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domingo, 9 de marzo de 2025

Paloma Carmona González, madre de 15 hijos: «Me casé confiando en que el Señor actuara en nuestro matrimonio; nunca nos planteamos tener X hijos y pensamos que lo que viniera del cielo, iba a ser bueno»


Paloma Carmona González, su marido y sus quince hijos forman la familia más numerosa de la Comunidad de Madrid / Foto: Cedida por Paloma Carmona González

* «Para mí ser madre es una carrera sin meta en la que he tenido que saltar muchos obstáculos  siempre con la ayuda de mi esposo Luis y de Dios que siempre llega donde yo no puedo. Tengo a la Virgen María como Madre y referente, porque me ha ayudado mucho en todo lo que he necesitado» 

Camino Católico.- «Mi familia nace hace 40 años cuando mi marido, Luis Ángel Soler Areta, y yo decidimos casarnos por la Iglesia y confiando que Dios siempre estuviese en medio de nuestro matrimonio. Él ha sido fiel, ha estado grande y estamos alegres, aunque también hemos tenido dificultades» afirma Paloma Carmona González, madre de 15 hijos, de entre 38 y 15 años, a Sandra Madrid en Infomadrid.

Paloma Carmona González, recibió una insólita llamada que tan sólo atendió por la insistencia de su marido. «Estaba en un momento de caos y le dije a mi marido 'quita, quita' pero me dijo que era importante», revela Paloma, que forma parte del Camino Neocatecumenal, en una entrevista con Paula Baena en El Debate.

La llamada era para comunicarle que había sido galardonada por la Comunidad de Madrid con motivo del 8M, Día de la Mujer, por ser la madre de la familia más numerosa de la región. «Me sorprendió porque no sabía que daban estos reconocimientos y porque pensé '¡cómo me van a dar algo por ser madre si es algo tan natural!'», recuerda con humildad.      

Tener hijos, asegura Paloma Carmona González, fue algo que ella y su marido Luís  nunca se plantearon, sino que se fiaban de lo que Dios les iba indicando / Foto: Cedida por Paloma Carmona González

El Señor siempre ha sido fiel

Sin embargo, lo que no es tan natural es tener 15 hijos. Algo que, según asegura Paloma, su marido y ella nunca se plantearon, sino que se fiaban de lo que el Señor les fuera trayendo. «Los dos venimos de familias grandes, los dos tenemos nueve hermanos, y nos educaron igual dentro de la Iglesia. Yo me casé muy jovencita confiando en que el Señor actuara en nuestro matrimonio. Nunca nos planteamos tener X hijos. Pensamos que lo que viniera del cielo, iba a ser bueno para nosotros», explica.

Paloma, que estudió Administrativo, explica que decidió no trabajar para cuidar de su familia. Su primer hijo nació a los 15 meses de casarse, «y a partir de ahí empezaron a llegar los demás». Asimismo, destaca que «ha sido fantástico no perderme ni un momento de sus vidas». En este sentido afirma que ha renunciado a mucho pero que ha recibido más. 

Rememora sus inicios como madre -tuvo a sus primeros nueve hijos en nueve años- como complicados, también da gracias porque han sido «muy buenos». «El sueño lo respetaban. Hemos dormido muy bien. Seis horas pero muy bien dormidas», celebra.

Aunque reconoce que a lo largo de la crianza de sus hijos -de los cuales seis todavía siguen bajo el techo paterno, mientras que el resto ya les han dado 25 nietos, con dos en camino-, ha habido dificultades y momentos complicados, como cuando su marido se quedó en paro estando ella embarazada de su décimo tercer hijo, subraya que al final el Señor siempre les ha dado lo que han necesitado. «Quiero decir que nunca nos ha faltado de nada. Hemos comido todos los días», subraya.

Paloma Carmona González y su marido con todos sus hijos y nietos / Foto: Cedida por Paloma Carmona González

«Educarlos en el amor y en el perdón»

También explica que su oficio- vocación es ser madre. «Para mí ser madre es una carrera sin meta en la que he tenido que saltar muchos obstáculos», siempre con «la ayuda de Luis», que es el padre de familia, y de «Dios que siempre llega donde yo no puedo».

