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viernes, 6 de junio de 2025

Anna María, la bebé milagro de la familia Harding: Los médicos y los padres vieron en el parto que nació con síndrome de Down, pero el padre fue a la UCI oró y la roció con agua de Lourdes y su hija sanó

En la parte superior de la imagen, John Harding con la pequeña Anna María, y en la parte inferior, la esposa y madre Min Sun Kim-Harding / Foto: Cortesía de la familia Harding

* «El enfermero que atendió el parto vino y me dijo: ‘¿Sabes?, el día en que tuviste a tu bebé, cuando nació, tenía síndrome de Down. Pero luego, cuando la vi en la UCI, pensé que habían cambiado a la bebé» 

Camino Católico.-  Min Sun Kim-Harding llegó a Estados Unidos desde Corea cuando tenía 14 años para estudiar. Después de terminar sus estudios de posgrado, consiguió un trabajo en Washington, D.C., donde conoció a su esposo, John Harding.

John y Min están felizmente casados y tienen tres hijos: el mayor está en su primer año en la universidad Holy Cross; su hija del medio se prepara para comenzar la universidad este otoño en Providence, Rhode Island; y la menor, Anna Maria Harding, tiene nueve años. Ella es su hija milagro.

La familia Harding / Foto: Cortesía de la familia Harding

Aunque la familia reside actualmente en Weston, Massachusetts, vivieron un tiempo en Alemania debido a la carrera militar de John. Fue durante ese periodo que Min quedó embarazada de forma inesperada.

Min cuenta a Claudette Jerez en ChurchPop: “Mi esposo estaba en el ejército y estábamos destinados en Wiesbaden. No planeaba tener un tercer hijo. Estaba satisfecha con dos hijos, un niño y una niña”.

La pareja ya tenía a sus dos hijos mayores, y Min tenía más de 40 años. Por su edad, la médico le dijo que debían hacerle pruebas al bebé para detectar síndrome de Down. En Alemania, se estima que la tasa de abortos por diagnóstico de síndrome de Down supera el 90 %, una cifra más alta que el promedio europeo, que es del 54 %.

Min relata: “No le di importancia a las pruebas”, ya que había tenido ya dos hijos sanos. Como católicos devotos, Min y su esposo estaban dispuestos a aceptar lo que Dios les enviara.

Unos días después, cuenta Min: “Estaba rezando el Rosario en la sala y recibí una llamada telefónica. Era la doctora… Y no es una buena señal cuando el doctor te llama, porque normalmente, cuando no sabes nada del doctor, sabes que todo está bien”.

Su doctora, la Dra. Christina Moisidis-Tesch, la había llamado para informarle que lo más probable era que su bebé naciera con síndrome de Down y que necesitaba hacerse más pruebas.

La madre de tres explica que, luego que la doctora le dio la noticia, quedó en blanco: “No pude escuchar nada más porque estaba en shock”.

Min llamó a su esposo llorando, y él la consoló recordándole que Dios tiene el control. “Min, no te preocupes. Dios tiene el control, simplemente no te preocupes por eso", le dijo John a su esposa. "Si esa es la voluntad de Dios, tenemos que aceptarla”.

Después de hablar con su esposo, Min llamó a una amiga cercana, que también era doctora, para contarle que tendría que someterse a más pruebas. Su amiga, la Dra. García, le aconsejó que no se hiciera más pruebas, ya que los médicos en Alemania las realizaban con el fin de recomendar abortos si los bebés daban positivo para síndrome de Down.

Cuando Min y John regresaron al médico, se miraron el uno al otro y dijeron: “no más pruebas”.

La Dra. Christina se sorprendió, y Min se volvió hacia su esposo y le dijo: “John, pase lo que pase, voy a seguir rezando”.

