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viernes, 15 de noviembre de 2024

Andrés Carrión hundido en las drogas y la santería quería suicidarse y acabó en la cárcel: «La misericordia de Dios es infinita y su voz ha estado conmigo porque he tenido conciencia de pecado. El miedo al infierno me salvó»


Andrés Carrión dice que "en la cárcel descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad"

* «Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos. Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra. Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas»

Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Andrés Carrión cuenta su testimonio

* «Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo.Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga. Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente,  me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios»

Camino Católico.- Andrés Carrión es español, tiene 34 años, está casado y tiene cuatro hijos. Del Camino Neocatecumenal, su historia es realmente de película. De una dura infancia en una familia desestructurada, pasó a la cleptomanía, a consumir drogas, posteriormente al tráfico de drogas, a la santería... hasta que el encuentro con Dios en la cárcel le devolvió la paz, y a conocer a la que hoy es su mujer. Acaba de contar su testimonio en  El Rosario de las 11 PM. Esta es su historia contada en primera persona con los fragmentos esenciales que relata en el vídeo: 

Nací en una familia cristiana, al uso, pero un poco desestructurada. Mi madre me tuvo con 17 años. Fue por accidente, no digo que fuera un hijo 'no querido' pero sí 'no deseado'. Mi vida, desde los primeros días, no fue nada fácil. Mi madre tuvo anorexia de joven y estuvo a punto de morir. Fue un milagro que siguiera viva. Entonces, mis abuelos maternos fueron los que me sustentaron y me criaron.

Vivía en un barrio de la zona sur de Móstoles, en Madrid. Un barrio normal y corriente en el que se ven muchas cosas. Desde bien pequeñito empecé a jugar con ciertas cosas, empecé a robar en los bazares chinos (...). Eso, poco a poco, me llevó a dar más pasos. Con 8 años di mi primera calada a un cigarrillo (...). Yo tenía una carencia muy grande de madre y de padre, y la buscaba llenar en la calle. Lo que fueron hurtos pequeños sin importancia empezaron a ser un poquito más grandes.

Esto me creó una adicción que se llama cleptomanía. Todo lo que veía lo tenía que robar, sentía que lo necesitaba, tenía que robarlo, incluso hasta a mis amigos. Con nueve o diez años ya no era feliz, y no era feliz porque, en realidad, mi corazón ansiaba lo que veía en mis amigos, que tenían padre y madre en casa. Yo no sé lo que es llegar a mi casa y decir 'hola, mamá', y 'hola, papá'. Mi vida fue un ir y venir".

Me llevaron a un colegio que me generó mucha violencia. Tenía muchos problemas en la escuela. No sentía esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad. Estaba harto de volver con mi madre, luego con mi padre, otra vez con mi abuela. Con doce o trece años empecé a tocar los porros y me generó una adicción desde bien joven, hasta el punto de que no podía vivir sin ello. Con trece o catorce años yo ya no podía vivir sin una piedra de hachís en el bolsillo.

Tenía la adicción al chocolate, al hachís... y, con esa edad, no tenía ingresos, con lo cual solo tenía una opción, que era gastar lo que me daban de paga. Pero, como mi consumo diario era muchísimo, eso me llevaba a robar constantemente, a robar a mi familia, a mi madre... a mi abuela le he robado muchísimo, no puedo decir la cantidad de cosas de casa que le quitaba para venderlas. El día que me levantaba y no tenía una piedra de hachís en el bolsillo del pantalón me generaba una ansiedad...

Andrés Carrión asegura que "a mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño"

Esto me llevó un punto de querer quitarme la vida, con 15 años ya no quería vivir más, era un completo infeliz. Pero mi padre había vuelto a retomar contacto conmigo, gracias a la Iglesia y en concreto al Camino Neocatecumenal, porque él también tuvo una juventud muy complicada por la droga. Sus catequistas le invitaron a recuperar esa paternidad que había perdido. Entonces me empezó a llevar a la Iglesia. Con nueve o diez años yo participaba de las eucaristías con la comunidad de mi padre, veía en la Iglesia algo que me llamaba mucho la atención, sentía, y vivía, una paz, y una felicidad.

A mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño. Yo tenía una doble vida, cuando iba con mi padre a la Iglesia me iba calando poco a poco, y, con 15 años, me invitaron a hacer las catequesis del Camino. Estaba feliz de estar ahí pero, al mismo tiempo, la calle, el mundo lo tenía tan dentro de mí que no podía soltarlo solo. Me acuerdo de que iba a las celebraciones con una piedra de hachís en el bolsillo, comulgaba con una piedra de chocolate en el bolsillo. Muchas veces he comulgado en pecado mortal. Estaba totalmente absorbido en el mundo de la delincuencia.

