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domingo, 30 de marzo de 2025

Homilía del Evangelio del domingo: Al celebrar el sacramento de la reconciliación Dios renueva nuestra comunión con Él y la condición de hijos suyos, nos libera de la esclavitud del pecado y todo se llena de vida desbordante / Por P. José María Prats

* «Hay quien opina que el hijo pródigo tuvo poco mérito, que sólo emprendió el viaje de regreso movido por el interés tras experimentar el hambre y la desgracia. Esto no es verdad: hubo un gran mérito, el mérito de reconocer su equivocación, humillarse, pedir perdón, atreverse a romper los vínculos con el pasado e iniciar una nueva vida. Muchos, desde la ceguera del orgullo, son incapaces de dar este paso y viven empeñados en demostrarse a sí mismos una y otra vez que todo lo han hecho bien, que los culpables son otros, que son víctimas inocentes de la maldad ajena y de la indiferencia de Dios»

Domingo IV de Cuaresma - C

Josué 5, 9a.10-12  /  Salmo 33  /  2 Corintios 5, 17-21  /  San Lucas 15, 1-3.11-32

P. José María Prats / Camino Católico.- La parábola del hijo pródigo es uno de los relatos más bellos y más ricos de la Biblia y de la literatura universal, un relato que nos habla de la condición humana y del amor incondicional de Dios, del pecado y del arrepentimiento, del llanto y de la alegría desbordante, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

Al comenzar a leerla, llama mucho la atención el maltrato del hijo menor hacia su padre y la reacción de éste. Pedirle al padre la parte que le toca de la herencia antes de su muerte es como decirle que para él ya ha fallecido, que sólo le interesa su dinero y no desea seguir manteniendo ningún vínculo con él. Y ante esta ofensa brutal, el padre, simplemente, «les repartió los bienes». Es el misterio de la libertad del ser humano: a Dios –representado en el padre de la parábola– se le remueven las entrañas cuando, seducidos por el mal, nos alejamos de Él, pero respeta nuestra libertad porque nos ha creado para participar de su amor, y el amor es necesariamente una opción libre.

A continuación ocurre lo que todos sabemos: romper la comunión con Dios es separarse de la fuente de la vida y caminar hacia la propia destrucción, como la rama que, desgajada del tronco, va perdiendo verdor hasta secarse por completo. La imagen del hijo menor cuidando cerdos es una estampa muy elocuente de las consecuencias de una vida separada de Dios «en un país lejano».

Pero a este drama le sigue el milagro del reconocimiento humilde de la equivocación, de la ofensa cometida y de la bondad del padre, que seguro que estará dispuesto a acoger a un hijo ingrato y rebelde, al menos, como a uno de sus jornaleros.

El encuentro tras el retorno es emocionante y supone para el hijo menor el descubrimiento del amor sin medida del padre, que había permanecido hasta entonces velado para él. «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió», es decir, la preocupación por su hijo y el deseo de su retorno no habían desaparecido ni un solo instante de su corazón: estaba siempre esperando con los ojos fijos en el horizonte, y cuando finalmente apareció la figura de su hijo «se conmovió», corrió a abrazarle, lo besó y se alegró hasta el punto de hacer matar el ternero cebado reservado para las más grandes ocasiones.

Hay una triple investidura muy importante y cargada de significados: el mejor traje, el anillo y las sandalias. El mejor traje representa la dignidad de hijo de Dios que ha sido recuperada; el anillo es un símbolo de la restauración de la alianza y del nuevo compromiso de vida en común entre Padre e hijo; y las sandalias representan la liberación de la esclavitud del pecado que nos otorga la gracia de Dios recuperada. En el mundo antiguo los esclavos iban descalzos, solamente los hombres libres iban calzados. Por ello las sandalias son un símbolo de libertad.

