de nuestros compañeros. Cada vez que encontrábamos a uno de nuestros compañeros caídos, se abría una herida en nuestro interior. Los conocía muy bien. Vivíamos juntos todos los días. Sanar me llevó años. El psiquiatra, mi familia, mis amigos y la fe; todo esto me ayudó a recuperarme. La fe no me quitó el sufrimiento, me dio la fuerza para levantarme» 

Camino Católico.- Mayeul Besson, exparacaidista del 8.º Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina (RPIMa), es uno de los supervivientes de la mortífera emboscada de Uzbin en Afganistán, donde diez soldados franceses perdieron la vida el 18 de agosto de 2008. Este hombre de 40 años le cuenta su traumática experiencia de guerra y sufrimiento, que finalmente transformó su vida de fe. "La fe no borró mi sufrimiento; me dio la fuerza para recuperarme", afirma.

"¿Cómo puede Dios aceptar esto?" Cuántas personas se hacen esta pregunta a lo largo de su vida, ante el sufrimiento y la muerte: quienes no creen en nada, quienes buscan, quienes han recibido la fe. Mayeul se planteó esta pregunta el 18 de agosto de 2008. 

Uzbin, Afganistán. Bajo una lluvia de balas, el joven cabo de 22 años escapó por poco de la muerte. Sus compañeros no tuvieron tanta suerte: diez de ellos perecieron en una feroz batalla contra los talibanes. Algunos tenían menos de veinte años. Mayeul, mientras tanto, se moría de adentro hacia afuera. "Perdí la fe por culpa de Uzbin. Pero la recuperé con más fuerza que nunca gracias a Uzbin", declara a Cécile Séveirac en Aleteia el exparacaidista, ahora de 40 años. 

Mayeul nació en Saumur, una ciudad guarnición, el tercero de seis hermanos. No tenía antecedentes militares: su madre era ama de casa y su padre, periodista. Su amor por la naturaleza y su deseo de servir a su país lo dividían: dudaba entre la Oficina Nacional Forestal y el Ejército francés. Pero finalmente se decantó por este último.

El 1 de febrero de 2005, a los 19 años, se alistó durante cinco años en el 8.º Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina (RPIMa) en Castres, como suboficial. Se unió a los Boinas Rojas, uno de los regimientos de élite del Ejército. Tras completar su entrenamiento, sus primeras misiones se sucedieron. Mayeul fue enviado varias veces a África. Gabón, la República Democrática del Congo (RDC), el Sahel… Nada podía compararse con lo que le esperaba en este valle de Uzbin, en lo profundo de las áridas montañas de Afganistán. "Entre África y Afganistán hay una brecha enorme. Pasamos de misiones de paz a misiones de guerra", explica Mayeul a Aleteia. "Allí, sabíamos que nuestros compañeros caían en combate". 

Mayeul Besson en Afganistán, 2008 / Con la autorización de Mayeul Besson

A los 22 años, Mayeul era como sus jóvenes camaradas: estaba entusiasmado. "Íbamos a jugar en las grandes ligas. La adrenalina se apoderaba de la aprensión". La euforia se apaciguó cuando, antes de partir de Francia, el joven tuvo que redactar su testamento. "Escribir las últimas voluntades a los 22 años no era lo habitual. Era algo muy desestabilizador, pero era necesario", confiesa Mayeul.

Sus superiores lo preparaban así para la dura realidad inherente a la vocación militar: la muerte era una opción. "Tras una preparación muy intensa en Castres, al momento de la partida, el comandante del cuerpo nos reunió en el regimiento. Nos dijo: 'Haré todo lo posible, pero no puedo prometer traerlos a todos con vida'".

Mayeul se embarcó hacia Kabul. Francia interviene en Afganistán como parte de la Operación Pamir para apoyar a la OTAN y proteger a la población de los alrededores de Kabul frente a la insurgencia talibán. Sobre el terreno, el 8.º RPIMA realiza patrullas, protege bases y convoyes, y apoya al ejército afgano. Los combates son frecuentes y asimétricos, con emboscadas, fuego indirecto y artefactos explosivos improvisados. Mayeul era el operador de radio de su sección. El inicio de su operación en el extranjero (OPEX) transcurre sin grandes enfrentamientos. 

