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domingo, 3 de noviembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Método para descubrir lo esencial en la vida y amar a Dios y al prójimo / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 

* «¿Cuáles son las prioridades en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas cuestiones en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. A la salud, la familia, los amigos… hay que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este amor»

Amarás al Señor tu Dios

     Domingo XXXI del tiempo ordinario - B:

Deuteronomio 6, 2-6 / Salmo 17 / Hebreos 7, 23-28 / Marcos 12, 28b-34

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Un día se acercó a Jesús uno de los escribas, preguntándole cuál era el primer mandamiento de la Ley y Jesús respondió citando las palabras de ésta: "Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, uno sólo es el Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas", que hemos oído, e hizo de ellas el "primero de los mandamientos". Pero Jesús añadió de inmediato que hay un segundo mandamiento semejante a éste, y es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

Para comprender el sentido de la pregunta del escriba y de la respuesta de Jesús, es necesario tener en cuenta algo. En el judaísmo del tiempo de Jesús había dos tendencias opuestas. Por un lado estaba la tendencia a multiplicar sin fin los mandamientos y preceptos de la Ley, previendo normas y obligaciones para cada mínimo detalle de la vida. Por otro se advertía la necesidad opuesta de descubrir, por debajo de este cúmulo asfixiante de normas, las cosas que verdaderamente cuentan para Dios, el alma de todos los mandamientos.

El interrogante del escriba y la respuesta de Jesús se introducen en esta línea de búsqueda de lo esencial de la ley, para no dispersarse entre miles preceptos secundarios. Y es justamente esta lección de método la que deberíamos aprender sobre todo del Evangelio de este día. Hay cosas en la vida que son importantes, pero no urgentes (en el sentido de que si no las haces, aparentemente no pasa nada); y viceversa, hay cosas que son urgentes pero no importantes. Nuestro riesgo es sacrificar sistemáticamente las cosas importantes para correr detrás de las urgentes, frecuentemente del todo secundarias.

¿Cómo prevenirnos de este peligro? Una historia nos ayuda a entenderlo. Un día, un anciano profesor fue llamado como experto para hablar sobre la planificación más eficaz del tiempo para los mandos superiores de algunas importantes empresas norteamericanas. Entonces decidió probar un experimento. De pie, frente al grupo listo para tomar apuntes, sacó de debajo de la mesa un gran vaso de cristal vacío. A la vez tomó también una docena de grandes piedras, del tamaño de pelotas de tenis, que colocó con delicadeza, una por una, en el vaso hasta llenarlo. Cuanto ya no se podían meter más, preguntó a los alumnos: "¿Os parece que el vaso está lleno?", y todos respondieron: "¡Sí!". Esperó un instante e insistió: "¿Estáis seguros?".

Se inclinó de nuevo y sacó de debajo de la mesa una caja llena de gravilla que echó con precisión encima de las grandes piedras, moviendo levemente el vaso para que se colara entre ellas hasta el fondo. "¿Está lleno esta vez el vaso?", preguntó. Más prudentes, los alumnos comenzaron a comprender y respondieron: "Tal vez aún no". "¡Bien!", contestó el anciano profesor. Se inclinó de nuevo y sacó esta vez un saquito de arena que, con cuidado, echó en el vaso. La arena rellenó todos los espacios que había entre las piedras y la gravilla. Así que dijo de nuevo: "¿Está lleno ahora el vaso?". Y todos, sin dudar, respondieron: "¡No!". En efecto, respondió el anciano, y, tal como esperaban, tomó la jarra que estaba en la mesa y echó agua en el vaso hasta el borde.

En ese momento, alzó la vista hacia el auditorio y preguntó: "¿Cuál es la gran verdad que nos muestra ese experimento?". El más audaz, pensando en el tema del curso (la planificación del tiempo), respondió: "Demuestra que también cuando nuestra agenda está completamente llena, con un poco de buena voluntad, siempre se puede añadir algún compromiso más, alguna otra cosa por hacer". "No -respondió el profesor-; no es eso. Lo que el experimento demuestra es otra cosa: si no se introducen primero las piedras grandes en el vaso, jamás se conseguirá que quepan después".

La historia del frasco y las piedras escenificada en el vídeo

Tras un instante de silencio, todos se percataron de la evidencia de la afirmación. Así que prosiguió: "¿Cuáles son las piedras grandes, las prioridades, en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas piedras grandes en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. Así que no olvidéis plantearos frecuentemente la pregunta: '¿Cuáles son las piedras grandes en mi vida?' y situarlas en el primer lugar de vuestra agenda". A continuación, con un gesto amistoso, el anciano profesor se despidió del auditorio y abandonó la sala.

