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domingo, 14 de septiembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz contempla la Cruz como signo victorioso y glorioso de salvación / Por P. José María Prats

Algunos fragmentos de la Cruz de Cristo conservados en una "stauroteca" en la Capilla de las Reliquias de la Basílica de la  Santa Cruz en Jerusalén de Roma

Exaltación de la Santa Cruz

Números 21, 4b-9 / Salmo 77  /  Filipenses 2, 6-11  / San Juan 3, 13-17

P. José María Prats / Camino Católico.-  A diferencia del Viernes Santo, que contempla la Cruz sobre todo como ara del sacrificio de Cristo, la fiesta de hoy la contempla como signo victorioso y glorioso de salvación.

A continuación, os voy a contar la historia que dio origen a esta fiesta, pues es muy edificante.

En el año 326, santa Elena, madre del emperador Constantino, con 78 años de edad, decidió hacer una peregrinación penitencial a Palestina para visitar y honrar los Santos Lugares. La ciudad, en tiempos del emperador Adriano (117-138) había sido convertida en una colonia romana en la que se habían construido varios templos dedicados a dioses paganos que Constantino ya había ordenado destruir. En el Calvario, entre las ruinas del templo de Venus, santa Elena, con la ayuda de Macario, patriarca de Jerusalén, decidió emprender la búsqueda de la Cruz del Señor. Las excavaciones tuvieron fruto cuando, al remover un terreno cercano al Gólgota, se encontraron tres cruces y la tabla sobre la que se había escrito en hebreo, griego y latín “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”. Santa Elena dejó la mayor parte de las reliquias en Jerusalén, pero llevó consigo a Roma tres fragmentos de la Vera Cruz, el título de la condena, uno de los clavos y algunas espinas de la corona. Otro trozo de la Cruz se redujo a astillas que fueron distribuidas por varias iglesias del mundo y que reciben el nombre de reliquias de la Vera Cruz.

Para honrar el lugar de la muerte y sepultura del Señor y custodiar las reliquias de la Cruz, el emperador Constantino mandó construir la Basílica del Santo Sepulcro, que fue consagrada el 13 de septiembre del 335. Al día siguiente, se mostró públicamente la reliquia de la Cruz y esta costumbre se continuó cada año en este día dando origen a la fiesta que hoy celebramos.

En el año 614, el rey persa Cosroes II conquistó Jerusalén, se llevó la Vera Cruz y la puso bajo los pies de su trono, como símbolo de su desprecio por la religión cristiana. Catorce años después, el emperador bizantino Heraclio la recuperó y la retornó a Jerusalén justamente el 14 de septiembre. Dice la leyenda que quiso llevarla solemnemente hasta el Calvario atravesando la ciudad a imitación de Cristo pero que al cargar la reliquia quedó paralizado. Entonces el patriarca Zacarías que estaba a su lado, le explicó que el esplendor imperial iba en contra de la humildad y pobreza que caracterizó a Jesús. Heraclio se descalzó y se puso ropas sencillas y pudo llevar la Cruz hasta su destino. Desde entonces, la antigua fiesta del 14 de septiembre recibió el nombre de Exaltación de la santa Cruz con una clara connotación de triunfo y de victoria.

Nuestra parroquia San Juan de Horta (Barcelona) está muy vinculada con esta historia, pues custodia una pretendida reliquia de la Vera Cruz que hoy exponemos sobre el altar. Probablemente si se juntaran todas las pretendidas reliquias de la Cruz distribuidas por el mundo formarían varias cruces, pero la nuestra tiene bastante solvencia, pues era la reliquia más importante del Monasterio de San Jerónimo del Valle Hebrón, fundado por los reyes de Aragón en 1393 y que llegó a tener una gran influencia en la zona. En 1822 sus bienes fueron desamortizados y su principal tesoro pasó a ser custodiado por nuestra parroquia.

P. José María Prats


Cartel que se colocó en el patíbulo con la inscripción "Jesús de Nazareth, rey de los judíos". Varios estudiosos han centrado sus investigaciones considerando que la tablilla de madera conservada en la Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén de Roma es la auténtica realizada por Pilatos hace dos mil años

Evangelio:

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: 

«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».