Empiezas por una cosa simple y luego pasas a otras drogas, a ver la cocaína, el cristal, drogas sintéticas... Me pasaba noches enteras en Madrid de fiesta drogándome. Hasta que un día, acabé tirado inconsciente en una calle. Había consumido tantos tipos de drogas que no sé por qué no me llegó a pasar algo más. Llegué a desarrollar un trastorno de doble personalidad, en la Iglesia era una persona y fuera otra totalmente diferente.

La droga te genera mucha violencia interna y mi abuela me amenazaba con no dejarme entrar en casa. Un día cumplió su promesa y, gracias a Dios, acabé en la calle. Con 20 años me ofrecieron ganar un dinero fácil, era para hacer un transporte de drogas. Estaba sumido en tantos problemas, y tenía tanta ansia de dinero, que lo acepté sin ningún problema. Era hacer un viaje a Venezuela con todos los gastos pagados, me montaron en un avión y me llevaron para allá. Aquí empieza a torcerse la cosa. Me acuerdo de que me recibió una chica, con la cual tuve una relación personal bastante fuerte.

Ella me dijo que no lo hiciera, porque me iban a meter en la cárcel 15 años. Vi un ángel de Dios que me avisaba, aunque tengo que decir que esta chica es un milagro, porque iba a ganar dinero conmigo, no es que fuese una persona de bien, formaba parte de este negocio. Le hice caso en todo momento, la voz de Dios siempre estuvo conmigo. Siempre he tenido esa conciencia de pecado. Decidí no hacerlo y eso generó un problema grande, estamos hablando de traficantes, de cosas muy serias, hay mucho dinero envuelto. Entonces tuvimos que inventar un accidente de tráfico, que me había roto el fémur y que no podía volar. Cogimos a un maquillador profesional que me maquilló, que me vendó la pierna. Pero el chico, desde España, estaba interesado en venir a ver mi estado.

El tiempo se iba alargando y el chico seguía insistiendo en que iba a venir. Entonces decidí quedarme durante un tiempo en Venezuela. Mis padres pusieron una denuncia por desaparición, y, a los dos meses, les llamé y les dije que estaba allí.


Andrés Carrión reflexiona que "volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar"

Esta amiga, que en teoría era amiga, participaba de una cosa que se llama la santería. Yo he llegado a participar de un rito satánico, te hacen lavados con gallos, cortan la cabeza de los gallos y te limpian. He llegado a hablar incluso con demonios, he llegado a ver cómo mi propia amiga era poseída delante de mí. De la nada más absoluta era poseída por un espíritu que entre tres personas no éramos capaz de sostenerla. Luego me llevaron a hablar con un demonio, con una persona que había sido poseída por el demonio, que hablaba una lengua muy rara, era un lenguaje muy extraño, que yo no entendía, lógicamente.

Estuve nueve meses, hasta que llegó un punto en el que ya tenía que volver a España. La vuelta era muy complicada, me esperaba gente... Durante los primeros días me escondía entre los coches. No podía hacer vida normal, no podía salir a la calle, y una vez, por casualidad, uno de mis mejores amigos me vio y vino a mi casa, y, durante un tiempo, me mantuvo en secreto, me llevaba en coche a otro sitio donde seguía consumiendo droga. Seguía en esa vida de la drogadicción.

Un día me dijo que tenía que plantar cara y decir que estaba aquí, y quedamos con esa persona que llevaba el tema del narcotráfico. Fui pensando que iba a morir, literalmente, ellos no sabían que lo del accidente era un montaje. Yo pensaba que sí lo sabían y que querían cogerme para pagar las consecuencias. Para mi sorpresa, después de un rato largo hablando con esta persona, me dijo que a mí no me iba a pasar nada, pero que la otra chica iba a morir. Entonces la avisé, me dijeron que no lo hiciera, pero cómo iba a quedarme callado, si esta chica a mí me salvó de estar muerto. Ella cometió el error y habló con ellos, y entonces me tacharon de chivato. Me pusieron una cantidad económica que tenía que pagar, yo no tenía dinero y me obligaban a robar, me llevaban a centros comerciales y me obligaban a robar para ir pagando esa deuda. 

Entonces volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar (...). Intenté hacer una nueva vida, pero la calle seguía tirándome. Hasta que con 22 años me volvieron a ofrecer otro transporte de droga, en ese momento estaba en la miseria más absoluta, vivía en la calle. Mi abuela ya no me abría las puertas de su casa. Ocupaba pisos de nueva construcción, para poder pasar la noche allí y, a la mañana siguiente, me iba a un hospital público, me aseaba, y volvía a la vida en el barrio a seguir fumando porros.

Había caído en la cocaína, había gastado mucho dinero. En dos meses, unos 6000 euros, que eran de mi abuelo, él me dejó un dinero para poder montar un pequeño negocio, pero lo acabé malgastando en droga. Me llegué a quedar en 50 kg, esquelético perdido, no comía, solo consumía, fue terrible. Intenté volver a la Iglesia. Dios siempre está abierto a la conversión de quien se arrepiente y soy testigo de ello.