A las "piedras grandes" mencionadas por el profesor -la salud, la familia, los amigos...- hay que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este amor.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: 

«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». 

Jesús le contestó: 

«El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: 

«Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». 

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: 

«No estás lejos del Reino de Dios». 

Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Marcos 12, 28b-34

domingo, 29 de septiembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: ¿Qué hay más liberador que la voluntad de Dios de que todos se salven? / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de ‘que todos los hombres se salven’ (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: ‘¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!’. ¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: ‘Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente’; el motivo positivo es: ‘Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte’»

 El que no está contra nosotros, está por nosotros: Domingo XXVI del tiempo ordinario – B:


Números 11, 25-29  /  Salmo 18  /  Santiago 5,1-6  /  Marcos 9, 38-43.45.47-48 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Uno de los apóstoles, Juan, vio expulsar demonios en nombre de Jesús a uno que no era del círculo de los discípulos y se lo prohibió. Al contarle el incidente al Maestro, se oye que Él responde: «No se lo impidáis... El que no está contra nosotros, está por nosotros».

Se trata de un tema de gran actualidad. ¿Qué pensar de los de fuera, que hacen algo bueno y presentan las manifestaciones del Espíritu, sin creer aún en Cristo y adherirse a la Iglesia? ¿También ellos se pueden salvar?

La teología siempre ha admitido la posibilidad, para Dios, de salvar a algunas personas fuera de las vías ordinarias, que son la fe en Cristo, el bautismo y la pertenencia a la Iglesia. Esta certeza se ha afirmado sin embargo en época moderna, después de que los descubrimientos geográficos y las aumentadas posibilidades de comunicación entre los pueblos obligaron a tomar nota de que había incontables personas que, sin culpa suya alguna, jamás habían oído el anuncio del Evangelio, o lo habían oído de manera impropia, de conquistadores o colonizadores sin escrúpulos que hacían bastante difícil aceptarlo. El Concilio Vaticano II dijo que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» de Cristo, y por lo tanto se salven [Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia y el mundo actual, n. 22. Ndt].

¿Ha cambiado entonces nuestra fe cristiana? No, con tal de que sigamos creyendo dos cosas: primero, que Jesús es, objetivamente y de hecho, el Mediador y el Salvador único de todo el género humano, y que también quien no le conoce, si se salva, se salva gracias a Él y a su muerte redentora. Segundo: que también los que, aún no perteneciendo a la Iglesia visible, están objetivamente «orientados» hacia ella, forman parte de esa Iglesia más amplia, conocida sólo por Dios.

Dos cosas, en nuestro pasaje del Evangelio, parece exigir Jesús de estas personas «de fuera»: que no estén «contra» Él, o sea, que no combatan positivamente la fe y sus valores, esto es, que no se pongan voluntariamente contra Dios. Segundo: que, si no son capaces de servir y amar a Dios, sirvan y amen al menos a su imagen, que es el hombre, especialmente el necesitado. Dice de hecho, a continuación de nuestro pasaje, hablando aún de aquellos de fuera: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Pero aclarada la doctrina, creo que es necesario rectificar también algo más, y es la actitud interior, la psicología de nosotros, los creyentes. Se puede entender, pero no compartir, la mal escondida contrariedad de ciertos creyentes al ver caer todo privilegio exclusivo ligado a la propia fe en Cristo y a la pertenencia a la Iglesia: «Entonces, ¿de qué sirve ser buenos cristianos...?». Deberíamos, al contrario, alegrarnos inmensamente frente a estas nuevas aperturas de la teología católica. Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de «que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: «¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!».

¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: «Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente»; el motivo positivo es: «Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte».

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


Evangelio

En aquel tiempo, Juan le dijo:

«Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros». 

Pero Jesús dijo: 

«No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.

»Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga».

Marcos 9, 38-43.45.47-48

jueves, 5 de septiembre de 2024

Marcela Araya, de familia comunista y atea, herida por drogas y amarguras, reiki y masonería, abortó y quería suicidarse, pero rezó «y Jesús apareció a mi lado. Vi todos mis pecados y que lo había herido»


* «Él es puro, purísimo, todo amor, y yo lloraba de vergüenza, por todo lo que había hecho, que era terrible. Y pensaba: ahora me va a juzgar. Pero él me miraba y me amaba. Y en ese momento yo vivía su misericordia. Me estaba dando mucho amor. Casi oía caer las cadenas que me ataban. Y lloraba y lloraba. Para mí fue eterno, no sé si 10 minutos o tres horas. Le dije: ¿qué quieres? Y me dijo: ve a mi Iglesia. Y le dije: pídeme otra cosa, eso pídemelo cuando esté mejor. Yo me había leído todos esos libros contra la Iglesia y los curas me caían muy mal. Pero Él insistía: ve a mi Iglesia. Y fui al momento a buscar una iglesia, en Berlín. Cuando entré, me senté, y sentí una paz que no había sentido nunca. Sentí que era mi casa. Fue muy hermoso»

