* «La sed de riqueza corre el riesgo de ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón, cuando creemos que es ella la que salva nuestra vida, como piensa el administrador deshonesto de la parábola (cf. Lc 16,3-7). La tentación es esta: pensar que sin Dios igualmente podríamos vivir bien, mientras que sin riqueza estaríamos tristes y agobiados por mil necesidades. Ante la prueba de la necesidad nos sentimos amenazados, pero en lugar de pedir ayuda con confianza y compartir con fraternidad, tendemos a calcular, a acumular, volviéndonos suspicaces y desconfiados hacia los demás»
Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV
* «Pueblos enteros son hoy aplastados por la violencia y aún más por un descarado desinterés que los abandona a un destino de miseria. Ante estos dramas, no queremos ser pasivos, sino anunciar con la palabra y con las obras que Jesús es el Salvador del mundo, Aquel que nos libera de todo mal. Que su Espíritu convierta nuestros corazones para que, alimentados por la Eucaristía, supremo tesoro de la Iglesia, podamos convertirnos en testigos de caridad y de paz»
21 de septiembre de 2025.- (Camino Católico) “Quien sirve a Dios se hace libre de la riqueza, ¡pero quien sirve a la riqueza queda esclavo de ella! Quien busca la justicia transforma la riqueza en bien común; quien busca el dominio transforma el bien común en la presa de su avidez”, ha subrayado el Papa León XIV en su homilía al presidir esta mañana la celebración eucarística en la parroquia de Santa Ana, confiada desde 1929 a la orden de los Agustinos.
Han Concelebraron con él, el nuevo prior de los agustinos, padre Joseph Farrell y el párroco padre Mario Millardi. Entre los presentes, el agustino padre Gioele Schiavella, que mencionó el Papa en su homilía, por estar cumpliendo 103 años. Fue párroco de Santa Anna desde 1991 hasta 2006 y hoy en día vive allí, en la parroquia. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:
SANTA MISA DEL XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
Parroquia Pontificia de Santa Ana en el Vaticano
21 de septiembre de 2025
A propósito, el Evangelio que acaba de proclamarse nos provoca a examinar con atención nuestro vínculo con el Señor y, por lo tanto, entre nosotros. Jesús plantea una alternativa clarísima entre Dios y la riqueza, pidiéndonos que tomemos una posición clara y coherente. «Ningún siervo puede servir a dos señores», por eso «no podéis servir a Dios y al dinero» (cf. Lc 16,13).
No se trata de una elección contingente, como tantas otras, ni de una opción revisable con el tiempo, según las situaciones. Es necesario decidir un verdadero estilo de vida. Se trata de elegir dónde colocar nuestro corazón, de aclarar a quién amamos sinceramente, a quién servimos con dedicación y cuál es realmente nuestro bien.
Por eso Jesús contrapone precisamente la riqueza a Dios: el Señor habla así porque sabe que somos criaturas necesitadas, que nuestra vida está llena de carencias. Desde que nacemos, pobres, desnudos, todos tenemos necesidad de cuidados y afecto, de una casa, de alimento, de vestido.
La sed de riqueza corre el riesgo de ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón, cuando creemos que es ella la que salva nuestra vida, como piensa el administrador deshonesto de la parábola (cf. Lc 16,3-7). La tentación es esta: pensar que sin Dios igualmente podríamos vivir bien, mientras que sin riqueza estaríamos tristes y agobiados por mil necesidades.
Ante la prueba de la necesidad nos sentimos amenazados, pero en lugar de pedir ayuda con confianza y compartir con fraternidad, tendemos a calcular, a acumular, volviéndonos suspicaces y desconfiados hacia los demás.
Estos pensamientos transforman al prójimo en un competidor, en un rival, o en alguien del que obtener provecho. Como advierte el profeta Amós, quienes quieren hacer de la riqueza un instrumento de dominio no ven la hora de «comprar por dinero a los indigentes» (Am 8,6), explotando su pobreza.
Por el contrario, Dios destina los bienes de la creación a todos. Nuestra indigencia de criaturas atestigua entonces una promesa y un vínculo de los que el Señor se hace cargo en primera persona. El salmista describe este estilo providente: Dios «se inclina para mirar sobre los cielos y la tierra»; Él «levanta del polvo al débil, del estiércol alza al pobre» (Sal 113,6-7).
Así actúa el Padre bueno, siempre y hacia todos: no solo hacia quien es pobre de bienes materiales, sino también hacia aquella miseria espiritual y moral que aflige a los poderosos como a los débiles, a los indigentes como a los ricos.
La Palabra del Señor, en efecto, no contrapone a los hombres en clases rivales, sino que exhorta a todos a una revolución interior, una conversión que comienza en el corazón. Entonces se abrirán nuestras manos: para dar, no para arrebatar.
Entonces se abrirán nuestras mentes: para proyectar una sociedad mejor, no para buscar negocios al mejor precio. Como escribe san Pablo: «Ante todo recomiendo que se hagan súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que tienen autoridad» (1 Tim 2,1).
Hoy, en particular, la Iglesia ora para que los gobernantes de las naciones estén libres de la tentación de usar la riqueza contra el hombre, transformándola en armas que destruyen a los pueblos y en monopolios que humillan a los trabajadores.
Quien sirve a Dios se hace libre de la riqueza, ¡pero quien sirve a la riqueza queda esclavo de ella! Quien busca la justicia transforma la riqueza en bien común; quien busca el dominio transforma el bien común en la presa de su avidez.
Las Sagradas Escrituras arrojan luz sobre este apego a los bienes materiales, que confunde nuestro corazón y distorsiona nuestro futuro.
Queridísimos, les agradezco porque, de diversas maneras, colaboran para mantener viva la comunidad de esta parroquia y ejercen también un generoso apostolado. Los animo a perseverar con esperanza en un tiempo gravemente amenazado por la guerra.
Pueblos enteros son hoy aplastados por la violencia y aún más por un descarado desinterés que los abandona a un destino de miseria. Ante estos dramas, no queremos ser pasivos, sino anunciar con la palabra y con las obras que Jesús es el Salvador del mundo, Aquel que nos libera de todo mal.
Que su Espíritu convierta nuestros corazones para que, alimentados por la Eucaristía, supremo tesoro de la Iglesia, podamos convertirnos en testigos de caridad y de paz.
PAPA LEÓN XIV
Fotos: Vatican Media, 21-9-2025
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