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martes, 4 de marzo de 2025

La conversión de John Pridmore, ex gánster: «Sentí que Jesús me decía: ‘John, te amo tanto que volvería a pasar por la cruz solo por ti’. Recé a la Virgen y sentí: ‘Ve a confesarte’»

 John Pridmore, ex gánster

* «En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios»

Camino Católico.- Me llamo John Pridmore y esta es mi historia.

Nací en el barrio de East End de Londres, en el Hospital del Ejército de Salvación. Aunque fui bautizado en el catolicismo, nunca fui a una escuela católica ni a la iglesia. Con diez años, de vuelta a casa en una noche normal, mis padres me dijeron que tenía que elegir con quién de los dos quería vivir porque se iban a divorciar. Yo quería muchísimo a mis padres; no podía escoger entre esas dos personas a las que más quería pero que, paradójicamente, acababan de dejarme completamente por los suelos. Fue en ese momento cuando, en los más profundo de mi ser, tomé la decisión de no amar a nadie nunca más, porque pensaba que así no me volverían a hacer daño.

Después de que mis padres se separaran, empecé a robar. Creo que lo que quería era que alguien se diera cuenta de cuánto sufría, pero como mi padre era policía, aquello sólo era un aliciente más para las palizas. Con 15 años estuve en un centro de detención, que debió de haber sido una lección tajante, severa, definitiva, pero allí mi odio no hizo sino crecer más y continué metiéndome en peleas.

Con esa misma edad dejé la escuela y, como la única cualificación que tenía era en el robo, a eso me dediqué. Sin amor en la vida, me entregué a los analgésicos, a la bebida, a las drogas, a cualquier cosa que me sirviera para acallar el dolor en mi interior. Con 19 años ya estaba otra vez en prisión y la única forma que tenía de lidiar con toda la ira que guardaba dentro era a golpes, con más peleas. Me pusieron en régimen de aislamiento de 24 horas y fue en este periodo cuando consideré deshacerme del mayor regalo de Dios, mi propia vida. Pero Dios debió de estar allí conmigo, porque no me quité la vida, aunque sí salí de prisión más resentido y violento que nunca.

Pensaba que debía coger yo mismo lo que quisiera del mundo, porque nadie me iba a regalar nada. Empecé a trabajar de segurata en clubes del East-End y del West-End, en Londres; se me ocurrió que, ya que me gustaba pelear, mejor que me pagaran por hacerlo. En aquel ambiente conocí a algunos de los tipos que dirigen la mayor parte del crimen organizado de Londres, así que empecé a trabajar para ellos. No mucho más tarde, dejé de trabajar para ellos y comencé a trabajar con ellos. Mi estilo de vida era el de un gánster clásico, con dinero, drogas y mujeres a montones. Tenía un ático en St. John’s Wood (uno de los más ricos de Londres), un BMW Serie 7, un Mercedes deportivo convertible y no podía gastarme el dinero lo suficientemente rápido, porque los beneficios de los chantajes y del tráfico de drogas se seguían acumulando. Mi chaqueta de cuero de diseño tenía cosido un bolsillo interior donde guardaba un machete para cuando tenía que ir a recuperar algunas deudas y castigar a los que incumplían sus pagos.

De veras creía que lo que el mundo me contaba era verdad, que teniendo todas esas posesiones, relaciones y drogas sería feliz, pero por dentro me sentía enfermo porque esta vida me estaba destruyendo poco a poco. Nada me satisfacía, nada me llenaba. Mientras tanto, intentaba destrozar mi propia conciencia, porque con esta gente con la que trataba, cuanto más despiadado y brutal seas, más respeto recibes, y yo quería ese respeto. Quería que cuando la gente entrara en un club y me viera allí, supiera quién soy y qué es lo que hago.

Una noche que trabajaba en uno de esos clubes que dirigíamos en el West-End, le di un puñetazo con un puño de acero a un tipo, pero, tras el puñetazo, calló completamente de espaldas y se golpeó la cabeza contra el bordillo. Había sangre por todas partes y la gente alrededor empezó a gritar, así que me marché del lugar y recuerdo haber pensado camino de casa en mi coche: “Me podrían caer diez años por esto”. Lentamente, empecé a darme cuenta de que era posible que acabara de matar a alguien y ni siquiera me importaba. Antes las personas solían importarme y yo solía querer marcar la diferencia, pero ahí estaba, haciendo cumplir mi voluntad a golpes y destruyendo todo lo que me rodeaba. La única persona que me importaba era yo mismo y no pensaba que eso pudiera cambiar.