Camino Católico.- Marcela Araya ,madre de familia, procedente de una familia comunista y atea, tras abandonar la casa de sus padres queda expuesta a los peligros de la calle donde es herida por la droga, las  amarguras, el reiki y masonería:.Después de una accidentada vida llena de equivocaciones cuenta cómo Jesúcristo sale a su encuentro repentinamente, transformándola totalmente. Relató su testimonio en Barcelona, ante Nazaret.Tv en 2018, unos tres años después de su conversión.

Durante toda su vida, la sensación de falta de amor le condujo a comportamientos destructivos, adicción, intentos de suicidio y después los vacíos vaporosos de la espiritualidad New Age. Hasta que un día de invierno se dirigió a Jesucristo: "si existes, si de verdad eres 'eso que dicen', ven y sálvame". Cuenta su testimonio cuando se lo piden sacerdotes, por obediencia y con permiso de su director espiritual. Así fue su historia de conversión.

Una familia atea comunista

"Yo nací en Chile, en una familia atea, comunista, que apoyaba a Allende por el sueño de un mundo mejor para los trabajadores, una familia muy solidaria pero muy atea. Estaban en un espíritu de división: los buenos y los malos", explica Marcela. Era una familia grande y con muchos parientes. Su madre trabajaba en el Ministerio de Agricultura "con mucha gente a sus órdenes" y tenían una gran casa, y vacaciones en las montañas. 

Con la llegada del régimen de Pinochet, y con amigos y parientes detenidos, torturados o desaparecidos, la familia escapa de Chile y llega, casi sin posesiones, a Menorca, invitados por un amigo de la infancia del padre. Marcela tenía 9 años y "aunque Menorca era muy bonita", ella se sentía sola y desarraigada. "Tenía mucho dolor, no dormía de noche, lo odiaba todo, era muy pequeña y vengativa", recuerda. 

Infancia de amargura: un bloqueo al amor

Empezaron pobres: su padre trabajando en el hotel de su amigo, su madre en tiendas de bisutería y luego en una importante empresa de viajes. "Enseguida remontamos", explica. Sus padres, viendo rotos sus sueños de Chile, sintiéndose abandonados también por el Partido Comunista, se llenaron de amargura. "Mi padre se volvió muy amargo, y era bruto conmigo y con mi hermana. Luego se arrepentía, porque era buen hombre, pero tenía demasiado dolor. Ateo, no tenía donde acudir. Mi madre estaba volcada en el trabajo y solo nos daba amargura. En cuanto pudimos, las hijas nos fuimos de casa". 

"A los 13 años me fui de casa, y con mi hermana, de 19, nos fuimos a Londres, a Brighton, a estudiar inglés. El viaje, vivir solas, nos espabiló mucho, a mí, desde luego, demasiado. Yo sentía que me habían echado de casa. Mis padres no estaban para mí". 

Porros, ácidos, heroína...

"A los 14, de vuelta a Menorca, empecé con los porros, las drogas. Te hacen reir, olvidar. Y después los ácidos, y con 17 en la heroína. Era fantástico: te morías y no sentías dolor. Éramos niños bien, que robábamos a los padres".

Marcela empezó a ver a algunos amigos de la droga que les iba muy mal. Empezó a asustarse y pensar en dejarlo. Pero, ¿cómo? No se atrevía a decirlo a sus padres. Para llamar la atención, intentó suicidarse "pero de una manera muy tonta, con un cuchillo que casi no cortaba. Me pilló la madre de un amigo y me llevó a casa". Marcela reconoció antes sus padres que necesitaba ayuda... Durante unos meses sus padres de volcaron en ayudarla, con tratamientos, medicinas y atención.

Pero al cumplir los 18 años decidió irse "a descubrir mundo" con otra amiga. Era también una forma de evitar sus antiguas amistades de adicta. Dejaron Mahón, fueron a Ciudadela, conocieron más gente, fiestas... y otras vez drogas (esta vez cocaína, en vez de heroína).

Después, "haciendo todas las trampas posibles" se colocó a estudiar Económicas en la universidad en Londres. Descubrió que era buena estudiante. También hacía cortos y videoclips en una escuela de cine.

