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viernes, 27 de junio de 2025

Papa León XIV a sacerdotes: «Solo quien vive en amistad con Cristo impregnado de su Espíritu puede anunciar con autenticidad, consolar con compasión y guiar con sabiduría»

* «El sacerdote, de hecho, es un amigo del Señor, llamado a vivir con Él una relación personal y confidencial, alimentada por la Palabra, la celebración de los sacramentos y la oración diaria. Esta amistad con Cristo es el fundamento espiritual del ministerio ordenado, el sentido de nuestro celibato y la energía del servicio eclesial al que dedicamos nuestra vida; nos sostiene en los momentos de prueba y nos permite renovar cada día el “sí” pronunciado al inicio de la vocación»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la meditación del Santo Padre

* «Nuestro tiempo nos desafía, muchos parecen haberse alejado de la fe, pero en lo profundo de muchas personas, especialmente de los jóvenes, hay sed de infinito y de salvación. Muchos experimentan como una ausencia de Dios, pero cada ser humano está hecho para Él, y el designio del Padre es hacer de Cristo el corazón del mundo»

Camino Católico.- “Sólo quien vive en amistad con Cristo y está impregnado de su Espíritu puede anunciar con autenticidad, consolar con compasión y guiar con sabiduría. Esto requiere escucha profunda, meditación y una vida interior rica y ordenada”. Lo ha subrayado el Papa León XIV en un encuentro internacional con los sacerdotes encargados de la pastoral vocacional y la formación en los seminarios, que se ha celebrado en el Auditorium Conciliazione de Roma, en el marco del Jubileo de los Seminaristas y de los Sacerdotes, en la tarde del miércoles 26 de junio.

El encuentro “Sacerdotes Felices” ha sido organizado por el Dicasterio para el Clero con el tema del Evangelio de Juan: “Los he llamado amigos”. También ha estado presente el Cardenal Lazzaro You Heung-sik, prefecto del Dicasterio vaticano, al que el Pontífice ha agradecido por su labor “amplia y preciosa”, que a menudo se desarrolla “en silencio y discreción”.

El Pontífice ha recordado a los numerosos sacerdotes mártires, ha pedido una formación que fuera un camino de relación con el Señor y ha hablado de la crisis vocacional, afirmando que “Dios sigue llamando”. La invitación es a crear “ambientes y formas de pastoral juvenil imbuidas del Evangelio”, ya que muchos jóvenes parecen estar lejos de la fe.

El Papa León XIV ha llegado poco después de las 17:00 h, tras regresar de la Secretaría General del Sínodo, donde se ha reunido con los miembros del Consejo Ordinario. Entra por la escalera central del Auditorio y es recibido con una larga ovación por las aproximadamente 1700 personas presentes, acompañada de los habituales gritos de "¡Viva el Papa!" y "¡Papa León XIII!". En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:




MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO INTERNACIONAL

Sacerdotes felices: «Os he llamado amigos» (Jn 15,15)

PROMOVIDO POR EL DICASTERIO PARA EL CLERO

Auditorio de la Conciliazione, Roma

Jueves, 26 de junio de 2025

Comencemos con la señal de la cruz, ya que todos estamos aquí porque Cristo, que murió y resucitó, nos ha dado la vida y nos ha llamado a servir. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con ustedes!

[Saludo del cardenal Lazzaro You Heung-sik, Prefecto del Dicasterio para el Clero]

Queridos hermanos en el sacerdocio,

queridos formadores, seminaristas, animadores vocacionales, amigos en el Señor:

Es para mí una gran alegría estar hoy aquí con ustedes. En el corazón del Año Santo, juntos queremos dar testimonio de que es posible ser sacerdotes felices, porque Cristo nos ha llamado, Cristo nos ha hecho sus amigos (cf. Jn 15,15); es una gracia que queremos acoger con gratitud y responsabilidad.

Deseo agradecer al cardenal Lazzaro y a todos los colaboradores del Dicasterio para el Clero por su servicio generoso y competente; un trabajo vasto y valioso, que a menudo se lleva a cabo en silencio y con discreción y que produce frutos de comunión, formación y renovación.

Con este momento de intercambio fraterno, un intercambio internacional, podemos valorizar el patrimonio de experiencias ya maduradas, fomentando la creatividad, la corresponsabilidad y la comunión en la Iglesia, para que lo que se siembra con dedicación y generosidad en tantas comunidades pueda convertirse en luz y estímulo para todos.

