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domingo, 27 de octubre de 2024

José Eduardo, guerrillero ateo converso en el Camino Neocatecumenal: «Iba a misa con pistola, granadas y la Biblia; vi el amor de mis hermanos de comunidad, pero ese día escuché que Dios me quería como era»


Con solo 14 años, José Eduardo pasó a integrar las filas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en la guerrilla de El Salvador, pero Dios le salvó la vida y le llevó a encontrar su lugar en el Camino Neocatecumenal

* «El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían dónde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido. Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo»

Vídeo de  Gospa Arts en el que José Eduardo cuenta su testimonio

Camino Católico.- José Eduardo, salvadoreño de 60 años, está casado desde hace 31, tiene dos hijos y desde que tiene 14 pertenece al Camino Neocatecumenal. Pero su involucración en el movimiento no fue nada convencional. Como ha relatado recientemente en el podcast No tengo ni idea, del canal Gospa Arts, los únicos recuerdos que tiene de su infancia y primera adolescencia son los más crudos de una Guerra Fría que, en cierta forma, protagonizó como guerrillero revolucionario. La Iglesia y la comunidad, dice, "me salvaron la vida". J.M.C. sintetiza el testimonio del podcast en Religión en Libertad.

La guerra, que dejó como cómputo unos 75.000 muertos entre 1979 y 1991 estaba cerca de estallar cuando José Eduardo, con solo 13 años, asistió a los primeros conatos del conflicto. Como hijo de un acérrimo militante comunista, acostumbraba a acompañar a su padre a las reuniones del partido. No tardó en quedar fascinado por los llamados "campamentos de concienciación", donde miles de jóvenes empezaban a recibir el adiestramiento doctrinal, físico y militar para la revolución.

En la revolución: "Creía que estaba haciendo justicia"

Testigo de la pobreza generalizada y tras haber visto morir a niños y vecinos por la escasez, admite que nadie tenía que convencerle de nada. Inscrito en los "campamentos", fue formado para integrar la guerrilla contra el gobierno y pronto comenzó a participar en escaramuzas y sabotajes, o como lo llamaban, "los preparativos para la guerra popular". "Estaba convencido de estar haciendo justicia", remarca. 

Tendría 14 años cuando recibió su primera herida de guerra, cuando vio morir a su novia de un tiro en sus brazos y cuando, al fin, participó en la guerra contra el gobierno, muy diferente a las escaramuzas que conocía.

"Recuerdo el miedo, toda la noche cayendo las ramas por donde pasaban las balas como luces, pasar toda una noche bajo la raíz de un árbol y las balas y los tiros por todos lados", relata. En los campamentos había recibido instrucción para controlar el pánico, pero mirar la muerte a la cara era diferente.

Finalmente, la ayuda militar proveniente de Estados Unidos llevó al ejército gubernamental a imponerse sobre los primeros sofocos. El campamento del joven salvadoreño quedó destruido, los guerrilleros quedaron dispersos y sin darse cuenta, cruzó la frontera a Honduras huyendo de la muerte.


Milicias del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, a las que pertenecía José Eduardo con solo 14 años 

"Totalmente ateo", salvado por un sacerdote

"Llegamos a una parroquia y el cura nos acogió. Nos metió en unos camiones y gracias a él volvimos a San Salvador. Lo primero que hice fue ponerme en contacto con el Partido y me mandaron con una familia, cerca de la parroquia salesiana María Auxiliadora, sin poder salir de la casa", relata.

Pasaban los días y José Eduardo y sus dos compañeros tan solo salían a hacer algo de gimnasia de madrugada, cuando nadie podía preguntarse quienes eran. Su tiempo de ejercicio terminaba con el comienzo de las clases en el colegio más cercano, pero también con la primera misa de la parroquia, que captó su atención.

Criado sin más formación religiosa que la impartida por su abuela a cambio de alguna paga, admite que "no tenía ningún deseo de trascendencia" y que era "totalmente ateo". Pero el tedio de las largas horas encerrados en el "piso franco" del partido acabó pesando más y preguntó a Antonio, el hombre del Partido que custodiaba la casa, si podían aceptar la invitación del párroco e ir a misa como lectores.