Desilusión, aborto, suicidio casi exitoso

"Aprendí a hacer producción y lo hacía bastante bien, con mi novio de entonces, que era director. Pero me desilusionó ese mundo, y mi novio. No les interesaba tanto el cine como la fiesta. Y quedé embarazada, y aborté, porque la carrera era más importante".  A Marcela le tiembla la voz cuando llega a este punto y se detiene un instante. "Dios me ha perdonado. Pero si una se da cuenta... es terrible, claro, es un asesinato. Y yo asesiné a mi hijo". 

Después de eso intentó suicidarse otra vez. No recuerda mucho, pero el doctor, después del quirófano, le dijo: "has tenido mucha suerte, te cortaste hasta los tendones, podrías haberte quedado sin manos". "Yo pensé: ¡es que estoy como una cabra, loca perdida!". Su familia había vuelto a Chile. Las autoridades la colocaron en el psiquiátrico de Sabadell, cerca de Barcelona, esperando que alguien se responsabilizara de ella. 

Por primera vez, conoce el amor

Una amiga de Inglaterra vino a sacarla del hospital y se la llevó a Londres, a su casa. En una cena allí conoció a Phillip, su marido. "Me quedé en casa de él. Vio que yo estaba fatal, porque era listo, pero me amaba de verdad. Yo descubrí que ¡hay gente que te ama! Yo estaba alucinada: era amable, respetuoso... Y quedé embarazada. Pensé que él no querría el niño, que me dejaría... Pero él se alegró, me abrazó. Yo no lo esperaba: por primera vez alguien estaba alegre por algo mío. Nos casamos por lo civil. Teníamos un niño, esperábamos el segundo. Por primera vez tenía amor, daba amor, recibía amor".

El reiki y la new age

En lo material estaban bien y vivían ahora en Barcelona. Pero ahora una amiga la inició en el reiki para "sanar más". Se inició en distintos tipos de reiki, la supuesta técnica para canalizar una indetectable energía vital sanadora. Lo combinaba con otras prácticas new age. 

"Empecé a adorar piedras, yo que sé, tonterías, que uno se lo quiere creer por buena voluntad... y el yoga, la meditación, y yo le daba lecciones a los demás... cuando en realidad yo estaba fatal, y no podía ni con mis niños". 

Marcela explica así su herida: "Yo tenía esa barrera de dolor y no podía darles a mis hijos lo que no había recibido; si no lo había recibido, ¿cómo iba a dárselo? ¡Las piedras tampoco podían dármelo!" 

Masonería y esoterismo

"Y me metí en la masonería, a leer muchos libros en contra de la Iglesia Católica, algunos libros muy bonitos, pero que hoy los veo y digo 'madre mía, ¿cómo es posible que yo me creyera esto?'. Y hablar, y hablar con el psicólogo, etc... Pero esas miserias, aunque las puedes airear un poco, siguen ahí".

Mientras tanto, a Philip, su marido, todo le iba mal: salud, problemas de trabajo... "Claro, hoy lo veo: si yo me dedicaba a abrirle la casa al Maligno, ¿cómo no?"

Se mudaron a Berlín. "Allí fue la explosión del esoterismo: cada semana un curso nuevo, gastando dinero, energía e ilusiones."


Una amiga católica y un vídeo-testimonio

Sin embargo, mantenía contacto con algunas amigas de Barcelona que también estaban en su propio viaje de exploración espiritual por la Nueva Era. Y entonces supo que una de ellas se estaba haciendo católica. 

"Yo pensé: está loca, qué le pasa, me habla de Vírgenes, de curaciones, que si se aparece..." Pero la veía más tranquila y mejor. "Y ella fue a Medjugorje y allí rezó por mí".

"Yo me dedicaba a la meditación trascendental, que no funcionaba, me ponía de mal humor aunque todo nos iba bien materialmente". Y por esas fechas su amiga le mandó un vídeo con el testimonio de Gloria Polo, una mujer alejada de la fe que recibió un rayo y volvió de una experiencia cercana a la muerte. "Lo miré por respeto con mi amiga, para al menos decir que lo había visto". 

Gloria Polo hablaba de sus pecados pasados, del Purgatorio, del infierno... "y me parecía una locura, pero me creó la duda; 'yo iría al infierno directo, seguro'". 

Día de nieve: la primera oración a Jesús

Un tiempo después, en un día de nieve, Marcela se encontró llorando, sintiéndose muy mal pese a todos sus cursos de New Age. Y decidió dirigirse a Jesucristo, por primera vez. "Y le dije a Jesús que si existe, que si es 'eso que dicen', que venga y me salve, porque ya está bien, porque con mi dolor iba a hacer algo que lo perdería todo, mis hijos, mi familia..."

