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jueves, 11 de diciembre de 2025

Mark de Vries, de origen protestante, ateo en realidad, curioseó una misa por interés histórico en Adviento: «Al año pedí el bautismo porque tuve una relación creciente con Dios; La fe sin buenas obras es inútil»

Mark de Vries con Kitty, su esposa

* «La fe católica no se presenta solo como una cuestión de palabras y pensamiento, sino que se refiere a toda la persona, cuerpo, alma, cabeza y corazón… Cuando me siento en la Iglesia y no parece que sucede mucho, no es razón para rendirme. El bautismo es de por vida, también los votos que hice entonces y la fe que expresé en el Credo. El mensaje de Cristo es una promesa, incluso en los días más oscuros y puede parecer que está ausente. Él está ahí para mí, pero yo también tengo que estar ahí para Él… No creo en Dios por miedo: la cosmovisión secular no funciona, y no temo al mundo en que vivimos, pero creo que son mejores con Dios en ellos… Tener fe no me convierte en buena persona»                            

Camino Católico.-   A sus 42 años, Mark de Vries es un bloguero católico de Groningen (Países Bajos) cuyas publicaciones se han difundido en grandes medios de comunicación católicos como National Catholic Register, EWTN, The Remnant o Rorate Coeli.Miembro de la Latin Liturgy Society, le apasiona la historia, la fotografía y la actualidad de la Iglesia, pero cuenta en su blog, In Caelo et in Terra, que no siempre fue así. Tras años de un profundo agnosticismo, encontró la fe movido por la curiosidad y una compañera de la universidad.

El primer contacto de Mark con la religión tuvo lugar durante su infancia y educación en una escuela protestante. “Aunque eso me dio un conocimiento práctico de la Biblia y los fundamentos del cristianismo, no resultó en una fe viva en mi vida”. “Me consideraba ateo cuando empecé la secundaria, aunque eso no me impidió interesarme por algunos elementos de las clases de educación religiosa”, escribe Mark.

Frecuentemente participaba en las celebraciones escolares de Pascua y Navidad y asistía a los servicios protestantes, pero explica que todo aquello “no condujo a ninguna forma de conversión, y me dejaron con una imagen seca del cristianismo”.

“¡Que diferente sería aquello de mis primeras impresiones del catolicismo!”, exclama Mark, que siempre estuvo abierto e interesado a la idea de saber más sobre el cristianismo.

“Aunque probablemente se remontase lejanamente a este periodo, mi conversión propiamente dicha comenzó en Adviento de 2005, cuando le pregunté a una amiga católica si podía acompañarla a misa de lunes a viernes”. Escribe su historia de conversión en  su blog In Caelo et in Terra, que la relata así:

Mark de Vries a día de hoy sigue profundizando en su proceso de conversión

¿Por qué soy católico?

Una pregunta de cuatro palabras, pero no tan breve. Antes de responder, creo que deberíamos analizar las preguntas incluidas en la primera. ¿Por qué ser cristiano? ¿Por qué creer en un poder superior? ¿Por qué alejarse del ateísmo/agnosticismo hacia una creencia que, según todas las apariencias, dificulta tanto la vida? Preguntas que espero responder en los siguientes párrafos, y así formular una respuesta definitiva a la pregunta: ¿por qué soy católico? Y quizás algunos lectores empiecen a pensar en otra pregunta sobre sí mismos: ¿por qué no soy católico?

Primero, quisiera aclarar algunos malentendidos que surgen de vez en cuando: No, no tengo fe por miedo. No tengo fe porque me lo diga un libro. No tengo fe porque sea la solución más fácil. No tengo fe porque me la enseñaron mis padres. No creo ser mejor persona que quienes tienen una fe diferente o no la tienen. No le temo a la ciencia ni la encuentro sospechosa. Y, por último, tampoco soy un fundamentalista peligroso porque tengo fe y escribo sobre temas de fe.

Ahora que ya lo hemos aclarado, comencemos. Y la mejor manera de hacerlo es contarles mi historia de conversión. Verán, durante años me presenté como ateo o agnóstico (la mitad del tiempo dependía de mi estado de ánimo), así que no llevo mucho tiempo siendo católico. ¿Cómo sucedió?