Muerte en la cara

El 18 de agosto de 2008, todo cambió: la sección Carmin 2 del 8.º RPIMa sufrió una emboscada mientras intentaba asegurar un paso en el valle de Uzbin, en el distrito de Surobi, al este de Kabul. La sección Carmin 3 de Mayeul permaneció en la base de retaguardia para reunirse con un general estadounidense y actuar como QRF (Fuerza de Reacción Rápida): listos para partir primero en caso de problemas. Mayeul descansó un poco antes de que su teniente lo despertara. "Carmin 2 está bajo fuego, nos vamos". En el VAB (Vehículo Blindado del Frente, nota del editor), Mayeul recibió mensajes, cada uno más preocupante que el anterior. "Estamos iniciando la RCP", "el cabo (...) ha muerto". "Es un momento muy violento: somos diez en el VAB, todos pueden oír lo que dicen. Algunos fuman, otros vomitan, estamos revisando nuestro equipo. La adrenalina está a tope".

Ceremonia conmemorativa en Kabul, tres días después de la emboscada / Con la autorización de Mayeul Besson

Unos cientos de metros antes de la zona objetivo, un diluvio de fuego cayó sobre la cohorte. Los hombres salieron de los vehículos antes de que se convirtiera en su ataúd. "Salimos a campo abierto; fue el comienzo de la guerra para nosotros. Hubo tiroteos incesantes, desde la 1 p. m. hasta las 9 p. m.", recuerda Mayeul.

Para colmo, el ejército afgano abandonó la posición, dejando a los franceses solos contra los talibanes. "Éramos sesenta al principio, pero terminamos con unos treinta, atrapados tras las rocas todo el día debido a la intensidad del fuego", continúa Mayeul. Rápidamente, el mando les pidió a los hombres que contuvieran el fuego, privados de suministros.

Mayeul recibió una bala en la mochila, a diez centímetros de la columna vertebral. Un cohete impactó a cinco metros de su posición. Los paracaidistas no se rindieron, a pesar del calor de 42 grados a la sombra, los 30 kilos que cargaban a sus espaldas y la falta de munición y agua. "Durante la lucha, llevaba mi rosario en el bolsillo", escribió Mayeul en su libro El camino del soldado . "Al ascender el paso de noche, a veces lo apretaba con fuerza en la mano".

Shock postraumático

El saldo humano fue dramático: 10 muertos y 21 heridos en el lado francés. Este fue el comienzo del shock postraumático para Mayeul y muchos de sus compañeros. "Ver los primeros cuerpos, a veces horriblemente mutilados, fue horroroso. Estamos preparados para luchar. No para recoger los cuerpos de nuestros compañeros", dice Mayeul.

Estos muertos no eran solo compañeros, sino amigos. Compañeros de armas. "Cada vez que encontrábamos a uno de nuestros compañeros caídos, se abría una herida en nuestro interior. Los conocía muy bien. (...) Vivíamos juntos todos los días", escribió Mayeul.

Entre los primeros cuerpos estaba el de Julien Lepin. Mayeul, quien hasta entonces había logrado mantener la calma, sintió un inmenso dolor que lo invadía. El día anterior, con Julien, había asistido a la Misa oficiada por el obispo a los ejércitos en la base. "Me dijo que no sabía si estaba listo para morir. Al día siguiente, murió de un disparo en la cabeza y la pierna. Me dije a mí mismo que al menos había asistido a una Misa antes de morir", suspira Mayeul.

