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jueves, 6 de marzo de 2025

Jennifer Donzé Benson buscaba la paz en la India con un lama tibetano y después de ver a un jesuita tuvo una experiencia mística: «Supe que era Jesús, que estaba vivo, que vivía en mí , que quería recibirle en la Eucaristía»


Jennifer Donzé Benson, durante la entrevista en KTO para contar su historia de conversión / Foto: KTO

* «¡Todo cambió en mí! Le conté al padre jesuita lo que había sucedido y me escuchó, luego se levantó y me trajo la Biblia de Jerusalén y me dijo que leyera el Evangelio de San Juan. Comprendí que Jesús vino a salvar a la humanidad y que el medio que ha elegido para ello es el perdón. Jesús me invita al perdón para liberarme, para poder amar y ser amada por Él»

Camino Católico.- Para contar la conversión de Jennifer Donzé Benson hay que empezar contando la historia de su célebre padre, lo que hace  Carmelo López-Arias en Religión en Libertad.

Bernard Benson: genio inventor, escritor pacifista

Tras combatir como piloto en la Segunda Guerra Mundial, el ingeniero británico Bernard Benson (1922-1996) se convirtió en uno de los principales diseñadores de misiles para su país. Posteriormente emigró a Estados Unidos y se asentó en California, donde siguió trabajando en el mismo sector. Luego fundó su propia empresa, diversificó su creatividad y en los años 50 hizo grandes aportaciones al tratamiento de datos con computadoras y a la fabricación de cámaras fotográficas ultrarrápidas.



Bernard Benson, de fabricante de armas a pacifista, y célebre en todo el mundo por ambos conceptos

A principios de los años 60 fue de los primeros en advertir de los riesgos de la informática para la libertad y la intimidad de las personas, al dejarlas a merced de 'quién' (o de 'qué') las manejara.


En 1962 se mudó a Francia y compró el castillo de Chaban, en Dordoña (en el centro sureste del Hexágono), donde empezó a vivir con su primera esposa, Jane, y los siete hijos que tuvo con ella.


Uno de esos siete hijos era Jennifer, nacida en Estados Unidos, que tenía 13 años cuando llegaron a Europa. 


Benson era famoso como empresario y lo sería aún más como escritor de varios libros y activista anticapitalista y pacifista. En 1981 alcanzaría gran celebridad mundial con un título que sería traducido a numerosos idiomas, El libro de la paz, un alegato contra el riesgo de guerra atómica inspirado por las corrientes de budismo tibetano en las que llevaba años introduciéndose. 



Benson, junto a uno de los maestros tibetanos que le visitaban en su castillo francés.Peace Child International


Ese año fundó Peace Child International junto -entre otros- a David Gordon, hermano de Cat Stevens y responsable en buena medida de la conversión al islam del autor de hits como Father & Son, Morning has broken o Moonshadow.


El dolor de Jennifer

Pero este ambiente happy flower tan característico de la época no había sido nada happy para Jennifer. A los dos años de llegar a Europa, sus padres se divorciaron. Los hijos se quedaron con su padre y el régimen de visitas de la madre se reducía a merendar con ella en casa de la abuela una vez cada quince días. 


Con 15 años, Jennifer, que estaba justo en el medio de los hermanos,  tuvo que hacer de madre de los tres más pequeños... y casi también de padre, porque Bernard se consagraba a sus ocupaciones personales y profesionales. Para Jennifer fueron años de gran soledad y sufrimiento, incrementados cuando Bernard se casó con una amiga de su hija mayor, Maryse, con quien tendría otros tres hijos.


Jennifer alimentaba bastante resentimiento hacia su padre, por su falta de empatía emocional con su situación, y hacia su madre, a quien culpaba de no haber peleado lo suficiente para estar cerca de sus hijos, que crecieron necesitándola.



  • El testimonio de Jennifer en KTO, en francés


La India, un lama y un jesuita


Todo iba a cambiar cuando cumplió veinte años. Jennifer confiesa que se sentía "perdida" en la vida. 