Llegué a casa y escuché una voz que me hablaba en mi corazón, es una voz que todos conocemos, nuestra conciencia, Dios dentro de nosotros. Hasta ese momento, yo creía que Dios era sólo una historieta bonita para evitar que fuéramos malos, pero entonces me topé de cara con el hecho de que Dios era real y no importaba en absoluto lo que yo pensara.

Aunque nunca había sido consciente del amor o de la presencia de Dios en mi vida hasta ese momento, en un instante sentí cómo Él se separaba a Sí mismo de mí. La gente dice que esa separación de Dios es el infierno; bueno, si el infierno es así, rezo porque nadie vaya nunca allí porque fue la experiencia más aterradora de mi vida. Me han puesto pistolas en la cabeza, me han apuñalado, pero este momento fue el más terrible de todos porque yo era plenamente consciente de las elecciones que había hecho. Clamé a Dios por otra oportunidad, no porque lamentara algo, sino porque no quería seguir experimentando aquella desolación. En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios. No podía creer que Dios pudiera amar a alguien como yo, con todas las cosas horribles que había hecho, pero Él me siguió demostrando que me amaba y me aceptaba. Durante toda mi vida me he sentido inútil y no me importaba si vivía o moría, pero Dios me mostró que sí tenía importancia, porque Él me amaba y me había creado. 

 John Pridmore, ex gánster, miró un crucifijo y supo por primera vez que Cristo había muerto por él en la cruz

La única persona que conocía que tenía fe era mi madre y, aunque no la veía mucho por aquel entonces, fui a visitarla y le conté lo que había pasado. Me dijo que había rezado por mí todos los días de mi vida, pero que, dos semanas antes, había rezado por que Jesús me llevara. Si eso suponía dejarme morir, que así fuera, pero que no me permitiera seguir haciendo daño a los demás ni a mí mismo. Sé cuánto me quiere mi madre y sé que una oración como aquella debió romper su corazón, pero es que ella podía ver el monstruo en que me estaba convirtiendo. Nunca olvidaré las lágrimas cayendo por su rostro cuando le dije cómo había encontrado a Dios.

Probablemente esas lágrimas limpiaron todo el dolor y la miseria que le había causado durante su vida. Mi padrastro me dio mi primera Biblia; nunca había tenido ninguna y una de las primeras historias que leí fue la del Hijo Pródigo. Cómo un padre dio a sus dos hijos todo su sustento y sus propiedades y cómo uno de ellos se marchó a despilfarrar todo el dinero de su padre en una vida de pecado y libertinaje. Después de gastarlo todo y porque estaba hambriento, pensó: “Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre”. Decide volver a su padre para pedirle que le acoja como uno de sus esclavos pero, cuando va camino de la casa de su padre, él está fuera buscándole y, al ver a su hijo, corre hacia él para abrazarle, le pone un anillo en el dedo, sandalias en los pies, ropas de las mejores telas y organiza una fiesta para él y sus amigos. Siempre sería su hijo, que volvió a la familia donde siempre fue amado, incluso después de años de perdición.

En esa historia me di cuenta de que Dios siempre había estado buscándome y que nunca se cansaría de buscar ni de intentar arreglar mi corazón roto por mi estilo de vida. Como nunca había ido a la iglesia, empecé a buscar un lugar donde encontrar a Dios y conocí un viejo sacerdote que me habló de un retiro. Los únicos retiros de los que yo había oído hablar eran en los que uno se tumbaba en la playa con un cubata en una mano, un porro en la otra y una buena hembra al lado, así que dije “Me encantaría ir”. Cuando llegué, no era exactamente como había imaginado, pero lo cierto es que vi a cerca de 200 jóvenes que tenían una alegría que yo nunca había sentido. Algunos se acercaron a mí y me abrazaron. Bueno, no sé si conocéis algún ex-gánster, pero a nosotros no nos va mucho eso de los abrazos, a no ser que sea con chicas, pero ¿abrazar a chicos? Si abrazas a un tío delante de unos gánsteres te llevas una torta.