Mayeul Besson en el valle de Surrobi, al este de Kabul / Con la autorización de Mayeul Besson

Los supervivientes reabastecieron sus municiones. Con otros cinco hombres de su sección, Mayeul bajó para recuperar los cuerpos de los caídos en combate. Sin camillas, el viaje se realizó a duras penas. Mayeul cargó los restos de Julien sobre su espalda. El recuerdo de la sangre de su amigo corriendo por su brazo aún le daba escalofríos. Los cuerpos fueron colocados en la cresta, en bolsas para cadáveres, antes de ser transportados en helicóptero a Kabul. "Vimos despegar el avión. 'Adiós, chicos, nos vemos allá arriba'. Como decimos entre paracaidistas: un paracaidista nunca muere, solo está dando su último salto".

Noches de insomnio, noche del alma

Una vez repatriado a la base de operaciones, Mayeul se hundió. "Tengo pocos recuerdos de los días siguientes. Era un agujero negro. Un psiquiatra militar nos seguía a todos", explica Mayeul. El descenso al infierno continuó: temblores, miedo a la oscuridad, pesadillas, sobresaltos al menor ruido, hipervigilancia... De vuelta en Francia, Mayeul se aisló de sus seres queridos.

"Me encerré en mí mismo. Y fue entonces cuando perdí la fe en Dios. Sentí una profunda indignación, incapaz de creer que Dios existiera dado lo que había sucedido", confiesa.

Finalmente, durante un retiro sugerido por su padre en la abadía benedictina de Sainte-Marie de la Garde, cerca de Agen, Mayeul reconectó con Dios. Al principio, se resistió. "¿Para qué? Dios nos abandonó en Afganistán", se dijo Mayeul. Sin embargo, la idea echó raíces. "Quizás fui yo quien lo abandonó allí, entre cenizas y sangre...".

Se encontró con un monje, exsoldado. Caminaron juntos y conversaron largamente. "Su serenidad era desarmante, como si nada pudiera perturbarlo. No intentó convencerme, no me abrumó con respuestas prefabricadas", recuerda Mayeul. "Le dije lo enfadado que estaba, que no entendía por qué Dios había permitido que esto sucediera". El monje simplemente respondió: Dios no manipula al hombre, lo deja libre, y esta libertad también implica la posibilidad del mal. Mayeul recuperó lentamente la paz. "Por primera vez, dejé de luchar con este vacío". Al regresar a Castres, el paracaidista volvió a la oración. "Fue lento, pero así fue como reencontré con mi fe".


Ceremonia conmemorativa en Kabul, tres días después de la emboscada Mayeul Besson

Decidido a completar el servicio militar, decidió terminar su contrato. "Para mí era importante perseverar, ponerme el uniforme de faena y la boina por última vez".

En 2010, dejó el ejército y se reentrenó en seguridad privada en el extranjero, especialmente en la lucha contra la piratería marítima. En 2019, se unió a la policía nacional. "Trabajé seis años en París, en BRAV-M. Hoy estoy destinado en Mayotte". Sin embargo, la transición a la vida civil no ha borrado las cicatrices.

"Sanar me llevó años. El psiquiatra, mi familia, mis amigos y la fe; todo esto me ayudó a recuperarme. La fe no me quitó el sufrimiento, me dio la fuerza para levantarme"

Para él, la experiencia del fuego no destruyó su identidad: lo moldeó. "El ejército me inculcó valores esenciales: coraje, lealtad, fidelidad. Pude vivirlos en carne propia. Este camino de sanación, tanto psicológica como espiritual, me fortaleció".

Lo que ahora llama su "renacimiento espiritual" se construyó lentamente, entre dudas y noches de insomnio. "Antes, mi fe era más rutinaria. Después de Afganistán, se volvió más profunda. No borró mi sufrimiento, me dio la fuerza para recuperarme. Comprendí que Dios no previene el mal, pero nos ayuda a superarlo. Ahí reside su poder."

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Papa Francisco: «La esperanza es un don que Dios nos ofrece cada día y hay que acoger; Es esperar algo que ya se nos ha dado: la salvación en el amor eterno e infinito de Dios»

* «Dios nos es fiel, nuestra tarea es responder a esa fidelidad. Pero cuidado: no somos nosotros quienes generamos esta fidelidad, es un don de Dios que actúa en nosotros si nos dejamos modelar por su fuerza de amor, el Espíritu Santo que actúa como un soplo de inspiración en nuestros corazones. Nos corresponde, pues, invocar este don: ‘¡Señor, concédeme serte fiel en la esperanza!’»    

