«Justo antes de abrirme las venas, yo, que no creía ni en Dios ni en el demonio, grité al cielo… Ese grito liberó todas las lágrimas que no había derramado nunca. Experimenté entonces un encuentro con ese Dios al que no conocía. Para mí, que no había ido nunca a catecismo, era Jesús quien venía a liberarme de mis caídas interiores. Sentí una paz inmensa y comencé a creer que alguien me amaba»
* «Me senté allí, en silencio. Y rompiendo ese silencio oí la voz clara de Dios. Supe que era Dios porque decía cosasmás bien proféticas a las que yo reaccionaba diciendo: '¿Cómo? ¿Estás de broma?' Quedé transformado, con mi corazón sacudido. Fue como un contacto directo con Dios, me asustó. Poco después fui a confesarme, por primera vez en 20 años. Y me quebranté, con lágrimas. El cura me decía: 'vale, está bien, no pasa nada'. Yo sentía un arrepentimiento extremo por haberme alejado de Dios»