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domingo, 3 de noviembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Método para descubrir lo esencial en la vida y amar a Dios y al prójimo / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 

* «¿Cuáles son las prioridades en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas cuestiones en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. A la salud, la familia, los amigos… hay que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este amor»

Amarás al Señor tu Dios

     Domingo XXXI del tiempo ordinario - B:

Deuteronomio 6, 2-6 / Salmo 17 / Hebreos 7, 23-28 / Marcos 12, 28b-34

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Un día se acercó a Jesús uno de los escribas, preguntándole cuál era el primer mandamiento de la Ley y Jesús respondió citando las palabras de ésta: "Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, uno sólo es el Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas", que hemos oído, e hizo de ellas el "primero de los mandamientos". Pero Jesús añadió de inmediato que hay un segundo mandamiento semejante a éste, y es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

Para comprender el sentido de la pregunta del escriba y de la respuesta de Jesús, es necesario tener en cuenta algo. En el judaísmo del tiempo de Jesús había dos tendencias opuestas. Por un lado estaba la tendencia a multiplicar sin fin los mandamientos y preceptos de la Ley, previendo normas y obligaciones para cada mínimo detalle de la vida. Por otro se advertía la necesidad opuesta de descubrir, por debajo de este cúmulo asfixiante de normas, las cosas que verdaderamente cuentan para Dios, el alma de todos los mandamientos.

El interrogante del escriba y la respuesta de Jesús se introducen en esta línea de búsqueda de lo esencial de la ley, para no dispersarse entre miles preceptos secundarios. Y es justamente esta lección de método la que deberíamos aprender sobre todo del Evangelio de este día. Hay cosas en la vida que son importantes, pero no urgentes (en el sentido de que si no las haces, aparentemente no pasa nada); y viceversa, hay cosas que son urgentes pero no importantes. Nuestro riesgo es sacrificar sistemáticamente las cosas importantes para correr detrás de las urgentes, frecuentemente del todo secundarias.

¿Cómo prevenirnos de este peligro? Una historia nos ayuda a entenderlo. Un día, un anciano profesor fue llamado como experto para hablar sobre la planificación más eficaz del tiempo para los mandos superiores de algunas importantes empresas norteamericanas. Entonces decidió probar un experimento. De pie, frente al grupo listo para tomar apuntes, sacó de debajo de la mesa un gran vaso de cristal vacío. A la vez tomó también una docena de grandes piedras, del tamaño de pelotas de tenis, que colocó con delicadeza, una por una, en el vaso hasta llenarlo. Cuanto ya no se podían meter más, preguntó a los alumnos: "¿Os parece que el vaso está lleno?", y todos respondieron: "¡Sí!". Esperó un instante e insistió: "¿Estáis seguros?".

Se inclinó de nuevo y sacó de debajo de la mesa una caja llena de gravilla que echó con precisión encima de las grandes piedras, moviendo levemente el vaso para que se colara entre ellas hasta el fondo. "¿Está lleno esta vez el vaso?", preguntó. Más prudentes, los alumnos comenzaron a comprender y respondieron: "Tal vez aún no". "¡Bien!", contestó el anciano profesor. Se inclinó de nuevo y sacó esta vez un saquito de arena que, con cuidado, echó en el vaso. La arena rellenó todos los espacios que había entre las piedras y la gravilla. Así que dijo de nuevo: "¿Está lleno ahora el vaso?". Y todos, sin dudar, respondieron: "¡No!". En efecto, respondió el anciano, y, tal como esperaban, tomó la jarra que estaba en la mesa y echó agua en el vaso hasta el borde.

En ese momento, alzó la vista hacia el auditorio y preguntó: "¿Cuál es la gran verdad que nos muestra ese experimento?". El más audaz, pensando en el tema del curso (la planificación del tiempo), respondió: "Demuestra que también cuando nuestra agenda está completamente llena, con un poco de buena voluntad, siempre se puede añadir algún compromiso más, alguna otra cosa por hacer". "No -respondió el profesor-; no es eso. Lo que el experimento demuestra es otra cosa: si no se introducen primero las piedras grandes en el vaso, jamás se conseguirá que quepan después".