Camino Católico.-  Publicamos el texto íntegro, -avanzado por Vatican News- del prefacio de Francisco al libro "La esperanza es una luz en la noche", una antología de meditaciones del Pontífice publicada por LEV sobre la "humilde virtud" en vista del Año Santo: "Entrenémonos a reconocer la esperanza, nos asombraremos de cuánto bien existe en el mundo". Así lo explica el Santo Padre:

Portada del libro del Papa Francisco "La esperanza es una luz en la noche"

El Jubileo de 2025, Año Santo que he querido dedicar al tema "Peregrinos de la esperanza", es una ocasión propicia para reflexionar sobre esta virtud cristiana fundamental y decisiva. Sobre todo en tiempos como los que estamos viviendo, en los que la tercera guerra mundial en pedazos que se desarrolla ante nuestros ojos puede llevarnos a asumir actitudes de sombrío desaliento y de mal disimulado cinismo.

La esperanza, en cambio, es un don y una tarea para todo cristiano. Es un don porque es Dios quien nos la ofrece. Esperar, en efecto, no es un mero acto de optimismo, como cuando a veces esperamos aprobar un examen en la universidad ("Esperemos que lo consigamos") o esperamos que haga buen tiempo para salir de viaje un domingo de primavera ("Esperemos que haga buen tiempo"). No, esperar es esperar algo que ya se nos ha dado: la salvación en el amor eterno e infinito de Dios. Ese amor, esa salvación que da sabor a nuestro vivir y que constituye el gozne sobre el que el mundo se mantiene en pie, a pesar de todas las maldades y nefandades causadas por nuestros pecados de hombres y mujeres. Esperar, pues, es acoger este don que Dios nos ofrece cada día. Esperar es saborear la maravilla de ser amados, buscados, deseados por un Dios que no se ha encerrado en sus cielos impenetrables, sino que se ha hecho carne y sangre, historia y días, para compartir nuestra suerte.

La esperanza es también una tarea que los cristianos tienen el deber de cultivar y poner en valor para el bien de todos sus hermanos y hermanas. La tarea consiste en permanecer fieles al don recibido, como acertadamente observó Madeleine Delbrêl, una mujer francesa del siglo XX, capaz de llevar el Evangelio a las periferias, tanto geográficas como existenciales, del París de mediados de siglo, marcado por la descristianización. Madeleine Delbrêl escribió: "La esperanza cristiana nos asigna como lugar esa estrecha línea de cresta, esa frontera donde nuestra vocación exige que optemos, cada día y cada hora, por ser fieles a la fidelidad de Dios para con nosotros". Dios nos es fiel, nuestra tarea es responder a esa fidelidad. Pero cuidado: no somos nosotros quienes generamos esta fidelidad, es un don de Dios que actúa en nosotros si nos dejamos modelar por su fuerza de amor, el Espíritu Santo que actúa como un soplo de inspiración en nuestros corazones. Nos corresponde, pues, invocar este don: "¡Señor, concédeme serte fiel en la esperanza!".

He dicho que esperar es un don de Dios y una tarea de los cristianos. Y vivir la esperanza requiere una "mística de los ojos abiertos", como la llamaba el gran teólogo Joseph-Baptist Metz: saber discernir, en todas partes, las pruebas de la esperanza, la irrupción de lo posible en lo imposible, la gracia allí donde parecería que el pecado ha erosionado toda confianza. Hace algún tiempo tuve la oportunidad de dialogar con dos testigos excepcionales de la esperanza, dos padres: uno israelí, Rami, y otro palestino, Bassam. Ambos han perdido a sus hijas en el conflicto que ensangrienta Tierra Santa desde hace ya demasiadas décadas. Pero sin embargo, en nombre de su dolor, del sufrimiento que sintieron por la muerte de sus dos pequeñas hijas -Smadar y Abir- se han convertido en amigos, más aún, en hermanos: viven el perdón y la reconciliación como un gesto concreto, profético y auténtico. Conocerlos me dio tanta, tanta esperanza. Su amistad y fraternidad me enseñaron que el odio, concretamente, puede no tener la última palabra. La reconciliación que experimentan como individuos, profecía de una reconciliación mayor y más amplia, es un signo invencible de esperanza. Y la esperanza nos abre a horizontes impensables.