San Juan 3, 13-17

domingo, 7 de septiembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Jesús ha venido a liberarnos de los ídolos que nos esclavizan, pero sabe que su gracia sólo va a ser eficaz si es secundada por la renuncia que supone el seguimiento de Cristo / Por P. José María Prats

* «Pero, ¿quién nos abrirá los ojos para que podamos ver nuestras cadenas? ¿Quién nos mostrará la belleza de los caminos de Dios y nos enseñará a transitar por ellos? ¿Quién inspirará en nosotros ese sí a Dios firme y decidido que es capaz de superar todos los obstáculos? El Espíritu Santo. Así nos lo ha dicho el Libro de la Sabiduría: ‘¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo Espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los habitantes de la tierra, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó’. Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor»

Domingo XXIII del tiempo ordinario - C

Sabiduría  9, 13-18  /  Salmo 89  /  Filemón 9b-10.12-17  / San Lucas 14, 25-33

P. José María Prats / Camino Católico.-  Por desgracia, en nuestra sociedad hay bastantes personas que por algún motivo han caído en la adicción al alcohol o a las drogas y han destrozado su vida. En ellas anida el deseo de recobrar la normalidad y el control de sí mismas, pero esto no resulta nada fácil, pues se encuentran sometidas a fuerzas muy poderosas que las retienen en su estado de postración: heridas del pasado, malos hábitos, desarraigo social, la adicción física y psicológica... Los expertos que trabajan con estas personas dicen que sólo es posible sacarlas de este estado si se han comprometido muy firmemente a poner en juego toda su voluntad y su esfuerzo para vencer la enorme resistencia interna y externa que van a encontrar. No basta un deseo vacilante, porque la lucha va a ser encarnizada.

Las lecturas de hoy nos hacen ver que nuestra situación espiritual se parece mucho a la de estas personas. La primera lectura nos decía: «¿Qué hombre conoce el designio de Dios? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita.» Nuestra capacidad de comprender y asumir el sentido de la realidad según el designio de Dios es muy limitada. También nosotros, como los adictos, estamos sometidos a fuerzas muy poderosas que nos recluyen en nosotros mismos y nos impiden vivir en la verdad. La indigencia inherente a la condición humana nos impulsa a acumular bienes materiales, a consolidar nuestro entorno familiar y a promovernos en la sociedad para asegurar nuestras necesidades materiales y afectivas. Y, en su justa medida, así debe ser. El problema es que todas estas cosas tienden a convertirse en ídolos que anteponemos a los designios de Dios, y nos vamos encerrando en un mundo puramente material dominado por el egoísmo y las pasiones. Pensemos, por ejemplo, en los políticos que se han dejado corromper por el afán de riquezas.

Jesús ha venido a liberarnos de los ídolos que nos esclavizan, y por ello nos advierte: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío ... el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.» Pero Él sabe bien que estamos bajo la acción de fuerzas muy poderosas y que su gracia sólo va a ser eficaz si es secundada por una voluntad muy firme que haya asumido el esfuerzo y la renuncia que supone el seguimiento de Cristo: «¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."»

Pero, ¿quién nos abrirá los ojos para que podamos ver nuestras cadenas? ¿Quién nos mostrará la belleza de los caminos de Dios y nos enseñará a transitar por ellos? ¿Quién inspirará en nosotros ese sí a Dios firme y decidido que es capaz de superar todos los obstáculos? El Espíritu Santo. Así nos lo ha dicho el Libro de la Sabiduría: «¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo Espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los habitantes de la tierra, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó».

Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor.


P. José María Prats


Evangelio:

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: 

«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

San Lucas 14, 25-33

domingo, 31 de agosto de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Sólo puede acoger a Dios en su vida, el que se ha despojado de sí mismo: el humilde / Por P. José María Prats

* «La persona soberbia, en cambio, está tan imbuida de sí misma, que no puede ser habitada ni por Dios ni por otras personas. La soberbia es, por ello, el pecado por excelencia, lo que más nos separa de Dios. A veces nos dejamos impresionar por los pecados más groseros como la ira, la avaricia o la lujuria y no nos damos cuenta de que la soberbia es mucho más destructiva y embrutecedora. Por la lujuria, el rey David llegó a cometer adulterio y homicidio, pero por la soberbia cayeron los ángeles del cielo»

Domingo XXII del tiempo ordinario - C

Eclesiástico 3, 17-18.20.28-29  /  Salmo 67  /  Hebreos 12, 18-19.22-24a  / San Lucas 14, 1.7-14