Como familia, Paloma destaca que viven muchas alegrías, por ejemplo, cuando ves cómo tus hijos «se quieren, se perdonan, se aman, se ayudan y se aconsejan». En definitiva, «disfrutan unos de los otros». Además destaca que su familia «es una piña». Somos 53 entre hijos, nietos, nueras, yernos. En este sentido recuerda que su marido y ella han intentado «educarlos en el amor y en el perdón», y así que lo hagan con los demás. Y nos da la clave: «fiarnos de Dios». En este aspecto recuerda también a la Virgen María como «Madre y referente», porque «me ha ayudado mucho en todo lo que he necesitado».

Agradecida por el reconocimiento

Interrogada sobre qué comentarios ha recibido de la gente a lo largo de su vida por tener tantos hijos, Paloma sentencia que le han dicho «muchas tonterías». «¡Me han llegado a decir que si era una equivocación! Pero nosotros siempre hemos dado testimonio de nuestra fe», señala.

Con todo, admite que, al principio, lo pasaba mal porque la gente se metía mucho con ella. «Yo pensaba, '¿pero me meto yo en su vida, señora?'», evoca. «Íbamos en la furgoneta y veías a la gente contando cabezas, y yo salía y les decía ¡vamos diez! o los que fuéramos», cuenta, divertida.

Pero las críticas por sus 18 embarazos -de los cuales tres no llegaron a término-, con el paso de los años, dieron paso a muestras de admiración. «Madres del cole se quedaban asombradas y yo les daba hasta envidia. Me decían 'si yo hubiera hecho como tú, Paloma, y hubiera tenido otro hijo...», declara.

Paloma Carmona González y su marido con todos sus nietos / Foto: Cedida por Paloma Carmona González

Paloma señala que su familia llama la atención. Lo que más suele preocupar a la gente es la organización, pero cuando vienen a casa y nos conocen, lo que más les sorprende «es la relación que tenemos entre todos».

Sobre el descenso de la natalidad generalizada que existe en España, esta madre de familia numerosa cree que se debe, en parte, a que «la sociedad ha apartado a Dios de sus vidas y, si apartas al dueño de la vida, ¿para qué vas a dar vida?». Al mismo tiempo, también apunta a que esta generación «valora mucho el trabajo y el dinero, que está muy bien valorarlo, pero no te puede manipular ni condicionar para una serie de cosas».

En este sentido, sostiene que ellos nunca han «hecho las cosas sobre el papel, tipo en agua gastamos X... porque si realmente lo hiciéramos así, no podríamos vivir». «Mi marido, además, ahora está jubilado y todavía tenemos seis hijos en casa, o sea que sería imposible. Pero bueno, de todas hemos salido», agrega.

Por último, Paloma, está muy agradecida y asombrada. Nunca imaginó que mereciese un premio el «ser madre», algo que me parece «natural» y la madre que «más hijos tuviese de la Comunidad de Madrid. Aunque afirma que le parece muy bien que se den estos galardones, ya que «en esta sociedad no se da valor a la familia ni a la vida en sí, y mucho menos a ser madre».

viernes, 24 de enero de 2025

Pablo Rochina, 24 años, jugador del Levante de fútbol sala y del Camino Neocatecumenal, reza laudes y va a misa cada mañana antes de los entrenamientos: «Con Dios se vive mejor y se es feliz»


"Ahí, dije: 'esto antes me pasaba y me derrumbaba, y, ahora, que estoy con Dios, no me está pasando igual'. Ese momento fue un un cambiar el chip", relata el joven Pablo Rochina

* «Intento ser ejemplo, porque a mí lo que me ayudó es ver en otras personas que se puede vivir con Dios, que se es feliz con Dios. La mejor manera es predicar con el ejemplo, tener una buena cara, poner la otra mejilla si en el trabajo te están haciendo la vida imposible, no tener una mala palabra con nadie. Es muy difícil ser cristiano, pero es posible si se le pide a Dios»

 Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Pablo Rochina cuenta su testimonio

* «Son muchos los valores cristianos, desde compartir con los propios compañeros de equipo, hasta simpatizar con los del otro equipo. Ser sal, luz y fermento, que el resto de gente vea que hay luz en tu persona. Si tú estás diciendo que con Dios se vive mejor y a ti te ven apagado, que no confías en Dios, que no rezas. El Evangelio son cosas simples, tener una buena sonrisa, una buena cara para todo el mundo, una sonrisa el ver a un compañero desganado, ir hablar hablar con él y preguntarle, ser un apoyo, básicamente. Mi vocación es al matrimonio, encontrar una mujer, y, sobre todo, hacer lo que mis padres han hecho conmigo, que es transmitir la fe a los hijos» 

Camino Católico.-  Pablo Rochina es de Valencia (España), tiene 24 años, es jugador del Levante Unión Deportiva de fútbol sala, estudiante de traducción en la Universidad de Valencia y el segundo de una familia de cinco hermanos del Camino Neocatecumenal. El joven acaba de dar su testimonio en El Rosario de las 11 PM.