Invito a cada lector de este texto a realizar un gesto sencillo pero concreto: por la noche, antes de acostarse, repasando los acontecimientos que ha vivido y los encuentros que ha tenido, vaya en busca de un signo de esperanza en el día que acaba de terminar. Una sonrisa de alguien de quien no se lo esperaban, un acto de gratuidad observado en la escuela, una amabilidad encontrada en el lugar de trabajo, un gesto de ayuda, aunque sea pequeño: la esperanza es, en efecto, una "virtud infantil", como escribió Charles Péguy. Y tenemos que volver a ser niños, con sus ojos asombrados sobre el mundo, para encontrarlo, conocerlo y apreciarlo. Entrenémonos a reconocer la esperanza. Entonces podremos maravillarnos de todo lo bueno que existe en el mundo. Y nuestro corazón se iluminará de esperanza. Entonces podremos ser faros de futuro para quienes nos rodean.

Ciudad del Vaticano, 2 de octubre de 2024

Francisco


Fotos: Vatican Media, 6-11-2024

martes, 28 de mayo de 2024

Papa Francisco pide en junio 2024 que «oremos por los que huyen de su país»


* «Al drama que viven las personas forzadas a abandonar su tierra huyendo de guerras o de la pobreza, se une muchas veces el sentimiento de desarraigo, de no saber a dónde se pertenece. Los cristianos no podemos compartir esta mentalidad. El que acoge a un migrante, acoge a Cristo»

28 de mayo de 2024.-  (Camino Católico “Oremos para que los migrantes que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligro y violencia, encuentren aceptación y nuevas oportunidades en la vida”, pide el Santo Padre en el  “Video del Papa” para el mes de junio del 2024.

El Pontífice explica que “debemos promover una cultura social y política que proteja los derechos y la dignidad del migrante. Y que los promueva en sus posibilidades de desarrollo. Y que los integre. A un migrante hay que acompañarlo, promoverlo e integrarlo”. El texto completo de las palabras de Francisco en  “el Video del Papa” es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas quisiera que en este mes oremos por los que huyen de su país.

Al drama que viven las personas forzadas a abandonar su tierra huyendo de guerras o de la pobreza, se une muchas veces el sentimiento de desarraigo, de no saber a dónde se pertenece.

Además, en algunos países de llegada, los migrantes son vistos con alarma, con miedo. 

Aparece entonces el fantasma de los muros: muros en la tierra que separan a las familias y muros en el corazón.

Los cristianos no podemos compartir esta mentalidad. El que acoge a un migrante, acoge a Cristo.

Debemos promover una cultura social y política que proteja los derechos y la dignidad del migrante. Y que los promueva en sus posibilidades de desarrollo. Y que los integre.

A un migrante hay que acompañarlo, promoverlo e integrarlo.

Oremos para que los migrantes que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligro y violencia, encuentren aceptación y nuevas oportunidades en la vida.

Francisco

jueves, 1 de febrero de 2024

Papa Francisco en mensaje para la Cuaresma: «Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios y ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor»

 


* «No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud»

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sábado, 13 de enero de 2024

El Papa en mensaje para Jornada del Enfermo: «Cuidemos a quienes sufren y están solos y con el amor que Cristo nos da sanemos las heridas de la soledad y del aislamiento»

 


* «El primer cuidado del que tenemos necesidad en la enfermedad es el de una cercanía llena de compasión y de ternura. Por eso, cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás —familiares, amigos, personal sanitario—, con la creación y consigo mismo. ¿Es esto posible? Claro que es posible, y todos estamos llamados a comprometernos para que sea así»

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