Las palabras de Jesús: «Yo los llamo amigos» (Jn 15,15) no sólo son una declaración afectuosa hacia los discípulos, sino una auténtica clave para comprender el ministerio sacerdotal. El sacerdote, de hecho, es un amigo del Señor, llamado a vivir con Él una relación personal y confidencial, alimentada por la Palabra, la celebración de los sacramentos y la oración diaria. Esta amistad con Cristo es el fundamento espiritual del ministerio ordenado, el sentido de nuestro celibato y la energía del servicio eclesial al que dedicamos nuestra vida; nos sostiene en los momentos de prueba y nos permite renovar cada día el “sí” pronunciado al inicio de la vocación.

En particular, queridos hermanos, me gustaría extraer tres implicaciones de esta palabra clave para la formación al ministerio sacerdotal.

En primer lugar, la formación es un camino de relación. Convertirse en amigos de Cristo significa formarse en la relación, no sólo en las competencias. La formación sacerdotal, por lo tanto, no puede reducirse a la adquisición de nociones, sino que es un camino de familiaridad con el Señor que involucra a toda la persona: el corazón, la inteligencia, la libertad, y la moldea a imagen del Buen Pastor. Sólo quien vive en amistad con Cristo y está impregnado de su Espíritu puede anunciar con autenticidad, consolar con compasión y guiar con sabiduría. Esto requiere una escucha profunda, meditación y una vida interior rica y ordenada.

En segundo lugar, la fraternidad es un estilo esencial de la vida presbiteral. Convertirse en amigos de Cristo implica vivir como hermanos entre sacerdotes y entre obispos, no como competidores o de forma individualista. La formación debe ayudar a construir vínculos sólidos en el presbiterio como expresión de una Iglesia sinodal, en la que se crece juntos compartiendo las fatigas y las alegrías del ministerio. De hecho, ¿cómo podríamos nosotros, ministros, ser constructores de comunidades vivas, si no reinara ante todo entre nosotros una fraternidad efectiva y sincera?

Además, formar sacerdotes amigos de Cristo significa formar hombres capaces de amar, escuchar, orar y servir juntos. Por eso es necesario especialmente cuidar la preparación de los formadores, porque la eficacia de su trabajo depende ante todo del ejemplo de vida y de la comunión entre ellos. La misma institución de los seminarios nos recuerda que la formación de los futuros ministros ordenados no puede llevarse a cabo de manera aislada, sino que requiere la participación de todos los amigos y las amigas del Señor que viven como discípulos misioneros al servicio del Pueblo de Dios.

A este respecto, quisiera decir también unas palabras sobre las vocaciones. A pesar de los signos de crisis que atraviesan la vida y la misión de los presbíteros, Dios sigue llamando y permanece fiel a sus promesas. Es necesario que haya espacios adecuados para escuchar su voz. Por eso son importantes los ambientes y las formas de pastoral juvenil impregnadas del Evangelio, donde puedan manifestarse y madurar las vocaciones a la entrega total de sí. ¡Tengan el valor de hacer propuestas fuertes y liberadoras! Al mirar a los jóvenes que en nuestro tiempo dicen su generoso “aquí estoy” al Señor, todos sentimos la necesidad de renovar nuestro “sí”, de redescubrir la belleza de ser discípulos misioneros en el seguimiento de Cristo, el Buen Pastor.

Queridos hermanos, celebramos este encuentro en la víspera de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús: es de esta “zarza ardiente” de donde proviene nuestra vocación; es de esta fuente de gracia de donde queremos dejarnos transformar.

La Encíclica del Papa Francisco Dilexit nos, si bien es un don precioso para toda la Iglesia, lo es de manera especial para nosotros, los sacerdotes. Esta nos interpela con fuerza, nos pide que custodiemos juntos la mística y el compromiso social, la contemplación y la acción, el silencio y el anuncio. Nuestro tiempo nos desafía, muchos parecen haberse alejado de la fe, pero en lo profundo de muchas personas, especialmente de los jóvenes, hay sed de infinito y de salvación. Muchos experimentan como una ausencia de Dios, pero cada ser humano está hecho para Él, y el designio del Padre es hacer de Cristo el corazón del mundo.

Por eso queremos recuperar juntos el impulso misionero. Una misión que propone con valentía y amor el Evangelio de Jesús. A través de nuestra acción pastoral, es el Señor mismo quien cuida de su rebaño, reúne a los dispersos, se inclina sobre los heridos, sostiene a los desanimados. Imitando el ejemplo del Maestro, crecemos en la fe y nos convertimos así en testigos creíbles de la vocación que hemos recibido. Cuando uno cree, se nota, la felicidad del ministro refleja un verdadero encuentro con Cristo, que lo sostiene en la misión y en el servicio.