En este lugar asistí a una charla que tenía por título “Dame tu corazón herido” y mientras escuchaba al sacerdote hablando de cómo todos los pecados que cometemos son como una herida en nuestro corazón, miré a un crucifijo y por primera vez supe por qué Jesús había muerto en aquella cruz, para cargar, gracias a su amor, con todos los pecados tan oscuros como terribles que yo haya cometido en mi vida y llevarlos en su corazón hasta la crucifixión. Y entonces sentí una tristeza increíble por todo lo que había hecho, pero por encima de aquella pena estaba una dicha desconocida, sentí que Jesús me decía “John, te amo tantísimo que volvería a pasar por todo esto solamente por ti”. Me eché a llorar, lloré por primera vez desde que tenía diez años porque no podía creer que alguien pudiera amarme tanto como para morir por mí con semejante agonía. Al salir de aquella charla dije una oración a María, madre de Jesús, para decirle: “¿Qué es lo que tu Hijo quiere de mí?”. Y sentí un susurro en mi corazón: ve a confesarte. Nunca había ido antes a confesarme y, con 27 años, sabía que había cometido todos los pecados posibles y tenía miedo. Pero María me dio el valor. Y mientras confesaba todos aquellos pecados terribles, el sacerdote lloraba porque él era Jesús para mí. Me mostraba la misericordia de Dios, que ya podía sentir en mi corazón. Cuando recibí la absolución, supe que Jesús me perdonaba y me daba la libertad. Me había vaciado de todos mis pecados a los pies de la cruz y estaba vivo de nuevo, podía sentir el viento en mi cara, podía escuchar el canto de los pájaros. Mis pecados me habían matado, pero la confesión me había devuelto a la vida.

En aquel mismo retiro, además de reunirme con Jesús a través de la confesión, lo recibí en mi corazón durante la misa. Al avanzar y recibir la Divina Comunión, todos los buenos sentimientos que había tenido en mi vida, incluyendo aquel momento al salir de mi piso y la forma en que me sentí tras la confesión, fueron magnificados un millón de veces. Mi corazón se había abierto en la confesión para sentir y conocer Su presencia en la Eucaristía y Él llenó mi corazón por completo.

Cuando salí del retiro, decidí que quería servir a los demás, así que empecé a trabajar en Kingsmeade Estate en Londres intentando ayudar a los jóvenes a no entrar en la vida de crimen y sufrimiento que yo había elegido. Años más tarde, fui al Bronx y allí conocí a la Madre Teresa, que me enseñó a amar de nuevo, a amarme a mí mismo y a los demás. Me inspiró para dar a los demás y, desde entonces, he estado compartiendo mi historia en escuelas, parroquias y prisiones de todo Reino Unido e Irlanda. En 2007, en la Jornada Mundial de la Juventud en Sídney, tuve el privilegio de hablar para más de medio millón de jóvenes; el mayor regalo de mi vida es compartir con ellos que hay un Dios que les ama, que les cuida y que se regocija en ellos. Desde aquella charla en Sídney, mi ministerio se ha vuelto más internacional. He dirigido retiros, charlas y seminarios en Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos (Nueva York, Florida, Chicago, Phoenix y Los Ángeles), Alemania, Holanda, Hong Kong y por todo el mundo. El año pasado fui a Liberia a hablar sobre el perdón a antiguos niños soldado. Algunos de estos niños habían sido forzados a cometer atrocidades y a combatir, con sólo once años, en la sangrienta guerra civil que arrasó Liberia durante una década. Fue un honor y un privilegio estar entre ellos y ser testigo de la increíble resistencia que tienen para intentar adaptarse y elegir el bien en sus vidas, aun habiendo quedado cubiertas de oscuridad.

Durante los últimos 25 años he trabajado a tiempo completo para traer esperanza a los demás y mostrarles que si Dios puede amar a alguien como yo, puede amar a cualquiera. Que Dios os bendiga con su profundo amor,

John Pridmore
ex gángster convertido al cristianismo que ahora viaja a nivel internacional para hablar sobre cómo ha cambiado su vida. Si quieres saber más sobre John visita su página www.johnpridmore.com donde encontrarás sus tres libros incluida la historia de su vida From Gangland to Promised Land.
Artículo original whyimcatholic.com

domingo, 3 de noviembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Método para descubrir lo esencial en la vida y amar a Dios y al prójimo / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 

* «¿Cuáles son las prioridades en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas cuestiones en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. A la salud, la familia, los amigos… hay que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este amor»

Amarás al Señor tu Dios

     Domingo XXXI del tiempo ordinario - B:

Deuteronomio 6, 2-6 / Salmo 17 / Hebreos 7, 23-28 / Marcos 12, 28b-34

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Un día se acercó a Jesús uno de los escribas, preguntándole cuál era el primer mandamiento de la Ley y Jesús respondió citando las palabras de ésta: "Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, uno sólo es el Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas", que hemos oído, e hizo de ellas el "primero de los mandamientos". Pero Jesús añadió de inmediato que hay un segundo mandamiento semejante a éste, y es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