El año anterior, su padre había hecho un viaje a la India. Allí conoció a un lama que había huido del Tíbet por la invasión china y, tras cruzar a pie el Himalaya, se había asentado en la ciudad de Darjeeling, en el estado indio de Bengala Occidental. Bernard le sugirió a Jennifer que acudiese a ver al monje para desconectar de sus angustias y aprender técnicas de meditación que le aportasen paz.


Así lo hizo, y fue muy bien acogida en casa de lama y su familia. El hombre le regaló un rosario tibetano y le sugirió un mantra para "refugiarse en el dharma y entrar en confianza": debía repetirlo 108.000 veces. 


Jennifer se puso a la tarea. Y no le fue mal. "Creo que aquello ayudó que se decantasen muchas cosas en mí", explicó al contar su historia hace dos años en el programa Un Coeur qui écoute, de la televisión católica francesa KTO: "Me aparté de una parte difícil de mi vida. Todo se tranquilizó, como si se 'lavase'".

La joven tenía un encargo de su padre que cumplir: entregar una carta a un sacerdote canadiense de la misión jesuita en Darjeeling, allí asentada desde 1888, a quien también hacía conocido un año antes.


Se encontraron en la plaza Chowrasta. Era un hombre alto y simpático con quien enseguida emprendió un animado diálogo, el padre Vincent Curmi (1918-2005), que había recorrido medio mundo como misionero y no tardó en preguntarle si creía en Cristo.



"¿Y cómo quiere que crea en Él, si no le conozco?", respondió. Había asistido a escuelas católicas tanto en Estados Unidos como en Francia, pues sus padres las consideraban de mejor calidad educativa, pero nunca había vivido la fe. El padre Vince no dijo nada, pero, a tenor de lo que sucedió después, Jennifer cree que rezó mucho por ella.


El encuentro

¿Y qué fue eso que sucedió después? A los pocos días de ver al padre Curmi, vivió una experiencia mística: "Me encontré como en otro plano, encima de mí. Con los ojos cerrados, vi a un hombre magnífico que tenía sobre su mano derecha el globo terráqueo. ¡Y él lo miraba con tal compasión que quedé traspasada! ¡Interiormente, supe enseguida que ese hombre era Jesús!".


Y pasaron tres cosas simultáneamente, añade Jennifer: "Supe que era Jesús y que estaba vivo. Supe que vivía en mí. Y sentí un gran deseo de recibirle en el Pan de la Eucaristía".

"¡Todo cambió en mí!", resume.


Tras esta experiencia, supo que el lama con cuya familia se alojaba no podría llevarla más lejos en el camino que había emprendido. Pero había alguien que sí: al cabo de unos días, acudió a ver de nuevo al padre Vince. Le contó lo que había sucedido: "Me escuchó, luego se levantó y me trajo la Biblia de Jerusalén y me dijo que leyera el Evangelio de San Juan".


Volvió a casa del monje tibetano, lo hizo, y desde entonces el relato de la Encarnación del Hijo de Dios que se cuenta en su capítulo 1 se convirtió en su "fundamento".



Los dos libros publicados por Jennifer sobre el perdón, inspirados en su propia historia: El poder del perdón (Éditions des Béatitudes, 2011) y la novela Diario de una mujer de rojo (Unixtus, 2022)

Fue el inicio de su conversión cristiana, que completó al regresar a Francia poco después. Pasó el tiempo, se casó, se fue a vivir a Suiza, donde trabajó en acompañamiento de enfermos terminales, tuvo hijos y nietos... pero había algo que no terminaba de encajar en su vida.

El perdón

Hasta que un día, en el año 2006, estaba limpiando con fuerza una mancha de un pantalón, cuando sintió que Jesús le decía que aplicase con ese vigor el perdón a su propia existencia. Algo que no había conseguido del todo con sus padres, entretanto ya fallecidos.


