Valeria Vargas Valverde, la joven protagonista del milagro de Carlo Acutis, junto a su madre Liliana Valverde, quien cuenta cómo sucedió el milagro / Foto: Cedida por Liliana Valverde
* «La enfermera me sentó, me tomó las manos y me dijo: ‘La lesión que tiene es mortal’... Los médicos italianos explicaron la situación a mi hermano, que es doctor y que estaba en Costa Rica. Él me dijo: ‘Liliana, tenemos que rezar y agradecerle a Dios los 21 años que nos ha dado con ella’. Me explicó que la lesión era letal, que no creía que fuera a sobrevivir…Unos cinco días después de mi visita a Asís, llegué al hospital a la una de la tarde y escuché mucho alboroto. Los doctores y enfermeras lloraban. No podían creerlo. Decían: ‘Esto es un milagro’. Yo la abracé. Los médicos no daban crédito. Yo sí porque estaba segura de que se iba a sanar»
Camino Católico.- «Cuando conocí a la mamá de Carlo Acutis, la abracé y la abracé», relata Liliana Valverde. La curación completa en menos de diez días de su hija Valeria, a la que tras un accidente solo pronosticaban la muerte o graves secuelas, hizo posible la canonización del primer santo milenial el pasado domingo, 7 de septiembre. «Ahora para mí, Carlo es como un tercer hijo»
El 2 de julio de 2022 Valeria Vargas Valverde, estudiante costarricense de 21 años, sufrió un accidente en bicicleta que le provocó un daño cerebral irreversible. En aquel entonces estudiaba en Florencia (Italia). Tres días antes había llegado a la ciudad su madre, Liliana, con la idea de emprender juntas un viaje por Europa. «Gracias a Dios yo estaba allí en ese momento, porque si no… no sé qué habría pasado». En conversación con Alfa y Omega, explica cómo esta trágica historia dio lugar al milagro que ha permitido la canonización de Carlo Acutis.
—¿Cómo ocurrió el accidente?
—Fue el 2 de julio, a las tres de la madrugada. Mi hija había quedado con una amiga que aún no se había ido de vacaciones. Se despidieron y Valeria siguió con la bicicleta eléctrica. Cayó y quedó inconsciente. Sufrió un trauma craneoencefálico.
Pasaban las horas y me extrañaba que no llegara, porque al día siguiente teníamos que ir a Milán, era nuestro primer destino. Entonces me llamó una mujer: «Soy de la Policía». Me explicó que mi hija había sufrido un accidente y respondí: «No estoy para bromas, es muy tarde, ponme a mi hija». Y ella insistió: «Tu hija no puede atenderte, está inconsciente. La están llevando a emergencias». Me preguntó dónde estaba y la Policía vino al apartamento para llevarme al hospital.
—¿Qué pasó allí?
—Estuve unas dos o tres horas sin saber de qué emergencia se trataba. Pensaba que se había lastimado una mano o un pie, jamás imaginé que fuera algo tan grave. La agente con la que había hablado por teléfono llegó al hospital y me entregó sus pertenencias. Le pregunté qué había pasado y me advirtió: «No serán buenas noticias». Dijo que, por protocolo, no podía decirme nada; que pronto vendría la enfermera y me explicaría la situación.
—Y llegó la enfermera.
—Me sentó, me tomó las manos y me dijo: «La lesión que tiene es mortal». «¡Dios mío!», pensé… Me dijo que había sufrido un trauma craneoencefálico, que estaba muy mal. Estaban llamando al neurocirujano, pero que no sabían si iba a sobrevivir. En ese momento le estaban colocando un drenaje en el cráneo, porque tenía presión cerebral incompatible con la vida. Me dijeron que había ingresado en estado de premuerte, prácticamente ya sin signos vitales. Entró en coma y tuvieron que inducírselo nuevamente. No podía respirar por sí misma.
—¿Se consultó con otros doctores?
—Sí. Los médicos italianos explicaron la situación a mi hermano, que es doctor y que estaba en Costa Rica. Él me dijo: «Liliana, tenemos que rezar y agradecerle a Dios los 21 años que nos ha dado con ella». Me explicó que la lesión era letal, que no creía que fuera a sobrevivir. Otro médico me advirtió de que, si sobrevivía, tendría secuelas: lesiones físicas permanentes o semipermanentes, y probablemente cognitivas.
—¿Cómo entra Carlo Acutis en esta historia?