Les pidió a sus amigos y familiares que rezaran por ella, y le pidió a su esposo que la llevara a algunos lugares santos en Europa. Min dice: “Le pedí a todos que rezaran por mí. Yo creía que Dios escucharía mis oraciones y las de los demás. Y, mientras tanto, le dije a mi esposo: ‘Quiero que me lleves a todos los lugares sagrados, como Lourdes’”.

John y Min fueron a Lourdes, Francia. Mientras estaban en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, Min entró a las piscinas de aguas milagrosas, y las religiosas le dijeron que mirara hacia la imagen de la Virgen y rezara. Min se volvió hacia su Santa Madre y rezó por la salud de su hijo no nacido.

Explica que clamó a nuestra amada Madre y le dijo: “Madre María… lo único que me importa es tener un bebé sano. Por favor, ruega por mí y por un bebé sano”.

Min asistía a Misa todos los días y bebía toda el agua bendita que podía mientras estuvo allí. Después de Lourdes, le pidió a su esposo que la llevara a Turín, Italia, ya que en ese momento la Sábana Santa estaba en exhibición. Se arrodilló frente al lienzo que envolvió el cuerpo de nuestro Señor y le suplicó por un bebé sano: “Lo único que te pido es un bebé sano”.

La familia Harding visita Lourdes para pedirle a Nuestra Señora un bebé sano.


La familia Harding visita Lourdes para pedirle a Nuestra Señora un bebé sano / Foto: Cortesía de la familia Harding

Cuando su tiempo en Europa llegó a su fin, John, Min, sus dos hijos y su bebé por nacer fueron asignados a El Paso, Texas. Mientras su esposo estaba en California recogiendo sus autos, que habían sido enviados desde Alemania, Min entró en trabajo de parto sola en el hotel donde se hospedaban en El Paso.

Coincidentemente, una amiga de Alemania, Carrie Cogbill, se estaba quedando en el mismo hotel que Min. Ella la llamó para pedir ayuda y Carrie la llevó de inmediato al hospital militar.

En el hospital militar, le dijeron que no tenían espacio para atenderla y llamaron a una ambulancia para trasladarla al hospital infantil. Finalmente, lograron admitirla para el parto en el hospital infantil, y tras una dolorosa espera de 12 horas, su esposo llegó justo a tiempo. Anna nació rápidamente y fue entregada a sus padres antes de ser llevada a la incubadora.

“Miré a mi bebé y se veía hermosa”, recordó Min. 

John se volvió hacia Min y le dijo: “Min, tiene síndrome de Down. ¿Dónde pusiste el agua de Lourdes?”.

Min le dijo a John que estaba en el hotel. John fue a buscar el agua bendita y se dirigió a la UCI neonatal.

Min relata: “Él subió a la UCI donde estaba mi pequeña Anna. Abrió la incubadora y les preguntó si estaba bien, y la bendijo con el agua de Lourdes diciendo: ‘Dios, la amo sin importar nada, y gracias por esta bebé’”.

Jhon y la bebé Anna en UCIN / Foto: Cortesía de la familia Harding

Al día siguiente, el médico se acercó a John y le dijo que los signos de síndrome de Down que habían visto el día anterior ya no estaban, por lo que necesitaban hacer más pruebas.

“Mi esposo simplemente lloró”, cuenta Min.

Como Anna era una bebé prematura, durante dos meses Min hizo con ella el método canguro, que es una terapia piel con piel todos los días mientras Anna permanecía en el hospital.

Mientras Min estaba en la UCI neonatal con su hija, un enfermero se le acercó y le preguntó si lo recordaba de la sala de parto. Él fue el enfermero que ayudó a traer a su bebé al mundo y la entregó a Anna.

“¿Sabes?, el día en que tuviste a tu bebé, cuando nació, tenía síndrome de Down", le dijo a Min. "Pero luego, cuando la vi en la UCI, pensé que habían cambiado a la bebé”.

La bebé Anna María Harding / Foto: Cortesía de la familia Harding

Min, dudando como lo haría Tomás, le preguntó al enfermero por qué pensaba que Anna tenía síndrome de Down. Él le explicó cómo revisan los signos: el nivel de las orejas, los pies y los dedos, los ojos y las manos. Min quedó asombrada.