La historia del frasco y las piedras escenificada en el vídeo

Tras un instante de silencio, todos se percataron de la evidencia de la afirmación. Así que prosiguió: "¿Cuáles son las piedras grandes, las prioridades, en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas piedras grandes en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. Así que no olvidéis plantearos frecuentemente la pregunta: '¿Cuáles son las piedras grandes en mi vida?' y situarlas en el primer lugar de vuestra agenda". A continuación, con un gesto amistoso, el anciano profesor se despidió del auditorio y abandonó la sala.

A las "piedras grandes" mencionadas por el profesor -la salud, la familia, los amigos...- hay que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este amor.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: 

«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». 

Jesús le contestó: 

«El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: 

«Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». 

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: 

«No estás lejos del Reino de Dios». 

Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Marcos 12, 28b-34

sábado, 2 de noviembre de 2024

Homilía de la conmemoración de todos los fieles difuntos: No «reencarnación», sino «resurrección» profesa la fe cristiana / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap

 

 * «La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo. El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad. Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12)»

Conmemoración de todos los fieles difuntos:

Sabiduría 3, 1-9  /  Salmo 22  / Romanos 5, 5-11 /  Lucas 23, 33.39-43

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  La conmemoración de los fieles difuntos es la ocasión para una reflexión existencial sobre la muerte.

En la Escritura leemos esta solemne declaración: «No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes... Dios creó al hombre para la inmortalidad; le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24). Comprendemos de ahí por qué la muerte suscita en nosotros tanta repulsión. El motivo es que ésta no nos es «natural»; así como la experimentamos en el presente orden de las cosas, hay algo ajeno a nuestra naturaleza, fruto de la «envidia del diablo». Por eso luchamos contra ella con todas nuestras fuerzas. Este insuprimible rechazo nuestro hacia la muerte es la mejor prueba de que no hemos sido hechos para ella y de que no puede tener la última palabra. Precisamente sobre esto nos aseguran las palabras de la primera lectura de la Misa: «Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno» (Sabiduría 3, 1).

El temor a la muerte es conflicto en lo más profundo de todo ser humano. Hay quien ha querido reconducir toda actividad humana al instinto sexual y explicar todo con él, también el arte y la religión. Pero más poderoso que el instinto sexual es el del rechazo a la muerte, del que la propia sexualidad no es sino una manifestación. Si se pudiera oír el grito silencioso que brota de la humanidad entera, se oiría un bramido tremendo: «¡No quiero morir!».

¿Por qué, entonces, invitar a los hombres a pensar en la muerte, si ya está tan presente? Es sencillo. Porque nosotros, los hombres, hemos elegido suprimir el pensamiento de la muerte. Fingir que no existe, o que existe sólo para los demás, no para nosotros. Hacemos proyectos, corremos, nos exasperamos por nada, como si en cierto momento no tuviéramos que dejar todo y partir.

Pero el pensamiento de la muerte no se deja arrinconar o suprimir con estas pequeñas tretas. Así que no queda más que reprimirlo o huir de su gravedad con paliativos. Los hombres nunca han dejado de buscar remedios a la muerte. Uno de estos se llama la prole: sobrevivir en los hijos. Otro es la fama. En nuestros días se va difundiendo un pseudo-remedio: la doctrina de la reencarnación.

La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo.

El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad.

Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12).

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Uno de los malhechores colgados le insultaba: 

«¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!».

Pero el otro le respondió diciendo:

 «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». 

Y decía:

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino».

Jesús le dijo: 

«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Lucas 23, 33.39-43

domingo, 29 de septiembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: ¿Qué hay más liberador que la voluntad de Dios de que todos se salven? / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de ‘que todos los hombres se salven’ (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: ‘¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!’. ¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: ‘Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente’; el motivo positivo es: ‘Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte’»

 El que no está contra nosotros, está por nosotros: Domingo XXVI del tiempo ordinario – B:


Números 11, 25-29  /  Salmo 18  /  Santiago 5,1-6  /  Marcos 9, 38-43.45.47-48 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Uno de los apóstoles, Juan, vio expulsar demonios en nombre de Jesús a uno que no era del círculo de los discípulos y se lo prohibió. Al contarle el incidente al Maestro, se oye que Él responde: «No se lo impidáis... El que no está contra nosotros, está por nosotros».