"Comprendí que Jesús vino a salvar a la humanidad y que el medio que ha elegido para ello es el perdón. Jesús me invita al perdón para liberarme, para poder amar y ser amada por Él", concluye.


Darlo a conocer se convirtió, desde entonces, en el eje de su vida mediante conferencias y libros, donde nunca olvida proclamar otra cosa: "El agradecimiento por todo lo que Jesús hizo por mí".

martes, 31 de diciembre de 2024

Gemma: «Por años asistí a charlas budistas y vi que eran una farsa; en un retiro ante el Santísimo sentí una felicidad inexplicable y en un Rosario escuche a la Virgen decirme: 'Eres mi hija, te amo, te voy a llevar a Jesús»


Gemma contando su testimonio  

* «Me daba cuenta de que el budismo en realidad no cambiaba mi mente y mucho menos mi corazón, con lo cual el dolor seguía estando allí y me fui alejando de estas charlas. Vi que era una bonita farsa, cada uno actuaba de una manera muy individual, con cero empatía por el dolor del otro, y era una situación en la que yo me sentía realmente sola» 

Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Gemma cuenta su testimonio

* «Unas muy buenas amigas, me invitaron a hacer un retiro de tres días. Me llamó una de las personas que lo coordinaban y me dijo que no habían plazas. Pero, tres días antes justo, me llamó otra y me dijo que había habido una baja y que el Espíritu Santo les había dicho que tenía que ser yo la que fuera. Quedé bastante sorprendida porque no entendía cómo el Espíritu Santo les podía estar diciendo eso»

Camino Católico.- Gemma tiene 58 años y es de Barcelona (España). Siendo la tercera de cinco hermanos, Gemma nació en una familia católica pero no demasiado practicante. "Recuerdo pocas veces haber ido todos juntos en familia a misa, aunque sí que mis padres las navidades las celebraban con muchísimo entusiasmo", recuerda en El Rosario de las 11 PM

La infancia de Gemma no fue nada fácil, a los problemas matrimoniales de sus padres se le unió una gran crisis en la economía familiar, que casi acaba dándola en adopción. "Recuerdo esta etapa de mi infancia sufriendo mucho, porque soy una persona con una sensibilidad muy desarrollada, lo que llaman trastorno de déficit de atención. No me podía concentrar, estaba siempre muy despistada", relata.

Tras cambiar de colegio, tuvo finalmente que dejar de estudiar. "Entré en una academia sin ningún tipo de valor cristiano y estudié Administración. En estos años recuerdo que estaba completamente apartada de la fe. Viendo a mis padres, acabé dejando de creer en el matrimonio como sacramento, y como compromiso entre un hombre y una mujer", cuenta.

Gemma se fue a vivir a Inglaterra a estudiar inglés, al volver, encontró un buen trabajo en una multinacional británica, y conoció a un hombre 15 años mayor. "Mis padres se separaron y cada uno de mis hermanos tuvimos que buscarnos un poco la vida. Este hombre, al que yo quería mucho y del que creía que estaba enamorada, me propuso ir a vivir con él, sin pensármelo dos veces cogí mis cosas y me fui. Estuvimos como unos 5 años juntos", recuerda. 

"En esta situación tan irregular, en la que yo no tenía para nada el concepto de que no lo estaba haciendo bien, mi instinto maternal se despertó y él no quería saber nada ni de compromisos matrimoniales ni de formar una familia. Al cabo de unos años, esa relación se rompió y me fui a vivir a un apartamento pequeño de alquiler", añade.

Una época en la que su ritmo de vida llegó a ser frenético. "Trabajaba y salía por la noche, me podía quedar los fines de semana bailando hasta las tantas en cualquier discoteca de las más famosas del momento. Como nunca me ha gustado el alcohol, cuando veía que había gente muy perjudicada me daba mucho que pensar", comenta.