P. José María Prats / Camino Católico.-  Las lecturas de hoy nos hablan de la importancia de la humildad. Es fácil entender por qué esta virtud es tan importante en la vida espiritual, pues la humildad nos vacía de nosotros mismos para que podamos ser habitados por Dios. Acoger a Dios significa despojarnos de lo que somos y tenemos para que todo sea asumido por Él: despojarnos de nuestro modo de ver y valorar las cosas para asumir el suyo, que se nos revela en las Escrituras; despojarnos de nuestros proyectos y aspiraciones para asumir los suyos, que se nos revelan en la consideración atenta y orante de los hechos de nuestra vida cotidiana; despojarnos de apegos desordenados a personas y cosas para permanecer plenamente disponibles para hacer su voluntad. Sólo puede, pues, acoger a Dios en su vida, el que se ha despojado de sí mismo: el humilde. Como dice la Santísima Virgen en el Magnificat, lo que hizo posible que Dios se encarnarse en su seno fue «la humillación de su esclava».

La persona soberbia, en cambio, está tan imbuida de sí misma, que no puede ser habitada ni por Dios ni por otras personas. La soberbia es, por ello, el pecado por excelencia, lo que más nos separa de Dios. A veces nos dejamos impresionar por los pecados más groseros como la ira, la avaricia o la lujuria y no nos damos cuenta de que la soberbia es mucho más destructiva y embrutecedora. Por la lujuria, el rey David llegó a cometer adulterio y homicidio, pero por la soberbia cayeron los ángeles del cielo.

La soberbia es el arma más poderosa que el Enemigo de nuestras almas esgrime contra nosotros, y lo hace, además, con una sutileza y habilidad pasmosas. Veamos algún ejemplo.

En muchos casos, aprovechando la inseguridad existencial de las personas, el Maligno consigue suscitar en ellas la vanagloria, es decir, el deseo de afirmarse constantemente por la admiración y las alabanzas ajenas. Y para ello, las mueve a ajustar artificialmente su vida a los patrones vigentes de éxito social. Todas las energías de la persona se ponen entonces al servicio de la vanidad, de mantener absurdamente ante los demás una determinada imagen de sí, que se ha convertido en un verdadero ídolo.

Pero el Maligno sabe utilizar también con gran eficacia el arma de la soberbia con personas más virtuosas y espirituales, que llevan una vida moral intachable o están dedicadas al cuidado de los más necesitados. En este caso suscita en ellas una secreta complacencia y un sentimiento de superioridad que les mueve a menospreciar y criticar interiormente a los que no parecen ser tan virtuosos. Es el caso de aquel fariseo que oraba diciendo: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo» (Lc 18, 11-12). En este mismo sentido, San Juan Clímaco dice que quien se enorgullece interiormente de los dones recibidos de Dios «es semejante al que habiendo recibido armas del emperador para usar contra sus enemigos, las usó contra sí mismo ... Grande es la astucia de nuestros enemigos, los cuales hacen que las fuentes de las virtudes sean fuentes de vicios».

Hemos sido creados para compartir la gloria de Dios y el Maligno sabe aprovechar este profundo impulso que anida en nosotros para vendernos una tosca imitación de la gloria, una gloria vana y mundana. Jesús hoy nos advierte que para acceder a la verdadera gloria, primero debemos abajarnos e ir a ocupar el último puesto, «porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» Él mismo nos lo ha mostrado con su vida, pues «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,6-11).

P. José María Prats

Evangelio:

Un sábado, habiendo ido a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola:

 «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».


Dijo también al que le había invitado: 

«Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».

San Lucas 14, 1.7-14

domingo, 24 de agosto de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Amar de verdad a una persona es desear con todo el corazón que viva en la verdad y que un día podamos sentarnos con ella a la mesa del Reino de Dios / Por P. José María Prats

* «San Ignacio de Loyola, con su finísima penetración de la vida espiritual, dice que cuando una persona persevera en la comunión con Dios, el Maligno lucha sin tregua contra ella, pero que cuando ha conseguido que por el pecado pierda la gracia, entonces la deja tranquila y procura que se sienta cómoda y confiada para que permanezca en este estado. Nada más eficaz en este sentido que persuadirla de que sus actos o la situación en que vive no van a tener consecuencias en relación con su destino eterno porque la misericordia de Dios es infinita»

Domingo XXI del tiempo ordinario - C

Isaías 66, 18-21 / Salmo 116 / Hebreos 12, 5-7.11-13 / San Lucas 13, 22-30

P. José María Prats / Camino Católico.-  En el evangelio de hoy Jesús nos recuerda que para entrar en el Reino de Dios hemos de esforzarnos en hacerlo «por la puerta estrecha». Es una palabra que nos hace mucho bien y que deberíamos tener siempre muy presente, pues nos sitúa en la actitud correcta de vigilancia, esfuerzo y exigencia que se necesita para vencer en el combate espiritual.

