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lunes, 15 de septiembre de 2025

Papa León XIV en homilía, 15-9-2025: «La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es anticipo del Reino de Dios, fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia»

* «También a ustedes, hermanos y hermanas que han sufrido la injusticia y la violencia del abuso, María les repite hoy: “Yo soy tu madre”. Y el Señor, en lo secreto del corazón, les dice: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Nadie les puede quitar este don personal ofrecido a cada uno. Y la Iglesia, de la cual algunos miembros lamentablemente los han herido, hoy se arrodilla junto a ustedes ante la Madre. Que todos podamos aprender de ella a amparar a los más pequeños y frágiles con ternura. Que aprendamos a atender sus heridas, a caminar juntos. Que podamos recibir de María Dolorosa la fuerza de reconocer que la vida no se define sólo por el mal padecido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia»  

   

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Así como existe el dolor personal, también en nuestros días existe el dolor colectivo de pueblos enteros que, aplastados por el peso de la violencia, del hambre y de la guerra, imploran paz. Es un grito inmenso, que nos compromete a rezar y actuar para que cese toda violencia y para que quienes sufren puedan recuperar serenidad; y compromete ante todo a Dios, cuyo corazón palpita de compasión, para que venga su Reino. La verdadera consolación que debemos ser capaces de transmitir es la de mostrar que la paz es posible, y que brota en cada uno de nosotros si no la sofocamos. Que los responsables de las naciones escuchen particularmente el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele» 

15 de septiembre de 2025.- (Camino Católico) “La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es un anticipo en la tierra del Reino de Dios, es el fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia”, ha afirmado el Papa León XIV en su homilía en la Vigilia de Oración del Jubileo de la Consolación, que se ha celebrado esta tarde en la Basílica de San Pedro.


La liturgia de la Palabra ha reunido a quienes viven o han vivido momentos de particular dificultad, luto, sufrimiento o desamparo. Situaciones en las que, está seguro el Papa, Dios no dejará de proporcionar "artífices de paz capaces de alentar a quienes están sumidos en el dolor y la tristeza". 




El Papa ha invitado a caminar juntos, con ternura, con quienes han "sufrido la injusticia y la violencia de los abusos", como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, y pide a los responsables de las Naciones que escuchen el dolor de tantos niños aplastados por los conflictos, para garantizarles un futuro.





La Liturgia de la Palabra, se ha centrado en la parábola del Buen Samaritano, y antes de la homilía del Papa se han escuchado los testimonios de dos mujeres, Lucia Di Mauro Montanino, de Nápoles, cuyo marido, guardia de seguridad, fue asesinado por una banda de jóvenes ladrones en 2009, y Diane Foley, de Estados Unidos, que perdió a su hijo, un periodista masacrado por Isis, en 2014. Sus recuerdos y relatos, acompañados por la emoción y los aplausos de la asamblea", subraya León XIV, "transmiten la certeza 'de que el dolor no debe generar violencia' y 'de que la violencia no es la última palabra, porque la supera el amor que sabe perdonar'". Todo dolor, añade, puede ser transformado por la gracia del Señor. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:



JUBILEO DE LA CONSOLACIÓN

VIGILIA DE ORACIÓN

PRESIDIDA POR EL SANTO PADRE LEÓN XIV

Basílica de San Pedro

Lunes, 15 de septiembre de 2025

«Consuelen, consuelen a mi pueblo» (Is 40,1). Esta es la invitación del profeta Isaías, que hoy nos alcanza de modo apremiante también a nosotros: nos llama a compartir la consolación de Dios con tantos hermanos y hermanas que viven situaciones de debilidad, de tristeza, de dolor. Para quienes están en el llanto, en la desesperación, en la enfermedad y en el luto, resuena claro y fuerte el anuncio profético de la voluntad del Señor de poner fin al sufrimiento y transformarlo en alegría. En este sentido, quisiera agradecer nuevamente a las dos personas que han dado sus testimonios. Todo el dolor se puede transformar con la gracia de Jesucristo. ¡Gracias! Esta Palabra compasiva, hecha carne en Cristo, es el buen samaritano del que nos habló el Evangelio. Él es quien cura nuestras heridas, Él es quien cuida de nosotros. En los momentos de oscuridad, aun contra toda evidencia, Dios no nos deja solos; al contrario, precisamente en esas circunstancias estamos llamados más que nunca a esperar en su cercanía de Salvador que nunca abandona.

Buscamos a quien nos consuele y a menudo no lo encontramos. A veces incluso nos resulta insoportable la voz de quienes, con sinceridad, intentan compartir nuestro dolor. Es verdad. Hay situaciones en las que las palabras no sirven y se vuelven casi superfluas. Quizás en esos momentos sólo quedan las lágrimas del llanto, si es que todavía no se han agotado. El  Papa Francisco recordaba las lágrimas de María Magdalena, desorientada y sola, junto al sepulcro vacío de Jesús. «Simplemente llora ―decía―. Miren, a veces en nuestra vida los anteojos para ver a Jesús son las lágrimas. Hay un momento en nuestra vida en que sólo las lágrimas nos preparan para ver a Jesús. Y ¿cuál es el mensaje de esta mujer? “He visto al Señor”» [1].

Queridas hermanas y hermanos, las lágrimas son un lenguaje que expresa sentimientos profundos del corazón herido. Las lágrimas son un grito mudo que implora compasión y consuelo. Pero aun antes son liberación y purificación de los ojos, del sentir, del pensar. No hay que avergonzarse de llorar; es una manera de expresar nuestra tristeza y la necesidad de un mundo nuevo; es un lenguaje que habla de nuestra humanidad débil y puesta a prueba, pero llamada a la alegría.