Mi historia de conversión

Aunque probablemente se remonta a, por ejemplo, mi asistencia a escuelas cristianas, mi conversión propiamente dicha comenzó en el Adviento de 2005, cuando le pregunté a una amiga católica si podía acompañarla a la misa entre semana. Lo hice por curiosidad. Siempre me ha interesado la historia (las iglesias antiguas han sido lugares favoritos para visitar durante años) y sabía algo sobre los aspectos externos del culto católico: los altares, el sacerdote y los rituales, aunque ese conocimiento era realmente escaso. Así que, por curiosidad, la acompañé, solo para descubrir que entendía muy poco de esa primera misa: las lecturas estaban bien, pero no deberías haberme preguntado cuándo ponerme de pie, sentarme o arrodillarme, y mucho menos decirte por qué.

Pero en algún lugar, algo me despertó. Es difícil precisar qué fue, pero me impulsó a ir más a menudo. Todavía era estudiante por aquel entonces, pero había pausas para comer en las que asistía a misa en lugar de sentarme en la cafetería de la universidad. ¿Por qué seguí yendo? Creo que un aspecto importante fue que me sentí bienvenido. En un sentido muy básico: me sentí bienvenido por la comunidad parroquial, las pocas docenas de fieles que asistían a la misa entre semana, y más tarde también por el párroco y otros católicos de fuera de mi parroquia. No eran personas apartadas del mundo cotidiano, distantes ni nada por el estilo. No, tenían trabajo, tenían familia, también tenían sus vidas en la ciudad donde yo vivía. Eran personas normales de todos los ámbitos de la vida, que se sentían como en casa en el sencillo norte de los Países Bajos. No fingían, decían las cosas como las veían, pero por alguna razón todos creían en el Dios que aprendíamos en la misa, en las palabras de la Biblia y la homilía, y que desempeñaba su papel en la vida de estas personas. Él encajó en sus vidas, o ellos en las de Él…

Mientras esto continuaba, en el nuevo año 2006, surgieron en mí las preguntas que me hacía: ¿Quién soy yo para decir que todas estas personas, obviamente inteligentes y educadas, están equivocadas? ¿No es terriblemente egoísta pretender tener las respuestas, extraídas de mi propio pensamiento y experiencia, y que estas personas, en algún momento, han sido engañadas y han mantenido esa ilusión, a menudo durante años y décadas? ¿Qué hay, por ejemplo, del párroco, un historiador del arte que lleva 25 años compartiendo la Palabra de Dios y administrando el sacramento? ¿Se ha estado engañando a sí mismo con su vida de estudio y ministerio? ¿Y qué hay de la señora de origen protestante, hija de un pastor, que se siente cómoda en la Iglesia católica? ¿Se puede decir que delira, después de tomar la improbable y sin duda difícil decisión de convertirse al catolicismo? Decir simplemente que sí, que estas personas deliran es presuntuoso, incluso arrogante.

Mientras tanto, mientras estos pensamientos se formaban lentamente en mi cabeza, también descubrí la necesidad de preguntarme qué significaban estos pasos que ya había dado. ¿Era solo una distracción, una forma de satisfacer la curiosidad, de conocer gente nueva? No lo era, porque mucho de lo que escuchaba, tanto en las misas como en conversaciones con católicos, parecía encajar muy bien con mis propias ideas. Cosas como la importancia del amor, de la responsabilidad por las propias acciones, pero también cómo debería ser, en ese momento, una relación hipotética entre Dios y las personas. Lo que la Iglesia enseñaba sobre estos temas era esencialmente lo que yo también me había formulado, incluso antes de empezar a asistir a misas. La sociedad fría y dura en la que vivimos no tenía la respuesta a una vida satisfactoria, había pensado durante mucho tiempo. La Iglesia, como ahora aprendí, estaba de acuerdo conmigo en eso.

La bola que empezó a rodar, siguió rodando felizmente. Conocí gente en la plataforma juvenil diocesana, me involucré con la joven parroquia estudiantil (donde incluso fui lector algunas veces) y finalmente me armé de valor para hablar con mi párroco sobre mi viaje de descubrimiento. Nos reuníamos en su despacho con regularidad y hablábamos de cualquier tema que se presentara. Empecé a leer libros, encontré respuestas a mis preguntas y, en esencia, me sentí como en casa en este nuevo mundo. Incluso conocí al obispo bastante pronto.