"Y me aparece Él, me aparece Jesús"

Al día siguiente, entró en su "cuarto de meditación, con todas mis piedras y esas cosas". "Me puse a meditar. Y me aparece Él, me aparece Jesús. Está a mi lado, me está mirando. Está ocupado, como rodeado de jóvenes. Y me miraba como diciendo: 'tenemos trabajo'. Lo entendí todo, vi todos mis pecados. Me iluminó y lo vi, no había donde esconder nada. Vi que todo lo que había hecho era herirlo". 

"Él es puro, purísimo, todo amor, y yo lloraba de vergüenza, por todo lo que había hecho, que era terrible. Y pensaba: ahora me va a juzgar. Pero él me miraba y me amaba. Y en ese momento yo vivía su misericordia. Me estaba dando mucho amor. Casi oía caer las cadenas que me ataban. Y lloraba y lloraba. Para mí fue eterno, no sé si 10 minutos o tres horas. Le dije: ¿qué quieres? Y me dijo: ve a mi Iglesia. Y le dije: pídeme otra cosa, eso pídemelo cuando esté mejor. Yo me había leído todos esos libros contra la Iglesia y los curas me caían muy mal. Pero Él insistía: ve a mi Iglesia. Y fui al momento a buscar una iglesia, en Berlín. Pensé: será la católica, que es la que yo conozco".  Le costó un rato, pero finalmente encontró una parroquia católica. 

"Cuando entré, me senté, y sentí una paz que no había sentido nunca. Sentí que era mi casa. Fue muy hermoso".

"Ahora sí que estoy chalada..." 

Y empezó así su amistad con Jesús. "Yo estaba asustada: 'ahora sí que estoy chalada, ahora hablo con Jesús. No puedo decírselo a mi marido, porque me la juego, con mis antecedentes'. Pero rompí con muchas amistades, con el reiki... Jesús me perdonaba con la mirada pero yo sabía que faltaba algo. En Internet leí lo de los pecados de pensamiento, obra, palabra y omisión... Pensé: 'de omisión lo he hecho todo'. Los amigos, cuando les contaba 'creo que soy católica', pensaban "Marcela y sus locuras". 

En su primera confesión vio, asombrada, que el sacerdote se emocionaba. "Solo me confesé una vez en el colegio, y no era nada real. Hice la comunión mal, por ponerme a la cola", le iba explicando al sacerdote. Y luego todo lo demás, su vida desastrosa, lo del aborto y muchas lágrimas. Cuando el sacerdote dijo las palabras poderosas de la absolución ("Yo te absuelvo en nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo"), ella sintió "un calor, que de repente se me iba todo eso que me dañaba. Y lloré por la sanación que sentía. Y me maravillaba. Volví a casa cantando como una niña". 

Ir a misa diaria, a escondidas

A partir de entonces necesitaba ir a misa cada día. Del Rosario sólo sabía que tenía bolitas. Y buscó por internet y empezó a rezarlo cada día. En Berlín hay pocas misas de diario: según el día era en un sitio u otro. En casa la misa diaria causaba trastornos, iba a misa a escondidas, escapándose de casa. Pero "yo sabía que toda mi fuerza vendría solo del Señor y sin ella volvería a caer". Aún no podía comulgar, ella misma lo sentía.

"Yo veía al Señor conmigo en mis momentos malos del pasado, bendiciendo, poniendo amor en situaciones que habían sido terribles. Yo sentía amor y sanación. Veía esas cadenas, las llevaba a la confesión, y allí las soltaba. Y lloraba siempre en confesión. Mi marido empezó a ver el cambio. Mi hijo mayor, que le gusta la historia, viendo la película "Karol", sobre Juan Pablo II, me dijo: ahora lo entiendo, mamá. Mi marido empezó a acompañarme a misa". 

- ¿Tú te casarías conmigo otra vez? - le dijo ella.

- Claro -dijo él. 

- Pues lo vas a hacer, ahora por la Iglesia.  

Con la ayuda de un sacerdote de Gerona el matrimonio se preparó. Ella vivió su boda eclesial sintiéndose "la hija bonita de nuestro Padre Celestial". Cuando preguntaban a su marido por su fe, decía que viendo el cambio en Marcela, era indudable que eran cosas que hacía Dios. Más adelante, un viaje a Lourdes la ayudó a sanar aspectos de su relación con su madre terrenal.