“He estado en la Iglesia desde que nací, mis abuelos empezaron su camino de fe en el Camino Neocatecumenal. Al principio tenía una fe infantil, en la cual me dedicaba a ir a misa los sábados y, básicamente, era una rutina que seguía por obligación a mis padres. Poco a poco, cuando vas creciendo, te vas dando cuenta de la importancia que esto va teniendo en tu vida, de lo agradecido que tienes que estar por tener esos momentos de oración

Esa fe heredada, conforme vas creciendo, se va apagando, porque aparecen las cosas del mundo, las relaciones que están fuera de la Iglesia, los compañeros de clase, que tampoco piensan como tú... Me alejé de Dios, no quería saber absolutamente nada, pero seguía yendo a misa. A los 18 años los estudios me iban bastante mal y mi comportamiento en casa tampoco era el mejor

Durante dos o tres años estuve sin ir a la Iglesia, y, poco a poco, volví. Iba por el mundo equivocándome en muchas cosas, hasta que Dios me puso a una chica delante. Gracias a esa chica pude volver a retomar las catequesis del Camino, retomar las eucaristías. Me acerqué muchísimo a la Iglesia y, desde ese momento, no me he vuelto a alejar".

Pablo Rochina durante la pasada Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa. 

Pero, la relación con esa chica no cuajó. "Tuve una época de pasarlo mal, aunque notaba que con la oración ese sufrimiento era menor. Entonces, ahí, dije: 'esto antes me pasaba y me derrumbaba, y, ahora, que estoy con Dios, no me está pasando igual'. Ese momento fue un cambio de chip para mí", relata el joven Pablo.

El deportista recuerda que, hace unos años, "prefería estar de fiesta a ir a la Iglesia, pero llega un momento que eso no es vivir, que no te da realmente la felicidad. En ese momento estás súper feliz pero, al día siguiente, te sientes vacío, te sientes que no eres tú. Vi cómo saliendo de una adoración estaba el doble de feliz que de fiesta con amigos", explica.

Compaginar su fe con el día a día de deportista profesional no es sencillo, pero Pablo tiene claro que Dios es lo primordial. "Intento ser ejemplo, porque a mí lo que me ayudó es ver en otras personas que se puede vivir con Dios, que se es feliz con Dios. La mejor manera es predicar con el ejemplo, tener una buena cara, poner la otra mejilla si en el trabajo te están haciendo la vida imposible, no tener una mala palabra con nadie. Es muy difícil ser cristiano, pero es posible si se le pide a Dios".

Actualmente el Levante de Pablo Rochina -a la derecha de la imagen- juega en la segunda categoría del fútbol sala español

"Suelo ir diariamente a misa a primera hora, también trato de rezar laudes, que es una oración que me encanta y que se tarda muy poco. Es complicado en el día a día, porque al final estás envuelto en miles de cosas que no tienen nada que ver con Dios, pero ahí es donde te tienes que hacer fuerte, sobre todo, en el mundo del fútbol en el que vivo, un ambiente que es todo lo contrario a lo que te enseña la Iglesia. Ves infidelidades, malas caras, malos comportamientos. En los partidos o en los entrenamientos, cuando algo no te gusta te tienes que callar y poner la otra mejilla". 

Una fe que le ayuda, también, de forma práctica en su profesión. "Son muchos los valores cristianos, desde compartir con los propios compañeros de equipo, hasta simpatizar con los del otro equipo. Ser sal, luz y fermento, que el resto de gente vea que hay luz en tu persona. Si tú estás diciendo que con Dios se vive mejor y a ti te ven apagado, que no confías en Dios, que no rezas. El Evangelio son cosas simples, tener una buena sonrisa, una buena cara para todo el mundo, una sonrisa el ver a un compañero desganado, ir hablar hablar con él y preguntarle, ser un apoyo, básicamente", comenta Rochina.