Queridos hermanos en el sacerdocio, ¡gracias a ustedes que han venido desde lejos! Gracias a cada uno por su entrega cotidiana, especialmente en los lugares de formación, en las periferias existenciales y en los lugares difíciles, a veces peligrosos. Al recordar a los sacerdotes que han dado su vida, incluso hasta derramar su sangre, renovamos hoy nuestra disponibilidad a vivir sin reservas un apostolado de compasión y alegría.

¡Gracias por lo que son!, porque recuerdan a todos que es hermoso ser sacerdotes, y que cada llamada del Señor es ante todo una llamada a su alegría. No somos perfectos, pero somos amigos de Cristo, hermanos entre nosotros e hijos de su tierna Madre María, y esto nos basta.

Dirijámonos al Señor Jesús, a su Corazón misericordioso que arde de amor por cada persona. Pidámosle la gracia de ser discípulos misioneros y pastores según su voluntad: buscando a los que están perdidos, sirviendo a los pobres, guiando con humildad a los que nos han sido confiados. Que su Corazón inspire nuestros planes, transforme nuestros corazones y nos renueve en la misión. Los bendigo con afecto y rezo por todos ustedes.

[Un sacerdote le pregunta al Santo Padre si puede abrazarlo]

¡Que sea uno que represente a todos!, porque después los demás también querrán un abrazo. ¿Están de acuerdo? [Los sacerdotes responden: ¡Sí!] ¡Uno en nombre de todos! Entonces, ¡uno en nombre de todos!

[en español] ¡Que levante la mano quien viene de América Latina!

[en inglés] ¿Cuántos vienen de África?... ¿Cuántos de Asia?... ¿De Europa?... ¿De Estados Unidos?...

[Llega el sacerdote, se presenta y abraza al Santo Padre]

En representación de todos los presentes en este momento.

[en español] Para concluir, proponemos un momento de oración. [en italiano] Un momento muy breve, pero lo que he dicho antes en mis palabras es muy importante. Quiero subrayar la importancia de la vida espiritual del sacerdote. Tantas veces, cuando necesitamos ayuda: busquen un buen «acompañante», un director espiritual, un buen confesor. Nadie aquí está solo. Y aunque estés trabajando en la misión más lejana, ¡nunca estás solo! Traten de vivir lo que el Papa Francisco llamaba tantas veces la «cercanía»: cercanía con el Señor, cercanía con el obispo o el superior religioso, y cercanía también entre ustedes, porque realmente deben ser amigos, hermanos; vivir esta hermosa experiencia de caminar juntos sabiendo que estamos llamados a ser discípulos del Señor. Tenemos una gran misión y juntos podemos llevarla a cabo. Contemos siempre con la gracia de Dios, también con mi cercanía, y juntos podremos ser verdaderamente esta voz en el mundo. ¡Gracias!

Entonces, recemos juntos: Padre nuestro...

Y a María, nuestra Madre, digamos: Ave María...

[Bendición]

¡Felicidades a todos! ¡Que Dios los bendiga siempre!

Papa León XIV




Fotos: Vatican Media, 26-6-2025

miércoles, 25 de junio de 2025

Papa León XIV a los obispos, 25-6-2025: «Ser testigo de esperanza con el ejemplo de una vida firmemente anclada en Dios e identificada con Cristo y totalmente dedicada al servicio de la Iglesia»


* «Anunciar que la esperanza no defrauda significa ir a contracorriente, incluso contra la evidencia de situaciones dolorosas que parecen no tener salida. Pero es precisamente en esos momentos cuando mejor se manifiesta que nuestra fe y nuestra esperanza no provienen de nosotros mismos, sino de Dios. Y entonces, si somos verdaderamente cercanos, solidarios con quienes sufren, el Espíritu Santo puede reavivar en los corazones la llama que ya casi se había apagado»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la meditación traducida al español del Papa León XIV

* «Cuando las familias llevan cargas excesivas y las instituciones públicas no las sostienen adecuadamente; cuando los jóvenes están decepcionados y hartos de mensajes falsos; cuando los ancianos y las personas con discapacidades graves se sienten abandonados, el obispo está cerca y no ofrece recetas, sino la experiencia de comunidades que tratan de vivir el Evangelio con sencillez y compartiendo con generosidad»

25 de junio de 2025.- (Camino Católico).- “Para guiar a la Iglesia confiada a nuestros cuidados, debemos dejarnos renovar profundamente por Él, el Buen Pastor”: con estas palabras, el Papa León XIV se ha dirigido a los cerca de 300 obispos llegados a Roma con motivo de su Jubileo, con quienes se reunió en la mañana de hoy, miércoles 25 de junio, en la basílica vaticana.