Por desgracia, en nuestro tiempo ha ido arraigando la idea contraria, la de que la puerta de entrada a la eterna bienaventuranza es ancha, hasta el punto de llegarse a afirmar que el infierno no existe y que, por la misericordia de Dios, todos nos salvaremos independientemente de cómo hayamos vivido.

Nada favorece tanto los intereses del Maligno y su acción devastadora en las almas como esta falsificación de la misericordia de Dios. San Ignacio de Loyola, con su finísima penetración de la vida espiritual, dice que cuando una persona persevera en la comunión con Dios, el Maligno lucha sin tregua contra ella, pero que cuando ha conseguido que por el pecado pierda la gracia, entonces la deja tranquila y procura que se sienta cómoda y confiada para que permanezca en este estado. Nada más eficaz en este sentido que persuadirla de que sus actos o la situación en que vive no van a tener consecuencias en relación con su destino eterno porque la misericordia de Dios es infinita.

El texto bíblico que nos habla con más elocuencia y profundidad de la misericordia de Dios es la parábola del hijo pródigo, y es importante notar que cuando el hijo menor se separó del padre para iniciar una vida disoluta «en un país lejano», el padre no lo acompañó a ese lugar para bendecir y justificar su nueva forma de vida, sino que esperó angustiado en casa su retorno. Ahora bien, cuando vio en el horizonte a su hijo que retornaba arrepentido, no pudo contener la emoción «y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo».

Por desgracia, esta no ha sido la actitud de muchos padres cristianos. Muchos, al ver que sus hijos, imbuidos del espíritu del mundo, abandonaban la fe para vivir en clara contradicción con el evangelio, han optado por irse a vivir con ellos a un «país lejano» abandonando o adulterando su fe. Han preferido la comunión con sus hijos y con el mundo a la comunión con Dios, y han cambiado «la puerta estrecha y el camino angosto que conduce a la vida» por «la puerta ancha y el camino espacioso que conduce a la perdición». ¿Quién, entonces, orará por sus hijos? ¿Quién será el aguijón que les recuerde que estamos llamados a la santidad? ¿Quién velará esperando su retorno?

Y es que amar de verdad a una persona no consiste en alcanzar con ella un estado de paz, concordia y “buen rollo” a cualquier precio durante el breve tiempo que permanecemos en este mundo, sino en desear con todo el corazón que viva en la verdad y que un día, con un gozo inefable y transfigurado, podamos sentarnos con ella a la mesa del Reino de Dios. 

P. José María Prats


Evangelio:

En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: 

«Señor, ¿son pocos los que se salvan?». 

Él les dijo: 

«Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’; y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois.

¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».

San Lucas 13, 22-30

domingo, 17 de agosto de 2025

Homilía del evangelio del domingo: La causa de la división entre personas no es el Espíritu Santo, sino la libertad humana que lo acoge o lo rechaza / Por P. José María Prats


* «El libro de la Sabiduría describe muy bien la raíz secreta de esta persecución irracional de los hijos de la luz por parte de los hijos de las tinieblas que ha teñido y sigue tiñendo de sangre nuestra historia. Y es que quien, vencido por las pasiones, ha rechazado la luz, lleva en su corazón una íntima desesperación que se manifiesta en una ira visceral hacia quienes luchan por vivir en la verdad: ‘Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable, y se opone a nuestra forma de actuar, nos echa en cara que no hemos cumplido la ley, y nos reprocha las faltas contra la educación recibida; se precia de conocer a Dios, y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un reproche contra nuestros pensamientos, y sólo verlo nos molesta’»

Domingo XX del tiempo ordinario - C

Jeremías  38, 4-6.8-10  / Salmo 39 / Hebreos 12, 1-4 / San Lucas 12, 49-53

P. José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio de hoy Jesús nos deja muy clara cuál es su misión: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!». Él, pues, ha venido a derramar sobre nosotros el fuego del Espíritu Santo, que restaura nuestra comunión con Dios y con los hombres e implanta el Reino de Dios en el mundo. Pero este Espíritu por el que Dios viene a habitar en nosotros es el fruto del sacrificio de Jesús en la Cruz, que nos ha reconciliado con Dios y ha restablecido la justicia y el orden cósmicos. Es por ello que Jesús dice a continuación: «Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!».