"Mi vocación es al matrimonio, encontrar una mujer, y, sobre todo, hacer lo que mis padres han hecho conmigo, que es transmitir la fe a los hijos. Y, por último, un mensaje a todas estas personas que no son capaces de ver a Dios. Ahora, por ejemplo, con lo que ha pasado aquí en Valencia de la Dana, mucha gente se preguntaba por qué ha pasado esto si existe Dios. Yo también me lo pregunté los primeros días, no lo entendía, pero, si esto no hubiese pasado, no habría salido a la luz toda la juventud que ha ido a ayudar. Dios siempre sorprende, solo hay que esperar a que se hagan sus sus planes", concluye Pablo.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Andrés Carrión hundido en las drogas y la santería quería suicidarse y acabó en la cárcel: «La misericordia de Dios es infinita y su voz ha estado conmigo porque he tenido conciencia de pecado. El miedo al infierno me salvó»


Andrés Carrión dice que "en la cárcel descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad"

* «Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos. Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra. Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas»

Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Andrés Carrión cuenta su testimonio

* «Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo.Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga. Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente,  me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios»

Camino Católico.- Andrés Carrión es español, tiene 34 años, está casado y tiene cuatro hijos. Del Camino Neocatecumenal, su historia es realmente de película. De una dura infancia en una familia desestructurada, pasó a la cleptomanía, a consumir drogas, posteriormente al tráfico de drogas, a la santería... hasta que el encuentro con Dios en la cárcel le devolvió la paz, y a conocer a la que hoy es su mujer. Acaba de contar su testimonio en  El Rosario de las 11 PM. Esta es su historia contada en primera persona con los fragmentos esenciales que relata en el vídeo: 

Nací en una familia cristiana, al uso, pero un poco desestructurada. Mi madre me tuvo con 17 años. Fue por accidente, no digo que fuera un hijo 'no querido' pero sí 'no deseado'. Mi vida, desde los primeros días, no fue nada fácil. Mi madre tuvo anorexia de joven y estuvo a punto de morir. Fue un milagro que siguiera viva. Entonces, mis abuelos maternos fueron los que me sustentaron y me criaron.

Vivía en un barrio de la zona sur de Móstoles, en Madrid. Un barrio normal y corriente en el que se ven muchas cosas. Desde bien pequeñito empecé a jugar con ciertas cosas, empecé a robar en los bazares chinos (...). Eso, poco a poco, me llevó a dar más pasos. Con 8 años di mi primera calada a un cigarrillo (...). Yo tenía una carencia muy grande de madre y de padre, y la buscaba llenar en la calle. Lo que fueron hurtos pequeños sin importancia empezaron a ser un poquito más grandes.

Esto me creó una adicción que se llama cleptomanía. Todo lo que veía lo tenía que robar, sentía que lo necesitaba, tenía que robarlo, incluso hasta a mis amigos. Con nueve o diez años ya no era feliz, y no era feliz porque, en realidad, mi corazón ansiaba lo que veía en mis amigos, que tenían padre y madre en casa. Yo no sé lo que es llegar a mi casa y decir 'hola, mamá', y 'hola, papá'. Mi vida fue un ir y venir".

Me llevaron a un colegio que me generó mucha violencia. Tenía muchos problemas en la escuela. No sentía esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad. Estaba harto de volver con mi madre, luego con mi padre, otra vez con mi abuela. Con doce o trece años empecé a tocar los porros y me generó una adicción desde bien joven, hasta el punto de que no podía vivir sin ello. Con trece o catorce años yo ya no podía vivir sin una piedra de hachís en el bolsillo.

Tenía la adicción al chocolate, al hachís... y, con esa edad, no tenía ingresos, con lo cual solo tenía una opción, que era gastar lo que me daban de paga. Pero, como mi consumo diario era muchísimo, eso me llevaba a robar constantemente, a robar a mi familia, a mi madre... a mi abuela le he robado muchísimo, no puedo decir la cantidad de cosas de casa que le quitaba para venderlas. El día que me levantaba y no tenía una piedra de hachís en el bolsillo del pantalón me generaba una ansiedad...

