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jueves, 11 de noviembre de 2021

Jeremías Villalba, abogado: «Vi que Dios me llamaba al sacerdocio y lo he dejado todo para ser misionero en Malawi y llevar el Evangelio donde nunca había llegado antes»

 


* «En la misión cada día es distinto, ninguno es igual a otro, y hay mucho trabajo para hacer. El Obispo de Karonga nos encomendó la evangelización de 31 aldeas donde la Iglesia nunca llegó, y allí vamos confiando en Dios. Dios supera todo tipo de expectativa. Estar en la misión ad gentes es tener el corazón lleno de esa alegría que sólo Dios puede dar. Ciertamente, los sacrificios y renuncias son bastantes, sin embargo Dios se encarga de dar pequeñas caricias al alma en los momentos adecuados para que uno continúe adelante, sabiendo que todo vale la pena. Hay muchísimas almas que todavía no conocen a Cristo, y hay que esforzarse para que efectivamente puedan conocerlo»

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martes, 15 de octubre de 2013

Conrad Nicholson Hilton, fundador de los hoteles Hilton, lleva gastados más de 60 millones de dólares en proyectos de monjas católicas

proyectos de monjas católicas

El bisabuelo de la famosa Paris Hilton estableció en su testamento la creación de una Fundación con su nombre para financiar diversas causas, la más importante un fondo para religiosas
“Hay una ley natural, una ley divina que nos obliga a ti y a mí a aliviar el sufrimiento, la angustia y la miseria. La caridad es la virtud suprema y el canal a través del que se transmite la misericordia de Dios a la humanidad”

sábado, 24 de mayo de 2008

El obispo español de Bangassou, Centroáfrica, cuenta la experiencia terrible de una aldea atacada

Hoy día, 69 personas no han vuelto y son esclavizadas en los campamentos



Juan José Aguirre Muñoz, a la derecha, nació en Córdoba y lleva 22 años en África como misionero perteneciente a la Congregación de los Misioneros Combonianos.

OMPRESS-CENTROÁFRICA (22-05-08) A continuación reproducimos una carta del obispo español de Bangassou, en Centroáfrica, Mons. Juan José Aguirre, que ha hecho pública una misionera comboniana.

Queridos amigos:
Acabo de volver del este de la diócesis, de un viaje de 21 días y, en la última misión, llamada Obo, a 120 kilómetros de la frontera con el Sudán, os cuento lo que allí vi. Durante esos días, en la radio escuchaba noticias de unos pescadores españoles de un atunero que habían sido apresados por piratas en el Golfo de Adén. Oía cómo se había puesto en marcha todo un engranaje político militar para negociar con los secuestradores, unos abogados desde Londres que llevaban las negociaciones, la angustia de las familias por los 6 días en que los atuneros estuvieron retenidos, aunque estaban bien, comían y dormían bien y estaban a la espera de que se pagara un rescate y se los liberara. Así fue. Se pagó mucho dinero, un barco de guerra condujo al atunero a buen puerto y los asombrados pescadores volvieron a España en avión a gastos pagados.

Oyendo todo esto, llegué a Obo y me encontré un pueblo bañado en lágrimas y en la angustia, desde hacia ya un mes y medio. En efecto, desde la noche del 6 al 7 de marzo en la que unos 150 hombres armados, del ejército rebelde ugandés de Joseph Kony, entraron en Obo y saquearon dos barrios enteros buscando tres cosas: alimentos para comer, semillas para sembrar y porteadores para que les llevaran lo robado hasta su campamento a unas 3 semanas de camino. Eso hicieron esa noche sin dar un solo tiro, robando casa por casa, vaciando los graneros y llevándose a 69 personas, desde niñas de 12 años, hasta mujeres casadas, jóvenes y menos jóvenes, una mujer embarazada, etc.