Durante estos años tuve un intento de suicidio, cogí un cuchillo... como yo no sabía lo que era ser feliz, para mí quitarme la vida no era un problema. El problema era que tenía esa voz de Dios, y una vez  escuché que el que se suicida tiene unas papeletas muy grandes para ir al infierno. Está claro que la misericordia de Dios es infinita. Ese miedo a ir al infierno a mí me ha salvado.


Andrés Carrión al salir de permiso de la cárcel conoció a la que hoy es su esposa

Me llegaron a ofrecer este segundo viaje y no me lo pensé ni siquiera un minuto, mi vida estaba tan destruida, estaba en la calle, no tenía nada que perder. Partí para Perú y allí estuve un mes y medio, viviendo en un hotel, drogándome, esperando el momento para hacer el viaje y volver a mi casa. Con la buena intención de que con ese dinero iba a recomenzar una nueva vida, pero eso era mentira. Aquí empieza la verdadera historia de conversión.

En Brasil, en la fila del avión, sacaron la cocaína y un policía me dijo que la cárcel iba a ser mi casa durante los próximos 4 años. Fue un punto de inflexión muy grande, el mayor de mis problemas era que había vivido toda mi vida haciendo mi voluntad. Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos. 

Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra y vino unas tres o cuatro veces a verme (...). Fui condenado a cinco años y medio, pero la condena se me redujo a un año y once meses (...). Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas.

Tuve un permiso en la cárcel de una semana, pero volver por tus propios pies a la cárcel no fue nada fácil, caí en una depresión (...). Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo. Todas las semanas se hacía un culto obligatorio, tan obligatorio que si no asistía te pegaban una paliza. Cuando participaba de esos cultos lo que hacía era rezar el Rosario. Mi cuerpo estaba preso pero mi espíritu estaba libre. 

Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo y me llevaba a varios sitios, me invitó a su casa a comer. Intentó hacérmelo lo más agradable posible. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga.

Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente,  me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios. Espero que pueda haber ayudado a alguien, la Iglesia está para ayuda.

Andrés Carrión

Amalia, José Antonio y sus hijos, familia misionera en Taiwán: «Con un vacío y tristeza interior que nada lo llenaba, quisimos tocar a Cristo con la fe y nos abandonamos a hacer su voluntad»


La familia de Amalia y José Antonio

* «La experiencia es que Dios da la gracia y nunca nunca prueba por encima de las fuerzas. Claro que es una vida con muchos sufrimientos, no la estamos pintando de color de rosa, pero por encima de todo esta la potencia de Dios que jamás nos ha dejado. Misión y gracia es una simbiosis, que se cumple cuando se dice ‘sí’... Siempre nos hemos preguntado: ¿hemos estropeado la vida de nuestros hijos o será un regalo que dará fruto a su tiempo?. Pero ‘el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’: nuestros hijos han aprendido a vivir de Dios, literalmente, y eso no se aprende en el colegio. Es lo más importante que le hemos enseñado. Pero además el Señor nos está permitiendo ver unos frutos increíbles: nuestra hija mayor, María, está como misionera en Harbin (Norte de China); nuestro cuarto hijo, Jose Antonio, acaba de entrar en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Viena; nuestra segunda hija, Amalia, quiere casarse en unos meses y formar una familia cristiana abierta a la vida y en su interior sigue teniendo la inquietud de la misión (eso ya Dios les hablará…). Así que frente a todos los miedos que pudiéramos tener por la vida de nuestros hijos, Dios desborda»

Camino Católico.- José Antonio y Amalia son un matrimonio del Camino Neocatecumenal que se fue de misión en 2011 a Taiwán, tras descubrir que Dios les estaba pidiendo que dejaran todo y diesen un salto de confianza.

Con dudas, sin conocer el idioma y un gran miedo por el futuro de sus hijos, José Antonio y Amalia decidieron fiarse de Dios y ahora, en esta entrevista con Maria José Atienza en Omnes, comparten las gracias y los frutos que su entrega ha producido.

- ¿Cómo descubrieron que tenían una vocación misionera?

– Pertenecemos al Camino Neocatecumenal en donde continuamente se nos habla de la importancia del anuncio del Evangelio: llevar a Cristo a todas las personas del mundo para que todo aquel que lo acoja tenga la oportunidad de salvarse, como lo ha hecho con nosotros. De esta forma, cada año, en encuentros y convivencias se piden sacerdotes, célibes y familias que libremente estén dispuestos a partir a cualquier parte del mundo y así descubrimos nuestra vocación misionera.

- ¿Cuál fue el momento clave en su vida en el que sintieron que Dios los llamaba a este camino?