Aproximadamente un año después de mi primera experiencia en la misa, a finales de 2006, le dije a mi párroco que quería iniciar el proceso hacia el Bautismo. A pesar de su alegría, aceptó que nos prepararíamos para el Bautismo en la Pascua de 2007, pero me aseguró que no tenía ninguna obligación: si decidía esperar un poco más, era perfectamente posible. Así que empezamos: nuestras reuniones semanales cambiaron un poco de tono, ya que el párroco me daba material de lectura específico y aspectos a considerar, y con el tiempo empezamos a reunirnos en grupos con otras personas que también recibirían los sacramentos del Bautismo y/o la Confirmación en Pascua. Al final, nuestro grupo contaba con unas nueve personas, siete de las cuales serían bautizadas. Las demás ya habían sido bautizadas en otra comunidad eclesial, por lo que solo necesitarían la confirmación.

Le pedí a la amiga a la que acompañé a misa que fuera mi madrina, y el 7 de abril de 2007 fui bautizada, confirmada y recibí mi primera comunión en la catedral de San José y San Martín de Groningen. El obispo (ahora cardenal) Wim Eijk ofició la ceremonia.

La cosa no terminó con esos sacramentos. De hecho, como pronto me dijo mi párroco, apenas estaban empezando. Mi conversión continúa, a medida que sigo aprendiendo y practicando mi fe. Probablemente seguiré haciéndolo el resto de mi vida, y eso es bueno. Nunca se termina de aprender y crecer.

Mark de Vries junto a su esposa Kitty, 

¿Por qué católico?

Pero ¿por qué católico? ¿Por qué no otra rama del cristianismo, u otra fe en su conjunto? Es una pregunta difícil de responder, porque cualquier respuesta implica más que una simple deducción lógica. También implica un sentido de convicción y confianza; fe, sin duda.

En mi época escolar, como escribí antes, me introdujeron en la fe cristiana, y en particular en su rama protestante. Si bien eso me proporcionó un conocimiento práctico de la Biblia y los fundamentos del cristianismo, no se tradujo en una fe viva en mi vida. Por lo que sé, me consideraba ateo al empezar la secundaria, aunque eso no me impidió interesarme por algunos aspectos de las clases de religión que cursaba (que, por cierto, se parecen más a las ciencias sociales que a la verdadera educación religiosa en este país), ni participar en las celebraciones anuales de Pascua y Navidad en la escuela (de ahí surgió mi interés por el teatro). Ni siquiera la asistencia ocasional a los servicios protestantes me llevó a ninguna conversión. De hecho, me dejaron una imagen del cristianismo como seco y sombrío. ¡Qué diferente de mis impresiones iniciales del cristianismo católico!

Aquí, la fe no se presenta como una cuestión de palabras y pensamientos, sino de la persona humana en su totalidad: cuerpo y alma, mente y corazón. Y eso significa que todos esos elementos humanos participan en la "elección" de la fe, que nunca es realmente una elección, ya que implica decisiones bien razonadas tras comparar todas las opciones. Obviamente, no lo hice. En cambio, me encontré en un lugar que me parecía adecuado, y que siguió sintiéndose adecuado (aunque más) a medida que aprendía más sobre él. Ese estudio de la fe implica no solo adquirir un montón de conocimiento, sino también, por necesidad, una relación creciente con la fuente de esa fe: Dios.

La fe es una relación, y al igual que las relaciones entre personas, la relación con Dios no es solo producto de la comparación, la lógica y la razón solitaria. En mi caso, comenzó con la curiosidad, pero creció con la experiencia, con el ánimo, con la confianza en las personas y, finalmente, con el encuentro con Dios. ¿Qué fue ese encuentro para mí? Tuvo diversas formas y sigue ocurriendo de vez en cuando. Puede ser un sentimiento intangible, pero también una palabra en el momento oportuno (como experimenté durante un retiro mucho antes de mi bautismo), una oración respondida, un sacramento recibido (mi primera Confesión, por ejemplo). Lo que aprendemos con la cabeza se confirma con lo que afecta a nuestro corazón.

La fe como compromiso

El ánimo que mencioné anteriormente es un gran incentivo para seguir buscando el encuentro con Dios. Pero, obviamente, eso no siempre sucede. Como todos, yo también tengo días malos cuando mi mente está ocupada con otras cosas, cuando las preocupaciones me distraen o simplemente no me esfuerzo por dedicarle tiempo y espacio a Dios. 