Estos rebeldes pertenecen al RLS (Ejército de liberación del Señor), que arrasó Uganda durante 15 años matando a 300.000 personas (entre otras a 7 misioneros combonianos). Luego se refugiaron en Sudán y posteriormente crearon su campamento en la selva tropical del norte del Congo en donde están ahora diseminados en varios campos. Uno de los campos, el más próximo de Centroáfrica, fue quien atacó Obo, viendo que nadie guarda la frontera con el Sudán y que Obo es un pueblo casi sin gendarmería. Presa fácil si se entra sin hacer ruido.

E
stos criminales pasaron a 300 metros de la casa de las hermanas Franciscanas, pero tuvieron miedo de los perros y del ruido que pudieran hacer si ladraban o si había que disparar para hacerlos callar. Así que pasaron de largo y se fueron a otras casas donde robaron, se llevaron niños y mayores, violaron a algunas mujeres y dejaron Obo, antes de irse, sumido en la consternación. A 500 metros de la casa de las religiosas, entraron en una casita donde había un matrimonio joven, sacaron al marido a empellones y tres guerrilleros violaron a la mujer por turnos en su propia cama. Hoy día, 69 personas no han vuelto y son esclavizadas en los campamentos para la cocina, los campos, la ropa, instrucción y adoctrinamiento militar y, las chicas y mujeres, para esclavas sexuales.

He hablado con las autoridades locales y todos creen que estos criminales pueden volver cuando quieran. Ahora que empieza la época de las lluvias no es probable, pero más tarde, en noviembre, cuando deje de llover, si Obo no se protege con refuerzos de gendarmería, es muy probable que vuelvan.

Los sacerdotes de Obo siguen allí y no se piensan ir. Han demostrado coraje y paciencia. Pero son hombres! En un cierto momento di la orden para que las hermanas fueran acompañadas a otra misión para protegerlas. La cocinera de los padres, Jeanine, me contaba que se llevaron a su hija de 12 años, apenas una niña, la obligaron a cargar 30 kilos en la cabeza y se la llevaron dejando a la abuela con la que vivía sumida en la amargura. Con los ojos empañados de lágrimas, Jeanine me preguntaba donde está el Congo, a donde se llevaron a su niña, y se preguntaba si esos criminales la habrían ya violado o no. ¡69 personas es mucha gente!

No tienen la suerte de ser españoles, ni tener un gobierno que los defienda, ni abogados que lleven las negociaciones, ni alguien que ponga el dinero del rescate ni una sola radio que hable de ellos. Son los pobres, los olvidados, los que no cuentan para nada en la decisiones del mundo, los sin voz, los parias. Para nosotros son personas llenas de dignidad pero despojadas de sus derechos fundamentales, con la única diferencia de ser un atunero español o un campesino centroafricano. "Así es la vida", decía el Embajador portugués hablando con el Cardenal en la última secuencia de la película " La Misión ". El Cardenal se vuelve hacía la ventana y, en el espejo se mira y se dice: "No, excelencia. Así la hemos hecho". La cámara se acerca aún más a su rostro y finalmente dice: "Así la he hecho".

Unidos en la fe en Nuestro Señor,
Juan José Aguirre, Obispo de Bangassou.


jueves, 7 de febrero de 2008

El zapatero en el fin del mundo / Autora: Hna. Lelia Inés Bulacio

El mes pasado viajamos a Malí. Sin duda, es imposible determinar qué lugar preciso de la tierra constituye "el fin del mundo", pero sí estoy segura de que el sitio hacia el que nos encaminábamos las cuatro hermanas, guiadas por un lugareño, era uno de esos lugares. Hacía tiempo que habíamos dejado nuestro vehículo bajo un árbol de la planicie maliana y bajábamos la quebrada hasta su base a pie, entre piedras, en busca de un pequeño poblado de cultura dogon.

A una de las hermanas se le despegó la suela de las zapatillas, hasta que le fue imposible seguir y también volver atrás. Intentamos atarlas pero no resultó y llegamos a la conclusión de que "había que tirarlas".