Se trata de un tema de gran actualidad. ¿Qué pensar de los de fuera, que hacen algo bueno y presentan las manifestaciones del Espíritu, sin creer aún en Cristo y adherirse a la Iglesia? ¿También ellos se pueden salvar?

La teología siempre ha admitido la posibilidad, para Dios, de salvar a algunas personas fuera de las vías ordinarias, que son la fe en Cristo, el bautismo y la pertenencia a la Iglesia. Esta certeza se ha afirmado sin embargo en época moderna, después de que los descubrimientos geográficos y las aumentadas posibilidades de comunicación entre los pueblos obligaron a tomar nota de que había incontables personas que, sin culpa suya alguna, jamás habían oído el anuncio del Evangelio, o lo habían oído de manera impropia, de conquistadores o colonizadores sin escrúpulos que hacían bastante difícil aceptarlo. El Concilio Vaticano II dijo que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» de Cristo, y por lo tanto se salven [Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia y el mundo actual, n. 22. Ndt].

¿Ha cambiado entonces nuestra fe cristiana? No, con tal de que sigamos creyendo dos cosas: primero, que Jesús es, objetivamente y de hecho, el Mediador y el Salvador único de todo el género humano, y que también quien no le conoce, si se salva, se salva gracias a Él y a su muerte redentora. Segundo: que también los que, aún no perteneciendo a la Iglesia visible, están objetivamente «orientados» hacia ella, forman parte de esa Iglesia más amplia, conocida sólo por Dios.

Dos cosas, en nuestro pasaje del Evangelio, parece exigir Jesús de estas personas «de fuera»: que no estén «contra» Él, o sea, que no combatan positivamente la fe y sus valores, esto es, que no se pongan voluntariamente contra Dios. Segundo: que, si no son capaces de servir y amar a Dios, sirvan y amen al menos a su imagen, que es el hombre, especialmente el necesitado. Dice de hecho, a continuación de nuestro pasaje, hablando aún de aquellos de fuera: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Pero aclarada la doctrina, creo que es necesario rectificar también algo más, y es la actitud interior, la psicología de nosotros, los creyentes. Se puede entender, pero no compartir, la mal escondida contrariedad de ciertos creyentes al ver caer todo privilegio exclusivo ligado a la propia fe en Cristo y a la pertenencia a la Iglesia: «Entonces, ¿de qué sirve ser buenos cristianos...?». Deberíamos, al contrario, alegrarnos inmensamente frente a estas nuevas aperturas de la teología católica. Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de «que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: «¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!».

¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: «Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente»; el motivo positivo es: «Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte».

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


Evangelio

En aquel tiempo, Juan le dijo:

«Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros». 

Pero Jesús dijo: 

«No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.

»Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga».

Marcos 9, 38-43.45.47-48

domingo, 2 de junio de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Si la fiesta de Corpus Christi «no existiera, habría que inventarla» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Considero que es una gracia saludable para un cristiano pasar a través de un período de tiempo en el que tema acercarse a la comunión, tiemble ante el pensamiento de lo que está a punto de ocurrir y no deje de repetir, como Juan Bautista: «¿Y Tú vienes a mí?» (Mateo, 3,14). Nosotros no podemos recibir a Dios sino como «Dios», esto es, conservándole toda su santidad y su majestad. ¡No podemos domesticar a Dios! La predicación de la Iglesia no debería tener miedo –ahora que la comunión se ha convertido en algo tan habitual y tan «fácil»– de utilizar de vez en cuando el lenguaje de la epístola a los Hebreos y decir a los fieles: «Vosotros en cambio os habéis acercado a Dios juez universal…, a Jesús, Mediador de la nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una nueva sangre que habla mejor que la de Abel» (Hebreos 12, 22-24). En los primeros tiempos de la Iglesia, en el momento de la comunión, resonaba un grito en la asamblea: ‘¡Quien es santo que se acerque, quien no lo es que se arrepienta!’»