Pero esos momentos, cuando Dios es solo una palabra, cuando me siento en la iglesia y parece que no pasa gran cosa, no son motivo para rendirme. La fe también es un compromiso. El bautismo es para toda la vida, al igual que los votos que hice entonces, la fe que expresé en el Credo entonces y que sigo haciendo hoy. El mensaje de Cristo es una promesa, incluso en los días más oscuros, incluso cuando parece estar ausente. Él está ahí para mí, pero yo también tengo que estar ahí para Él; ya sea a solas en la oración, en la misa o a través de otras personas. Es una relación recíproca, y no puedo rendirme cuando me apetece. En ese sentido, la relación con Dios es, una vez más, similar a la relación con la familia o los amigos. Los lazos familiares o las amistades no terminan cuando hay un desacuerdo ni cuando alguien falta cuando lo necesitas. Estamos ahí el uno para el otro, como familia, como amigos y también como Dios y su pueblo.

Mark de Vries comenta que la fe es una relación con Dios que debe sostenerse en el tiempo y ser acompañada de obras

Preguntas difíciles

Entonces, aunque la fe debe ser, por su propia identidad, un asunto personal, también existe el aspecto público. Como católicos, este aspecto suele percibirse en la forma de la «Iglesia institucionalizada»: la antigua estructura de la Iglesia con sus sacerdotes y obispos, parroquias y diócesis, el Papa y la Curia, la doctrina social, el Catecismo y el derecho canónico. ¿Es esto un mal necesario o también desempeña un papel positivo en mi vida de fe?

Para mí, esto último es cierto. Personalmente, me interesa el funcionamiento de la Iglesia en la tierra, pero, salvo una mera peculiaridad mía, creo que la «Iglesia institucionalizada» es un elemento fundamental de nuestra fe. Sea cual sea la situación, para que las personas crezcan y prosperen, para que los esfuerzos tengan éxito, se requiere estructura. Esto es especialmente cierto cuando hablamos de un patrimonio tan enorme como el de la Iglesia: desde el depósito de la fe del pueblo judío hasta los escritos de los eruditos modernos y, sí, la experiencia de todos los fieles. Todo esto contribuye al patrimonio que heredamos, y que la Iglesia está llamada a salvaguardar y comunicar.

Aunque la Iglesia es de Cristo, está compuesta por personas y, por lo tanto, es una entidad muy humana. En lugar de considerar a la «Iglesia institucionalizada» como enemiga de la libre experiencia de fe, deberíamos verla como su guardiana. Con esa actitud, podemos abordar las cuestiones difíciles sin vernos obligados a considerar inmediatamente si quedarnos o irnos.

Conclusión

La fe es, ante todo, una expresión de amor. Como cristiano fiel, no pretendo saberlo todo, pero confío en que Dios, obrando en mí y en quienes me rodean, me guiará adonde Él quiere, y participaré activamente en ello. Seré guiado activamente.

Volviendo a los malentendidos que he enumerado anteriormente, y que encuentro una y otra vez aplicados contra mí y otras personas de fe, creo que podemos empezar a señalarlos.

Creo en Dios por miedo. Difícilmente. Si mi fe puede verse como una reacción a la vida y a la sociedad, es la convicción de que la cosmovisión secular no funciona. No le temo a la vida ni al mundo en que vivimos, pero creo que son mejores con Dios en ellos.

Tengo fe porque un libro me la dice. La Biblia es una guía, ya que me dice quién es Dios. Es un fundamento, para ser leído y comprendido dentro del marco de la tradición y el pensamiento humano. Es una inspiración, porque en ningún otro lugar leemos la Palabra de Dios. No es la única razón por la que creo.

Tengo fe porque es más fácil. Hoy en día, no tener fe es más fácil, ya que la mayoría de la gente dice no tenerla y se les anima a mantenerlo en privado si la tienen. Tener fe tampoco es el camino fácil, porque me dice qué pensar. No es así. Más bien, me anima a pensar, aprender y comprender.

Tengo fe porque eso es lo que aprendí de mis padres o maestros.  Crecí sin mucha fe religiosa. Las clases de religión eran más de estudios sociales que de religión.

Creo que soy mejor persona porque tengo fe. Al contrario, sé que no soy mejor que nadie, pero también sé que hay una manera de mejorar. Tener fe no me convierte automáticamente en una buena persona, ya que la fe sin buenas obras no vale nada.