Le puso a su hija el nombre de Anna, en honor a la madre de la Virgen María, y le dio como segundo nombre María, en honor a la Virgen misma. Ahora, con casi 10 años, Anna María reza el Rosario y la oración a Santa Brígida todos los días con su madre. También forma parte del coro de su parroquia.

Anna, que ahora tiene casi 10 años, recibió su Primera Comunión / / Foto: Cortesía de la familia Harding

Min dice que sintió el llamado de compartir su historia para dar esperanza a quienes han perdido la esperanza y creen que Dios no está escuchando. Él siempre está escuchando, y aunque no podamos ver el panorama completo como Él, debemos permanecer firmes en nuestra fe y confiar en que el Señor sabe lo que está haciendo. 

martes, 3 de junio de 2025

Juan José Rodríguez ha sido ordenado sacerdote, pero sintió la llamada en la JMJ de Madrid en 2011: «Dios me ha enseñado que en la oración se encuentra la verdadera paz, el don que Dios quiere dar al mundo»


Juan José Rodríguez Rojas en su primera Misa / Foto: Cortesía de Juan José Rodríguez Rojas

* «La ruptura de mis padres fue lo que me hizo unirme más a Dios. Como canta el Pregón pascual: «Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor». No es deseable, absolutamente, que existan rupturas y familias que se quiebren, pero sí es cierto que todo hombre ansía en su corazón la unidad, y esa unidad la aprende ya desde el seno de su casa, donde están el papá y la mamá, y allí los hijos reciben la fe. Eso es lo ideal, pero cuando sucede un caso como el mío, en el que el corazón queda herido, creo que queda una materia preciosa en la que trabaja el Señor, como un barro en manos del alfarero, para que Él vaya modelando en una obra que pueda luego dar testimonio ante los hombres» 

Camino Católico.- El costarricense Juan José Rodríguez Rojas sintió la llamada de Dios a ser sacerdote durante la JMJ de Madrid 2011, se ha formado en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater – Nuestra Señora de la Almudena, y se ordenó el pasado sábado 24 de mayo en la catedral de la Almudena junto a diez compañeros del Seminario Conciliar de Madrid. Lo entrevista Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo en Alfa y Omega.

- ¿Cómo nació su vocación?
-Ha estado muy unida al desarrollo de mi vida. Vengo de una familia muy unida con momentos muy fuertes y bonitos de convivencia y de oración, pero mis padres se separaron cuando yo tenía ocho años. Por eso he sufrido un poco en la confianza hacia el amor, hasta que descubrí la Iglesia y la comunidad cristiana en el Camino Neocatecumenal. Encontré así el lugar, la familia que yo buscaba, un Padre en Dios, una madre en la Iglesia, que me educaron y me hicieron crecer.

La primera vez que yo me levanté en una llamada vocacional fue en el año 2011, en la JMJ de Madrid. Ya tenía 20 años, y sentí que podía ofrecerle mi vida al Señor, pero entonces estaba entre los atractivos del mundo y lo dejé correr. Sin embargo, la llamada seguía allí, como un fuego ardiente que yo en vano intentaba apagar, así que en franqueza frente al Señor le ofrecí mi vida y en el año 2014 comencé el proceso de discernimiento. Al año siguiente me mandaron al seminario Redemptoris Mater de Madrid, y aquí estamos.