Cada vez que celebramos el sacramento de la reconciliación revivimos esta historia: al regresar a casa con un corazón contrito y humillado Dios nos recibe con los brazos abiertos, renueva nuestra comunión con Él y nuestra condición de hijos suyos, nos libera de la esclavitud del pecado y todo se llena de alegría y de vida desbordante. No es posible celebrar bien este sacramento y no experimentar esta alegría y esta libertad y poder renovados.

Hay quien opina que el hijo pródigo tuvo poco mérito, que sólo emprendió el viaje de regreso movido por el interés tras experimentar el hambre y la desgracia. Esto no es verdad: hubo un gran mérito, el mérito de reconocer su equivocación, humillarse, pedir perdón, atreverse a romper los vínculos con el pasado e iniciar una nueva vida. Muchos, desde la ceguera del orgullo, son incapaces de dar este paso y viven empeñados en demostrarse a sí mismos una y otra vez que todo lo han hecho bien, que los culpables son otros, que son víctimas inocentes de la maldad ajena y de la indiferencia de Dios. Y, mientras tanto, ahí siguen, esperando, el mejor traje, el anillo, las sandalias, el abrazo del Padre y la alegría desbordante.

P. José María Prats


Evangelio

En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: 

«Este acoge a los pecadores y come con ellos». 

Entonces les dijo esta parábola. 

«Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.

»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.

»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».

San Lucas 15, 1-3.11-32

Dios solo sabe amar y espera eterna y pacientemente que regresemos a casa / Por P. Carlos García Malo

 


domingo, 23 de marzo de 2025

El Papa Francisco en el Ángelus, 23-3-2025: «Hospitalizado he podido experimentar la paciencia del Señor, que confiada, anclada en el amor de Dios, es muy necesaria para afrontar las situaciones más difíciles y dolorosas»

Este domingo, 23 de marzo, el Papa Francisco ha saludado y bendecido a los fieles en el hospital Gemelli, antes de regresar al Vaticano, momento en el que se ha publicado el texto del Ángelus que ha escrito en el centro sanitario / Foto: Vatican Media



* «Sé que ustedes siguen rezando por mí con mucha paciencia y perseverancia: ¡se lo agradezco mucho! Yo también rezo por ustedes. Y, juntos, imploremos que se ponga fin a las guerras y que haya paz, especialmente en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán y la República Democrática del Congo» 

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News en el que el Papa saluda y bendice a los fieles desde la 5ª planta del hospital Gemelli, antes de marcharse al Vaticano, a las 12 del mediodía

* «Me ha dolido la reanudación de los intensos bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza, que han causado tantos muertos y heridos. Pido que las armas callen inmediatamente; y que se tenga el valor de retomar el diálogo, a fin de que todos los rehenes sean liberados y se llegue a un alto el fuego definitivo. La situación humanitaria en la Franja es gravísima de nuevo, y requiere el compromiso urgente de las partes beligerantes y de la comunidad internacional» 


 23 de marzo de 2025 Camino Católico.- “Durante esta larga estancia en el hospital, he podido experimentar la paciencia del Señor, que veo reflejada también en los cuidados incansables de los médicos y los operadores sanitarios, así como en las atenciones y las esperanzas de los familiares de los enfermos. Esta paciencia confiada, anclada en el amor de Dios que no disminuye, es muy necesaria en nuestra vida, especialmente para afrontar las situaciones más difíciles y dolorosas”. Lo dice el Papa Francisco en el texto del Ángelus, escrito desde el Hospital y que se ha publicado hoy al mediodía, mientras él bendecía y saludaba a los fieles desde el hospital Gemelli, antes de dirigirse al Vaticano. 

También, el Santo Padre ha expresado su dolor por la reanudación de los bombardeos sobre Gaza y expresa su esperanza por el acuerdo entre Azerbaiyán y Armenia. El texto completo del mensaje escrito por el Papa Francisco es el siguiente:


En la plaza de San Pedro miles de fieles han visto por las pantallas la bendición y saludos del Papa Francisco desde el hospital Gemelli, donde también se han congregado 3.000 fieles / Foto: Vatican Media

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Texto preparado por el Santo Padre en el hospital Gemelli

III Domingo de Cuaresma, 23 de marzo de 2025


Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!