Además les ha subrayado: “El pastor es testigo de esperanza con el ejemplo de una vida firmemente anclada en Dios y totalmente dedicada al servicio de la Iglesia. Y esto ocurre en la medida en que se identifica con Cristo en su vida personal y en su ministerio apostólico, entonces el Espíritu del Señor da forma a su manera de pensar, a sus sentimientos, a sus comportamiento”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación traducida al español del Santo Padre, cuyo texto completo es el siguiente:

JUBILEO DE LOS OBISPOS

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE A LOS OBISPOS, CON OCASIÓN DE SU JUBILEO 

Basílica de San Pedro, Altar de la Cátedra

Miércoles, 25 de junio de 2025

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La paz este con ustedes.

Queridos hermanos:

Buenos días y bienvenidos.

Aprecio y admiro su compromiso de venir en peregrinación a Roma, sabiendo bien cuánto sean apremiantes las exigencias del ministerio. Pero cada uno de ustedes, como también yo, antes de ser pastores, ¡somos ovejas del rebaño del Señor! Y por eso también nosotros, es más, nosotros primero, estamos invitados a atravesar la Puerta Santa, símbolo de Cristo Salvador. Para guiar a la Iglesia confiada a nuestros cuidados, debemos dejarnos renovar profundamente por Él, el Buen Pastor, para conformarnos plenamente a su corazón y a su misterio de amor.

«Spes non confundit», «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). ¡Cuántas veces el Papa Francisco repitió estas palabras de san Pablo! Se habían convertido en su lema, hasta el punto de que las escogió como íncipit de la Bula de convocación de este Año jubilar.

Nosotros, los obispos, somos los primeros herederos de esta consigna, y debemos custodiarla y trasmitirla al Pueblo de Dios, con la palabra y el testimonio. A veces, anunciar que la esperanza no defrauda significa ir a contracorriente, incluso contra la evidencia de situaciones dolorosas que parecen no tener salida. Pero es precisamente en esos momentos cuando mejor se manifiesta que nuestra fe y nuestra esperanza no provienen de nosotros mismos, sino de Dios. Y entonces, si somos verdaderamente cercanos, solidarios con quienes sufren, el Espíritu Santo puede reavivar en los corazones la llama que ya casi se había apagado (cf. Bula Spes non confundit, 3).

Queridos hermanos, el pastor es testigo de esperanza con el ejemplo de una vida firmemente anclada en Dios y totalmente dedicada al servicio de la Iglesia. Y esto ocurre en la medida en que se identifica con Cristo en su vida personal y en su ministerio apostólico, entonces el Espíritu del Señor da forma a su manera de pensar, a sus sentimientos, a sus comportamientos. Detengámonos juntos a considerar algunos rasgos que caracterizan este testimonio.

El obispo es, ante todo, el principio visible de unidad en la Iglesia particular que le ha sido confiada. Su tarea es velar para que ella se edifique en la comunión entre todos sus miembros y con la Iglesia universal, valorizando la contribución de los diversos dones y ministerios para el crecimiento común y la difusión del Evangelio. En este servicio, como en toda su misión, el obispo cuenta con una gracia divina especial que le fue conferida en la ordenación episcopal: ella lo sostiene como maestro de la fe, como santificador y guía espiritual; anima su dedicación al Reino de Dios, para la salvación eterna de las personas, para transformar la historia con la fuerza del Evangelio.

El segundo aspecto que me gustaría considerar, siempre partiendo de Cristo como modelo de vida del Pastor, lo definiría de esta manera: el obispo como hombre de vida teologal. Lo que equivale a decir: hombre plenamente dócil a la acción del Espíritu Santo, que suscita en él la fe, la esperanza y la caridad y las alimenta, como la llama del fuego, en las diferentes situaciones existenciales.