Juan José Rodríguez Rojas en su ordenación sacerdotal / Foto: Cortesía de Juan José Rodríguez Rojas

- ¿Cree que la Iglesia tiene una respuesta que dar a tanto sufrimiento por heridas afectivas que se están produciendo en las familias, y sobre todo en los más débiles, que son los hijos, a raíz de tantas separaciones, divorcios, rupturas…, un fenómeno que va cada vez más en aumento?
- Evidentemente, y a mí es lo que más me ha influido. La ruptura de mis padres fue lo que me hizo unirme más a Dios. Como canta el Pregón pascual: «Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor». No es deseable, absolutamente, que existan rupturas y familias que se quiebren, pero sí es cierto que todo hombre ansía en su corazón la unidad, y esa unidad la aprende ya desde el seno de su casa, donde están el papá y la mamá, y allí los hijos reciben la fe. Eso es lo ideal, pero cuando sucede un caso como el mío, en el que el corazón queda herido, creo que queda una materia preciosa en la que trabaja el Señor, como un barro en manos del alfarero, para que Él vaya modelando en una obra que pueda luego dar testimonio ante los hombres.

Por eso, a cualquier chico que pueda estar pasando una situación en la que sus padres se estén separando, o una situación de vulnerabilidad, le puedo entender perfectamente.

- En su caso es una vocación que pasa por la fragilidad.
- Creo que el Señor escoge a pastores heridos para que con sus heridas puedan curar a los que están enfermos. Esa es la belleza del sacramento del sacerdocio, porque con nuestra fragilidad podemos compadecernos y ser misericordiosos con aquellos que están sufriendo. Dios también quiso abrir su corazón, que fuera herido, para que pudieran caber en él todos los heridos.

Juan José Rodríguez Rojas con su comunidad y su familia / Foto: Cortesía de Juan José Rodríguez Rojas

- Recibió la ordenación hace apenas unos días. ¿Cómo están siendo esos primeros momentos?
- Algo estupendo, que haya venido tanta gente de Costa Rica me ha sorprendido. Estoy aprovechando para llevar a los hermanos de mi comunidad de origen en Costa Rica a conocer la belleza de los lugares de España, sobre todo enclaves de espiritualidad. Vemos así el origen también de nuestra fe, de donde han salido tantos misioneros que fueron a América a anunciar la palabra de Dios. Ahora somos nosotros los que venimos de allá a renovar una fe que se está quedando un poco aletargada. Así que están siendo días de mucha felicidad, de mucha alegría, muy intensos. Ayer tuve la primera Misa en mi parroquia, Santa María del Parque, y la verdad es que me he impresionado, estoy muy conmovido por el cariño de la gente.

- Y a nivel espiritual, cuando se queda a solas con el Señor o se pone a rezar Completas por la noche…
-Eso sí. Dios me ha enseñado que en la oración, en el atemperar, en el sosiego, se encuentra a verdadera paz, el don que Dios quiere dar al mundo, un don que a veces viene a través del sufrimiento, de la necesidad de moderar las pasiones y esperar en Dios para volver a alabarlo.

  Juan José Rodríguez Rojas incensando el altar en su primera Misa / Foto: Cortesía de Juan José Rodríguez Rojas

lunes, 2 de junio de 2025

Isabel Pardinas, madre de 7 hijos en la tierra y 3 ‘en el Cielo’: «El Señor me pidió un salto de fe y me sacó del mundo laboral, pero sabes que Dios es tu padre, que te va a proveer, que tiene un plan para ti»


Isabel Pardinas cuenta su testimonio de acercamiento a Dios como madre en una familia cada vez más grande y complicada / Foto: La Antorcha

* «Hay una canción que dice “Estoy a la puerta y llamo”. No dice “y entro” porque el Señor es un caballero, está esperando que tú le dejes entrar. Pero yo te garantizo que, si tú haces un ejercicio, aunque sea en la cama, en el último momento antes de dormir, tapadito, diciendo: “Oye, si de verdad existes, te doy permiso para que entres en mi casa” te garantizo que verás los cambios. A aquellos que no lo conozcan, que oigan mi historia y digan: “Esta pobre loca…”, les garantizo que se acordarán de esta entrevista el resto de su vida porque a nosotros eso nos cambió la vida y a muchas otras personas también» 


Vídeo de la ACdP en el que Isabel Pardinas cuenta su testimonio

Camino Católico.- Isabel Pardinas, junto con su marido Alfonso, son padres de siete hijos en la tierra y tres "en el Cielo". Con una economía familiar no muy holgada, ella dejó de trabajar fuera de casa en un proceso de mayor cercanía a Dios y de confianza en su Divina Providencia.