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domingo, 19 de mayo de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Las lecciones de Pentecostés en el mundo de la comunicación / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «El Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor. ¿Por qué Dios se comunica con los hombres, se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la salvación? Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza «comunicativo». En la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de posibilidad de compartir y de solidaridad. Cada iniciativa nuestra civil o religiosa, privada o pública, se encuentra ante una elección: puede ser Babel o Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás»


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domingo, 5 de mayo de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: «Deber» amar, «el mandamiento más bello y liberador del mundo» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.



* «Pero ¿qué necesidad tiene el amor, que es instinto, espontaneidad, impulso vital, de transformarse en un deber? El filósofo Kierkegaard da una respuesta convincente: «Sólo cuando existe el deber de amar, sólo entonces el amor está garantizado para siempre contra cualquier alteración; eternamente liberado en feliz independencia; asegurado en eterna bienaventuranza contra cualquier desesperación». Quiere decir: el hombre que ama verdaderamente, quiere amar para siempre. El amor necesita tener como horizonte la eternidad; si no, no es más que una broma, un «amable malentendido» o un «peligroso pasatiempo». Por eso, cuanto más intensamente ama uno, más percibe con angustia el peligro que corre su amor, peligro que no viene de otros, sino de él mismo. Bien sabe que es voluble, y que mañana, ¡ay!, podría cansarse y no amar más. Y ya que, ahora que está en el amor, ve con claridad la pérdida irreparable que esto comportaría, he aquí que se previene «vinculándose» a amar para siempre. El deber sustrae el amor de la volubilidad y lo ancla a la eternidad. Quien ama es feliz de «deber» amar; le parece el mandamiento más bello y liberador del mundo»

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domingo, 28 de abril de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Estamos destinados a reproducir la imagen de Jesucristo / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Dios nos mira y nos ve así: como bloques de piedra aún informes, y dice para sí: ‘Ahí dentro está escondida una criatura nueva y bella que espera salir a la luz; más aún, está escondida la imagen de mi propio Hijo Jesucristo ¡quiero sacarla fuera!’ ¿Entonces qué hace? Toma el cincel, que es la cruz, y comienza a trabajarnos; toma las tijeras de podar y empieza a hacerlo. ¡No debemos pensar en quién sabe qué cruces terribles! Normalmente Él no añade nada a lo que la vida, por sí sola, presenta de sufrimiento, fatiga, tribulaciones; sólo hace que todas estas cosas sirvan para nuestra purificación. Nos ayuda a no desperdiciarlas»

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domingo, 21 de abril de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: «Cristo nos propone hacer con Él una experiencia de liberación» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «
Cristo hace lo que ningún pastor, por bueno que fuera, estaría dispuesto a hacer: «Yo doy mi vida por las ovejas». El hombre de hoy rechaza con desdén el papel de oveja y la idea de rebaño, pero no se percata de que está completamente dentro. Uno de los fenómenos más evidentes de nuestra sociedad es la masificación. Nos dejamos guiar de manera supina por todo tipo de manipulación y de persuasión oculta. Otros crean modelos de bienestar y de comportamiento, ideales y objetivos de progreso, y nosotros los seguimos; vamos detrás, temerosos de perder el paso, condicionados y secuestrados por la publicidad. Comemos lo que nos dicen, vestimos como nos enseñan, hablamos como oímos hablar, por eslogan. El criterio por el que la mayoría se deja guiar en la propias opciones es el «Così fan tutti» («Todos son así».) de mozartiana memoria. El Buen Pastor que es Cristo nos propone hacer con Él una experiencia de liberación. Pertenecer a su rebaño no es caer en la masificación, sino ser preservados de ella. «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Corintios 3, 17), dice San Pablo. Allí surge la persona con su irrepetible riqueza y con su verdadero destino. Surge el hijo de Dios aún escondido, del que habla la segunda carta de este domingo: ‘Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos’ »