"Así pasé de no conocer el amor a llenarme de amor de manera absoluta. Soy plenamente feliz, estoy con Dios, que es el más guapo, es inmenso. No lo cambio por nada".

viernes, 23 de agosto de 2024

Luciana Rogowicz, nacida y educada como judía, descubrió a Jesús en un audio y una comunión y se enamoró de la misa: «Mi corazón se tornó hacia Dios. Mi vida interior dio un giro inexplicable»


«Creí en todo en un solo instante. No entiendo bien cómo funcionó, pero es como si hubieran trasplantado en mi cerebro una parte nueva, llena de conocimiento y entendimiento. No sólo creí que Jesús era el Mesías, sino que la Iglesia era la verdadera transmisora de la verdad, la virginidad de María, la infalibilidad del Papa y todo lo que la doctrina enseña. En ese momento creí para siempre, y también tomé conciencia del rol de mi existencia»

Luciana Rogowicz / Judía y Católica / Camino Católico.- Nací en una familia judía, abuelos bisabuelos, todos judíos. Mi abuela paterna era polaca, y vino  antes de la guerra a Argentina por las malas condiciones que había allí en varios sentidos. Tuve una vida y una infancia siempre feliz. Llena de amor. Nunca me faltó nada ni material ni emocional.

Fui criada con valores tradicionales, familiares y en cuanto  a la religión era más que nada una cuestión de pertenencia y tradición. Fui siempre  a una escuela judía, primaria y secundaria. Todo mi entorno era judío, en el club, en la escuela, amistades. Creo que casi no conocía personas que no fueran judías.

Seguí siempre las tradiciones, festividades de año nuevo judío, Pesaj, Día del Perdón, cantaba las canciones judías,  y también hice  mi Bat Mitzvá (que es lo que las mujeres judías festejan a los 12 años, y la primera vez que leen la Toráh. Esto pasa en el judaísmo no ortodoxo, ya que en los más religiosos sólo los hombres pueden estudiar la Toráh)

Recién cuando comencé a salir de más grande empecé a conocer gente, chicos de otras religiones o sin religión en general. Siempre me interesaron mucho estos contactos, hablando de otros temas, chicos universitarios, que hablaban de cosas nuevas para mí que me encantaban: filosofía, psicología, religiones, etc…

Sentando algunas bases

A los 19 años, conocí a quien hoy es mi marido. Él de familia católica. Totalmente. Incluso su hermana es monja hoy en día. Sus padres iban a Misa todos los domingos, él también. Si faltaba era por una cuestión de “pereza de adolescente” pero era parte de su vida y sus costumbres.

Yo fui criada por mis padres siempre bajo la premisa tácita de que “mejor me casara con un chico judío”. Pero ellos nunca  fueron cerrados, y sabían que antes de eso lo principal era el amor y que quien fuera a ser mi esposo sea una buena persona.

Yo mantuve siempre  mi mente abierta en ese sentido, pero cuando pensaba a que podía llegar a estar con un chico que no sea judío, nunca me imaginé estar con  alguien católico, o sea, con una religión latente y tan presente.

La primera vez que fui a su casa me sorprendieron las imágenes que había. Siempre pienso que estaba tan enamorada que pude superar todos los “shocks culturales” que se me presentaban: cruces colgadas,  una foto del Papa, imágenes de la Virgen…  Era todo tan diferente a los lugares y hogares a los que siempre yo había estado.

A través de su familia conocí un excelente ejemplo de la religión Católica. No en sus formas y costumbres, sino en su práctica cotidiana. La mamá de mi marido es una mujer simple, buena, que vive la religión en su sentido real, un excelente ejemplo de un buen cristiano.

Más allá de esto, nunca me interesó la religión. Yo estaba de novia con este chico “a pesar” de su religión.

Siempre charlábamos de diferentes temas, de Dios, de su Verdad, etc. Pero yo no quería entrar en el tema de Jesús. Eso era algo que un judío ni debía mencionar. Lo “otro”, lo “fuera de límites”.  No me lo enseñaron explícitamente en mi educación judía, pero es algo que se transmite y no sé cómo. En realidad hoy sí entiendo que es una cuestión Divina, Dios no lo permite, Dios puso un velo sobre el pueblo judío, y sólo va permitiendo de a poco que a algunas personas se les “caiga” este velo y puedan ver la Verdad. Puedan leer las escrituras con un corazón abierto, sincero, y encontrar allí las respuestas que siempre buscaron.

Después de años  juntos, nos casamos y al tiempo tuvimos nuestra primer hija. Como ya habíamos hablado de novios, a nuestros hijos íbamos a criarlos en ambas religiones o tradiciones; íbamos a hacerles el bautismo y la circuncisión en el caso que sean varones.

Extraños caminos

Llegó la hora del bautismo de mi primera hija, y así lo hicimos. Fue un momento difícil para mí. Todo lo que siempre vi en otras personas, en la tele, como parte de otra cultura, lo estaba viviendo con mi propia familia. Mis padres presentes en todo momento, presenciando un momento también difícil para ellos (aunque ellos pidieron estar presentes porque ese momento iba a ser parte de la vida de su nieta y no querían perderse ninguna parte de su vida, aunque no tenga que ver con sus propios valores)

La alegría de la familia de mi esposo hizo que el día fuera un poco mejor, ya que me alegré por ellos que tanto los quiero.