La parábola que encontramos en el Evangelio de hoy nos habla de la paciencia de Dios, que nos anima a hacer de nuestra vida un tiempo de conversión. Jesús usa la imagen de una higuera estéril, que no ha dado los frutos esperados; sin embargo, el campesino no quiere cortarla: quiere abonarla una vez más «para ver si da fruto» (Lc 13,9). Este campesino paciente es el Señor, que trabaja con esmero el terreno de nuestra vida y espera confiado que regresemos a Él.


Durante esta larga estancia en el hospital, he podido experimentar la paciencia del Señor, que veo reflejada también en los cuidados incansables de los médicos y los operadores sanitarios, así como en las atenciones y las esperanzas de los familiares de los enfermos. Esta paciencia confiada, anclada en el amor de Dios que no disminuye, es muy necesaria en nuestra vida, especialmente para afrontar las situaciones más difíciles y dolorosas.


Me ha dolido la reanudación de los intensos bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza, que han causado tantos muertos y heridos. Pido que las armas callen inmediatamente; y que se tenga el valor de retomar el diálogo, a fin de que todos los rehenes sean liberados y se llegue a un alto el fuego definitivo. La situación humanitaria en la Franja es gravísima de nuevo, y requiere el compromiso urgente de las partes beligerantes y de la comunidad internacional.


En cambio, me alegra que Armenia y Azerbaiyán hayan pactado el texto definitivo del Acuerdo de paz. Espero que sea firmado lo antes posible y que pueda contribuir a establecer una paz duradera en el Cáucaso meridional.


Sé que ustedes siguen rezando por mí con mucha paciencia y perseverancia: ¡se lo agradezco mucho! Yo también rezo por ustedes. Y, juntos, imploremos que se ponga fin a las guerras y que haya paz, especialmente en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán y la República Democrática del Congo.


Que la Virgen María nos custodie y siga acompañándonos en el camino hacia la Pascua.


Francisco



Fotos: Vatican Media, 23-3-2025

Homilía del Evangelio del domingo: La conversión consiste en reorientar todo nuestro ser hacia Dios, acogiendo su voluntad de que vivamos en el amor y el servicio a los demás / Por P. José María Prats

* «Seriedad y urgencia, autenticidad y profundidad, paciencia y perseverancia: estas son las notas características de la conversión que nos señala hoy la palabra de Dios y que tienen que orientar nuestro itinerario cuaresmal y toda nuestra vida»

Domingo III de Cuaresma - C

Éxodo 3, 1-8a.13-15  /  Salmo 102  /  1 Corintios 10, 1-6.10-12  / San Lucas 13, 1-9

P. José María Prats / Camino Católico.- Estamos en plena cuaresma y las lecturas de hoy nos presentan aspectos importantes de la conversión.

La conversión consiste en reorientar todo nuestro ser hacia Dios, acogiendo su voluntad de que, renunciando al egoísmo y a la afirmación de nosotros mismos, vivamos en el amor y el servicio a los demás.

El evangelio deja muy claro que la conversión es algo extremadamente serio y urgente que reclama toda nuestra atención y nuestro esfuerzo. Sin ella no podemos acceder a la vida verdadera: «si no os convertís, todos pereceréis» ‒dice Jesús.

Dios nos ha creado para la vida y está más interesado que nosotros mismos en nuestra conversión. La parábola de la higuera lo deja muy claro: el viñador ‒que representa a Jesús‒ intercede ante el dueño de la viña ‒Dios Padre‒ pidiéndole un año más de plazo para que la higuera pueda producir fruto después de cavarla y abonarla. El tiempo de que disponemos en esta vida es limitado y, por ello, la conversión es urgente.