Cuando tenía unos 28 años, conoció a un hombre unos siete años mayor. "Era un hombre aparentemente muy tranquilo, una de las personas más cultas que he conocido en mi vida. Amante de la historia del arte, una persona con una capacidad para la reflexión, un amante de la belleza. A mí me entusiasmó, porque de alguna forma veía que con él podía aprender muchísimas de las cosas que no sabía, debido a mi falta de estudios", relata Gemma.

`Era una bonita farsa, cada uno actuaba de manera individual´, dice Gemma del budismo 

"A los pocos meses de conocernos me propuso casarnos y yo le dije que prefería que nos casáramos por lo civil. Él me dijo que las cosas tenían que hacerse bien, y que lo mejor era casarse por la Iglesia. Accedí, como no creía en Dios, para mí tampoco suponía ningún trauma. Me quedé embarazada, tuvimos al niño y, al tiempo, empecé a notar ciertos desprecios por parte de mi marido y situaciones muy difíciles de llevar para mí", explica.

"Con los años fue realmente insoportable y empecé a tener episodios agudos de claustrofobia, de angustias, de no poder dormir. Recuerdo que pasaba muchas horas encerrada en el lavabo, llorando, no entendía nada".

"Conocí a una chica que me empezó a hablar del budismo y de las las enseñanzas budistas en las cuales te llevan a hacer creer que el dolor y las situaciones angustiosas pueden ser controladas por uno mismo. Pensé que no iba a perder nada y durante unos cuantos años estuve asistiendo a las charlas de algunos de los maestros budistas más importantes a nivel internacional. En estas charlas nos enseñaban a controlar los pensamientos, las emociones, la respiración. En mi ignorancia me quería esforzar por hacerlo bien y puse todo lo que buenamente pude de mi parte", comenta Gemma.

Pero, a medida que iban pasando los años, se iba desengañando. "Me daba cuenta de que aquello en realidad no cambiaba mi mente y mucho menos mi corazón, con lo cual el dolor seguía estando allí y me fui alejando de estas charlas. Vi que era una bonita farsa, cada uno actuaba de una manera muy individual, con cero empatía por el dolor del otro, y era una situación en la que yo me sentía realmente sola", explica.

Gemma cuenta en su testimonio como la Virgen María tuvo un papel esencial para anclarse en Cristo y la invitó a rezar el rosario

"Poco a poco me fui alejando, hasta que al cabo de unos años, unas muy buenas amigas, me invitaron a hacer un retiro de tres días. Me llamó una de las personas que lo coordinaban y me dijo que no habían plazas. Pero, tres días antes justo, me llamó otra y me dijo que había habido una baja y que el Espíritu Santo les había dicho que tenía que ser yo la que fuera. Quedé bastante sorprendida porque no entendía cómo el Espíritu Santo les podía estar diciendo eso", comenta.

A partir de ahí, de ese retiro, la vida de Gemma cambió de arriba a abajo. "Lo único que puedo decir es que es un regalo maravilloso. Cuando se inició el retiro, empecé a ver de qué iba y me cerré como una ostra. Empecé a sentir una claustrofobia horrible, lo único que tenía ganas era de salir de allí y volver a mi casa. Este retiro se hacía en medio de un pueblecito y era ya muy tarde, nadie me podía acompañar a casa, así que me invitaron a quedarme a dormir, me dijeron que al día siguiente podría volver a casa", recuerda.

"En ese momento estaba atacadísima, solo pensaba en salir de allí, es más, llegué a pensar incluso que era una secta y que por eso no me dejaban irme, pero como había ido en el coche con otras personas no tenía medio de volver. Entonces, sentí una voz que brotó de mi corazón que fue: 'Quédate'. Y esta palabra me llenó de tanta paz y de tanto amor, que creo que en la vida nunca me he sentido tan amada como en ese momento. Y dije, yo no sé quién está detrás de esto pero lo que sí que sé es que no voy a parar ni un solo día de mi vida en averiguarlo. Pedí que me dejaran ir a la capilla y estuve bastante rato delante del Santísimo sin entender nada pero sintiendo una felicidad inexplicable", asegura. 