Temo a la ciencia. La ciencia y la fe comparten el mismo objetivo: la búsqueda de la verdad, y por lo tanto no pueden contradecirse. Si no concuerdan, una de las dos está equivocada. Nos corresponde entonces descubrir cuál es y cuál es el error.

¿Por qué soy católico? Porque la Iglesia es mi hogar. Porque creo en un Dios que toma en serio a su pueblo y lo ama como los padres aman a sus hijos. Porque no creo poder saberlo todo y decidir qué es la verdad, el bien y el mal. Porque tengo esperanza y porque creo en el amor. Por eso soy católico.

Mark de Vries

jueves, 4 de septiembre de 2025

Niccolò Reale, ateo y «blasfemo en serie», se ha hecho católico hablando de ciencia y fe y leyendo a San Agustín: «Encontré los sacramentos, la Eucaristía, el Bautismo, la adoración eucarística y seré seminarista»

Niccolò, ante las reliquias de San Agustín en la basílica de San Pedro in Ciel d'Oro en Pavía (Italia), donde se conservan / Foto: Instagram @summacognitio

* «Una noche discutía -lo hacía a menudo- con mi amigo Christian, que entonces era cristiano evangélico, de ciencia y fe. Fue una discusión, un debate en el que él estaba mucho mejor preparado que yo y salí de allí cambiado, volví a casa con ganas de abrirme a Dios… Cuando empecé a leer las primeras palabras de San Agustín, pensé: ‘Así que los católicos también creen en Dios …’. Me fascinó esta figura, seguí meditando sobre su vida y sus obras, anotando sus citas. Estaba descubriendo a un hombre que hablaba de Dios como no había oído hacer a nadie. También tenía una historia parecida a la mía... con una juventud alejada de la fe, vivida en el mundo»

Camino Católico.- Su nombre es Niccolò Reale, pero en Instagram es conocido como Summacognitio y a quienes aterrizan en su perfil, casi catorce mil seguidores, les dice: "Siempre he sido anticatólico, tanto durante mi ateísmo como después de mi conversión al protestantismo. Mi forma típica de evangelizar consistía, en primer lugar, en atacar a la Iglesia católica. Pero, en realidad, nunca había profundizado en lo que realmente decía el catolicismo". 

Sólo tiene 26 años, pero su vida está llena de giros, game changer, como los llaman hoy, sliding doors, encuentros o momentos que de repente cambian el curso de una historia que parecía ya escrita. Toscano, ingeniero químico, nacido en 1998, Niccolò es hijo único de una familia "católica no practicante" que se desmorona cuando él es aún muy pequeño. Se queda a vivir con su madre y la mujer, tras la separación, mira al cielo y poco a poco se acerca al cristianismo ingresando en la Iglesia Evangélica Pentecostal, y en esa fe cría a su hijo. Niccolò, aún así, como muchos jóvenes de su edad, se considera autosuficiente, plantea como superflua cualquier conversación sobre Dios y más aún, lo ve como opuesto a la ciencia y a esa razón que quiere convertir en el eje de su vida. 

Raffaella Frullone lo ha entrevistado en el número de octubre de 2024 de Il Timone y lo ha traducido Verbum Caro en Religión en Libertad:

-Si tuvieras que fijar un primer punto de inflexión, en tu vida, ¿dónde lo colocarías?

-En enero de 2019. Por aquel entonces, no solo me declaraba ateo, sino que era un blasfemo en serie. Una noche discutía -lo hacía a menudo- con mi amigo Christian, que entonces era cristiano evangélico, de ciencia y fe. Fue una discusión, un debate en el que él estaba mucho mejor preparado que yo y salí de allí cambiado, volví a casa con ganas de abrirme a Dios y al día siguiente volví a la iglesia, a la iglesia evangélica, por supuesto, a la que tanto había ido de niño con mi madre, y a partir de ahí empecé de nuevo a escribir, a hacer apologética, tenía mucho interés en que mi fe estuviera enraizada en la razón. En ese momento empecé a desarrollar el deseo de compartir lo que estaba viviendo, mi fe, los dones que había recibido. Y así abrí mi perfil de Instagram; era el año 2022. 

-¿En ese momento cómo veías a los católicos?

-Como a personas bajo el yugo de la ley, de la idolatría, de María, de los santos. A ellos también me dirigía con mi página, tenía la idea de contribuir a su conversión: como recién convertido quería devolver a mis hermanos católicos al lugar donde yo creía que había verdadera fe, la Iglesia evangélica.