– En 2006, en el encuentro del Papa con las familias en Valencia, teniendo cinco hijos, sentimos por primera vez que el Señor nos llamaba a hacer esta misión. En ese momento no fuimos capaces de levantarnos, pensando que era una locura o un sentimiento pasajero. Pero la llamada persistía y nosotros nos veíamos encadenados en la vida que teníamos: trabajo, casa, familia…. pero con un vacío y tristeza interior que nada lo llenaba. Fue en 2010, con el Evangelio de la hemorroísa, cuando quisimos tocar a Cristo con la fe y nos abandonamos a hacer su voluntad, partiendo para el sur de Taiwán, en la zona aborigen. Así, nos fuimos en 2011 con ocho hijos y ocho maletas.

- ¿Cómo han equilibrado su vida familiar y su labor misionera?

– Nosotros lo único que hacíamos era vivir entre los chinos pero según la Iglesia nos ha enseñado: comiendo juntos alrededor de una mesa con nuestros hijos, lo que ellos no hacen porque están siempre trabajando; celebrar la Navidad, en un ambiente pagano que no conocen lo que es, y teniendo que pedir permiso en el colegio porque nace un tal Jesús que es nuestros Salvador, y así lo damos a conocer, poniendo el Belén en la puerta de la casa para que las personas lo visiten,….. simplemente vivir el día a día.

Es verdad que hemos hecho lo que en el Camino se llama “Misión popular”, es decir, anunciar a Jesucristo y el amor de Dios por calles y plazas, con guitarra, cantos, experiencias, Evangelio… También haciendo catequesis de Iniciación al Camino Neocatecumenal y cursillos prematrimoniales. Pero quizás donde nosotros hemos notado que la labor misionera era más fructífera era en el día a día tanto nuestro como de nuestros hijos, sobre todo en la relación con sus compañeros y profesores, a los cuales hemos invitado a casa y veían cómo vivíamos.

- ¿Qué desafíos han enfrentado como matrimonio en el campo misionero y cómo los han superado?

– Para nosotros la principal dificultad ha sido el idioma. Hemos comprobado que no hay mayor pobreza que no entender nada y ni poder hablar ni una palabra. Llevar al médico a nuestros hijos y no poder expresar lo que le pasa ni entender lo que te dice o saber el medicamento que hay que darle; comprar y sentirte tantas veces engañado; explicar las dificultades de nuestros hijos a los profesores….

Nosotros partimos sin saber nada de chino, y el Señor poco a poco fue abriendo el oído, empezamos a entender, balbucear palabras, hasta poder llegar a desenvolvernos.

Otra dificultad es intentar entender su cultura tan diferente a la nuestra, y para eso nada mejor que vivir como ellos: comiendo su comida, metiendo a nuestros hijos en sus colegios estatales, trabajando en sus trabajos (descansando los domingos), dando a luz en sus hospitales, manteniéndonos allí cuando había lluvias torrenciales, tifones, terremotos…

¿Cómo lo hemos superado? Evidentemente por la Gracia de Dios y  la oración nuestra y de nuestra comunidad, así como de algún convento de monjas que también rezaban por nuestra familia y misión.

- ¿Cómo ha fortalecido su relación como pareja el trabajo misionero?

– Nuestra relación como matrimonio ha salido muy muy fortalecida, porque estábamos tan solos, teníamos tantas dificultades alrededor, que la opción que tomamos fue unirnos a Dios y unirnos entre nosotros. No tenía sentido pelearnos, discutir por tonterías que en el día a día surgen y que sólo se trata de una imposición de razón. Lo mejor era ceder, humillarse, hacer feliz al otro y disfrutar de los pequeños momentos. Eso es lo que le hemos trasmitido a nuestros hijos. Nuestro matrimonio dio un giro de 180º.

- ¿Qué le dirían a otras parejas que sienten el deseo de involucrarse en la misión pero tienen dudas o temores?

– Nosotros entendemos perfectamente los miedos, temores y dudas, pero la experiencia es que Dios da la gracia y nunca nunca prueba por encima de las fuerzas. Claro que es una vida con muchos sufrimientos, no la estamos pintando de color de rosa, pero por encima de todo esta la potencia de Dios que jamás nos ha dejado. Misión y gracia es una simbiosis, que se cumple cuando se dice “sí”.

- ¿Cómo han visto la mano de Dios obrar en las personas a las que han servido durante su misión?

– ¡Eso es un regalo tan grande que el Señor nos ha permitido vivir! Una de nuestras hijas estaba en el curso de infantil y empezamos cierta amistad con su profesora, pagana evidentemente. Necesitábamos cuidadora para que se quedara con nuestros hijos mientras íbamos a la Eucaristía y se lo pedimos a ella. Así empezó a entrar en nuestra casa, ver cómo vivimos y empezar a preguntar. Se ha bautizado e incluso hace unos meses se ha casado y su marido es ahora quien quiere bautizarse.

También nuestros hijos han traído amigos que al ver cómo vivimos cada vez se han pegado más a nuestra familia y deseado tener algo así en su vida. Hay quien no ha podido romper con las tradiciones de su casa, pero al menos conocen otra forma de vida.