Al día siguiente teníamos con mi esposo un largo viaje en auto y me insistió para escuchar un audio de un “judío católico”; (que si bien en un principio me pareció algo medio extraño e incompatible, y no me generaba ningún tipo de interés escucharlo, no quise parecer tan cerrada como para negarme, así que no me quedó otra opción que escucharlo).

En este audio esta persona contaba sobre una  experiencia “sobrenatural” que había tenido, una comunicación con Dios, y al cabo de un tiempo con la Virgen María. Es una historia muy interesante pero bastante larga para detallar aquí. (esta persona  tiene  hoy en día libros y muchos audios donde cuenta su historia: su nombre es Roy Schoeman). Este audio que escuché ese día era sólo su testimonio, no hablaba en ningún momento de argumentos sobre cuál es la verdad, sino sólo contaba la experiencia sobrenatural que él había tenido. Roy Schoeman era un judío ateo hasta que a los 30 años se convirtió a Jesús de una forma milagrosa.

Qué tiene que ver esto conmigo? Que en ese mismo instante, sólo por escuchar su testimonio, (donde no daba ningún tipo de argumento ni nada, sino que contaba lo que a él le pasó y cómo hoy vivía su vida como judío completo, judío que reconoce a Jesús como el Mesías y a la Iglesia como transmisora de sus ideas y doctrina), el velo “invisible” cayó de mis ojos, de mi corazón, y creí en todo en un solo instante. No entiendo bien cómo funcionó, pero es como si hubieran trasplantado en mi cerebro una parte nueva, llena de conocimiento y entendimiento. No sólo creí que Jesús era el Mesías, sino que la Iglesia era la verdadera transmisora de la verdad, la virginidad de María, la infalibilidad del Papa y todo lo que la doctrina enseña. En ese momento creí para siempre, y también tomé conciencia del rol de mi existencia.

Siempre supe que tenía una misión, como todo el mundo la tiene, pero no sabía aún en qué consistía era. Y en ese instante también comprendí que mi misión como judía, era “abrazar” esta fe y transmitirla a mi entorno y a otros.

Esto fue hace ya 8 años y medio. Y qué ocurrió desde ese momento? Si bien esa “conversión” fue instantánea en cuanto a mi vida interior, no fue tan rápido en cuanto a mi vida exterior.  Con mi esposo conversamos mucho sobre el tema y comencé a investigar. Me puse en contacto con esta persona del testimonio que escuché, Roy Shoeman y también comencé a investigar y leer argumentos racionales sobre el tema.

Dilemas, identidades y coherencia

Mientras tanto estaba mi dilema interior, si creo en esto debo ser coherente con eso – y Jesús no sólo dijo increíbles y sabias enseñanzas sino que también dijo las cosas que uno debe hacer: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”…El bautismo, la comunión… era demasiado todo eso para mí en ese momento. La cuestión familiar era muy difícil, ¿qué dirá mi familia? ¿Cómo le podrá doler esto a mis padres? Y no podía llevar a cabo todo este proceso en secreto. Si mi misión es transmitirles esto, ¿cómo iba a hacerlo en secreto? Si algún día les iba a tener que contar mejor hacerlo antes que después.

Esto es sólo un resumen de lo que fue pasando por mi mente en los  5 años y medio después de ese momento único. Por supuesto que también seguí con mi rutina, mi trabajo, mi hija, luego otra hija más a quien también bautizamos.

Este proceso mío fue interno, conocí historias de otros judíos católicos, y leí sobre las profecías.  Pero ahí quedó. No avancé sobre el tema, el temor me paralizaba. Y al mismo tiempo se comenzaba a enfriar todo esto dentro de mí.

Se me hizo “Visible lo Invisible”

5 años después de este hecho, ya hoy casi tres años atrás, pasó algo increíble  que transformó realmente mi vida y mi alma. Un domingo “cualquiera” acompañé a  mi esposo a Misa. No tenía muchas ganas de ir pero ese día realmente no tenía ninguna excusa para no acompañarlo y realmente era más práctico ir con él ya que luego teníamos que ir a otro lado, y de allí llegábamos directo.

Así que me senté junto a él, aguardando que termine la ceremonia, un poco distraída. Pero algo ocurrió. En el momento de la consagración y sobre todo cuando las personas se acercaban a tomar la Comunión, sentí en mí un amor profundo y una unión con todas las personas que estaban tomando la comunión.  Una trasformación interior que no podía comprender qué era.  En ese momento fue como si el imán más potente del mundo se hubiera instalado en mi alma, un imán que se siente atraído siempre, cada día, por la Eucaristía. Yo creo, y lo sé, que Dios se hace presente allí, está allí.