En misa con la "uzi", granadas y pistolas

"Haced lo que queráis, pero id armados", les dijo. La orden del Partido era "morir matando", y debían estar preparados para cualquier cosa. Así que el guerrillero empezó a ir a misa cada domingo, acompañado siempre de una mochila con una magnum, un par de granadas, cargadores y el icónico subfusil uzi.

A las misas pronto se sumó su asistencia a catequesis, justo en el momento en que se fundaba precisamente en su parroquia la primera comunidad del Camino Neocatecumenal. "Id donde queráis siempre que vayáis armados y no salgáis de la zona", le respondieron de nuevo. Lo mismo ocurrió con la primera convivencia a la que le invitaron, de tres días de duración.

El guerrillero fue testigo directo de un suceso que marcó la historia del país. Quedaba solo un día para concluir la catequesis y dar paso a la "entrega de la Palabra", una ceremonia en la que el obispo de la diócesis entrega una Biblia a los catecúmenos. Era un 24 de marzo de 1980, y estaba previsto que presidiese la ceremonia el obispo Óscar Arnulfo Romero, cuando llegó el sacristán entre lágrimas. "Lo han matado", anunció.

Aquel día es por muchos considerado como el inicio formal de la guerra civil en El Salvador.

Conociendo el Camino: "El amor fue lo que me atrajo"

Rememorando su primera convivencia en el Camino, recuerda que, como en misa, también llevó todo su arsenal. Tenía 15 años y seguía "sin creer en nada" pero, sin darse cuenta, empezaba a ser considerado un miembro de pleno derecho en la comunidad cristiana.

"Algo empezó a entrar en mi corazón, sin darme cuenta. Fue el amor entre los hermanos. No tenía amigos, mi familia era muy desestructurada y no tenía una figura materna, solo a los compañeros de la guerrilla. Por eso, al no conocer el calor de la familia o de la madre, ahí sentí un cariño especial", relata.

Recuerda una imagen, cuando en plena misa se le cayó la pistola, como ejemplo del "milagro moral" que protagonizó. "Mis hermanos lo veían y no me decían nada. Me querían tal y como era. El amor fue lo que me atrajo. El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían donde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido", comenta.

Tras un complejo proceso de "desintoxicación" ideológica, el guerrillero volvió a ser llamado al combate. Recuerda un profundo conflicto interior, "no porque me hubiese convertido, sino por el sentimiento, por haber tenido una relación con ellos, un cariño especial".

Pero volvió a la guerra, y en esta ocasión fue más cruda que nunca. Ahora los guerrilleros tenían nuevos y mejores armamentos, la M16 o tanques entre otros, pero el gobierno también contaba con ayuda.

"Una bestia" rescatada: entre balazos, cadáveres y tripas

Recuerda aquella nueva guerra como el momento que más miedo pasó. Ahora el conflicto era "una guerra convencional", viendo caer a guerrilleros a su lado o a los enemigos a los que disparaba, empezando a ser consciente de "hasta qué punto se pierde el concepto de persona" en la guerra.

"Ya no tienes ni miedo, y mucho menos escrúpulos. Te daba igual. Perdía hasta los sentimientos al recoger a mis compañeros, a veces las tripas o trozos colgando de las bombas. Si sales de ahí sin nada que te ablande, eres una bestia", explica.

Pero a él le esperaban. Gracias a Dios, dice, "el Señor me rescató y ablandó el corazón". Tras cuatro meses en la guerrilla, derrotados pero vivo de nuevo, José Eduardo volvió a su comunidad. Sintiéndose parte de ella, recuerda que continuaba sin creer tras su regreso. Hasta que un día, en una catequesis, y aún sin poder explicarlo por completo, experimentó un torrente de fe que compara al fluir del agua en una presa totalmente abierta.

"Sin la Iglesia no estaría vivo"

"Entendí sin entender. Se me abrió un panorama en el que no podía unir el puzle, pero lo entendí. Experimenté la conversión a través de una palabra. Había visto los signos, el amor entre hermanos, la forma en que me acogió la Iglesia, pero ese día fue mi conversión. Escuché que Dios me quería como era", explica.