En la segunda lectura, San Pablo nos advierte de la necesidad de que nuestra conversión sea auténtica y profunda, y nos pone el ejemplo de los israelitas que Dios liberó de la esclavitud de Egipto pero que acabaron muriendo en el desierto. Dios obró multitud de signos y prodigios en su presencia: abrió las aguas del Mar Rojo, los acompañó en la nube y la columna de fuego, los alimentó con el maná y el agua que hizo manar de la roca... y, sin embargo, la mayoría vivieron estos portentos muy superficialmente sin que la fe llegara a arraigar en ellos, pues cuando Dios les invitó a conquistar la tierra de Canaán no confiaron en Él y no se atrevieron a hacerlo y, como consecuencia de ello, murieron en el desierto sin poder entrar en la tierra prometida. Los portentos que vivieron los israelitas ‒dice San Pablo‒ eran solamente figuras de las realidades definitivas que nosotros hemos vivido: el paso del Mar Rojo era figura del bautismo; el maná, de la eucaristía; el agua que brotó de la roca, del Espíritu Santo que manó del costado abierto de Cristo. Pues nosotros ‒nos advierte el Apóstol‒ corremos también el peligro de vivir todas estas realidades superficialmente sin que susciten en nosotros una verdadera conversión que nos lleve a vivir plenamente arraigados en Dios, y sin que podamos por ello entrar en la vida eterna, la tierra definitiva que Dios nos ha prometido.

Finalmente, la primera lectura nos recuerda que la conversión, la reorientación de todo nuestro ser hacia Dios, es un proceso arduo y prolongado que requiere mucha paciencia y perseverancia. Moisés tuvo que permanecer cuarenta años en el desierto de Madián reconsiderando su vida pasada en la corte del Faraón y su intento fallido de salvar a su pueblo con sus propias fuerzas, meditando la fe de Israel y viviendo una existencia sobria y escondida. Será después de este largo período de purificación y conversión cuando Dios se le aparecerá en el monte Horeb en el signo de la zarza que ardía sin consumirse, le revelará su nombre y le enviará a salvar a su pueblo de la esclavitud de Egipto.

Seriedad y urgencia, autenticidad y profundidad, paciencia y perseverancia: estas son las notas características de la conversión que nos señala hoy la palabra de Dios y que tienen que orientar nuestro itinerario cuaresmal y toda nuestra vida.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, llegaron algunos que contaron a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. 

Les respondió Jesús: 

«¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».

Les dijo esta parábola: 

«Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».

San Lucas 13, 1-9

Haz de cada instante un encuentro con Dios / Por P. Carlos García Malo

 


miércoles, 19 de marzo de 2025

Homilía del Evangelio de San José: Descubrir la providencia de Dios en todo, su llamada a la compasión en el sufrimiento ajeno, su invitación a la santidad en el testimonio edificante de los demás / Por P. José María Prats

* «Ésta es, de hecho, la esencia de la vida cristiana: tomar conciencia del carácter sobrenatural de nuestra vida, de que toda ella está sumergida en el misterio de Dios y en su designio de amor para cada uno de nosotros, y ser capaces de descubrir en cada hecho cotidiano su sentido profundo en relación con este designio… Que San José, que vivió los más grandes misterios en su humilde taller de carpintero, interceda por nosotros para que sepamos descubrir esta presencia amorosa de Dios viva y activa en la sencillez de nuestra vida cotidiana»

Solemnidad de San José

2 Samuel 7, 4-5a.12-14a.16  /  Salmo 88  /  Romanos 4, 13.16-18  / San Mateo 1, 16.18-21.24a

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio que acabamos de escuchar nos presenta la vocación de San José, es decir, cómo llegó a convertirse en el padre adoptivo de Jesús.