Andrés Carrión asegura que "a mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño"

Esto me llevó un punto de querer quitarme la vida, con 15 años ya no quería vivir más, era un completo infeliz. Pero mi padre había vuelto a retomar contacto conmigo, gracias a la Iglesia y en concreto al Camino Neocatecumenal, porque él también tuvo una juventud muy complicada por la droga. Sus catequistas le invitaron a recuperar esa paternidad que había perdido. Entonces me empezó a llevar a la Iglesia. Con nueve o diez años yo participaba de las eucaristías con la comunidad de mi padre, veía en la Iglesia algo que me llamaba mucho la atención, sentía, y vivía, una paz, y una felicidad.

A mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño. Yo tenía una doble vida, cuando iba con mi padre a la Iglesia me iba calando poco a poco, y, con 15 años, me invitaron a hacer las catequesis del Camino. Estaba feliz de estar ahí pero, al mismo tiempo, la calle, el mundo lo tenía tan dentro de mí que no podía soltarlo solo. Me acuerdo de que iba a las celebraciones con una piedra de hachís en el bolsillo, comulgaba con una piedra de chocolate en el bolsillo. Muchas veces he comulgado en pecado mortal. Estaba totalmente absorbido en el mundo de la delincuencia.

Empiezas por una cosa simple y luego pasas a otras drogas, a ver la cocaína, el cristal, drogas sintéticas... Me pasaba noches enteras en Madrid de fiesta drogándome. Hasta que un día, acabé tirado inconsciente en una calle. Había consumido tantos tipos de drogas que no sé por qué no me llegó a pasar algo más. Llegué a desarrollar un trastorno de doble personalidad, en la Iglesia era una persona y fuera otra totalmente diferente.

La droga te genera mucha violencia interna y mi abuela me amenazaba con no dejarme entrar en casa. Un día cumplió su promesa y, gracias a Dios, acabé en la calle. Con 20 años me ofrecieron ganar un dinero fácil, era para hacer un transporte de drogas. Estaba sumido en tantos problemas, y tenía tanta ansia de dinero, que lo acepté sin ningún problema. Era hacer un viaje a Venezuela con todos los gastos pagados, me montaron en un avión y me llevaron para allá. Aquí empieza a torcerse la cosa. Me acuerdo de que me recibió una chica, con la cual tuve una relación personal bastante fuerte.

Ella me dijo que no lo hiciera, porque me iban a meter en la cárcel 15 años. Vi un ángel de Dios que me avisaba, aunque tengo que decir que esta chica es un milagro, porque iba a ganar dinero conmigo, no es que fuese una persona de bien, formaba parte de este negocio. Le hice caso en todo momento, la voz de Dios siempre estuvo conmigo. Siempre he tenido esa conciencia de pecado. Decidí no hacerlo y eso generó un problema grande, estamos hablando de traficantes, de cosas muy serias, hay mucho dinero envuelto. Entonces tuvimos que inventar un accidente de tráfico, que me había roto el fémur y que no podía volar. Cogimos a un maquillador profesional que me maquilló, que me vendó la pierna. Pero el chico, desde España, estaba interesado en venir a ver mi estado.

El tiempo se iba alargando y el chico seguía insistiendo en que iba a venir. Entonces decidí quedarme durante un tiempo en Venezuela. Mis padres pusieron una denuncia por desaparición, y, a los dos meses, les llamé y les dije que estaba allí.


Andrés Carrión reflexiona que "volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar"

Esta amiga, que en teoría era amiga, participaba de una cosa que se llama la santería. Yo he llegado a participar de un rito satánico, te hacen lavados con gallos, cortan la cabeza de los gallos y te limpian. He llegado a hablar incluso con demonios, he llegado a ver cómo mi propia amiga era poseída delante de mí. De la nada más absoluta era poseída por un espíritu que entre tres personas no éramos capaz de sostenerla. Luego me llevaron a hablar con un demonio, con una persona que había sido poseída por el demonio, que hablaba una lengua muy rara, era un lenguaje muy extraño, que yo no entendía, lógicamente.

Estuve nueve meses, hasta que llegó un punto en el que ya tenía que volver a España. La vuelta era muy complicada, me esperaba gente... Durante los primeros días me escondía entre los coches. No podía hacer vida normal, no podía salir a la calle, y una vez, por casualidad, uno de mis mejores amigos me vio y vino a mi casa, y, durante un tiempo, me mantuvo en secreto, me llevaba en coche a otro sitio donde seguía consumiendo droga. Seguía en esa vida de la drogadicción.