"Yo no conocía a Dios, me lo contaron mal. Para mí era un ser etéreo al que yo rendía homenaje yendo a misa los domingos. Cuando tuve mi primer encuentro con Él, lo empecé a tratar como persona. Y el Señor me pidió un salto de fe", explica. Su testimonio para La Antorcha, el vídeo y la revista de la ACdP, habla de continuas dificultades y saltos al vacío… a los que el Señor no ha dejado de responder. 


- ¿Cuál es tu formación y en qué sector has desarrollado tu labor profesional?

- Soy licenciada en Navarra, en Comunicación Audiovisual. Me fui dos años al extranjero, cuando volví aterricé en Madrid, y desde el principio estuve trabajando en el mundo de los eventos. Cuando tuve a “Poty”, mi segundo hijo, viví un reencuentro con el Señor, porque yo vengo de una familia católica practicante, pero había perdido bastante fuelle. Después de llegar Gaby, mi tercer hijo, entré a trabajar en una consultora del sector de los eventos. 


Allí era yo era la única madre de una plantilla de cien personas. Al mes de cambiarme, me vuelvo a quedar embarazada y para mí fue algo muy avergonzante, hasta el punto de que me salté muchas citas médicas por no quedar mal con aquella empresa.


- ¿Y cuándo empezaste a “no encajar”?

- Siempre he dicho que a mí el Señor me sacó del mundo laboral a rastras. Me viene una imagen de Jesús tirando de mis piernas como a modo carretilla, y yo resistiéndome, porque a mí me gustaba, me iba la marcha. En ese momento, de alguna manera, Él me lo puso muy fácil porque empecé a experimentar en la empresa un vacío, un apartarme de las cosas… algo así como una humillación por la vida que yo estaba llevando. Recuerdo que un director general me preguntó cómo estaba después de haber dado a luz a mi hijo, y añadió: “Por el hijo no te pregunto, porque yo tengo una cosa que se llama el síndrome de Herodes”. Aquello fue bastante impactante. 


Entonces reflexioné: Si el Señor me está enviando esta familia tan bonita y el mundo me está rechazando ¿qué es lo que tengo que hacer? Entonces busqué otro trabajo con un horario más decente: estuvieron de acuerdo con esa idea y me incorporé. Pero nada más entrar me quedé embarazada de mi quinta hija y, como aún no había cumplido los seis meses, me despidieron. En cierto modo lo vi lógico.


Busqué después un trabajo que me dejara más tiempo libre y fue mi pediatra quien me contrató para la Sociedad de Pediatría de Madrid y Castilla- la Mancha. Luego llegó el COVID y al conocer el teletrabajo me dije que era lo que mejor me iba como madre. 




Isabel Pardinas con su familia numerosa / Foto: La Antorcha 

- ¿Y tu “retirada” progresiva del mercado laboral es porque tu economía te lo permite?


- Pues no. Muchas veces me han preguntado si es que estamos forrados... pero vivimos en una casa de alquiler de tres habitaciones, nueve personas. Hacemos muchas renuncias, tenemos una especie de coche que no da para más, veraneamos en Madrid, y ese tipo de cosas. He salido del mercado laboral respondiendo a una petición de Dios para mí.


- ¿Y compensan esas renuncias?

- Una vez un hijo me preguntó: “Mamá ¿por qué nosotros no tenemos cuidadora?” y dije: “Es que yo soy vuestra cuidadora ¿preferís tener una?” y me dijo: “No, te prefiero a ti”. Me encanta mi vida: voy con el rulo y muchas veces desfondada, pero es que no lo cambiaría por todo lo que tenía antes de consideración profesional... No me ve nadie aquí… bueno me ve el Señor que yo sé que lo valora y mucho, y con eso me basta. Él nos cuida.