Niccolò Reale, en una entrevista 'on line' sobre su conversión

Así que ni siquiera dudé en atacar al catolicismo, al que presenté como una secta que se había inventado un montón de cosas, mi intención era simplemente desmontarlo pieza a pieza, para mostrar el engaño. 

-Y aquí entra en tu vida nada menos que San Agustín, si no me equivoco...

-En diciembre de 2020 fui a un mercadillo de segunda mano, cosa que hacía a menudo, a buscar libros filosóficos; pero me topé con las Confesiones y pensé que era un volumen sobre la práctica de la confesión, la que hacían los sacerdotes católicos; sólo costaba un euro y pensé que era una herramienta que podía desmontar con provecho.

Sin embargo, no lo leí inmediatamente, sino más de un año después. Cuando empecé a hojearlo y a leer las primeras palabras, pensé: "Así que los católicos también creen en Dios ...". Me fascinó esta figura, seguí meditando sobre su vida y sus obras, anotando sus citas. Estaba descubriendo a un hombre que hablaba de Dios como no había oído hacer a nadie. También tenía una historia parecida a la mía... con una juventud alejada de la fe, vivida en el mundo. En ese momento me convencí de que Agustín era prácticamente un protestante.

Niccolò, venerando las reliquias de San Agustín en la basílica de San Pedro in Ciel d'Oro en Pavía (Italia), donde se conservan / Foto: Instagram @summacognitio

Pero mientras tanto, cada vez llegaban más católicos a mi página, así que opté por un "giro ecuménico", opté por limitar los ataques a la Iglesia católica y crear un ambiente en el que se hablara de fe, pero en el que todo el mundo pudiera sentirse como en casa. 

-Es entonces cuando llega, de nuevo, un punto de inflexión, en el tren.

-Así es; delante de mí había un hombre hablando por teléfono, hablaba de un funeral. Me quedé impresionado y decidí acercarme a él: "Siento haber escuchado su conversación, me he enterado de este duelo, pero ¿usted cree en Dios?", "Soy sacerdote", me contestó. Y entonces le dije que yo era evangélico, e intercambiamos números de teléfono. 

-Pero este tampoco fue el último 'turning point' ....

-No, exacto. Algún tiempo después hice un ayuno, el ayuno de San Daniel: es un ayuno que se hacía en mi iglesia y era bastante exigente y serio, duraba tres semanas y la última semana prácticamente sólo se comían verduras; yo no comía verduras y me alimentaba de escritura. Estás llamado a rezar mucho, ese es el verdadero alimento, de lo contrario no tiene sentido, y también a leer mucho y, por supuesto, yo leía a Agustín, el Comentario al Evangelio de San Juan, y en un momento determinado el santo se dirige a quienes están fuera de la Iglesia católica, así que de hecho me estaba hablando a mí. Con verdad y caridad juntas.

Niccolò empezó a mirar a Roma con otros ojos tras leer a San Agustín. Foto: Instagram @summacognitio

Esas palabras fueron para mí una epifanía. Poco a poco sentí el deseo de empezar de cero, de releer a los Padres de la Iglesia sin un filtro protestante, y allí encontré los sacramentos, la Eucaristía, el Bautismo, el primado de Roma... Pero está claro que la nuestra es una religión de la carne, no basta con un libro. Y así fue como volví a contactar con el sacerdote del tren, el padre Sergio. Allí comenzó mi andadura católica, encontré una sacralidad que no había experimentado antes, los sacramentos, la adoración eucarística. 

-Entonces se acaban los golpes de efecto.

-No, en realidad no, siempre he querido dedicar mi vida a Dios y en octubre, después de un proceso de discernimiento, comenzaré mi andadura en el seminario. 

-Ahora tu página de Instagram se ha convertido en una voz que habla de tu fe católica, a menudo te diriges a los protestantes, ¿no te parece que hay un poco de timidez en la casa católica, en esto?

-Sí, mi modelo sigue siendo el santo de Hipona, que por un lado amonestaba a quienes seguían las herejías, y por el otro, con caridad, sólo tenía el objetivo de volver a traer las almas a casa. Y a eso estamos llamados todos hoy.