Hasta aquí todo es fácil de entender. Las palabras que siguen, en cambio, resultan muy desconcertantes: «¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres...». Si el Espíritu Santo que Jesús ha venido a traer es poder para reconciliar el mundo, ¿cómo es que ahora nos dice que no ha venido a traer paz sino división?

La respuesta es que la causa de esta división no es el Espíritu Santo, sino la libertad humana que lo acoge o lo rechaza. En un mundo que permanece casi a oscuras, iluminado por una luz muy tenue, la diferencia entre los que andan buscando la luz y los que la rechazan es pequeña, pero si de repente se enciende una luz muy potente, entonces la diferencia entre unos y otros es abismal y lleva inevitablemente a la división y al enfrentamiento. San Juan lo describe en el contexto del juicio de Dios con estas palabras: «Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3,19-21).

Como narra el libro del Apocalipsis, la historia de la humanidad está marcada por este conflicto dramático entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, un conflicto que perdurará hasta el fin del mundo, cuando Jesucristo vendrá con gloria para implantar el Reino de Dios en plenitud, destruyendo definitivamente todo poder del mal.

El libro de la Sabiduría describe muy bien la raíz secreta de esta persecución irracional de los hijos de la luz por parte de los hijos de las tinieblas que ha teñido y sigue tiñendo de sangre nuestra historia. Y es que quien, vencido por las pasiones, ha rechazado la luz, lleva en su corazón una íntima desesperación que se manifiesta en una ira visceral hacia quienes luchan por vivir en la verdad: «Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable, y se opone a nuestra forma de actuar, nos echa en cara que no hemos cumplido la ley, y nos reprocha las faltas contra la educación recibida; se precia de conocer a Dios, y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un reproche contra nuestros pensamientos, y sólo verlo nos molesta» (Sab 2,12-14).

P. José María Prats

Evangelio:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división. Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra».

San Lucas 12, 49-53

viernes, 15 de agosto de 2025

Homilía del evangelio de la Asunción de la Virgen: «María es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada»/ Por P. José María Prats

* «La perfecta asociación de María a la Palabra salvadora conduce necesariamente a su perfecta salvación en cuerpo y alma tras la muerte. Las lecturas de las misas de esta fiesta insisten en este punto: En el Evangelio de la misa de la vigilia, Jesús declara dichosa a María porque ‘escucha la palabra de Dios y la cumple’. Y la primera lectura de ambas misas pone en relación a María con la figura del Arca de la Alianza, que custodiaba en su interior la palabra de Dios escrita en las tablas de la Ley»

La Asunción de la Virgen María

Misa de la vigilia: 1 Crónicas 15, 3-4.15-16 /  Sal 131 / 1 Corintios 15, 54b-57 / San Lucas 11, 27-28

Misa del día: Apocalipsis 11, 19a;12,1.3-6a.10ab / Salmo 44 / 1 Corintios 15, 20-27a  / San Lucas 1, 39-56


P. José María Prats / Camino Católico.- Hoy celebramos el misterio de la Asunción de la Virgen María al cielo, un misterio de fe ya presente en la tradición y el culto de la Iglesia antigua y que fue definido solemnemente como Dogma por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950. “Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra –decía el Papa– pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (MD 44).

En la Bula Munificentissimus Deus (MD), Pío XII recogía los principales argumentos con que a lo largo de la historia la teología ha justificado esta verdad de fe. He aquí tres argumentos que me parecen particularmente importantes:

1) El dogma de la Asunción de la Virgen está implicado en el de su Inmaculada Concepción

La Biblia presenta la corrupción del cuerpo después de la muerte como una consecuencia del pecado: En el tercer capítulo del Génesis, cuando Dios enuncia las consecuencias de la transgresión de Adán y Eva, dice al hombre: «Eres polvo y al polvo volverás» (Gn 3,19). Si toda la vida de la Virgen, desde el mismo instante de su concepción, fue ajena al pecado, también lo fue a sus consecuencias, en concreto, a la corrupción del cuerpo tras la muerte. 

2) Por la condición de María de Nueva Eva y Corredentora.

“Desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes. Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal.” (MD 39). Como dice la epístola de la misa de la vigilia: «cuando... este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria». (1Co 15,54).

3) Por la perfecta asociación de María a la Palabra de Dios.