El obispo es hombre de fe. Y aquí me viene a la mente esa maravillosa página de la Carta a los Hebreos (cf. cap. 11), donde el autor, comenzando por Abel, hace una larga lista de “testigos” de la fe; y en particular pienso en Moisés, quien, llamado por Dios para guiar al pueblo hacia la tierra prometida, «se mantuvo firme —dice el texto— como si estuviera viendo al Invisible» (Hb 11,27). Qué hermoso es este retrato del hombre de fe: alguien que, por la gracia de Dios, ve más allá, ve la meta y permanece firme en la prueba. Pensemos en las veces en que Moisés intercede por el pueblo ante Dios. Como él, el obispo en su Iglesia es el intercesor, porque el Espíritu mantiene viva en su corazón la llama de la fe.

En esta misma perspectiva, el obispo es hombre de esperanza, porque «la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven» (Hb 11,1). Especialmente cuando el camino del pueblo se hace más difícil, el pastor, por virtud teologal, ayuda a no desesperar; no con las palabras, sino con la cercanía. Cuando las familias llevan cargas excesivas y las instituciones públicas no las sostienen adecuadamente; cuando los jóvenes están decepcionados y hartos de mensajes falsos; cuando los ancianos y las personas con discapacidades graves se sienten abandonados, el obispo está cerca y no ofrece recetas, sino la experiencia de comunidades que tratan de vivir el Evangelio con sencillez y compartiendo con generosidad.

Y de esta manera, su fe y su esperanza se funden en él como hombre de caridad pastoral. Toda la vida del obispo, todo su ministerio, tan diverso y multiforme, encuentra su unidad en lo que san Agustín llama amoris officium. Aquí se expresa y se manifiesta al máximo grado su existencia teologal. En la predicación, en las visitas a las comunidades, en la escucha a los presbíteros y a los diáconos, en las decisiones administrativas, todo está animado y motivado por la caridad de Jesucristo Pastor. Con su gracia, obtenida diariamente en la Eucaristía y en la oración, el obispo da ejemplo de amor fraternal hacia su coadjutor o auxiliar, hacia el obispo emérito y los obispos de las diócesis vecinas, hacia sus colaboradores más cercanos, como también hacia los sacerdotes en dificultades o enfermos. Su corazón es abierto y accesible, y así es también su casa.

Queridos hermanos, este es el núcleo teológico de la vida del pastor. Alrededor de este, y siempre animadas por el mismo Espíritu, quisiera situar otras virtudes indispensables: la prudencia pastoral, la pobreza, la perfecta continencia en el celibato y las virtudes humanas.

La prudencia pastoral es la sabiduría práctica que guía al Obispo en sus decisiones, en el gobierno, en las relaciones con los fieles y con sus asociaciones. Una clara señal de prudencia es el ejercicio del diálogo como estilo y método en las relaciones, y también en la presidencia de los organismos de participación, es decir, en la gestión de la sinodalidad en la Iglesia particular. En este aspecto, el Papa Francisco nos ha hecho dar un gran paso adelante, insistiendo, con sabiduría pedagógica, en la sinodalidad como dimensión de la vida de la Iglesia. La prudencia pastoral permite al obispo guiar a la comunidad diocesana valorizando sus tradiciones y promoviendo nuevos caminos y nuevas iniciativas.

Para dar testimonio del Señor Jesús, el pastor vive la pobreza evangélica. Tiene un estilo sencillo, sobrio y generoso, digno y al mismo tiempo adecuado a las condiciones de la mayoría de su pueblo. Las personas pobres deben encontrar en él un padre y un hermano, sin sentirse incómodas al encontrarse con él o al entrar en su casa. Está personalmente desapegado de las riquezas y no cede a favoritismos basados en estas o en otras formas de poder. El obispo no debe olvidar que, como Jesús, ha sido ungido con el Espíritu Santo y enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres (cf. Lc 4,18).

Junto con la pobreza efectiva, el Obispo también vive esa otra forma de pobreza que es el celibato y la virginidad por el Reino de los Cielos (cf. Mt 19,12). No se trata sólo de ser célibe, sino de practicar la castidad del corazón y de la conducta y, de este modo, vivir el seguimiento de Cristo, para poder manifestar a todos la verdadera imagen de la Iglesia, que es santa y casta en sus miembros como en su Cabeza. Además, deberá ser firme y decidido al afrontar las situaciones que puedan provocar escándalo, así como cualquier caso de abuso, especialmente contra menores, ateniéndose a las disposiciones vigentes.