Para comprender el sentido de la pregunta del escriba y de la respuesta de Jesús, es necesario tener en cuenta algo. En el judaísmo del tiempo de Jesús había dos tendencias opuestas. Por un lado estaba la tendencia a multiplicar sin fin los mandamientos y preceptos de la Ley, previendo normas y obligaciones para cada mínimo detalle de la vida. Por otro se advertía la necesidad opuesta de descubrir, por debajo de este cúmulo asfixiante de normas, las cosas que verdaderamente cuentan para Dios, el alma de todos los mandamientos.

El interrogante del escriba y la respuesta de Jesús se introducen en esta línea de búsqueda de lo esencial de la ley, para no dispersarse entre miles preceptos secundarios. Y es justamente esta lección de método la que deberíamos aprender sobre todo del Evangelio de este día. Hay cosas en la vida que son importantes, pero no urgentes (en el sentido de que si no las haces, aparentemente no pasa nada); y viceversa, hay cosas que son urgentes pero no importantes. Nuestro riesgo es sacrificar sistemáticamente las cosas importantes para correr detrás de las urgentes, frecuentemente del todo secundarias.

¿Cómo prevenirnos de este peligro? Una historia nos ayuda a entenderlo. Un día, un anciano profesor fue llamado como experto para hablar sobre la planificación más eficaz del tiempo para los mandos superiores de algunas importantes empresas norteamericanas. Entonces decidió probar un experimento. De pie, frente al grupo listo para tomar apuntes, sacó de debajo de la mesa un gran vaso de cristal vacío. A la vez tomó también una docena de grandes piedras, del tamaño de pelotas de tenis, que colocó con delicadeza, una por una, en el vaso hasta llenarlo. Cuanto ya no se podían meter más, preguntó a los alumnos: "¿Os parece que el vaso está lleno?", y todos respondieron: "¡Sí!". Esperó un instante e insistió: "¿Estáis seguros?".

Se inclinó de nuevo y sacó de debajo de la mesa una caja llena de gravilla que echó con precisión encima de las grandes piedras, moviendo levemente el vaso para que se colara entre ellas hasta el fondo. "¿Está lleno esta vez el vaso?", preguntó. Más prudentes, los alumnos comenzaron a comprender y respondieron: "Tal vez aún no". "¡Bien!", contestó el anciano profesor. Se inclinó de nuevo y sacó esta vez un saquito de arena que, con cuidado, echó en el vaso. La arena rellenó todos los espacios que había entre las piedras y la gravilla. Así que dijo de nuevo: "¿Está lleno ahora el vaso?". Y todos, sin dudar, respondieron: "¡No!". En efecto, respondió el anciano, y, tal como esperaban, tomó la jarra que estaba en la mesa y echó agua en el vaso hasta el borde.

En ese momento, alzó la vista hacia el auditorio y preguntó: "¿Cuál es la gran verdad que nos muestra ese experimento?". El más audaz, pensando en el tema del curso (la planificación del tiempo), respondió: "Demuestra que también cuando nuestra agenda está completamente llena, con un poco de buena voluntad, siempre se puede añadir algún compromiso más, alguna otra cosa por hacer". "No -respondió el profesor-; no es eso. Lo que el experimento demuestra es otra cosa: si no se introducen primero las piedras grandes en el vaso, jamás se conseguirá que quepan después".

La historia del frasco y las piedras escenificada en el vídeo

Tras un instante de silencio, todos se percataron de la evidencia de la afirmación. Así que prosiguió: "¿Cuáles son las piedras grandes, las prioridades, en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas piedras grandes en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. Así que no olvidéis plantearos frecuentemente la pregunta: '¿Cuáles son las piedras grandes en mi vida?' y situarlas en el primer lugar de vuestra agenda". A continuación, con un gesto amistoso, el anciano profesor se despidió del auditorio y abandonó la sala.

A las "piedras grandes" mencionadas por el profesor -la salud, la familia, los amigos...- hay que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este amor.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: 

«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». 

Jesús le contestó: 

«El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: 

«Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». 

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: 

«No estás lejos del Reino de Dios». 

Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Marcos 12, 28b-34

domingo, 29 de septiembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: ¿Qué hay más liberador que la voluntad de Dios de que todos se salven? / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de ‘que todos los hombres se salven’ (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: ‘¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!’. ¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: ‘Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente’; el motivo positivo es: ‘Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte’»

 El que no está contra nosotros, está por nosotros: Domingo XXVI del tiempo ordinario – B:


Números 11, 25-29  /  Salmo 18  /  Santiago 5,1-6  /  Marcos 9, 38-43.45.47-48 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Uno de los apóstoles, Juan, vio expulsar demonios en nombre de Jesús a uno que no era del círculo de los discípulos y se lo prohibió. Al contarle el incidente al Maestro, se oye que Él responde: «No se lo impidáis... El que no está contra nosotros, está por nosotros».

Se trata de un tema de gran actualidad. ¿Qué pensar de los de fuera, que hacen algo bueno y presentan las manifestaciones del Espíritu, sin creer aún en Cristo y adherirse a la Iglesia? ¿También ellos se pueden salvar?

La teología siempre ha admitido la posibilidad, para Dios, de salvar a algunas personas fuera de las vías ordinarias, que son la fe en Cristo, el bautismo y la pertenencia a la Iglesia. Esta certeza se ha afirmado sin embargo en época moderna, después de que los descubrimientos geográficos y las aumentadas posibilidades de comunicación entre los pueblos obligaron a tomar nota de que había incontables personas que, sin culpa suya alguna, jamás habían oído el anuncio del Evangelio, o lo habían oído de manera impropia, de conquistadores o colonizadores sin escrúpulos que hacían bastante difícil aceptarlo. El Concilio Vaticano II dijo que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» de Cristo, y por lo tanto se salven [Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia y el mundo actual, n. 22. Ndt].

¿Ha cambiado entonces nuestra fe cristiana? No, con tal de que sigamos creyendo dos cosas: primero, que Jesús es, objetivamente y de hecho, el Mediador y el Salvador único de todo el género humano, y que también quien no le conoce, si se salva, se salva gracias a Él y a su muerte redentora. Segundo: que también los que, aún no perteneciendo a la Iglesia visible, están objetivamente «orientados» hacia ella, forman parte de esa Iglesia más amplia, conocida sólo por Dios.

Dos cosas, en nuestro pasaje del Evangelio, parece exigir Jesús de estas personas «de fuera»: que no estén «contra» Él, o sea, que no combatan positivamente la fe y sus valores, esto es, que no se pongan voluntariamente contra Dios. Segundo: que, si no son capaces de servir y amar a Dios, sirvan y amen al menos a su imagen, que es el hombre, especialmente el necesitado. Dice de hecho, a continuación de nuestro pasaje, hablando aún de aquellos de fuera: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Pero aclarada la doctrina, creo que es necesario rectificar también algo más, y es la actitud interior, la psicología de nosotros, los creyentes. Se puede entender, pero no compartir, la mal escondida contrariedad de ciertos creyentes al ver caer todo privilegio exclusivo ligado a la propia fe en Cristo y a la pertenencia a la Iglesia: «Entonces, ¿de qué sirve ser buenos cristianos...?». Deberíamos, al contrario, alegrarnos inmensamente frente a estas nuevas aperturas de la teología católica. Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de «que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: «¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!».

¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: «Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente»; el motivo positivo es: «Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte».

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


Evangelio

En aquel tiempo, Juan le dijo:

«Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros». 

Pero Jesús dijo: 

«No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.

»Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga».

Marcos 9, 38-43.45.47-48

jueves, 5 de septiembre de 2024

Marcela Araya, de familia comunista y atea, herida por drogas y amarguras, reiki y masonería, abortó y quería suicidarse, pero rezó «y Jesús apareció a mi lado. Vi todos mis pecados y que lo había herido»


* «Él es puro, purísimo, todo amor, y yo lloraba de vergüenza, por todo lo que había hecho, que era terrible. Y pensaba: ahora me va a juzgar. Pero él me miraba y me amaba. Y en ese momento yo vivía su misericordia. Me estaba dando mucho amor. Casi oía caer las cadenas que me ataban. Y lloraba y lloraba. Para mí fue eterno, no sé si 10 minutos o tres horas. Le dije: ¿qué quieres? Y me dijo: ve a mi Iglesia. Y le dije: pídeme otra cosa, eso pídemelo cuando esté mejor. Yo me había leído todos esos libros contra la Iglesia y los curas me caían muy mal. Pero Él insistía: ve a mi Iglesia. Y fui al momento a buscar una iglesia, en Berlín. Cuando entré, me senté, y sentí una paz que no había sentido nunca. Sentí que era mi casa. Fue muy hermoso»

Camino Católico.- Marcela Araya ,madre de familia, procedente de una familia comunista y atea, tras abandonar la casa de sus padres queda expuesta a los peligros de la calle donde es herida por la droga, las  amarguras, el reiki y masonería:.Después de una accidentada vida llena de equivocaciones cuenta cómo Jesúcristo sale a su encuentro repentinamente, transformándola totalmente. Relató su testimonio en Barcelona, ante Nazaret.Tv en 2018, unos tres años después de su conversión.