Pero los más beneficiados de la misión ha sido nuestra familia, nosotros como matrimonio según hemos explicado, y nuestros hijos sobre los cuales siempre nos hemos preguntado:¿hemos estropeado la vida de nuestros hijos o será un regalo que dará fruto a su tiempo?. Pero “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”: nuestros hijos han aprendido a vivir de Dios, literalmente, y eso no se aprende en el colegio. Es lo más importante que le hemos enseñado.

Nuestro señor obispo, D. Demetrio nos lo dijo antes de partir y eso es lo que se nos quedó grabado:” no hay mejor escuela para vuestros hijos que la misión”. Pero además el Señor nos está permitiendo ver unos frutos increíbles: nuestra hija mayor, María, está como misionera en Harbin (Norte de China); nuestro cuarto hijo, Jose Antonio, acaba de entrar en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Viena; nuestra segunda hija, Amalia, quiere casarse en unos meses y formar una familia cristiana abierta a la vida y en su interior sigue teniendo la inquietud de la misión (eso ya Dios les hablará…). Así que frente a todos los miedos que pudiéramos tener por la vida de nuestros hijos, Dios desborda.

domingo, 27 de octubre de 2024

José Eduardo, guerrillero ateo converso en el Camino Neocatecumenal: «Iba a misa con pistola, granadas y la Biblia; vi el amor de mis hermanos de comunidad, pero ese día escuché que Dios me quería como era»


Con solo 14 años, José Eduardo pasó a integrar las filas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en la guerrilla de El Salvador, pero Dios le salvó la vida y le llevó a encontrar su lugar en el Camino Neocatecumenal

* «El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían dónde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido. Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo»

Vídeo de  Gospa Arts en el que José Eduardo cuenta su testimonio

Camino Católico.- José Eduardo, salvadoreño de 60 años, está casado desde hace 31, tiene dos hijos y desde que tiene 14 pertenece al Camino Neocatecumenal. Pero su involucración en el movimiento no fue nada convencional. Como ha relatado recientemente en el podcast No tengo ni idea, del canal Gospa Arts, los únicos recuerdos que tiene de su infancia y primera adolescencia son los más crudos de una Guerra Fría que, en cierta forma, protagonizó como guerrillero revolucionario. La Iglesia y la comunidad, dice, "me salvaron la vida". J.M.C. sintetiza el testimonio del podcast en Religión en Libertad.

La guerra, que dejó como cómputo unos 75.000 muertos entre 1979 y 1991 estaba cerca de estallar cuando José Eduardo, con solo 13 años, asistió a los primeros conatos del conflicto. Como hijo de un acérrimo militante comunista, acostumbraba a acompañar a su padre a las reuniones del partido. No tardó en quedar fascinado por los llamados "campamentos de concienciación", donde miles de jóvenes empezaban a recibir el adiestramiento doctrinal, físico y militar para la revolución.

En la revolución: "Creía que estaba haciendo justicia"

Testigo de la pobreza generalizada y tras haber visto morir a niños y vecinos por la escasez, admite que nadie tenía que convencerle de nada. Inscrito en los "campamentos", fue formado para integrar la guerrilla contra el gobierno y pronto comenzó a participar en escaramuzas y sabotajes, o como lo llamaban, "los preparativos para la guerra popular". "Estaba convencido de estar haciendo justicia", remarca. 

Tendría 14 años cuando recibió su primera herida de guerra, cuando vio morir a su novia de un tiro en sus brazos y cuando, al fin, participó en la guerra contra el gobierno, muy diferente a las escaramuzas que conocía.

"Recuerdo el miedo, toda la noche cayendo las ramas por donde pasaban las balas como luces, pasar toda una noche bajo la raíz de un árbol y las balas y los tiros por todos lados", relata. En los campamentos había recibido instrucción para controlar el pánico, pero mirar la muerte a la cara era diferente.

Finalmente, la ayuda militar proveniente de Estados Unidos llevó al ejército gubernamental a imponerse sobre los primeros sofocos. El campamento del joven salvadoreño quedó destruido, los guerrilleros quedaron dispersos y sin darse cuenta, cruzó la frontera a Honduras huyendo de la muerte.


Milicias del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, a las que pertenecía José Eduardo con solo 14 años 

"Totalmente ateo", salvado por un sacerdote

"Llegamos a una parroquia y el cura nos acogió. Nos metió en unos camiones y gracias a él volvimos a San Salvador. Lo primero que hice fue ponerme en contacto con el Partido y me mandaron con una familia, cerca de la parroquia salesiana María Auxiliadora, sin poder salir de la casa", relata.

Pasaban los días y José Eduardo y sus dos compañeros tan solo salían a hacer algo de gimnasia de madrugada, cuando nadie podía preguntarse quienes eran. Su tiempo de ejercicio terminaba con el comienzo de las clases en el colegio más cercano, pero también con la primera misa de la parroquia, que captó su atención.