El pastor está llamado además a cultivar aquellas virtudes humanas que también los Padres conciliares quisieron mencionar en el Decreto Presbyterorum Ordinis (n. 3) y que, con mayor razón, son de gran ayuda para el obispo en su ministerio y en sus relaciones. Podemos mencionar la lealtad, la sinceridad, la magnanimidad, la apertura de mente y de corazón, la capacidad de alegrarse con los que se alegran y sufrir con los que sufren; y también el dominio de sí mismo, la delicadeza, la paciencia, la discreción, una gran propensión a escuchar y al diálogo, la disponibilidad al servicio. También estas virtudes, de las que cada uno de nosotros está más o menos dotado por naturaleza, podemos y debemos cultivarlas a semejanza de Jesucristo, con la gracia del Espíritu Santo.

Queridos hermanos, que la intercesión de la Virgen María y de los santos Pedro y Pablo les obtenga a ustedes y a sus comunidades las gracias que más necesitan. En particular, que los ayuden a ser hombres de comunión, a promover siempre la unidad en el presbiterio diocesano, y que cada sacerdote, sin excepción, pueda experimentar la paternidad, la fraternidad y la amistad del obispo. Este espíritu de comunión anima a los presbíteros en su compromiso pastoral y hace crecer en la unidad a la Iglesia particular.

Les agradezco su recuerdo en la oración. Yo también rezo por ustedes y los bendigo de corazón.

Papa León XIV




Fotos: Vatican Media, 25-6-2025

martes, 24 de junio de 2025

Papa León XIV a los seminaristas, 24-6-2025: «Están llamados a amar con el Corazón de Cristo, aprendiendo a trabajar en la propia interioridad, donde Dios hace oír su voz y desde donde parten las decisiones más profundas»

* «Y el camino privilegiado que nos lleva a la interioridad es la oración: en una época en la que estamos hiperconectados, cada vez es más difícil experimentar el silencio y la soledad. Sin el encuentro con Él, ni siquiera podemos conocernos verdaderamente a nosotros mismos»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la meditación traducida al español

* «Les invito a invocar con frecuencia al Espíritu Santo, para que forme en ustedes un corazón dócil, capaz de captar la presencia de Dios… Sobre todo, como hacía Jesús, sepan escuchar el grito, a menudo silencioso, de los pequeños, de los pobres y de los oprimidos y de tantos, sobre todo jóvenes, que buscan un sentido a su vida»


 24 de junio de 2025.- (Camino Católico).- “Están llamados a amar con el Corazón de Cristo! Amar con el corazón de Jesús. Pero para aprender este arte hay que trabajar en la propia interioridad, donde Dios hace oír su voz y desde donde parten las decisiones más profundas”. Con estas palabras el Papa León XIV ha alentado a los cerca de cuatro mil seminaristas con los que se ha reunido en la basílica vaticana a última hora de la mañana de hoy, martes 24 de junio. Los futuros sacerdotes han llegado a Roma desde distintas partes del mundo con ocasión del Jubileo a ellos dedicado. Muchos llevaban a hombros la bandera de su país de origen y todos acogieron la entrada del Papa con estruendosos aplausos y con voces alegres coreaban "¡Papa León! Papa León!".

El Pontífice los ha invitado a la oración y al discernimiento para ser “testigos de esperanza” y evangelizadores “mansos y fuertes” en un mundo marcado por el conflicto, el narcisismo y la sed de poder. También los ha exhortado a escuchar el grito de los últimos, haciendo de la propia vida “un don de amor”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:


JUBILEO DE LOS SEMINARISTAS

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LOS SEMINARISTAS


Basílica de San Pedro, Altar de la Cátedra,

Martes, 24 de junio de 2025

¡Gracias, gracias a todos!

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con ustedes!

Eminencias, Excelencias, formadores y, especialmente, a todos ustedes, seminaristas, ¡buenos días a todos!

Me alegra mucho encontrarme con ustedes y les doy las gracias a todos, seminaristas y formadores, por su cálida presencia. Gracias, ante todo, por su alegría y su entusiasmo. ¡Gracias porque con su energía alimentan la llama de la esperanza en la vida de la Iglesia!

Hoy no son solo peregrinos, sino también testigos de esperanza: la testimonian a mí y a todos, porque se han dejado involucrar por la fascinante aventura de la vocación sacerdotal en un tiempo no fácil. Han acogido la llamada a convertirse en anunciadores mansos y fuertes de la Palabra que salva, servidores de una Iglesia abierta y de una Iglesia en salida misionera.

Y digo una palabra también en español, gracias por haber aceptado con valentía la invitación del Señor a seguir, a ser discípulo, a entrar en el seminario. Hay que ser valientes y no tengan miedo.