La situación que describe el evangelio era delicadísima. José y María habían celebrado ya sus desposorios pero no la boda. Los desposorios era un acuerdo matrimonial ante testigos con un gran peso legal por el que unos novios quedaban formalmente comprometidos tras el pago de una dote por parte del padre de la novia. Se realizaba un año antes de la boda y durante este tiempo, aunque los novios eran ya considerados marido y mujer, no solían vivir juntos. Un adulterio en esta situación era castigado con la muerte.

En esta situación, María ha concebido un hijo por obra del Espíritu Santo y, lógicamente, no se lo puede contar así a José. Podemos imaginar unos momentos durísimos para ambos esposos tejidos de silencios y sentimientos muy intensos. María, consciente del dolor de su esposo al descubrir el embarazo, calla y espera la intervención de Dios, que le ha prometido estar con ella. José se debate interiormente ante una situación que le parece imposible: ¿Cómo ha podido ocurrir algo así con una mujer que tenía por modelo de virtud y santidad? Podemos imaginar lo que pasaría por su mente: el dolor ante el engaño, el temor a las murmuraciones de la gente, la tentación de la ira y de la venganza. Finalmente, triunfa en él la bondad y la humildad: decide no juzgar, no condenar, dejar el juicio en manos de Dios y repudiar a María en secreto.

Y es entonces cuando Dios le comunica en un sueño el misterio del Hijo de María, que ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y salvará a su pueblo de los pecados. José recibe entonces las primeras instrucciones en relación a este niño: debe acoger a su madre e imponerle, cuando haya nacido, el nombre de Jesús, que significa Dios salva. Le ha sido, pues, revelada su vocación: él será, a partir de ahora, el padre adoptivo del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que deberá garantizar para él un entorno familiar de cariño, educación y protección donde pueda desarrollarse en su humanidad.

Podemos imaginar lo que fue la vida de José: una vida envuelta en el misterio, al servicio de una obra que le sobrepasa por completo, siempre atento a la voluntad de Dios; una vida llena de pruebas, asumidas y superadas en la fe; una vida contemplando el misterio del Hijo de Dios sometido a su autoridad, creciendo y aprendiendo, trabajando y orando con él; una vida de honradez y de esfuerzo sostenido, que sabe ver en cada hecho, en cada palabra, en cada golpe de martillo, la presencia densa de Dios que habla, alienta, guía y actúa.

Ésta es, de hecho, la esencia de la vida cristiana: tomar conciencia del carácter sobrenatural de nuestra vida, de que toda ella está sumergida en el misterio de Dios y en su designio de amor para cada uno de nosotros, y ser capaces de descubrir en cada hecho cotidiano su sentido profundo en relación con este designio. Descubrir la providencia de Dios en todo lo que tenemos y recibimos, su enseñanza –a veces severa y exigente– en lo que nos toca vivir, su llamada a la compasión en el sufrimiento ajeno, su invitación a la santidad en el testimonio edificante de los demás, su aliento en los momentos de lucidez y consuelo.

Que San José, que vivió los más grandes misterios en su humilde taller de carpintero, interceda por nosotros para que sepamos descubrir esta presencia amorosa de Dios viva y activa en la sencillez de nuestra vida cotidiana.

P. José María Prats


Evangelio

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

«José, hijo de David, no tengas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

San Mateo 1, 16.18-21.24a

La vida de San José, marcada por el silencio y la entrega, es un testimonio de cómo Dios cuida y guía a quienes se entregan con amor y humildad a su voluntad / Por P. Carlos García Malo

 


domingo, 16 de marzo de 2025

Mensaje del Papa Francisco desde el hospital para el Ángelus, 16-3-2025: «Me uno a los enfermos: frágiles, como yo; nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe»


 Este domingo, 16 de marzo, niños han ido a rezar por la salud del Papa Francisco al Hospital Gemelli de roma donde está ingresado / Foto: Vatican Media