Criado sin más formación religiosa que la impartida por su abuela a cambio de alguna paga, admite que "no tenía ningún deseo de trascendencia" y que era "totalmente ateo". Pero el tedio de las largas horas encerrados en el "piso franco" del partido acabó pesando más y preguntó a Antonio, el hombre del Partido que custodiaba la casa, si podían aceptar la invitación del párroco e ir a misa como lectores.

En misa con la "uzi", granadas y pistolas

"Haced lo que queráis, pero id armados", les dijo. La orden del Partido era "morir matando", y debían estar preparados para cualquier cosa. Así que el guerrillero empezó a ir a misa cada domingo, acompañado siempre de una mochila con una magnum, un par de granadas, cargadores y el icónico subfusil uzi.

A las misas pronto se sumó su asistencia a catequesis, justo en el momento en que se fundaba precisamente en su parroquia la primera comunidad del Camino Neocatecumenal. "Id donde queráis siempre que vayáis armados y no salgáis de la zona", le respondieron de nuevo. Lo mismo ocurrió con la primera convivencia a la que le invitaron, de tres días de duración.

El guerrillero fue testigo directo de un suceso que marcó la historia del país. Quedaba solo un día para concluir la catequesis y dar paso a la "entrega de la Palabra", una ceremonia en la que el obispo de la diócesis entrega una Biblia a los catecúmenos. Era un 24 de marzo de 1980, y estaba previsto que presidiese la ceremonia el obispo Óscar Arnulfo Romero, cuando llegó el sacristán entre lágrimas. "Lo han matado", anunció.

Aquel día es por muchos considerado como el inicio formal de la guerra civil en El Salvador.

Conociendo el Camino: "El amor fue lo que me atrajo"

Rememorando su primera convivencia en el Camino, recuerda que, como en misa, también llevó todo su arsenal. Tenía 15 años y seguía "sin creer en nada" pero, sin darse cuenta, empezaba a ser considerado un miembro de pleno derecho en la comunidad cristiana.

"Algo empezó a entrar en mi corazón, sin darme cuenta. Fue el amor entre los hermanos. No tenía amigos, mi familia era muy desestructurada y no tenía una figura materna, solo a los compañeros de la guerrilla. Por eso, al no conocer el calor de la familia o de la madre, ahí sentí un cariño especial", relata.

Recuerda una imagen, cuando en plena misa se le cayó la pistola, como ejemplo del "milagro moral" que protagonizó. "Mis hermanos lo veían y no me decían nada. Me querían tal y como era. El amor fue lo que me atrajo. El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían donde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido", comenta.

Tras un complejo proceso de "desintoxicación" ideológica, el guerrillero volvió a ser llamado al combate. Recuerda un profundo conflicto interior, "no porque me hubiese convertido, sino por el sentimiento, por haber tenido una relación con ellos, un cariño especial".

Pero volvió a la guerra, y en esta ocasión fue más cruda que nunca. Ahora los guerrilleros tenían nuevos y mejores armamentos, la M16 o tanques entre otros, pero el gobierno también contaba con ayuda.

"Una bestia" rescatada: entre balazos, cadáveres y tripas

Recuerda aquella nueva guerra como el momento que más miedo pasó. Ahora el conflicto era "una guerra convencional", viendo caer a guerrilleros a su lado o a los enemigos a los que disparaba, empezando a ser consciente de "hasta qué punto se pierde el concepto de persona" en la guerra.

"Ya no tienes ni miedo, y mucho menos escrúpulos. Te daba igual. Perdía hasta los sentimientos al recoger a mis compañeros, a veces las tripas o trozos colgando de las bombas. Si sales de ahí sin nada que te ablande, eres una bestia", explica.

Pero a él le esperaban. Gracias a Dios, dice, "el Señor me rescató y ablandó el corazón". Tras cuatro meses en la guerrilla, derrotados pero vivo de nuevo, José Eduardo volvió a su comunidad. Sintiéndose parte de ella, recuerda que continuaba sin creer tras su regreso. Hasta que un día, en una catequesis, y aún sin poder explicarlo por completo, experimentó un torrente de fe que compara al fluir del agua en una presa totalmente abierta.

"Sin la Iglesia no estaría vivo"

"Entendí sin entender. Se me abrió un panorama en el que no podía unir el puzle, pero lo entendí. Experimenté la conversión a través de una palabra. Había visto los signos, el amor entre hermanos, la forma en que me acogió la Iglesia, pero ese día fue mi conversión. Escuché que Dios me quería como era", explica.

El momento decisivo fue la primera confesión en su vida, sin saber acusarse de mucho más que de haber acudido a la guerra de forma voluntaria o haberse dejado llevar por el "odio y ansia de matar". Aún recuerda entre lágrimas la respuesta del sacerdote: "Tú no tienes ningún pecado, porque eras un niño. Has sido víctima de la historia y tú eres de los inocentes. No ha sido tu culpa".