"El retiro continuó y lo viví como si fuera realmente mi luna de miel. A los pocos días me fui a servir a otros retiros. Y en un Rosario, cuando estábamos prácticamente acabándolo, se hizo un silencio y dejé de oír y noté como la Virgen me cogía por detrás, como si me abrazara con su manto, y me llenó de muchísimo amor. Fue para decirme: 'Gema eres mi hija, te amo, no te preocupes por nada, vamos a hacerlo juntas, no te sueltes de mi mano, te voy a llevar a Jesús'. A partir de aquí todo han sido bendiciones gracias a Ella", concluye. 

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Federica Tognacci: «Fui 20 años budista, vi que el principio esencial es ‘mi dios soy yo’, se estaba derrumbando mi matrimonio y sentí la necesidad de transformar mi corazón en más parecido a Jesús»


Federica Tognacci vio derrumbarse su matrimonio mientras aplicaba el principio esencial de la espiritualidad budista: el ego / Foto: Instagram
@fede_prega_il_rosario

* «No sé de dónde venía esto, ya que hasta entonces el orgullo siempre me había parecido algo bueno; pero luego, al comprender lo que era el combate espiritual, me di cuenta de que era algo sobre lo que tenía que trabajar. Mi abuela no había dejado que el orgullo convirtiera su corazón en egoísta y sentí que ese era el camino que yo también tenía que emprender: convertir mi corazón»

Camino Católico.- Tras veinte años de mantras, reiki y sesiones de psicoterapia que rayan el espiritismo, Federica Tognacci, una experta en comunicación, se convirtió y ahora reza el rosario a través de las redes sociales. Raffaella Frullone habla con ella en el número 244 (noviembre de 2024) del mensual católico de apologética Il TimoneVerbum Caro lo traduce en Religión en Libertad.

"Federica, diario de una new entry en Cristo: veinte años en la Soka Gakkai y luego ¡bum! Jesús vino a buscarme". Federica Tognacci, nacida en 1980, de la región de las Marcas de nacimiento y boloñesa de adopción, se presenta así en Instagram, donde es conocida por el apodo de @fede_prega_il_rosario, porque después de haber estado en una psico-secta budista durante más de dos décadas, hoy esta redactora divulga la oración mariana más suave, en italiano y también en latín. Nos ponemos en contacto con ella por teléfono y empezamos aquí mismo a contar su historia.

"La página nació porque cuando me convertí estaba completamente sola, no conocía a ningún católico. En un momento dado me acordé de que cuando era pequeña, en el campo, delante de los tabernáculos de la Virgen, en mayo, había gente rezando el rosario por las tardes, así que decidí ir a la iglesia para ver si eso seguía existiendo. Y me di cuenta de que la gente sí que rezaba, pero la media de edad de los presentes era altita y yo quería conocer a gente de mi edad, así que decidí probar con Instagram, ya que trabajo en comunicación y mi edad está perfectamente en target".

-¿Cómo es posible que estuvieras completamente sola?

-Mis conocidos siempre han estado en el mundo de la New Age, los católicos que conocía se remontaban a mi época de la escuela primaria, sólo tenía amigos budistas...

Federica Tognacci / Foto: Instagram @fede_prega_il_rosario

-Cuando dices que estabas en el mundo New Age, ¿a qué te refieres exactamente y cómo llegaste allí?

-La mayoría de la gente vive inmersa en los cultos de la New Age pero no lo sabe, es parte de nuestra cultura neo-gnóstica. Yo era una chica con cierta sensibilidad y me encontraba en una búsqueda, me hacía preguntas sobre el sentido de la vida y las respuestas que ahora tengo de la Iglesia estaban entonces fuera de mi radar, diría que escondidas, mientras que las del mundo se me presentaban constantemente, por todas partes: esta sociedad neopagana te las ofrece en bandeja de plata.