Desde ese día, no pasó ni un solo día, que no tenga ganas y necesidad de ir a Misa. Desde ese día mi corazón se tornó hacia Dios. Mi vida interior dio un giro inexplicable, un amor profundo diferente a todo lo que jamás sentí. (y estuve y estoy rodeada de amor toda mi vida).

Desde ese domingo tan especial, al otro día le pedí a mi esposo que me acompañe a Misa. Él me miraba raro… “un lunes? Si ya fui ayer, domingo”… pero no le quedó otra opción que acompañar a su judía esposa a Misa. Cómo decir no a semejante pedido?

El martes, lo mismo… “vamos a Misa” le dije. Y así todos los días de la semana. No podía pensar en otra cosa que no sea la hora que llegue de ir a Misa. De que el cura levante la hostia y diga esas palabras para la Consagración. Miraba las misas en EWTN de la tele y sentía envidia de las personas que estaban allí presenciándola.

A la segunda semana mi esposo me dijo “te amo pero si queres ir a Misa anda vos…” 

Pero jamás habría pensado ir sola… ¿Yo? ¿Judía? ¿En Misa sola? Una cosa era acompañar a mi esposo y otra muy diferente era ir por mi cuenta.. sin ninguna “excusa” si alguien me encontraba. Pero era tan fuerte lo que sentía que por supuesto comencé a ir todas las mañanas. Después de dejar a mis hijas en la escuela, allí iba yo, cada día.

En esa etapa también tuve otras sensaciones y una conexión tan fuerte a Dios en cada momento. Era como si estuviera a mi lado, “caminando junto a mí”. Por momentos sentía una energía tan fuerte que sólo podía llorar, llorar y llorar. No era de tristeza, ni tampoco de alegría; era como que mi alma se desbordaba de tal sensación de Dios. Sentir que todo lo que había escuchado alguna vez era verdad, que realmente Dios Existe, y no sólo eso, sino que se brindó por nosotros, en su totalidad. Y que está presente y nos conoce, me conoce y decidió no esperarme más y me sacudió, me llenó de su amor y me transformó. Un amor tan grande y tan diferente a lo que conocía.

Todo esto, en ese momento de mi vida, fue el impulso que necesitaba para poder llevar a cabo lo que sabía que tenía que hacer por años. Hablar con mi familia, bautizarme y tomar la comunión.

Es una larga historia cómo  cada cosa pasó, sus dificultades, nervios, pensamientos, tensiones. Pero en el transcurso de menos de 3 meses pude hacer todo eso que por 5 años no me animé: hablar con algunos integrantes de mi familia  y luego bautizarme, tomar la comunión y la confirmación.

Desde ese momento y hasta hoy (algunos días más otros menos), cada vez que voy a una Misa, al momento de la comunión,  mi corazón late, aunque esté algún día más desconectada por las ocupaciones diarias de la vida, en ese momento mi corazón late como si actuara en forma independiente del resto de mi cuerpo, como si viera lo que mis ojos no ven, como si percibiera lo que mis sentidos no pueden percibir.  Si no fuera por mis ocupaciones y responsabilidades, iría dos veces por día a Misa para sentir esta presencia tan profunda de Dios. Recibirlo es sentir un abrazo de Él que alimenta mi alma.

Cómo sigue este camino

Aun no todo mi entorno conoce sobre esta parte de mi vida. De a poco voy contando a ciertas personas.

Actualmente estoy comenzando a contar mi historia y estoy armando un blog personal con pensamientos y escritos para personas que les interese este tema y gente que quizás sienta dudas, miedos y necesite compartirlo con alguien.

De ningún modo diría que esta es una historia de conversión. La llamo una historia de “completud”, ya que no me convertí  a otra religión. Soy Judía y reconozco al verdadero Mesías del judaísmo que Dios envió, que es Jesús. Y Él, transmite sus ideas, sacramentos, doctrinas,  a través de la Iglesia. Por eso es que sigo al Catolicismo. Esta Iglesia tiene la Eucaristía, a Dios presente, realmente presente en cada Misa.

Asimismo, no pierdo mis raíces, ni dejé de tener mis tradiciones. Mis hijas son judías y católicas. Van a una escuela hebrea, y también van a hacer los rituales y tomar los sacramentos Católicos. Estas dos “religiones” son la perfecta comunión, la plenitud, la perfecta unión. Dos piezas de un rompecabezas que encajan perfectamente y ninguna, jamás, elimina a la otra. 

Luciana Rogowicz