Aquella confesión sería el cambio definitivo en una vida que continuó primero en el exilio en Panamá y después al casarse, hace ya 31 años, y tener sus dos hijos.

"Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo", concluye.

jueves, 10 de octubre de 2024

Denise Burciaga, 32 años: «Me alejé de la fe, me encontré hundida, me sentía muy sola. comencé a ir a las eucaristías de la Comunidad Neocatecumenal y Dios me ha llamado a ser monja clarisa»

"Nunca había conocido un convento, no era muy religiosa, no conocía bien el Catecismo, y mucho menos de la vida de los santos", cuenta Denise Burciaga, que acaba de tomar el hábito y ya es sor María

* «Con la gracia de Dios ya no sentía soledad, comencé a sentirme feliz, mi familia se fue restaurando y acercando a Dios, mi vida tenía de nuevo dignidad. A los 30 años pedí hacer una experiencia porque ya me sentía lista para dar un paso en la búsqueda de mi vocación, pero nunca pensé en ser monja y mucho menos de clausura, y menos aún lejos de mi familia y comunidad. Yo quería seguir a Dios, pero en una vida que ya conocía. Tenía mucho miedo, muchas dudas, no quería dejar mi país, mi familia, mi comunidad. Estaba contenta con todo lo que tenía en casa. Pero la llamada de Dios es muy fuerte y, aunque tenía miedo, también me sentía muy amada»

Camino Católico.- Hoy es sor María Jerusalén de Cristo Crucificado, O.S.C., pero, hasta hace muy poco, todos la conocían como Denise Burciaga. Con 32 años, nacida en San Diego, California (EE.UU), del Camino Neocatecumenal, tercera de tres hermanos y padres mexicanos, acaba de tomar el hábito como monja clarisa en el Real Monasterio de Santa Clara de Allariz, un pueblo de Orense (Galicia, España) de unos 6000 habitantes.

La entrevista Juan Cadarso en Religión en Libertad y la conversación testimonial sor María cuenta cómo una californiana, un día, decide abandonar el envidiado "estado dorado", sus maravillosas playas, el surf, los impresionantes parques de atracciones o las taquerías, tan comunes por toda esa zona del país, para hacerse monja de una orden con 800 años de historia (casi cuatro veces más que los que tiene EE.UU), en un lugar remoto como España, al otro lado del "charco". 

Aquella peregrinación a Roma

"Yo estudié en San Diego State University y saqué mi carrera en Comunicación, pero al no encontrar un trabajo que me satisficiera, fui buscando otros trabajos. Los últimos dos años antes de venir al convento trabajé como administradora en clínicas de dentista y me gustó mucho", comenta Sor María.

Así como se alejó de la comunicación, también lo hizo, poco a poco, de la fe. "Aunque en mi familia éramos católicos, no practicábamos mucho nuestra fe. De pequeña íbamos a misa los domingos y ayudábamos en unos grupos de la parroquia, pero yo lo fui dejando", relata. Hasta que con 26 años, en una peregrinación, se cruzó Dios con ella, por medio del Camino Neocatecumenal. 

Denise Burciaga estudió Comunicación en la San Diego State University

"Mi tía y mi madre fueron las primeras en entrar en una comunidad; me invitaron a ir, pero solo fui a las primeras catequesis y no regresé, porque no parecía que fuera para mí. Después de hacer mi vida me encontré hundida, ya no sabía qué hacer, me sentía muy sola. En este tiempo comencé a ir a las eucaristías de la Comunidad Neocatecumenal, y después de una peregrinación a Roma decidí entrar a una comunidad", recuerda.

Con el paso del tiempo, la joven Denise empezaría a descubrir el regalo de la fe. "Con el tiempo, con los pasos dados en el Camino, con la ayuda de mi comunidad y de mis catequistas fui conociendo lo que es la verdadera Iglesia, y comencé a sentirme amada por Dios y mucho más perdonada de todos mis pecados. Vi que a Dios no le importaba que me hubiera apartado de él, sino que hubiera regresado, que Él siempre estaba esperando mi regreso. Conocí su amor misericordioso y así fue cambiando mi vida".

"Con la gracia de Dios ya no sentía soledad, comencé a sentirme feliz, mi familia se fue restaurando y acercando a Dios, mi vida tenía de nuevo dignidad. A los 30 años pedí hacer una experiencia porque ya me sentía lista para dar un paso en la búsqueda de mi vocación, pero nunca pensé en ser monja y mucho menos de clausura, y menos aún lejos de mi familia y comunidad", añade sor María.