Traducción de Verbum Caro.

lunes, 23 de junio de 2025

José Eduardo, guerrillero ateo converso en el Camino Neocatecumenal: «Iba a misa con pistola, granadas y la Biblia; vi el amor de mis hermanos de comunidad, pero ese día escuché que Dios me quería como era»


Con solo 14 años, José Eduardo pasó a integrar las filas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en la guerrilla de El Salvador, pero Dios le salvó la vida y le llevó a encontrar su lugar en el Camino Neocatecumenal

* «El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían dónde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido. Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo»

Vídeo de  Gospa Arts en el que José Eduardo cuenta su testimonio

Camino Católico.- José Eduardo, salvadoreño de 60 años, está casado desde hace 31, tiene dos hijos y desde que tiene 14 pertenece al Camino Neocatecumenal. Pero su involucración en el movimiento no fue nada convencional. Como ha relatado recientemente en el podcast No tengo ni idea, del canal Gospa Arts, los únicos recuerdos que tiene de su infancia y primera adolescencia son los más crudos de una Guerra Fría que, en cierta forma, protagonizó como guerrillero revolucionario. La Iglesia y la comunidad, dice, "me salvaron la vida".

La guerra, que dejó como cómputo unos 75.000 muertos entre 1979 y 1991 estaba cerca de estallar cuando José Eduardo, con solo 13 años, asistió a los primeros conatos del conflicto. Como hijo de un acérrimo militante comunista, acostumbraba a acompañar a su padre a las reuniones del partido. No tardó en quedar fascinado por los llamados "campamentos de concienciación", donde miles de jóvenes empezaban a recibir el adiestramiento doctrinal, físico y militar para la revolución.

En la revolución: "Creía que estaba haciendo justicia"

Testigo de la pobreza generalizada y tras haber visto morir a niños y vecinos por la escasez, admite que nadie tenía que convencerle de nada. Inscrito en los "campamentos", fue formado para integrar la guerrilla contra el gobierno y pronto comenzó a participar en escaramuzas y sabotajes, o como lo llamaban, "los preparativos para la guerra popular". "Estaba convencido de estar haciendo justicia", remarca. 

Tendría 14 años cuando recibió su primera herida de guerra, cuando vio morir a su novia de un tiro en sus brazos y cuando, al fin, participó en la guerra contra el gobierno, muy diferente a las escaramuzas que conocía.

"Recuerdo el miedo, toda la noche cayendo las ramas por donde pasaban las balas como luces, pasar toda una noche bajo la raíz de un árbol y las balas y los tiros por todos lados", relata. En los campamentos había recibido instrucción para controlar el pánico, pero mirar la muerte a la cara era diferente.

Finalmente, la ayuda militar proveniente de Estados Unidos llevó al ejército gubernamental a imponerse sobre los primeros sofocos. El campamento del joven salvadoreño quedó destruido, los guerrilleros quedaron dispersos y sin darse cuenta, cruzó la frontera a Honduras huyendo de la muerte.


Milicias del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, a las que pertenecía José Eduardo con solo 14 años 

"Totalmente ateo", salvado por un sacerdote

"Llegamos a una parroquia y el cura nos acogió. Nos metió en unos camiones y gracias a él volvimos a San Salvador. Lo primero que hice fue ponerme en contacto con el Partido y me mandaron con una familia, cerca de la parroquia salesiana María Auxiliadora, sin poder salir de la casa", relata.

Pasaban los días y José Eduardo y sus dos compañeros tan solo salían a hacer algo de gimnasia de madrugada, cuando nadie podía preguntarse quienes eran. Su tiempo de ejercicio terminaba con el comienzo de las clases en el colegio más cercano, pero también con la primera misa de la parroquia, que captó su atención.

Criado sin más formación religiosa que la impartida por su abuela a cambio de alguna paga, admite que "no tenía ningún deseo de trascendencia" y que era "totalmente ateo". Pero el tedio de las largas horas encerrados en el "piso franco" del partido acabó pesando más y preguntó a Antonio, el hombre del Partido que custodiaba la casa, si podían aceptar la invitación del párroco e ir a misa como lectores.

En misa con la "uzi", granadas y pistolas

"Haced lo que queráis, pero id armados", les dijo. La orden del Partido era "morir matando", y debían estar preparados para cualquier cosa. Así que el guerrillero empezó a ir a misa cada domingo, acompañado siempre de una mochila con una magnum, un par de granadas, cargadores y el icónico subfusil uzi.