El momento decisivo fue la primera confesión en su vida, sin saber acusarse de mucho más que de haber acudido a la guerra de forma voluntaria o haberse dejado llevar por el "odio y ansia de matar". Aún recuerda entre lágrimas la respuesta del sacerdote: "Tú no tienes ningún pecado, porque eras un niño. Has sido víctima de la historia y tú eres de los inocentes. No ha sido tu culpa".

Aquella confesión sería el cambio definitivo en una vida que continuó primero en el exilio en Panamá y después al casarse, hace ya 31 años, y tener sus dos hijos.

"Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo", concluye.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Cristoforo Amanzi de comunista anticlerical a fraile franciscano: «En Medjugorje entendí: Dios siempre me ha amado y me da la posibilidad de amar y empezar de nuevo»

 


* «Durante la subida al monte Krizevac vi fluir por mi mente los episodios más importantes de mi vida. Reconocí claramente lo que había sucedido: los errores, la traición a mí mismo, los pecados… Fue una iluminación, un examen de conciencia del que me di cuenta plenamente sólo más tarde. Durante el último tramo del camino, cerca de la cruz, escuché una voz masculina y paternal que me decía: ‘esto es lo que hiciste, yo te propongo otra vida’. En un momento entendí todo: Dios ha tenido paciencia conmigo»

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jueves, 5 de agosto de 2021

Héctor Carabantes Piñón, 30 años de cura: «A los 13 años dejé de creer en Dios, fui líder sindical comunista y quería ser sacerdote para demostrar que Dios no existía»


 * «Hacía como diez años que yo no creía en Dios cuando mi mamá me invitó a Misa. Me impactó una muchacha que leyó la primera lectura: Isaías 49, 14-16. No enseguida me la aprendí por la muchacha, sino que la muchacha me llamó la atención, y era aquella lectura de ‘el Señor ya no me quiere, el Señor me ha abandonado’. ‘¿Acaso hay una madre que abandone al hijo de sus entrañas o una madre que abandone al hijo que estén amamantando sus pechos? Pues aunque hubiera una mujer así, Yo jamás te olvidaré’. Se me quedó eso y, afortunadamente, tenía un amigo que aún vive, pastor protestante de los pentecostales; y le pregunté, y me empezó a hablar, pero no me satisfizo. Yo estaba aferrado a que Dios no existía, pero quería encontrar algo que me dejara satisfecho: que yo pudiera decir “sí existe” o “no existe”. Y por eso entré al Seminario»

* «Ahora para mí ser un comunista, en el buen sentido de la palabra, es seguir los pasos de Cristo, seguir la Cruz de Cristo. Alguien me llamó, en la escuela de Cuernavaca, ‘el padre que pasó de comunista a sacerdote’. Y ciertamente yo cambié la hoz y el martillo por la Cruz de Cristo. Para mí ser comunista es seguir el camino de Cristo. Todos por igual. Ahora, a mis 30 años de sacerdote y a mis 58 años de edad, ciertamente me siento muy privilegiado por Dios, muy “chiqueado”. Dios existe porque yo existo. A lo mejor mi manera de ser, mi manera de expresarme, mi manera de sentirme seguro de mí mismo no es por mi persona, sino porque soy hijo de Dios. Porque así Dios me ha determinado: ser su hijo»

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viernes, 25 de noviembre de 2016

Enrique Cabrera nació en una familia comunista, vivió una juventud de alcohol y robos y hoy es sacerdote en Madrid


* «Sin tener ni idea comencé a leer los evangelios con Mateo 1 y recuerdo que el momento clave fue el de las Bienaventuranzas, entonces me derrumbé porque sentía a Jesucristo a mi lado abrazándome… Sentía que realmente había alguien a mi lado, que no estaba solo. Sentía de manera indudable que había junto a mí una presencia buena. Fue lo que me desarmó así que me puse de rodillas, pedí perdón y me alegré como nunca lo había hecho»   

25 de noviembre de 2016.- (Camino Católico)  Enrique Cabrera es de esos sacerdotes que encontraron su vocación tras experimentar una fuerte conversión. De hecho, este madrileño venía de una familia comunista y no creyente en la que el nombre de Jesús nunca se pronunciaba en casa. El 5 de noviembre de 2016 este cura bromista y jovial ofreció su testimonio durante la Vigilia Asalto al Cielo que organiza el padre Álvaro Cárdenas en su parroquia de Colmenar de Arroyo (Madrid).