"Después de hacer mi vida me encontré hundida, ya no sabía qué hacer, me sentía muy sola", dice Denise Burciaga

Pero, fueron sus catequistas del Camino, que son españoles y que conocían a la madre superiora sor María Ángel, los que le preguntaron si quería venir a hacer una experiencia a este Monasterio de Santa Clara de Allariz. "Les dije que sí, porque al ver fotos por Internet, vi que Allariz era muy bonito y podía ser una buena ocasión para conocer el pueblo y aprovechar el viaje porque me encantaba viajar. Hice una experiencia de tres semanas en septiembre de 2022 y en esa experiencia comenzó a cambiar mi vida otra vez".

Una nueva vida que, esta vez, podía llevarle a vivir lejos de su familia, amigos, comunidad... y que supondría un choque bastante grande, ya que desconocía casi todo de ella. "Nunca había conocido un convento, no era muy religiosa, no conocía bien el Catecismo, y mucho menos de la vida de los santos. Tampoco conocía quién era San Francisco y Santa Clara hasta que llegué aquí", comenta la monja clarisa.

Volvió a San Diego, pero nada era igual. "Al llegar a casa me sentía extraña, echaba mucho de menos a todas las hermanas, y algo en mí me decía que ya no podía vivir igual. Pasaba el tiempo y continuaban estos mismos sentimientos. Hablé con mis catequistas y decidimos que sería mejor hacer una experiencia más larga, de tres meses. Regresé al convento en diciembre, y estuve hasta mediados de marzo de 2023. Regresé a mi casa y seguía resistiéndome mucho a la vocación, pero Dios me la iba confirmando de muchas maneras".

Seguir a Dios, pero "más convencional"

Aunque, de primeras, le hubiera gustado que los planes de Dios fueran más convencionales. "Yo quería seguir a Dios, pero en una vida que ya conocía. Tenía mucho miedo, muchas dudas, no quería dejar mi país, mi familia, mi comunidad. Estaba contenta con todo lo que tenía en casa. Pero la llamada de Dios es muy fuerte y, aunque tenía miedo, también me sentía muy amada", afirma sor María.

En una peregrinación, se cruzó Dios con Denise Burciaga, por medio del Camino Neocatecumenal y le ha llevado a entregarse como monja Clarisa

"Me costó mucho decírselo a mis padres, ya que no conocíamos casi nada de la vida de clausura, y sabía que les iba asombrar. No entendían por qué una vida tan radical, tan lejos, y por qué yo, que no soy especialmente religiosa. Les costó aceptar, pero me apoyaron, algo que para mí fue una confirmación de Dios y un gran milagro. Juntos, mi familia y yo, estamos aceptando la voluntad de Dios", añade.

Hasta que esa incipiente vocación fue madurando y Denise decidió hacerse clarisa. El pasado domingo 29 de septiembre, después de la Eucaristía dominical, tomó el habito en el Real Monasterio de Santa Clara de Allariz, rodeada de sus 20 hermanas y de los vecinos del pueblo, aunque, no solo de ellos. "Otro milagro fue que toda mi familia, y mis sobrinas, mi prima, y algunos de mi comunidad pudieron celebrar este gran día conmigo. Desde la primera experiencia, el Señor no ha dejado de mostrarme su amor, a mí y a mi familia, y sigue confirmándome la vocación. Estoy muy agradecida por la vocación, aunque no me la merezco, pero Dios es mucho más grande y su amor nunca se acaba".

"Pensaba que venir a Allariz y dejar mi familia suponía separarme de ellos, y, al contrario, los siento muy cerca y los quiero más aún; y a ellos les pasa lo mismo. Ahora vivo en paz, mi vida tiene sentido y estoy contenta", asegura.

Dios da la fuerza para todo

La charla con sor Maria va llegando a su fin pero, antes, quiere dejar un mensaje. "Yo les diría a las jóvenes de hoy que no se dejen vencer por el miedo, la soledad, angustia, las cosas materiales, o cualquier otra cosa. Y si tiene esos sentimientos, no se preocupen, que Dios te da la fuerza para vencer todo. Que tengan un corazón abierto y él te ayudará. Él te está esperando, a Él no le importa que vida llevas o has vivido. Para las que piensan que Dios no las ama o es muy tarde para acercarse a Él, están equivocadas. Dios nos ama con locura sin importar lo que hemos o no hemos hecho. Y para las que ya desean acercarse a Dios, pero se las hace imposible, no tengan miedo, vale la pena dar el paso. El amor que Dios nos quiere dar a cada uno de nosotros es mucho más grande de lo que podamos imaginar", asegura.


"Él te está esperando, a Él no le importa que vida llevas o has vivido", dice Denise Burciaga a los jóvenes

La monja clarisa de origen californiano no puede terminar sin dar las gracias por esta nueva vida que acaba de comenzar. "Le doy muchas gracias a Dios por cambiar mi vida y poder ser sinceramente feliz, que es lo que quiere para cada uno de nosotros. Este nuevo paso es una acción de gracias por todo lo que ha hecho por mí y para gloria de Dios. Ahora pido poder ser fiel y perseverar hasta el fin".

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