Un día me dijo que tenía que plantar cara y decir que estaba aquí, y quedamos con esa persona que llevaba el tema del narcotráfico. Fui pensando que iba a morir, literalmente, ellos no sabían que lo del accidente era un montaje. Yo pensaba que sí lo sabían y que querían cogerme para pagar las consecuencias. Para mi sorpresa, después de un rato largo hablando con esta persona, me dijo que a mí no me iba a pasar nada, pero que la otra chica iba a morir. Entonces la avisé, me dijeron que no lo hiciera, pero cómo iba a quedarme callado, si esta chica a mí me salvó de estar muerto. Ella cometió el error y habló con ellos, y entonces me tacharon de chivato. Me pusieron una cantidad económica que tenía que pagar, yo no tenía dinero y me obligaban a robar, me llevaban a centros comerciales y me obligaban a robar para ir pagando esa deuda. 

Entonces volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar (...). Intenté hacer una nueva vida, pero la calle seguía tirándome. Hasta que con 22 años me volvieron a ofrecer otro transporte de droga, en ese momento estaba en la miseria más absoluta, vivía en la calle. Mi abuela ya no me abría las puertas de su casa. Ocupaba pisos de nueva construcción, para poder pasar la noche allí y, a la mañana siguiente, me iba a un hospital público, me aseaba, y volvía a la vida en el barrio a seguir fumando porros.

Había caído en la cocaína, había gastado mucho dinero. En dos meses, unos 6000 euros, que eran de mi abuelo, él me dejó un dinero para poder montar un pequeño negocio, pero lo acabé malgastando en droga. Me llegué a quedar en 50 kg, esquelético perdido, no comía, solo consumía, fue terrible. Intenté volver a la Iglesia. Dios siempre está abierto a la conversión de quien se arrepiente y soy testigo de ello.

Durante estos años tuve un intento de suicidio, cogí un cuchillo... como yo no sabía lo que era ser feliz, para mí quitarme la vida no era un problema. El problema era que tenía esa voz de Dios, y una vez  escuché que el que se suicida tiene unas papeletas muy grandes para ir al infierno. Está claro que la misericordia de Dios es infinita. Ese miedo a ir al infierno a mí me ha salvado.


Andrés Carrión al salir de permiso de la cárcel conoció a la que hoy es su esposa

Me llegaron a ofrecer este segundo viaje y no me lo pensé ni siquiera un minuto, mi vida estaba tan destruida, estaba en la calle, no tenía nada que perder. Partí para Perú y allí estuve un mes y medio, viviendo en un hotel, drogándome, esperando el momento para hacer el viaje y volver a mi casa. Con la buena intención de que con ese dinero iba a recomenzar una nueva vida, pero eso era mentira. Aquí empieza la verdadera historia de conversión.

En Brasil, en la fila del avión, sacaron la cocaína y un policía me dijo que la cárcel iba a ser mi casa durante los próximos 4 años. Fue un punto de inflexión muy grande, el mayor de mis problemas era que había vivido toda mi vida haciendo mi voluntad. Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos. 

Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra y vino unas tres o cuatro veces a verme (...). Fui condenado a cinco años y medio, pero la condena se me redujo a un año y once meses (...). Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas.

Tuve un permiso en la cárcel de una semana, pero volver por tus propios pies a la cárcel no fue nada fácil, caí en una depresión (...). Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo. Todas las semanas se hacía un culto obligatorio, tan obligatorio que si no asistía te pegaban una paliza. Cuando participaba de esos cultos lo que hacía era rezar el Rosario. Mi cuerpo estaba preso pero mi espíritu estaba libre. 

Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo y me llevaba a varios sitios, me invitó a su casa a comer. Intentó hacérmelo lo más agradable posible. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga.

Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente,  me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios. Espero que pueda haber ayudado a alguien, la Iglesia está para ayuda.