Pero aquí, en el "fin del mundo" todo tiene solución, la que nace del corazón y de la imaginación de quien vive con lo indispensable. El guía se desprendió con naturalidad de sus sandalias y propuso continuar descalzo mientras la Hermana se calzaba con las suyas. Y así se hizo, mezclándose el desconcierto, la gratitud, la sorpresa y el honor de permitirnos meternos en sus zapatos. Según el guía, al llegar a la aldea un zapatero arreglaría la zapatilla. Confieso que nos mostramos algo incrédulas ya que teníamos la impresión de alejarnos cada vez más de lo que para nosotras era el centro de la seguridad y el desarrollo. Llegamos a la aldea, que se nos antojó maravillosa. Era un vergel al pie de una muralla de piedra en el más total aislamiento. Había casas y graneros, una escuelita de piedra, un pozo y rodeándolo todo, una huerta con tomates, lechugas y berenjenas que ni el más caro de nuestros supermercados podría vender.

El enfermero que nos dio la bienvenida se desprendió de sus chancletas y se las pasó a nuestro guía para que pudiera montar las laderas del pueblito y mostrárnoslo. También llamó a un viejo que llegó con una bolsa de cuero, que nos fue presentado como el "zapatero del pueblo". Sin decir nada, tomó las zapatillas, las miró y desapareció no sabemos donde. Otra vez la incredulidad asomó en nosotras como una tentación que fuimos capaces de resistir, bien porque no nos quedaba otra, bien porque ya conocemos África y su increíble capacidad de hacer funcionar lo infuncionable y de recuperar lo irrecuperable hasta hacerlo durar más allá de todas las expectativas de cualquier fabricante.

Al regreso del paseo se personó el zapatero con las zapatillas arregladas. Se las había ingeniado para coserlas y, muy discretamente, las estudiamos incrédulas abandonándonos a la evidencia de que durarían no sólo para el regreso, sino mucho más tiempo.

En nuestra cultura occidental todo se ha vuelto desechable. Sin embargo aquí, esas zapatillas que estábamos resueltas a tirar y a cambiar, y que seguramente costarían lo que una familia africana gasta en comida durante un mes, volvían a ser útiles. Ellas nos permitieron recuperar el verdadero valor de las cosas, de los oficios perdidos, de la capacidad de vivir fuera del consumo indiscriminado, nos permitieron volver a creer en la capacidad de la gente para salir adelante juntos, compartiendo y no gastando.

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Fuente: Mundo Negro

Calma relativa en el Chad

miércoles, 30 de enero de 2008

Joven misionero en Burundi: “Debemos conseguir llevar a Cristo a nuestra vida, no sólo dejarlo en la iglesia”

(VERITAS) Ha dejado su trabajo en una empresa de organización de eventos, entre ellos la boda de los príncipes Felipe y Letizia, para pasar un año en Burundi, donde está participando en diversos proyectos. A sus 25 años, Joaquín Zuazo, ha pasado de proyectar sus ideales marxistas en la atención a enfermos en Madrid a una “acción social desde la fe, mucho más próxima y afectiva”.

Zuazo afirma que en Burundi “ve que hay mucha gente que cuando sale de la iglesia, deja a Dios ahí; no de una manera tan exagerada como nos pasa en España, pero aquí también pasa; por eso, en parte, nuestra misión como cristianos es conseguir llevar a Cristo a nuestra vida, no sólo dejarlo en la iglesia”.

Una primera experiencia de dos meses en el país africano, llevó al joven madrileño a profundizar su relación con Dios. “No es fácil dejar todo lo que uno deja en su tierra: familia, amigos... pero todo el esfuerzo vale la pena”, afirma en la siguiente entrevista concedida a Veritas. Aunque no se siente “la persona más preparada y válida para este trabajo, espero que Dios jamás me abandone, que siempre le sienta cerca de mí, aunque el camino sea difícil”.

“Lo que más me ha conducido a Dios, ha sido María, desde su Santuario de Schoenstatt –afirma-. Pero la acción social ha cobrado un sentido mucho más amplio, capaz de superar muchas barreras personales, además de ser una ayuda para mucha gente necesitada de cariño y alegría”.