Durante toda su vida, la sensación de falta de amor le condujo a comportamientos destructivos, adicción, intentos de suicidio y después los vacíos vaporosos de la espiritualidad New Age. Hasta que un día de invierno se dirigió a Jesucristo: "si existes, si de verdad eres 'eso que dicen', ven y sálvame". Cuenta su testimonio cuando se lo piden sacerdotes, por obediencia y con permiso de su director espiritual. Así fue su historia de conversión.

Una familia atea comunista

"Yo nací en Chile, en una familia atea, comunista, que apoyaba a Allende por el sueño de un mundo mejor para los trabajadores, una familia muy solidaria pero muy atea. Estaban en un espíritu de división: los buenos y los malos", explica Marcela. Era una familia grande y con muchos parientes. Su madre trabajaba en el Ministerio de Agricultura "con mucha gente a sus órdenes" y tenían una gran casa, y vacaciones en las montañas. 

Con la llegada del régimen de Pinochet, y con amigos y parientes detenidos, torturados o desaparecidos, la familia escapa de Chile y llega, casi sin posesiones, a Menorca, invitados por un amigo de la infancia del padre. Marcela tenía 9 años y "aunque Menorca era muy bonita", ella se sentía sola y desarraigada. "Tenía mucho dolor, no dormía de noche, lo odiaba todo, era muy pequeña y vengativa", recuerda. 

Infancia de amargura: un bloqueo al amor

Empezaron pobres: su padre trabajando en el hotel de su amigo, su madre en tiendas de bisutería y luego en una importante empresa de viajes. "Enseguida remontamos", explica. Sus padres, viendo rotos sus sueños de Chile, sintiéndose abandonados también por el Partido Comunista, se llenaron de amargura. "Mi padre se volvió muy amargo, y era bruto conmigo y con mi hermana. Luego se arrepentía, porque era buen hombre, pero tenía demasiado dolor. Ateo, no tenía donde acudir. Mi madre estaba volcada en el trabajo y solo nos daba amargura. En cuanto pudimos, las hijas nos fuimos de casa". 

"A los 13 años me fui de casa, y con mi hermana, de 19, nos fuimos a Londres, a Brighton, a estudiar inglés. El viaje, vivir solas, nos espabiló mucho, a mí, desde luego, demasiado. Yo sentía que me habían echado de casa. Mis padres no estaban para mí". 

Porros, ácidos, heroína...

"A los 14, de vuelta a Menorca, empecé con los porros, las drogas. Te hacen reir, olvidar. Y después los ácidos, y con 17 en la heroína. Era fantástico: te morías y no sentías dolor. Éramos niños bien, que robábamos a los padres".

Marcela empezó a ver a algunos amigos de la droga que les iba muy mal. Empezó a asustarse y pensar en dejarlo. Pero, ¿cómo? No se atrevía a decirlo a sus padres. Para llamar la atención, intentó suicidarse "pero de una manera muy tonta, con un cuchillo que casi no cortaba. Me pilló la madre de un amigo y me llevó a casa". Marcela reconoció antes sus padres que necesitaba ayuda... Durante unos meses sus padres de volcaron en ayudarla, con tratamientos, medicinas y atención.

Pero al cumplir los 18 años decidió irse "a descubrir mundo" con otra amiga. Era también una forma de evitar sus antiguas amistades de adicta. Dejaron Mahón, fueron a Ciudadela, conocieron más gente, fiestas... y otras vez drogas (esta vez cocaína, en vez de heroína).

Después, "haciendo todas las trampas posibles" se colocó a estudiar Económicas en la universidad en Londres. Descubrió que era buena estudiante. También hacía cortos y videoclips en una escuela de cine.

Desilusión, aborto, suicidio casi exitoso

"Aprendí a hacer producción y lo hacía bastante bien, con mi novio de entonces, que era director. Pero me desilusionó ese mundo, y mi novio. No les interesaba tanto el cine como la fiesta. Y quedé embarazada, y aborté, porque la carrera era más importante".  A Marcela le tiembla la voz cuando llega a este punto y se detiene un instante. "Dios me ha perdonado. Pero si una se da cuenta... es terrible, claro, es un asesinato. Y yo asesiné a mi hijo". 