A Cristo que llama, ustedes le están diciendo «sí», con humildad y valentía; y este «aquí estoy» que le dirigen a Él, germina en la vida de la Iglesia y se deja acompañar por el necesario camino de discernimiento y formación.

Jesús, como ustedes saben, los llama ante todo a vivir una experiencia de amistad con Él y con los compañeros de cordada (cf. Mc 3,13); una experiencia destinada a crecer de manera permanente también después de la Ordenación y que involucra todos los aspectos de la vida. De hecho, no hay nada en ustedes que deba ser descartado, sino que todo debe ser asumido y transfigurado en la lógica del grano de trigo, con el fin de convertirse en personas y sacerdotes felices, «puentes» y no obstáculos para el encuentro con Cristo para todos aquellos que se acercan a ustedes. Sí, Él debe crecer y nosotros disminuir, para que podamos ser pastores según su Corazón [1].

Hablando del Corazón de Jesucristo, ¿cómo no recordar la encíclica Dilexit nos que nos ha donado el querido Papa Francisco? [2] Precisamente en este tiempo que están viviendo, es decir, el tiempo de la formación y del discernimiento, es importante centrar la atención en el centro, en el «motor» de todo su camino: ¡el corazón! El seminario, sea cual sea su modalidad, debe ser una escuela de los afectos. Hoy, de manera particular, en un contexto social y cultural marcado por el conflicto y el narcisismo, necesitamos aprender a amar y a hacerlo como Jesús [3].

Como Cristo amó con corazón de hombre [4], ¡ustedes están llamados a amar con el Corazón de Cristo! Amar con el corazón de Jesús. Pero para aprender este arte hay que trabajar en la propia interioridad, donde Dios hace oír su voz y desde donde parten las decisiones más profundas; pero que es también lugar de tensiones y luchas (cf. Mc 7,14-23), que hay que convertir para que toda su humanidad huela a Evangelio. El primer trabajo, por tanto, hay que hacerlo en la interioridad. Recuerden bien la invitación de san Agustín a volver al corazón, porque allí encontramos las huellas de Dios. Bajar al corazón a veces puede darnos miedo, porque en él también hay heridas. No tengan miedo de cuidarlas, déjense ayudar, porque precisamente de esas heridas nacerá la capacidad de estar junto a los que sufren. Sin vida interior tampoco es posible la vida espiritual, porque Dios nos habla precisamente allí, en el corazón. Dios nos habla en el corazón, tenemos que saber escucharlo. Parte de este trabajo interior es también el entrenamiento para aprender a reconocer los movimientos del corazón: no solo las emociones rápidas e inmediatas que caracterizan el alma de los jóvenes, sino sobre todo sus sentimientos, que les ayudan a descubrir la dirección de su vida. Si aprenden a conocer su corazón, serán cada vez más auténticos y no necesitarán ponerse máscaras. Y el camino privilegiado que nos lleva a la interioridad es la oración: en una época en la que estamos hiperconectados, cada vez es más difícil experimentar el silencio y la soledad. Sin el encuentro con Él, ni siquiera podemos conocernos verdaderamente a nosotros mismos.

Les invito a invocar con frecuencia al Espíritu Santo, para que forme en ustedes un corazón dócil, capaz de captar la presencia de Dios, también escuchando las voces de la naturaleza y del arte, de la poesía, de la literatura [5] y de la música, así como de las ciencias humanas [6]. En el riguroso compromiso del estudio teológico, sepan también escuchar con mente y corazón abiertos las voces de la cultura, como los recientes desafíos de la inteligencia artificial y los de las redes sociales [7]. Sobre todo, como hacía Jesús, sepan escuchar el grito, a menudo silencioso, de los pequeños, de los pobres y de los oprimidos y de tantos, sobre todo jóvenes, que buscan un sentido a su vida.

Si cuidarán su corazón, con momentos diarios de silencio, meditación y oración, podrán aprender el arte del discernimiento. También esto es un trabajo importante: aprender a discernir. Cuando somos jóvenes, llevamos dentro muchos deseos, muchos sueños y ambiciones. El corazón a menudo está abarrotado y sucede que nos sentimos confundidos. En cambio, siguiendo el modelo de la Virgen María, nuestra interioridad debe ser capaz de custodiar y meditar. Capaz de synballein, como escribe el evangelista Lucas (2,19.51): juntar los fragmentos [8]. Guárdense de la superficialidad y junten los fragmentos de la vida en la oración y la meditación, preguntándose: ¿qué me enseña lo que estoy viviendo? ¿Qué me dice a mi camino? ¿Hacia dónde me está guiando el Señor?