Andrés Carrión

Amalia, José Antonio y sus hijos, familia misionera en Taiwán: «Con un vacío y tristeza interior que nada lo llenaba, quisimos tocar a Cristo con la fe y nos abandonamos a hacer su voluntad»


La familia de Amalia y José Antonio

* «La experiencia es que Dios da la gracia y nunca nunca prueba por encima de las fuerzas. Claro que es una vida con muchos sufrimientos, no la estamos pintando de color de rosa, pero por encima de todo esta la potencia de Dios que jamás nos ha dejado. Misión y gracia es una simbiosis, que se cumple cuando se dice ‘sí’... Siempre nos hemos preguntado: ¿hemos estropeado la vida de nuestros hijos o será un regalo que dará fruto a su tiempo?. Pero ‘el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’: nuestros hijos han aprendido a vivir de Dios, literalmente, y eso no se aprende en el colegio. Es lo más importante que le hemos enseñado. Pero además el Señor nos está permitiendo ver unos frutos increíbles: nuestra hija mayor, María, está como misionera en Harbin (Norte de China); nuestro cuarto hijo, Jose Antonio, acaba de entrar en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Viena; nuestra segunda hija, Amalia, quiere casarse en unos meses y formar una familia cristiana abierta a la vida y en su interior sigue teniendo la inquietud de la misión (eso ya Dios les hablará…). Así que frente a todos los miedos que pudiéramos tener por la vida de nuestros hijos, Dios desborda»

Camino Católico.- José Antonio y Amalia son un matrimonio del Camino Neocatecumenal que se fue de misión en 2011 a Taiwán, tras descubrir que Dios les estaba pidiendo que dejaran todo y diesen un salto de confianza.

Con dudas, sin conocer el idioma y un gran miedo por el futuro de sus hijos, José Antonio y Amalia decidieron fiarse de Dios y ahora, en esta entrevista con Maria José Atienza en Omnes, comparten las gracias y los frutos que su entrega ha producido.

- ¿Cómo descubrieron que tenían una vocación misionera?

– Pertenecemos al Camino Neocatecumenal en donde continuamente se nos habla de la importancia del anuncio del Evangelio: llevar a Cristo a todas las personas del mundo para que todo aquel que lo acoja tenga la oportunidad de salvarse, como lo ha hecho con nosotros. De esta forma, cada año, en encuentros y convivencias se piden sacerdotes, célibes y familias que libremente estén dispuestos a partir a cualquier parte del mundo y así descubrimos nuestra vocación misionera.

- ¿Cuál fue el momento clave en su vida en el que sintieron que Dios los llamaba a este camino?

– En 2006, en el encuentro del Papa con las familias en Valencia, teniendo cinco hijos, sentimos por primera vez que el Señor nos llamaba a hacer esta misión. En ese momento no fuimos capaces de levantarnos, pensando que era una locura o un sentimiento pasajero. Pero la llamada persistía y nosotros nos veíamos encadenados en la vida que teníamos: trabajo, casa, familia…. pero con un vacío y tristeza interior que nada lo llenaba. Fue en 2010, con el Evangelio de la hemorroísa, cuando quisimos tocar a Cristo con la fe y nos abandonamos a hacer su voluntad, partiendo para el sur de Taiwán, en la zona aborigen. Así, nos fuimos en 2011 con ocho hijos y ocho maletas.

- ¿Cómo han equilibrado su vida familiar y su labor misionera?

– Nosotros lo único que hacíamos era vivir entre los chinos pero según la Iglesia nos ha enseñado: comiendo juntos alrededor de una mesa con nuestros hijos, lo que ellos no hacen porque están siempre trabajando; celebrar la Navidad, en un ambiente pagano que no conocen lo que es, y teniendo que pedir permiso en el colegio porque nace un tal Jesús que es nuestros Salvador, y así lo damos a conocer, poniendo el Belén en la puerta de la casa para que las personas lo visiten,….. simplemente vivir el día a día.

Es verdad que hemos hecho lo que en el Camino se llama “Misión popular”, es decir, anunciar a Jesucristo y el amor de Dios por calles y plazas, con guitarra, cantos, experiencias, Evangelio… También haciendo catequesis de Iniciación al Camino Neocatecumenal y cursillos prematrimoniales. Pero quizás donde nosotros hemos notado que la labor misionera era más fructífera era en el día a día tanto nuestro como de nuestros hijos, sobre todo en la relación con sus compañeros y profesores, a los cuales hemos invitado a casa y veían cómo vivíamos.

- ¿Qué desafíos han enfrentado como matrimonio en el campo misionero y cómo los han superado?