A las misas pronto se sumó su asistencia a catequesis, justo en el momento en que se fundaba precisamente en su parroquia la primera comunidad del Camino Neocatecumenal. "Id donde queráis siempre que vayáis armados y no salgáis de la zona", le respondieron de nuevo. Lo mismo ocurrió con la primera convivencia a la que le invitaron, de tres días de duración.

El guerrillero fue testigo directo de un suceso que marcó la historia del país. Quedaba solo un día para concluir la catequesis y dar paso a la "entrega de la Palabra", una ceremonia en la que el obispo de la diócesis entrega una Biblia a los catecúmenos. Era un 24 de marzo de 1980, y estaba previsto que presidiese la ceremonia el obispo Óscar Arnulfo Romero, cuando llegó el sacristán entre lágrimas. "Lo han matado", anunció.

Aquel día es por muchos considerado como el inicio formal de la guerra civil en El Salvador.

Conociendo el Camino: "El amor fue lo que me atrajo"

Rememorando su primera convivencia en el Camino, recuerda que, como en misa, también llevó todo su arsenal. Tenía 15 años y seguía "sin creer en nada" pero, sin darse cuenta, empezaba a ser considerado un miembro de pleno derecho en la comunidad cristiana.

"Algo empezó a entrar en mi corazón, sin darme cuenta. Fue el amor entre los hermanos. No tenía amigos, mi familia era muy desestructurada y no tenía una figura materna, solo a los compañeros de la guerrilla. Por eso, al no conocer el calor de la familia o de la madre, ahí sentí un cariño especial", relata.

Recuerda una imagen, cuando en plena misa se le cayó la pistola, como ejemplo del "milagro moral" que protagonizó. "Mis hermanos lo veían y no me decían nada. Me querían tal y como era. El amor fue lo que me atrajo. El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían donde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido", comenta.

Tras un complejo proceso de "desintoxicación" ideológica, el guerrillero volvió a ser llamado al combate. Recuerda un profundo conflicto interior, "no porque me hubiese convertido, sino por el sentimiento, por haber tenido una relación con ellos, un cariño especial".

Pero volvió a la guerra, y en esta ocasión fue más cruda que nunca. Ahora los guerrilleros tenían nuevos y mejores armamentos, la M16 o tanques entre otros, pero el gobierno también contaba con ayuda.

"Una bestia" rescatada: entre balazos, cadáveres y tripas

Recuerda aquella nueva guerra como el momento que más miedo pasó. Ahora el conflicto era "una guerra convencional", viendo caer a guerrilleros a su lado o a los enemigos a los que disparaba, empezando a ser consciente de "hasta qué punto se pierde el concepto de persona" en la guerra.

"Ya no tienes ni miedo, y mucho menos escrúpulos. Te daba igual. Perdía hasta los sentimientos al recoger a mis compañeros, a veces las tripas o trozos colgando de las bombas. Si sales de ahí sin nada que te ablande, eres una bestia", explica.

Pero a él le esperaban. Gracias a Dios, dice, "el Señor me rescató y ablandó el corazón". Tras cuatro meses en la guerrilla, derrotados pero vivo de nuevo, José Eduardo volvió a su comunidad. Sintiéndose parte de ella, recuerda que continuaba sin creer tras su regreso. Hasta que un día, en una catequesis, y aún sin poder explicarlo por completo, experimentó un torrente de fe que compara al fluir del agua en una presa totalmente abierta.

"Sin la Iglesia no estaría vivo"

"Entendí sin entender. Se me abrió un panorama en el que no podía unir el puzle, pero lo entendí. Experimenté la conversión a través de una palabra. Había visto los signos, el amor entre hermanos, la forma en que me acogió la Iglesia, pero ese día fue mi conversión. Escuché que Dios me quería como era", explica.

El momento decisivo fue la primera confesión en su vida, sin saber acusarse de mucho más que de haber acudido a la guerra de forma voluntaria o haberse dejado llevar por el "odio y ansia de matar". Aún recuerda entre lágrimas la respuesta del sacerdote: "Tú no tienes ningún pecado, porque eras un niño. Has sido víctima de la historia y tú eres de los inocentes. No ha sido tu culpa".

Aquella confesión sería el cambio definitivo en una vida que continuó primero en el exilio en Panamá y después al casarse, hace ya 31 años, y tener sus dos hijos.

"Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo", concluye.