* «Os agradezco a todos por vuestras oraciones y agradezco a quienes me asisten con tanta dedicación. Sé que rezan por mí muchos niños; algunos de ellos han venido hoy aquí al “Gemelli” en señal de cercanía. ¡Gracias, queridos niños! El Papa os quiere y espera siempre encontraros» 

  Este domingo, 16 de marzo, niños rezando por la salud del Papa Francisco en el Hospital Gemelli de roma donde está ingresado / Foto: Vatican Media

* «Sigamos rezando por la paz, especialmente en los países heridos por la guerra: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán, República Democrática del Congo» 

16 de marzo de 2025.- (Camino Católico)   Es la luz que transforma, que deslumbra, que se hace caricia en el dolor la que guía el pensamiento del Papa en el Ángelus que él preparó, en este segundo domingo de Cuaresma. Es la luz de la Transfiguración de Jesús que hace visible una de las verdades más grandes a los discípulos que le siguen en el monte: «detrás de los gestos -destaca Francisco- que Él realiza en medio de ellos», está «la luz de su amor infinito».

Un amor que el Papa siente «mientras afronto -escribe- un tiempo de prueba, y me uno a tantos hermanos y hermanas enfermos: frágiles, en este momento, como yo. Nuestro físico es débil pero, aun así, nada puede impedirnos amar, rezar, donarnos, ser los unos para los otros en la fe, signos luminosos de esperanza». El texto completo del mensaje escrito por el Papa Francisco es el siguiente:


Este domingo, 16 de marzo, tres niños rezan por la salud del Papa Francisco ante la estatua de Juan Pablo II en el Hospital Gemelli de roma donde está ingresado / Foto: Vatican Media

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Texto preparado por el Santo Padre en el hospital Gemelli

II Domingo de Cuaresma, 16 de marzo de 2025

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!


Hoy, segundo domingo de Cuaresma, el Evangelio nos habla de la Transfiguración de Jesús (Lc 9,28-36). Después de subir a la cima de un monte con Pedro, Santiago y Juan, Jesús se sumerge en la oración y se vuelve radiante de luz. Así muestra a los discípulos lo que se oculta tras los gestos que Él hace en medio de ellos: la luz de su amor infinito.


Comparto con vosotros estos pensamientos mientras estoy atravesando un momento de prueba, y me uno a los tantos hermanos y hermanas enfermos: frágiles, en este momento, como yo. Nuestro físico está débil, pero, incluso así, nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe, señales luminosas de esperanza. ¡Cuánta luz brilla, en este sentido, en los hospitales y en los centros de asistencia! ¡Cuánta atención amorosa ilumina las habitaciones, los pasillos, los ambulatorios, los lugares donde se prestan los servicios más humildes! Por eso, quisiera invitaros hoy a uniros a mí en las alabanzas al Señor, que nunca nos abandona y que en los momentos de dolor nos pone al lado a personas que reflejan un rayo de su amor.


Os agradezco a todos por vuestras oraciones y agradezco a quienes me asisten con tanta dedicación. Sé que rezan por mí muchos niños; algunos de ellos han venido hoy aquí al “Gemelli” en señal de cercanía. ¡Gracias, queridos niños! El Papa os quiere y espera siempre encontraros.


Sigamos rezando por la paz, especialmente en los países heridos por la guerra: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán, República Democrática del Congo.


Y recemos por la Iglesia, llamada a traducir en decisiones concretas el discernimiento que se ha hecho en la reciente Asamblea Sinodal. Agradezco a la Secretaría General del Sínodo, que en los próximos tres años acompañará a las Iglesias locales en este compromiso.


Que la Virgen María nos guarde y nos ayude a ser, como Ella, portadores de la luz y de la paz de Cristo.