Después de eso intentó suicidarse otra vez. No recuerda mucho, pero el doctor, después del quirófano, le dijo: "has tenido mucha suerte, te cortaste hasta los tendones, podrías haberte quedado sin manos". "Yo pensé: ¡es que estoy como una cabra, loca perdida!". Su familia había vuelto a Chile. Las autoridades la colocaron en el psiquiátrico de Sabadell, cerca de Barcelona, esperando que alguien se responsabilizara de ella. 

Por primera vez, conoce el amor

Una amiga de Inglaterra vino a sacarla del hospital y se la llevó a Londres, a su casa. En una cena allí conoció a Phillip, su marido. "Me quedé en casa de él. Vio que yo estaba fatal, porque era listo, pero me amaba de verdad. Yo descubrí que ¡hay gente que te ama! Yo estaba alucinada: era amable, respetuoso... Y quedé embarazada. Pensé que él no querría el niño, que me dejaría... Pero él se alegró, me abrazó. Yo no lo esperaba: por primera vez alguien estaba alegre por algo mío. Nos casamos por lo civil. Teníamos un niño, esperábamos el segundo. Por primera vez tenía amor, daba amor, recibía amor".

El reiki y la new age

En lo material estaban bien y vivían ahora en Barcelona. Pero ahora una amiga la inició en el reiki para "sanar más". Se inició en distintos tipos de reiki, la supuesta técnica para canalizar una indetectable energía vital sanadora. Lo combinaba con otras prácticas new age. 

"Empecé a adorar piedras, yo que sé, tonterías, que uno se lo quiere creer por buena voluntad... y el yoga, la meditación, y yo le daba lecciones a los demás... cuando en realidad yo estaba fatal, y no podía ni con mis niños". 

Marcela explica así su herida: "Yo tenía esa barrera de dolor y no podía darles a mis hijos lo que no había recibido; si no lo había recibido, ¿cómo iba a dárselo? ¡Las piedras tampoco podían dármelo!" 

Masonería y esoterismo

"Y me metí en la masonería, a leer muchos libros en contra de la Iglesia Católica, algunos libros muy bonitos, pero que hoy los veo y digo 'madre mía, ¿cómo es posible que yo me creyera esto?'. Y hablar, y hablar con el psicólogo, etc... Pero esas miserias, aunque las puedes airear un poco, siguen ahí".

Mientras tanto, a Philip, su marido, todo le iba mal: salud, problemas de trabajo... "Claro, hoy lo veo: si yo me dedicaba a abrirle la casa al Maligno, ¿cómo no?"

Se mudaron a Berlín. "Allí fue la explosión del esoterismo: cada semana un curso nuevo, gastando dinero, energía e ilusiones."


Una amiga católica y un vídeo-testimonio

Sin embargo, mantenía contacto con algunas amigas de Barcelona que también estaban en su propio viaje de exploración espiritual por la Nueva Era. Y entonces supo que una de ellas se estaba haciendo católica. 

"Yo pensé: está loca, qué le pasa, me habla de Vírgenes, de curaciones, que si se aparece..." Pero la veía más tranquila y mejor. "Y ella fue a Medjugorje y allí rezó por mí".

"Yo me dedicaba a la meditación trascendental, que no funcionaba, me ponía de mal humor aunque todo nos iba bien materialmente". Y por esas fechas su amiga le mandó un vídeo con el testimonio de Gloria Polo, una mujer alejada de la fe que recibió un rayo y volvió de una experiencia cercana a la muerte. "Lo miré por respeto con mi amiga, para al menos decir que lo había visto". 

Gloria Polo hablaba de sus pecados pasados, del Purgatorio, del infierno... "y me parecía una locura, pero me creó la duda; 'yo iría al infierno directo, seguro'". 

Día de nieve: la primera oración a Jesús

Un tiempo después, en un día de nieve, Marcela se encontró llorando, sintiéndose muy mal pese a todos sus cursos de New Age. Y decidió dirigirse a Jesucristo, por primera vez. "Y le dije a Jesús que si existe, que si es 'eso que dicen', que venga y me salve, porque ya está bien, porque con mi dolor iba a hacer algo que lo perdería todo, mis hijos, mi familia..."