Era atea cuando, a los 19 años, me trasladé de Osimo, en la provincia de Ancona, a Bolonia; un día, a los 23, un amigo me invitó a una reunión budista, y ese fue el principio. Lo que encontré en esta práctica -considerada laica, pero que es de todo menos laica- respondía a mis valores de entonces: en el centro se ponía el ego.

El principio básico es sencillo: mi dios soy yo, yo decido sobre mi vida, me fijo unos objetivos y los logro. Luego los voy tachando. No hay moral, todo vale, matrimonio entre dos mujeres o dos hombres, divorcio, fluidez sexual, gestación subrogada. El lema es hacer lo que la persona siente en ese momento. Esto se declinaba en una serie de prácticas: meditación con repetición de mantras, psicología llevada a un nivel que raya el espiritismo, la medicina alternativa, la cristaloterapia, el reiki.

-¿Cuándo despertaste del hechizo?

-Cuando empecé a ver que me estaba derrumbando, sobre todo en la relación con mi marido, con el que me casé hace diez años. Básicamente, en algún momento empecé a darme cuenta de cuál sigue siendo el aspecto sobre el que estoy intentando que Cristo me ablande el corazón, que es el egoísmo. Empecé a darme cuenta de que anteponer siempre el ego a todo, los propios objetivos al resto, avanzando como un tren, me estaba llevando a descarrilar.

Federica Tognacci, junto con su marido / Foto: Instagram @fede_prega_il_rosario

Hay que tener en cuenta que mi marido no me siguió en este camino, siempre ha sido católico, y esto no "ayudaba a mi evolución" según los que promueven esta forma de pseudo-budismo, y en un momento dado empecé a entrar en crisis, también por lo que veía a mi alrededor. Casi todo el mundo en mi círculo acudía a un psicoterapeuta, mis amigas al cabo de un año empezaron a separarse de sus maridos. A mí me pasaba lo mismo. Incluso me fui de casa. Y me impresionó mucho su reacción. Se mantuvo firme en su matrimonio, siguió llevando la alianza, tenía una gran dignidad sentimental y me dijo: "Este es tu sitio, te espero"; fue un momento fundamental en mi conversión.

-¿Hubo otros pasos?

-Muchísimos. Una vez, de repente, me acordé de mi abuela materna, que tenía tres características: una ética fuerte, orgullo y un buen corazón. Y sentí la necesidad de transformar mi corazón, de convertirlo en más parecido a Jesús. No sé de dónde venía esto, ya que hasta entonces el orgullo siempre me había parecido algo bueno; pero luego, al comprender lo que era el combate espiritual, me di cuenta de que era algo sobre lo que tenía que trabajar. Mi abuela no había dejado que el orgullo convirtiera su corazón en egoísta y sentí que ese era el camino que yo también tenía que emprender: convertir mi corazón.

-Con la página de Instagram, sin embargo, se te ha abierto otro tipo de mundo...

-Fue casual, porque cuando murió el Papa Benedicto, mientras hacía scroll, me topé con un post que se había hecho viral: era del grupo Mienmiuaif, que yo no conocía.

Mienmiuaif: un matrimonio católico que comparte su fe en la red y difunde sus canciones, como ésta dedicada al Padre Pío

A partir de ahí se me abrió una visión del mundo católico on line. Me di cuenta de que era gente que se relacionaba de otra manera, que había ganas reales de conocerse y encontrarse. Conocí a mujeres de mi edad que se reunían para rezar el rosario, luego descubrí la realidad del Monasterio Wi-Fi de Costanza Miriano y asistí al capítulo romano el año pasado: las catequesis fueron una propuesta absolutamente nueva para mí, lo cual me hizo enfadar mucho porque estoy convencida de que un chico joven necesita desesperadamente escuchar esas palabras. A partir de ahí descubrí que la Iglesia también estaba presente en Bolonia -evidentemente- y que había una Iglesia viva, rica, de la que antes no sabía nada y que puede aportar muchísimo.

Sí, a veces lo virtual se convierte en real. Y sí, la fe también pasa por Instagram. Y reza el Rosario.

Traducción de Verbum Caro