Queridísimos, tengan un corazón manso y humilde como el de Jesús (cf. Mt 11,29). Siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo (cf. Fil 2,5ss), puedan asumir los sentimientos de Cristo, para progresar en la madurez humana, sobre todo afectiva y relacional. Es importante, más aún necesario, desde el tiempo del seminario, apostar mucho por la madurez humana, rechazando todo disfraz e hipocresía. Con la mirada puesta en Jesús, hay que aprender a dar nombre y voz también a la tristeza, al miedo, a la angustia, a la indignación, llevando todo a la relación con Dios. Las crisis, los límites, las fragilidades no deben ocultarse, sino que son ocasiones de gracia y de experiencia pascual.

En un mundo en el que a menudo hay ingratitud y sed de poder, en el que a veces parece prevalecer la lógica del descarte, ustedes están llamados a dar testimonio de la gratitud y la gratuidad de Cristo, del júbilo y la alegría, de la ternura y la misericordia de su Corazón. Practicar el estilo de acogida y cercanía, de servicio generoso y desinteresado, dejando que el Espíritu Santo «unja» su humanidad incluso antes de la ordenación.

El Corazón de Cristo está animado por una inmensa compasión: es el buen samaritano de la humanidad y nos dice: «Ve y haz tú lo mismo» (Lc 10,37). Esta compasión lo impulsa a partir el pan de la Palabra y del compartir para las multitudes (cf. Mc 6,30-44), dejando entrever el gesto del Cenáculo y de la Cruz, cuando se entregaría a sí mismo para ser comido, y nos dice: “Ustedes denles de comer” (Mc 6,37), es decir, hagan de su vida un don de amor.

Queridos seminaristas, la sabiduría de la Madre Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, busca siempre, a lo largo del tiempo, los medios más adecuados para la formación de los ministros ordenados, según las necesidades de los lugares. En este compromiso, ¿cuál es su tarea? Es la de no rebajar nunca sus exigencias, no conformarse, no ser meros receptores pasivos, sino apasionarse por la vida sacerdotal, viviendo el presente y mirando al futuro con corazón profético. Espero que este nuestro encuentro ayude a cada uno de ustedes a profundizar en el diálogo personal con el Señor, en el que le pidan asimilar cada vez más los sentimientos de Cristo, los sentimientos de su Corazón. Ese Corazón que palpita de amor por ustedes y por toda la humanidad. ¡Buen camino! Los acompaño con mi bendición.

Queridos seminaristas,

Me alegra poder acompañarlos esta mañana, con motivo de su Jubileo, junto a los sacerdotes que los acompañan en su camino formativo. Ustedes proceden de diversas Iglesias del mundo y tienen experiencias de vida muy diferentes, pero en el Señor todos formamos un solo cuerpo. En efecto, una sola es la esperanza a la que han sido llamados, la de su vocación (cf. Ef 4,4). Hoy, sobre la tumba del apóstol Pedro y junto a mí, su Sucesor, renuevan solemnemente la fe de su Bautismo. Que este Credo sea la raíz de la cual brota el „aquí estoy” que dirán con alegría el día de su ordenación sacerdotal. Dios, que ha comenzado en ustedes su obra, la lleve a cumplimiento.

[recitación del Credo en latín]

Oremos. Padre, que en este Año Jubilar abres a tu Iglesia el camino de la salvación, acoge nuestros propósitos de bien y escucha nuestro deseo de convertir nuestras vidas a ti para ser auténticos testigos del Evangelio. Con la gracia del Espíritu Santo, guía nuestros pasos hacia la bienaventurada esperanza de encontrar tu rostro en la Jerusalén celestial, donde tu Reino alcanzará su plena y perfecta realización y todo se cumplirá en Cristo, tu Hijo. Él vive y reina contigo y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

[bendición]

¡Muchas felicidades a todos y buen peregrinaje de esperanza!

Papa León XIV

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[1] Cf. San Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 43.
[2] Lett. Enc. Dilexit nos, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo (24 de octubre de 2024).
[3] Cf. íbid., 17.
[4] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22.
[5] Cf. Francisco, Carta sobre el papel de la literatura en la formación, 17 de julio de 2024.
[6] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 62.
[7] Congregación para el Clero, Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, El don de la vocación presbiteral (8 de diciembre de 2016), 97.
[8] Cf. Francisco, Carta encíclica Dilexit nos, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo (24 de octubre de 2024), 19.








Fotos: Vatican Media, 24-6-2025