"Y me aparece Él, me aparece Jesús"

Al día siguiente, entró en su "cuarto de meditación, con todas mis piedras y esas cosas". "Me puse a meditar. Y me aparece Él, me aparece Jesús. Está a mi lado, me está mirando. Está ocupado, como rodeado de jóvenes. Y me miraba como diciendo: 'tenemos trabajo'. Lo entendí todo, vi todos mis pecados. Me iluminó y lo vi, no había donde esconder nada. Vi que todo lo que había hecho era herirlo". 

"Él es puro, purísimo, todo amor, y yo lloraba de vergüenza, por todo lo que había hecho, que era terrible. Y pensaba: ahora me va a juzgar. Pero él me miraba y me amaba. Y en ese momento yo vivía su misericordia. Me estaba dando mucho amor. Casi oía caer las cadenas que me ataban. Y lloraba y lloraba. Para mí fue eterno, no sé si 10 minutos o tres horas. Le dije: ¿qué quieres? Y me dijo: ve a mi Iglesia. Y le dije: pídeme otra cosa, eso pídemelo cuando esté mejor. Yo me había leído todos esos libros contra la Iglesia y los curas me caían muy mal. Pero Él insistía: ve a mi Iglesia. Y fui al momento a buscar una iglesia, en Berlín. Pensé: será la católica, que es la que yo conozco".  Le costó un rato, pero finalmente encontró una parroquia católica. 

"Cuando entré, me senté, y sentí una paz que no había sentido nunca. Sentí que era mi casa. Fue muy hermoso".

"Ahora sí que estoy chalada..." 

Y empezó así su amistad con Jesús. "Yo estaba asustada: 'ahora sí que estoy chalada, ahora hablo con Jesús. No puedo decírselo a mi marido, porque me la juego, con mis antecedentes'. Pero rompí con muchas amistades, con el reiki... Jesús me perdonaba con la mirada pero yo sabía que faltaba algo. En Internet leí lo de los pecados de pensamiento, obra, palabra y omisión... Pensé: 'de omisión lo he hecho todo'. Los amigos, cuando les contaba 'creo que soy católica', pensaban "Marcela y sus locuras". 

En su primera confesión vio, asombrada, que el sacerdote se emocionaba. "Solo me confesé una vez en el colegio, y no era nada real. Hice la comunión mal, por ponerme a la cola", le iba explicando al sacerdote. Y luego todo lo demás, su vida desastrosa, lo del aborto y muchas lágrimas. Cuando el sacerdote dijo las palabras poderosas de la absolución ("Yo te absuelvo en nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo"), ella sintió "un calor, que de repente se me iba todo eso que me dañaba. Y lloré por la sanación que sentía. Y me maravillaba. Volví a casa cantando como una niña". 

Ir a misa diaria, a escondidas

A partir de entonces necesitaba ir a misa cada día. Del Rosario sólo sabía que tenía bolitas. Y buscó por internet y empezó a rezarlo cada día. En Berlín hay pocas misas de diario: según el día era en un sitio u otro. En casa la misa diaria causaba trastornos, iba a misa a escondidas, escapándose de casa. Pero "yo sabía que toda mi fuerza vendría solo del Señor y sin ella volvería a caer". Aún no podía comulgar, ella misma lo sentía.

"Yo veía al Señor conmigo en mis momentos malos del pasado, bendiciendo, poniendo amor en situaciones que habían sido terribles. Yo sentía amor y sanación. Veía esas cadenas, las llevaba a la confesión, y allí las soltaba. Y lloraba siempre en confesión. Mi marido empezó a ver el cambio. Mi hijo mayor, que le gusta la historia, viendo la película "Karol", sobre Juan Pablo II, me dijo: ahora lo entiendo, mamá. Mi marido empezó a acompañarme a misa". 

- ¿Tú te casarías conmigo otra vez? - le dijo ella.

- Claro -dijo él. 

- Pues lo vas a hacer, ahora por la Iglesia.  

Con la ayuda de un sacerdote de Gerona el matrimonio se preparó. Ella vivió su boda eclesial sintiéndose "la hija bonita de nuestro Padre Celestial". Cuando preguntaban a su marido por su fe, decía que viendo el cambio en Marcela, era indudable que eran cosas que hacía Dios. Más adelante, un viaje a Lourdes la ayudó a sanar aspectos de su relación con su madre terrenal.

"Así pasé de no conocer el amor a llenarme de amor de manera absoluta. Soy plenamente feliz, estoy con Dios, que es el más guapo, es inmenso. No lo cambio por nada".