—Unos días después del accidente, me llamó mi asistente y mientras hablábamos de cosas de la oficina me preguntó si recordaba a Carlo Acutis. Le respondí que sí. Cuando lo beatificaron vimos la ceremonia por televisión. Nos llamó la atención que fuera tan joven, tan lindo, de clase alta y que hubiera hecho tanto por los pobres. Nos conmovió su historia. «¿Sabe que su cuerpo está en Asís?», me dijo. «Voy a ir a verlo», respondí.
Fui el 8 o 9 de julio de 2022, justo una semana después del accidente. Salí temprano del hospital, tomé el último tren de Florencia a Asís y fui a un hotel cerca del santuario. Por la mañana pregunté por la iglesia donde está enterrado Carlo y el recepcionista me dijo que estaba muy cerca, pero me recomendó visitar primero la tumba de san Francisco y de santa Clara. Le respondí: «No. Yo vengo única y exclusivamente para ver a Carlo Acutis». Se quedó sorprendido y dijo que era raro ver turistas levantarse tan temprano. Pero yo lo tenía claro.
—¿Qué pasó cuando llegó a la tumba?
—Desde que entré en esa iglesia sentí una paz inmensa; que se me quitaba un peso enorme de encima. Y ese fue el primer milagro de Carlo: devolverme la fe. Yo era una católica de nombre. Mi hija estaba bautizada, confirmada. Yo también. Íbamos a Misa cuando tocaba, pero nada más. Ese día fui al santuario y llegué directamente a la tumba de Carlo. No había nadie. Estuve ahí desde las ocho de la mañana hasta el mediodía.
—¿Qué milagro pidió?
—Me habían dicho que uno debía pedirle a Dios tal como un niño le pide a sus padres, describiendo con detalle lo que desea. Y eso hice. Le dije: «Carlo, quiero que intercedas para que me devuelvan a mi hija tal como me la dio Dios hace 21 años. Sana, salva, bien física y mentalmente. Totalmente intacta». Escribí la primera de muchas cartas a Carlo, que se dejan en el santuario. Estuve ahí, llorando, pidiendo, contemplando. Al salir de la iglesia mandé un WhatsApp a una amiga: «No me vas a creer, pero estoy saliendo de la iglesia donde está el cuerpo de Carlo. Estoy completamente segura de que Dios y Carlo van a hacer el milagro. Valeria se va a sanar completamente». Ese mensaje está ahí, con fecha y hora. Yo lo sentía con total certeza.
—¿Qué pasó cuando regresó a Florencia?
—Cuando volví, Valeria ya había superado el momento más crítico. Se movía mucho y como estaba estable, decidieron retirarle algunas máquinas y hacerle una traqueotomía. Nos explicaron que necesitaría terapia física, cognitiva, de lenguaje… todo. Tendría que volver a aprender a caminar, a hablar, hacer todo desde cero. A la vez, empecé a ver cosas sorprendentes. Yo le preguntaba al doctor: «¿Es posible que esté deglutiendo por sí misma? ¿Que esté aspirando sus secreciones?». Y me decía: «Pues sí, señora. Lo que observa es cierto».
—La oración ya daba frutos.
—Unos cinco días después de mi visita a Asís, llegué al hospital a la una de la tarde y escuché mucho alboroto y también una voz que gritaba: «¡Mami! ¡Mami!». Era Valeria. Le habían quitado la traqueotomía, estaba en silla de ruedas, amarrada porque quería salir corriendo. Los doctores y enfermeras lloraban. No podían creerlo. Decían: «Esto es un milagro». Yo la abracé. «¡Mami, te amo! ¡Sácame de aquí!», me dijo. Los médicos no daban crédito. Yo sí porque estaba segura de que se iba a sanar.
—¿Cómo reaccionaron los doctores?
—Habían dicho que necesitaría entre nueve meses y un año para que desapareciera la inflamación del cerebro, pero en un TAC del 18 de julio vieron que estaba completamente desinflamado. Fue una noticia maravillosa.
—¿Pudo retormar los estudios?
—Los retomó desde que comenzó el curso, a distancia desde Costa Roca. Y regresó a Florencia para terminar su carrera. No le dio miedo. Fue impresionante.
—¿Le impresionó que el Vaticano haya aprobado el milagro para la canonización?
—Cuando conocí a la mamá de Carlo, la abracé y la abracé. Ahora para mí, Carlo es como un tercer hijo. Tengo un sobrino que es como mi hijo, y Carlo… Carlo está en mi corazón. Lo más cercano que tengo a él es su madre. Y poder decirle «gracias» fue muy profundo.
—¿Qué ha cambiado en su vida?
—Bueno… Ahora voy cada 8 y 9 de julio a Asís, a dar las gracias a Carlo por el milagro. Para mí, es un día de celebración.