Sobre su presente y su futuro, Zuazo afirma que “éste es un año de reflexión, también, para intentar ver el camino que Dios me marca; los planes los tiene Él, yo solo espero poder seguirlos”.

domingo, 27 de enero de 2008

Teresa Iriarte: "África es un continente con esperanza, está despertando" / Autor: Alfredo Urdaci











La misionera afirma que "sin la ayuda de la Iglesia, sería imposible mantener las misiones".


Trabajan en un país donde la esperanza de vida no pasa de los 52 años. Llevar un centro de salud en Bata es enfrentarse al paludismo, a las tifoideas, a los parásitos intestinales, al sida, sobre todo al sida. Abren a diario, además, un comedor nutricional, lleno hasta la bandera.

¿Cómo es un día en el centro?

El trabajo empieza a las siete, y hasta que no están entregados todos los resultados no se cierra. Tenemos consulta, laboratorio, farmacia, control de embarazadas, sala de cunas…

¿Y cuántas son?

Cuatro hermanas y 18 nativos. Intentamos que ellos lleven el centro. Ponemos mucho esfuerzo en su formación, y en conseguir becas para que hagan estudios fuera y mejoren su nivel.

¿Y el comedor?

Damos comida diaria a los niños desnutridos, ayuda de leche a madres seropositivas. Muchos niños han perdido a su madre.

Hay quien piensa que África es un continente sin esperanza.

No es verdad. Los jóvenes de hoy piensan de otra manera, va a costar mucho el cambio, pero se está empezando. África es un continente con esperanza, está despertando a algo nuevo, a pesar de sus muchas dificultades y carencias. Son gentes alegres. Hay grupos de jóvenes que animan la Eucaristía. Los jóvenes africanos nos ayudan a vivir la fe, eso nos falta en España.

En España hay una campaña para que los contribuyentes pongan la cruz del impuesto en la casilla de la Iglesia… y hay polémica.

Si no fuera por la ayuda económica y humana de la Iglesia sería imposible mantener las misiones. Pueden estar muy seguros de que todo lo que llega por la Iglesia va destinado a la ayuda de estas gentes.

¿En qué lo emplean?

En ancianos crónicos, que no tienen servicios sanitarios, ni alimentos. En atender a paralíticos por la polio, en los que se han quedado ciegos por las filarias. Sería largo de detallar.

¿Y los niños?

También tenemos un grupo de niños apadrinados. Se les paga la matrícula, material escolar y medicación. Y me alegra tener esta ocasión para dar infinitas gracias a todas las mujeres y hombres de gran corazón, que nos ayudan en esta labor de ayudar a los necesitados.

¿Cómo afronta un trabajo diario tan duro?

Con alegría. Cada hombre que se acerca es una buena nueva. Lo importante para mi es estar entre esta gente y transmitir los valores cristianos, estar cerca de ellos en el dolor, acompañarles en sus fiestas. Ellos sienten que alguien les quiere, y nos sienten como su familia.

Darse a los demás, ¿le agota?

El trabajo es duro, y no hay horarios, pero en África recibes siempre más de lo que das.

¿Qué le ayuda en los momentos de desánimo, que los tendrá?

Por temperamento soy optimista y aunque asome el cansancio o el desánimo, encuentro pronto resortes para salir. Recuerdo mucho la frase "Dios me ha creado para ser feliz", la llevo a la oración. Y el Evangelio de San Mateo 25: "Tuve hambre y sed y me diste...", Los Hechos de los Apóstoles, el apoyo firme de mi congregación... Estos han sido pilares firmes que me han ayudado.

Hospitalaria

Nació en Rípodas (Navarra) en 1934. Recuerda una infancia feliz, con el cariño de sus padres y hermanos. Era la pequeña. Sus padres la educaron en la honradez, la justicia, la solidaridad y el respeto. Estudió enfermería e ingresó en la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Ha dedicado su vida al cuidado de los enfermos en hospitales de Zaragoza. Al cumplir los 65 años, edad de su jubilación, pidió a sus superiores ir a trabajar a Guinea Ecuatorial. Dice que se fue para poder seguir cumpliendo los valores de su congregación, en especial la hospitalidad.

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Fuente: La Gaceta de Negocios