* «Comprendí que Jesús, mi hermano, había muerto por la salvación del mundo, que había muerto por mí y para salvarme a mí. ‘Él conoce todas mis heridas. Jesús, el Hijo de Dios, las ha padecido mucho antes que yo’ pensé. El camino del perdón se abrió ante mí. Comprendí que el perdón no es una simple casilla que una marca para ser buena cristiana. Es un camino de paciencia, de sanación y de humildad. Comprendí que Dios quería mi bien y que necesitaba que yo le dejase hacer. Y que cuando se plantase el perdón, tendría que darlo gratuitamente. El odio es un veneno. Se apoderó de mi corazón y de todo mi ser. Si no le hubiese perdonado, no sé dónde estaría hoy. El perdón no lo borra todo, pero quienes no conocen el perdón deben ser muy desgraciados. El perdón es exigente, pero nos libera»