domingo, 7 de enero de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Redescubrir el propio bautismo / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Cada vez hay más personas en nuestra sociedad que por diversos motivos no han sido bautizadas en la niñez. Existe el riesgo de que crezcan y nadie decida ya nada, ni en un sentido ni en otro. No ha entrado aún en la mentalidad común que una persona deba tomar, ella misma, la iniciativa de bautizarse. Para salir al encuentro de esta situación, la Iglesia da mucha importancia actualmente a la llamada «iniciación cristiana de los adultos». Ésta ofrece al joven o al adulto sin bautizar la ocasión de formarse, prepararse y decidir con toda libertad. Es necesario superar la idea de que el bautismo es algo sólo para niños. El bautismo expresa su significado pleno precisamente cuando es querido y decidido personalmente, como una adhesión libre y consciente a Cristo y a su Iglesia, si bien no hay que desconocer en absoluto la validez y el don que representa estar bautizados desde niños. ¡No es lo mismo vivir la infancia y la juventud con la gracia santificante que sin ella!»

lunes, 25 de diciembre de 2023

Homilía del Evangelio de la Misa de Medianoche de la Natividad del Señor: Navidad, suprema manifestación de «la filantropía de Dios» / Por Raniero Cantalamessa, ofmcap.

domingo, 17 de diciembre de 2023

¡Estad siempre alegres en el Señor! / Por Cardenal Raniero Cantalamessa OFM Cap


* «Alguno podría objetar: ¿pero entonces para el creyente la alegría, en esta vida, será siempre y sólo objeto de espera, sólo un gozo «de lo que está por venir»? No; existe una alegría secreta y profunda que consiste precisamente en la espera. Es más, es tal vez ésta, en el mundo, la forma más pura de la alegría; la alegría que se tiene en esperar. El poeta Leopardi lo dijo maravillosamente en la poesía Il sabato del villaggio. La alegría más intensa no es la del domingo, sino la del sábado; no es la de la fiesta, sino la de su espera. La diferencia es que la fiesta que el creyente espera no durará sólo algunas horas, para después ceder de nuevo el puesto a «tristeza y tedio», sino que durará para siempre»


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domingo, 3 de diciembre de 2023

Homilía del evangelio del Domingo: La vida es sueño, y la Palabra de Dios nos despierta / Por Cardenal Raniero Cantalamessa OFM Cap.


* «Hay una característica del sueño que no se aplica a la vida, la ausencia de responsabilidad. Puedes haber matado o robado en sueños; te despiertas y no hay rastro de culpa; tu certificado de antecedentes penales está sin mancha. No así en la vida; bien lo sabemos. Lo que uno hace en la vida deja huella, ¡y qué huella! Está escrito de hecho que «Dios dará a cada cual según sus obras» (Romanos 2,6).  En el plano moral existe un terrible somnífero. Se llama hábito. El hábito es como un vampiro. El vampiro –al menos según cuanto se cree– ataca a las personas que duermen y, mientras les chupa la sangre, a la vez les inyecta una sustancia soporífera que hace experimentar aún más dulce el dormir, de modo que el desafortunado se hunde cada vez más en el sueño y el vampiro le puede chupar toda la sangre que quiera. También el hábito en el vicio adormece la conciencia, por lo que uno ya no siente ni siquiera remordimiento; cree estar muy bien y no se percata de que está muriendo espiritualmente. La única salvación, cuando este «vampiro» se te ha pegado encima, es que llegue algo de improviso para despertarte del sueño. Esto es lo que se determina a hacer con nosotros la palabra de Dios con esos gritos de despertar que nos hace oír tan frecuentemente en Adviento: ‘¡Velad!’»

domingo, 19 de noviembre de 2023

Homilía del evangelio del domingo: Hay que cultivar los talentos espirituales / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap

 