– Para nosotros la principal dificultad ha sido el idioma. Hemos comprobado que no hay mayor pobreza que no entender nada y ni poder hablar ni una palabra. Llevar al médico a nuestros hijos y no poder expresar lo que le pasa ni entender lo que te dice o saber el medicamento que hay que darle; comprar y sentirte tantas veces engañado; explicar las dificultades de nuestros hijos a los profesores….

Nosotros partimos sin saber nada de chino, y el Señor poco a poco fue abriendo el oído, empezamos a entender, balbucear palabras, hasta poder llegar a desenvolvernos.

Otra dificultad es intentar entender su cultura tan diferente a la nuestra, y para eso nada mejor que vivir como ellos: comiendo su comida, metiendo a nuestros hijos en sus colegios estatales, trabajando en sus trabajos (descansando los domingos), dando a luz en sus hospitales, manteniéndonos allí cuando había lluvias torrenciales, tifones, terremotos…

¿Cómo lo hemos superado? Evidentemente por la Gracia de Dios y  la oración nuestra y de nuestra comunidad, así como de algún convento de monjas que también rezaban por nuestra familia y misión.

- ¿Cómo ha fortalecido su relación como pareja el trabajo misionero?

– Nuestra relación como matrimonio ha salido muy muy fortalecida, porque estábamos tan solos, teníamos tantas dificultades alrededor, que la opción que tomamos fue unirnos a Dios y unirnos entre nosotros. No tenía sentido pelearnos, discutir por tonterías que en el día a día surgen y que sólo se trata de una imposición de razón. Lo mejor era ceder, humillarse, hacer feliz al otro y disfrutar de los pequeños momentos. Eso es lo que le hemos trasmitido a nuestros hijos. Nuestro matrimonio dio un giro de 180º.

- ¿Qué le dirían a otras parejas que sienten el deseo de involucrarse en la misión pero tienen dudas o temores?

– Nosotros entendemos perfectamente los miedos, temores y dudas, pero la experiencia es que Dios da la gracia y nunca nunca prueba por encima de las fuerzas. Claro que es una vida con muchos sufrimientos, no la estamos pintando de color de rosa, pero por encima de todo esta la potencia de Dios que jamás nos ha dejado. Misión y gracia es una simbiosis, que se cumple cuando se dice “sí”.

- ¿Cómo han visto la mano de Dios obrar en las personas a las que han servido durante su misión?

– ¡Eso es un regalo tan grande que el Señor nos ha permitido vivir! Una de nuestras hijas estaba en el curso de infantil y empezamos cierta amistad con su profesora, pagana evidentemente. Necesitábamos cuidadora para que se quedara con nuestros hijos mientras íbamos a la Eucaristía y se lo pedimos a ella. Así empezó a entrar en nuestra casa, ver cómo vivimos y empezar a preguntar. Se ha bautizado e incluso hace unos meses se ha casado y su marido es ahora quien quiere bautizarse.

También nuestros hijos han traído amigos que al ver cómo vivimos cada vez se han pegado más a nuestra familia y deseado tener algo así en su vida. Hay quien no ha podido romper con las tradiciones de su casa, pero al menos conocen otra forma de vida.

Pero los más beneficiados de la misión ha sido nuestra familia, nosotros como matrimonio según hemos explicado, y nuestros hijos sobre los cuales siempre nos hemos preguntado:¿hemos estropeado la vida de nuestros hijos o será un regalo que dará fruto a su tiempo?. Pero “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”: nuestros hijos han aprendido a vivir de Dios, literalmente, y eso no se aprende en el colegio. Es lo más importante que le hemos enseñado.

Nuestro señor obispo, D. Demetrio nos lo dijo antes de partir y eso es lo que se nos quedó grabado:” no hay mejor escuela para vuestros hijos que la misión”. Pero además el Señor nos está permitiendo ver unos frutos increíbles: nuestra hija mayor, María, está como misionera en Harbin (Norte de China); nuestro cuarto hijo, Jose Antonio, acaba de entrar en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Viena; nuestra segunda hija, Amalia, quiere casarse en unos meses y formar una familia cristiana abierta a la vida y en su interior sigue teniendo la inquietud de la misión (eso ya Dios les hablará…). Así que frente a todos los miedos que pudiéramos tener por la vida de nuestros hijos, Dios desborda.