Donde hay dolor surge inevitablemente la pregunta: ¿Por qué todo este mal? ¿De dónde proviene? ¿Por qué me tenía que pasar justamente a mí? En sus Confesiones, san Agustín escribe: «Buscaba yo el origen del mal [...]. ¿Cuál es su raíz y cuál su semilla? [...] Puesto que Dios, bueno, hizo todas las cosas buenas [...]. ¿De dónde viene el mal? [...] Tales cosas revolvía yo en mi pecho [...]. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi corazón, en orden a la Iglesia Católica, la fe de tu Cristo, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando [...], mas con todo, no la abandonaba ya mi alma» (VII, 5).

En el paso de las preguntas a la fe lo que nos educa es la Sagrada Escritura. De hecho, hay preguntas que nos repliegan sobre nosotros mismos, nos dividen interiormente y nos separan de la realidad. Hay pensamientos de los que no puede nacer nada. Si nos aíslan y nos desesperan, también humillan la inteligencia. Mejor es, como en los Salmos, que la pregunta sea protesta, lamento, invocación de esa justicia y de esa paz que Dios nos ha prometido. Entonces tendemos un puente hacia el cielo, incluso cuando parece mudo. En la Iglesia buscamos el cielo abierto, que es Jesús, el puente de Dios hacia nosotros. Existe una consolación que nos alcanza cuando “se afinca en el corazón” esa fe que nos parece “informe y como fluctuando”, como una barca en la tormenta.

Donde está el mal, allí debemos buscar el alivio y la consolación que lo vencen y no le dan tregua. En la Iglesia quiere decir: nunca solos. Apoyar la cabeza en un hombro que te consuela, que llora contigo y te da fuerza, es una medicina de la que nadie puede privarse porque es signo de amor. Donde el dolor es profundo, aún más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión. Y esta esperanza no defrauda.

Los testimonios que hemos escuchado transmiten esta certeza. Que el dolor no debe generar violencia; que la violencia no es la última palabra, porque es vencida por el amor que sabe perdonar. ¿Qué mayor liberación podemos esperar alcanzar sino la que proviene del perdón, que por gracia puede abrir el corazón a pesar de haber sufrido toda clase de brutalidades? La violencia padecida no puede ser borrada, pero el perdón concedido a quienes la generaron es una anticipación en la tierra del Reino de Dios, es fruto de su acción que pone fin al mal y establece la justicia. La redención es misericordia y puede hacer mejor nuestro futuro, mientras aún aguardamos el regreso del Señor. Solo Él enjugará toda lágrima y abrirá el libro de la historia permitiéndonos leer las páginas que hoy no podemos justificar ni comprender (cf. Ap 5).

También a ustedes, hermanos y hermanas que han sufrido la injusticia y la violencia del abuso, María les repite hoy: “Yo soy tu madre”. Y el Señor, en lo secreto del corazón, les dice: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Nadie les puede quitar este don personal ofrecido a cada uno. Y la Iglesia, de la cual algunos miembros lamentablemente los han herido, hoy se arrodilla junto a ustedes ante la Madre. Que todos podamos aprender de ella a amparar a los más pequeños y frágiles con ternura. Que aprendamos a atender sus heridas, a caminar juntos. Que podamos recibir de María Dolorosa la fuerza de reconocer que la vida no se define sólo por el mal padecido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia.


Las palabras de san Pablo, además, nos sugieren que, cuando se recibe consolación de Dios, entonces se es capaz de ofrecer consolación también a los demás: Él ―escribe el Apóstol― «nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios» (2 Co 1,4). Los secretos de nuestro corazón no están ocultos a Dios. No hemos de impedirle consolarnos, engañándonos con que podemos contar sólo con nuestras fuerzas.

Hermanas y hermanos, al finalizar esta Vigilia se les ofrecerá un pequeño regalo: el Agnus Dei. Es un signo que podremos llevar a nuestras casas para recordar que el misterio de Jesús, de su muerte y resurrección, es la victoria del bien sobre el mal. Él es el Cordero que da el Espíritu Santo Consolador, que nunca nos deja, nos conforta en la necesidad y nos fortalece con su gracia (cf. Hch 15,31).

Aquellos a los que amamos y que nos han sido arrebatados por la hermana muerte no están perdidos ni desaparecen en la nada. Su vida pertenece al Señor que, como Buen Pastor, los abraza y los estrecha junto a sí, y nos los devolverá un día para que podamos gozar de una felicidad eterna y compartida.

Queridos amigos, así como existe el dolor personal, también en nuestros días existe el dolor colectivo de pueblos enteros que, aplastados por el peso de la violencia, del hambre y de la guerra, imploran paz. Es un grito inmenso, que nos compromete a rezar y actuar para que cese toda violencia y para que quienes sufren puedan recuperar serenidad; y compromete ante todo a Dios, cuyo corazón palpita de compasión, para que venga su Reino. La verdadera consolación que debemos ser capaces de transmitir es la de mostrar que la paz es posible, y que brota en cada uno de nosotros si no la sofocamos. Que los responsables de las naciones escuchen particularmente el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele.

En medio de tanta prepotencia, estamos seguros, Dios no dejará que falten corazones y manos que lleven ayuda y consolación, constructores de paz capaces de animar a quienes están en el dolor y la tristeza. Y juntos, como Jesús nos enseñó, invocaremos con mayor verdad: “¡Venga a nosotros tu Reino!”.

PAPA LEÓN XIV

Fotos: Vatican Media, 15-9-2025

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