- ¿Cómo os cuida Dios?

- El Señor me lo ha demostrado tantas veces que jamás dudaré de que Él nos provee. Dios siempre da luces cortas, entonces es verdad que vivimos muchas veces sin saber qué será de nosotros mañana. La previsión que hago es la de pedirlo todo para empezar y dejar que nos lo dé.


Un ejemplo: necesitábamos llevar a nuestro cuarto hijo, con dos años y medio, a la guardería. Se lo consultamos al Señor, y decidimos hacer a nivel humano todo lo posible. Yo estaba en paro y eso hace que tengas cinco puntos menos para acceder a una guardería pública. Lo intentamos y no lo conseguimos en ninguna, y no teníamos recursos para una privada. Parecía que era la voluntad de Dios.

 

Era agosto, y al acabar una misa se nos acerca el sacerdote y nos dice que un matrimonio que se acaba de ir le ha dicho que está montando una guardería privada. Fuimos buscando la guardería, la encontramos y resultó que tenía plazas públicas, y nos adjudicaron una.


Lo mismo nos ocurrió con el coche. No teníamos uno en el que cupiésemos toda la familia. Pensamos que a lo mejor el Señor quería que usásemos dos o que no viajásemos. Tuvimos una luz y explicamos a los niños que necesitábamos una furgoneta para la familia y se la íbamos a pedir a la Virgen en una romería. Si nos la daba, el primer viaje sería a Fátima. 


Mis hijos, evidentemente, se lo tomaron muy en serio y rezaron como si no hubiera un mañana. Al acabar el rosario y montarnos en el coche, tenía un mensaje de una familia que vendía una furgoneta a un precio buenísimo porque necesitaban más espacio. La furgo la bautizamos como “Fátima” y nuestro primer viaje fue allí para dar gracias.


- Entonces, ¿fiarse de Dios así no tiene algo de “irresponsabilidad”?

- Para el mundo, nosotros somos unos irresponsables. Entiendo que alguien que no ha vivido la Providencia no la pueda entender, pero yo no hablo del Evangelio porque lo he leído, hablo porque lo he vivido en mi propia carne. 


Yo no conocía a Dios, me lo contaron mal. Para mí era un ser etéreo al que yo rendía homenaje yendo a misa los domingos. Cuando tuve mi primer encuentro con Él, lo empecé a tratar como persona. Y el Señor me pidió un salto de fe. 


Es cierto que estaba en paro, tenía cinco hijos y el sueldo normalito de mi marido para la familia que éramos. Realmente no me quedaba otra salida: o me deprimía o me fiaba y elegimos lo segundo. Quizá Él lo hizo así porque me conoce y sabe cómo soy… pero cuando compruebas que Dios es tu padre y que te ayuda te das cuenta de que es un chollo. Nuestra fe es un chollo.


- ¿Hay que esperar a una situación límite para empezar?

Hay una canción que dice “Estoy a la puerta y llamo”. No dice “y entro” porque el Señor es un caballero, está esperando que tú le dejes entrar. Pero yo te garantizo que, si tú haces un ejercicio, aunque sea en la cama, en el último momento antes de dormir, tapadito, diciendo: “Oye, si de verdad existes, te doy permiso para que entres en mi casa” te garantizo que verás los cambios. A aquellos que no lo conozcan, que oigan mi historia y digan: “Esta pobre loca…”, les garantizo que se acordarán de esta entrevista el resto de su vida porque a nosotros eso nos cambió la vida y a muchas otras personas también.



Isabel Pardinas cuenta su testimonio de dejarse guiar y proveer por Dios en su familia numerosa / Foto: La Antorcha 

- ¿Y desde entonces todo han sido facilidades?