* «Los talentos de los que habla Jesús son la Palabra de Dios, la fe, en una palabra, el reino que ha anunciado. En este sentido la parábola de los talentos conecta con la del sembrador. A la suerte diversa de la semilla que él ha echado -que en algunos casos produce el sesenta por ciento, en otros en cambio se queda entre las espinas, o se lo comen los pájaros del cielo-, corresponde aquí la diferente ganancia realizada con los talentos. Los talentos son, para nosotros cristianos de hoy, la fe y los sacramentos que hemos recibido. La palabra nos obliga a hacer un examen de conciencia: ¿qué uso estamos haciendo de estos talentos? ¿Nos parecemos al siervo que los hace fructificar o al que los entierra? Para muchos el propio bautismo es verdaderamente un talento enterrado. Yo lo comparo a un paquete regalo que uno ha recibido por Navidad y que ha sido olvidado en un rincón, sin haberlo nunca abierto o tirado. Los frutos de los talentos naturales acaban con nosotros, o como mucho pasan a los herederos; los frutos de los talentos espirituales nos siguen a la vida eterna y un día nos valdrán la aprobación del Juez divino: ‘Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te daré autoridad sobre lo mucho: toma parte en el gozo de tu señor’»

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miércoles, 1 de noviembre de 2023

Homilía del Evangelio de la solemnidad de Todos los santos: ¿Quiénes son y qué hacen los santos? / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «¿Qué hacen los santos en el paraíso? La respuesta está, también aquí, en la primera lectura: los salvados adoran, echan sus coronas ante el trono, gritando: «Alabanza, honor, bendición, acción de gracias…». Se realiza en ellos la verdadera vocación humana, que es la de ser «alabanza de la gloria de Dios» (Ef 1,14). Su coro es guiado por María, que en el cielo continúa su canto de alabanza: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Es en esta alabanza donde los santos encuentran su bienaventuranza y su gozo: «Se alegra mi espíritu en Dios». El hombre es aquello que ama y aquello que admira. Amando y alabando a Dios uno se ensimisma con Dios, se participa de su gloria y de su propia felicidad»

domingo, 1 de octubre de 2023

Homilía del evangelio del domingo: “No hay que banalizar la tragedia de la prostitución” / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Sería trágico si esta palabra del Evangelio hiciera que los cristianos perdieran el empeño por combatir el fenómeno degradante de la prostitución, que ha asumido hoy proporciones alarmantes en nuestras ciudades. Jesús sentía demasiado respeto por la mujer para no sufrir, él en primer lugar, por lo que ésta llega a ser cuando se reduce a esta situación. Es por ello que él aprecia a la prostituta no por su forma de vivir, sino por su capacidad de cambiar y de poner al servicio del bien su propia capacidad de amar. Traicionaríamos el espíritu del Evangelio si no sacáramos a la luz también la esperanza que esta palabra de Cristo ofrece a las mujeres que, por diversas circunstancias de la vida, a menudo por desesperación, se encuentran en la calle, las más de las veces, víctimas de explotadores sin escrúpulos. El Evangelio es «evangelio», es decir, buena noticia, noticia de rescate, de esperanza, también para las prostitutas. Es más, ante todo para ellas. Jesús quiso que así fuera»

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domingo, 9 de julio de 2023

Homilía del evangelio del Domingo: El orgullo intelectual, ceguera espiritual / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap


* «La cerrazón a toda revelación de lo alto, y por tanto a la fe, no es causada por la inteligencia, sino por el orgullo. Un orgullo particular que consiste en el rechazo de toda dependencia y en la reivindicación de una autonomía absoluta por parte del pensador. Se esconde tras la trinchera de la palabra mágica «razón», pero en realidad no es la famosa «razón pura», que lo exige, ni una razón «soberana», sino una razón esclava, con las alas recortadas. Filósofos, que no pueden ser acusados de falta de inteligencia o de capacidad dialéctica, han escrito: «Una tarea del conocimiento humano consiste en comprender que hay cosas que no puede comprender y descubrir cuáles son éstas» (Kierkegaard). Quien no reconoce esta capacidad trascendente pone un límite a la razón y la humilla; no lo hace por tanto el creyente, que lo reconoce. Una vez encontrada la verdad, la verdad tiene que subir al trono y el buscador debe inclinarse ante ella y esto, cuando se trata de la Verdad trascendente, cuesta el “sacrificio del intelecto”»

domingo, 14 de mayo de 2023

Homilía del evangelio del domingo: El cristiano debe ser «otro Cristo» y «otro Paráclito» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa Ofmcap.