Francisco

Homilía del Evangelio del Domingo: La Cruz y la negación de uno mismo son los instrumentos que vienen a purificarnos y a configurarnos con Cristo para poder participar de su plenitud de vida / Por P. José María Prats

* «Jesús, a través de la experiencia de la transfiguración, les proporciona a sus discípulos las grandes certezas que necesitan para seguir caminando. Por una parte, les hace ver que Él es el camino que deben seguir: la presencia de Moisés y Elías lo confirma como el Mesías, el Salvador anunciado por Dios en el Antiguo Testamento, y la voz del Padre les invita a escucharlo y a seguirlo. Y, al mostrárseles transfigurado y glorioso, les revela que el destino final hacia el que se dirigen es la gloria del Padre»

Domingo II de Cuaresma - C

Génesis 15, 5-12.17-18  /  Salmo  26  /  Filipenses 3, 17-4,1  /  San Lucas 9, 28b-36

P. José María Prats / Camino Católico.- Cuando organizamos una excursión, empezamos pensando en un lugar que valga la pena visitar y a continuación intentamos determinar el camino y el medio más adecuados para llegar hasta allí. Si saliéramos de casa sin saber adónde vamos, eligiendo el camino que nos parece más atractivo en cada momento, seguramente nuestra excursión acabaría siendo muy pobre.

Pues éste es el gran drama de nuestro tiempo: hemos perdido las convicciones y referencias que daban sentido y orientación a nuestra vida (quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos), y vivimos como náufragos, arrastrados en cada momento por impulsos cambiantes o siguiendo simplemente lo que hace todo el mundo. Y es, sobre todo, en los momentos de crisis ‒de salud, afectivas, económicas, familiares...‒ cuando más nos afecta esta situación, pues las cosas efímeras en que nos apoyábamos se vienen abajo y nos encontramos como perdidos y sin razones para seguir viviendo.

En el evangelio que hemos proclamado, los discípulos se encuentran en un momento de crisis. Hasta entonces acompañar a Jesús había sido un camino de rosas: habían sido testigos de curaciones y milagros, de una predicación llena de fuerza y autoridad, de manifestaciones de poder frente a las fuerzas del mal. Ahora, en cambio, Jesús les ha anunciado que se dirige a Jerusalén donde va a padecer mucho y va ser ejecutado por los líderes del pueblo de Israel. El mismo Pedro se ha rebelado contra este anuncio de Jesús.

Pues en este momento de crisis, Jesús, a través de la experiencia de la transfiguración, les proporciona las grandes certezas que necesitan para seguir caminando. Por una parte, les hace ver que Él es el camino que deben seguir: la presencia de Moisés y Elías lo confirma como el Mesías, el Salvador anunciado por Dios en el Antiguo Testamento, y la voz del Padre les invita a escucharlo y a seguirlo. Y, al mostrárseles transfigurado y glorioso, les revela que el destino final hacia el que se dirigen es la gloria del Padre.

La liturgia de hoy, pues, quiere recordarnos también a nosotros estas grandes certezas que dan sentido, orientación y solidez a nuestra vida: que hemos sido creados por amor para participar de la gloria de Dios, y que alcanzamos esta eterna bienaventuranza escuchando la palabra y siguiendo los pasos de Jesucristo. Pero no podemos olvidar que los pasos del Señor pasan por la Cruz y la negación de uno mismo. De hecho, ésta es la clave de nuestra fortaleza ante las dificultades y las crisis que inevitablemente hemos de vivir: el saber que ellas no son las grandes enemigas que vienen a destruir el sentido de la vida y a llenarnos de amargura, sino los instrumentos que vienen a purificarnos y a configurarnos con Cristo para poder participar de su plenitud de vida.

Como nos decía San Pablo en la segunda lectura, «hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas». Son los que viven sin rumbo, dejándose arrastrar por sus instintos más inmediatos en un intento vano y desesperado de huir de la cruz. «Nosotros, por el contrario ‒sigue diciendo San Pablo‒ somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo».

P. José María Prats

 

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

San Lucas 9, 28b-36