- Para nada: más hijos, más cansancio, más problemas... no somos una familia perfecta, somos una familia imperfectamente feliz que lucha cada día por hacer las cosas mejor. Incluso los problemas nos han hecho más felices: cuando llegó Migueltxo, el sexto, en la semana diecisiete, me dijeron que venía con un síndrome muy grave, iba a ser sordo, con labio leporino, la faz deformada... y había que ver otros problemas añadidos. La médico que me dio la noticia no se podía creer mi reacción. No me propuso abortar porque sabía que no lo iba a hacer, pero yo pensé: “Dios no se equivoca nunca”. Y no te puedes imaginar qué cantidad de bendiciones nos trajo: además de que nació con muchísimos menos problemas de los que nos habían dicho, (aunque tiene algo de sordera, lleva tres cirugías y todavía le quedan) ha sido fuente de amor y de unión familiar. Ha despertado en sus hermanos una sensibilidad y una empatía que no teníamos, porque todo nos iba fenomenal hasta que vieron que era un bebé deforme... pero nos ha entrenado para creer en la Providencia.


Y el último en llegar ha sido Joselito, que a los diez días de nacer le diagnosticaron una enfermedad grave que se llama fibrosis quística. Cuando me lo dijeron estaba con una amiga porque nadie me había anunciado que me iban a dar un mal diagnóstico. Llegamos al aparcamiento, me recosté en el coche, cerré los ojos y dije: “Te alabo y te bendigo Señor porque no entiendo nada, no sé qué pretendes, pero tú no te equivocas nunca y entiendo que este niño es mi pan debajo del brazo”. Y así ha sido porque esta enfermedad está tipificada como muy grave y el Estado te proporciona un sueldo hasta los 18 años, para que te dediques a su cuidado. Me ha parecido un regalazo porque yo ya vivía con la lengua fuera intentando compatibilizar las pocas horas que dedicaba a lo laboral con mi hijo anterior. 


En mi vida ahora, no me muevo a más de doscientos metros, al hospital, al colegio, a la farmacia, a la iglesia y poco más, pero estoy feliz. Y también mi marido y yo acompañamos a otros matrimonios en su vida cristiana. Sé que forma parte del plan de Dios y que Él no me ha pedido que lo haga perfecto, me ha pedido que me entregue. Evidentemente, no nos faltan los problemas, pero los llevas de otra manera cuando sabes que Dios es tu padre, que te va a proveer, que tiene un plan para ti. Y si te dejas llevar por ese plan es que no tienes dudas.


- ¿Crees que tu experiencia se puede elevar a categoría universal?

- Yo no estoy en contra de que la mujer trabaje fuera de casa, yo he contado lo que el Señor me ha pedido a mí. La maternidad es una vocación, ¿vale? Y aunque te canse, la vocación descansa, porque es una llamada interior muy fuerte y el Señor te cuida. Sé que hay muchas mujeres que están desoyendo esa vocación y que las haría mucho más felices, les daría mucha paz, las llenaría. ¡Cuántas mujeres me han dicho a mí: “¡Yo habría tenido hijos, o habría tenido más”!


Vida solo hay una y no quiero arrepentirme de no haber hecho lo que llevaba dentro. Creo que muchas mujeres llevan esto dentro, pero se dejan arrastrar por una situación o por el mundo.

 

Solo digo: “Si puedes, no te lo pierdas”, porque realmente puedes. El mundo es carísimo, pero realmente no necesitamos casi nada. A lo mejor no puedo ir al zoo o al cine porque cuesta una pasta la entrada de tanta gente, pero tampoco siento que les esté robando nada a mis hijos. No necesitan nada más que el amor de su familia y la unión de sus padres. Necesitan una familia que los quiera, que esté unida y que sea feliz. Y yo en mi época anterior no vivía así de feliz. Yo no me puedo extrapolar a nadie, pero más de una mujer que conozco podría preguntarse si realmente su renuncia a la maternidad la compensa y le da la paz que yo puedo presumir de tener.