* «
En cierto sentido, el Espíritu Santo nos necesita para ser Paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, manos, ojos para «dar cuerpo» a su consuelo. O mejor, tiene nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca. La frase del Apóstol a los cristianos de Tesalónica: «Confortaos mutuamente» (1Ts 5,11), literalmente se debería traducir: «sed paráclitos los unos de los otros». Si la consolación que recibimos del Espíritu no pasa de nosotros a los demás, si queremos retenerla egoístamente para nosotros, pronto se corrompe. De ahí el porqué de una bella oración atribuida a San Francisco de Asís, que dice: «Que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar…». A la luz de lo que he dicho, no es difícil descubrir que existen hoy, a nuestro alrededor, paráclitos. Son aquellos que se inclinan sobre los enfermos terminales, sobre los enfermos de Sida, quienes se preocupan de aliviar la soledad de los ancianos, los voluntarios que dedican su tiempo a las visitas en los hospitales. Los que se dedican a los niños víctimas de abuso de todo tipo, dentro y fuera de casa»

domingo, 2 de abril de 2023

5ª predicación de Cuaresma del Cardenal Cantalamessa: «¡Ánimo y al trabajo!, porque yo estoy con vosotros, dice el Señor. ¡Mi Espíritu estará con ustedes!»


 * «Veo tres casas concéntricas, una dentro de la otra, de las que tenemos que salir para subir al monte y reconstruir la casa de Dios. La primera casa, bien cubierta, cuidada y amueblada, es mi yo: mi comodidad, mi gloria, mi posición en la sociedad o en la Iglesia. Es el muro más difícil de derribar, el mejor tapado. Es tan fácil confundir mi honor con el honor de Dios y de la Iglesia, el apego a mis ideas con el apego a la pura y simple verdad. El hablante en este momento no se cree una excepción. Nos quedamos dentro de este caparazón nuestro como el gusano de seda en su estuche: todo alrededor es seda, pero si el gusano no rompe el caparazón, seguirá siendo una larva y nunca se convertirá en una mariposa voladora»


* «La segunda casa bien cubierta de donde salir para trabajar en la “casa del Señor” es mi parroquia, mi orden religiosa, movimiento o asociación eclesial, mi Iglesia local, mi diócesis… No debemos equivocarnos. ¡Ay de nosotros si no tuviéramos amor y apego a estas realidades particulares en las que el Señor nos ha puesto y de las que tal vez somos responsables! El mal es absolutizarlas, no ver nada fuera de ellas, no interesarse sino de ellas, criticar y despreciar a quien no las comparte. Salir de la la tercera casa bien cubierta se hace más difícil por el hecho de que se nos ha enseñado durante siglos que salir de ella sería un pecado y una traición. Hablo, por supuesto, de la casa bien cubierta que es la particular denominación cristiana a la que pertenecemos»   

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jueves, 30 de marzo de 2023

4ª predicación de Cuaresma del Cardenal Cantalamessa: «La Palabra viva de Dios proclamada con fe puede penetrar en el corazón y hacer sentir la trascendencia de Dios»

 


* «La tradición católica ha sentido la necesidad de prolongar y dar más espacio a este momento de contacto personal con Cristo eucarístico y ha desarrollado a lo largo de los siglos, especialmente a partir del siglo XIII, el culto de la Eucaristía fuera de la Misa. No es un culto separado, desprendido e independiente del sacramento; es seguir “recordando” a Cristo: sus misterios y sus palabras; es una manera de “recibir” a Jesús cada vez más en nuestra vida. Una forma de interiorizar el misterio recibido. La adoración eucarística es el signo más claro de que la humildad y el ocultamiento de Cristo en la Eucaristía no nos hacen olvidar que estamos en presencia del “Santísimo”, de aquel que, con el Padre y el Espíritu Santo, creó el cielo y la tierra»

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