La Escritura presenta a María íntimamente asociada a la Palabra de Dios: Vive con una docilidad absoluta a esta Palabra (Lc 1,38: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»); la acoge en su seno virginal; se pone, llena de amor, al servicio de su desarrollo humano; la guarda y la medita en su corazón... La perfecta asociación de María a la Palabra salvadora conduce necesariamente a su perfecta salvación en cuerpo y alma tras la muerte. Las lecturas de las misas de esta fiesta insisten en este punto: En el Evangelio de la misa de la vigilia, Jesús declara dichosa a María porque «escucha la palabra de Dios y la cumple». Y la primera lectura de ambas misas pone en relación a María con la figura del Arca de la Alianza, que custodiaba en su interior la palabra de Dios escrita en las tablas de la Ley.

Pero del contenido de este misterio emana una esperanza y un consuelo que llenan de alegría esta fiesta. Así lo expresa el prefacio de la misa: «Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.» La Asunción de la Virgen nos muestra que la glorificación de nuestro ser en cuerpo y alma no es una quimera o una especulación teológica, sino una realidad que ya está viviendo en plenitud una creatura humana, uno de nosotros: la Virgen María. «Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada»: es como una avanzadilla que ya ha llegado a la meta para la que fuimos creados, y desde allí intercede incesantemente por nosotros para que podamos también alcanzar esa misma gloria cuando nuestros cuerpos resuciten al final de los tiempos. 

P. José María Prats

 

Evangelio de la Misa del día:

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: 

«Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». 

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

San Lucas 1, 39-56

domingo, 27 de julio de 2025

Homilía del evangelio del domingo: El deseo primordial que debe animar nuestra oración es que venga a nosotros el Reino de Dios / Por P. José María Prats

* «Junto con el Padrenuestro, oremos también con frecuencia pidiendo el don del Espíritu Santo: ‘Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor. Envía, Señor, a tu Espíritu y renueva la faz de la tierra’»


Domingo XVII del tiempo ordinario - C

Génesis 18,20-32 / Salmo 137 / Colosenses 2, 12-14 / San Lucas 11, 1-13

P. José María Prats / Camino Católico.-  En el evangelio de hoy Jesús nos enseña a orar y para ello nos propone la oración del Padrenuestro. De ella aprendemos, sobre todo, que el deseo primordial que debe animar nuestra oración es que venga a nosotros el Reino de Dios, el reino del amor y de la paz que corresponde al designio divino para la creación. De hecho, las tres primeras peticiones del Padrenuestro son muy parecidas, pues cuando se hace su voluntad, Dios reina en el mundo y su nombre es reconocido como santo. En el resto de la oración se pide lo necesario para poder hacer realidad este Reino: el alimento material y espiritual que nos da la fuerza para vivir haciendo su voluntad, la reconciliación con Dios y con los hermanos que restablece la comunión y nos trae la paz, y el poder frente a la tentación y las fuerzas del mal que luchan tenazmente contra el Reino de Dios.

A menudo, cuando oramos nos sumergimos en nuestro pequeño mundo de deseos y necesidades personales. El Señor, en cambio, nos invita a salir de nosotros mismos y a ir más allá, a buscar primero el Reino de Dios y su justicia sabiendo que, entonces, todas las demás cosas se nos darán por añadidura. Así, si oramos pidiendo salud, no lo hagamos pensando principalmente en nuestro bienestar, sino en la posibilidad de servir mejor a los demás. Si oramos por la superación de situaciones difíciles que están viviendo otras personas, pidamos sobre todo que de ello resulte un progreso espiritual y una mayor comunión con Dios y con los hermanos. Que el Reino de Dios sea siempre la pasión que inspire nuestros deseos y nuestra oración: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».

Pero Jesús insiste también en la importancia de la perseverancia en la oración. No porque haya que estar recordando a Dios las necesidades que conoce mejor que nosotros, sino porque la oración perseverante alimenta el deseo y nos prepara para recibir con fruto el don de Dios. Unos buenos padres saben, por ejemplo, que no deben regalar a su hijo una bicicleta la primera vez que la pide. No porque quieran hacerse rogar, sino porque conviene “que se la gane”: su deseo debe actuar como estímulo para esforzarse y llegar a saber lo que cuestan las cosas. Cuando finalmente se le entregue la bicicleta, la recibirá como un tesoro que cuidará y aprovechará. Del mismo modo, la oración perseverante que pide el Reino de Dios hace crecer en nosotros el deseo de este Reino y nos estimula para ir haciéndolo realidad con el don de Dios y nuestro esfuerzo. 

El evangelio termina diciendo: «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» Aquí, de repente, parece que lo que hay que pedir es el Espíritu Santo. Y es que Reino de Dios y Espíritu Santo son indisociables, pues es por el Espíritu como Dios viene a habitar en nosotros y nos trae la reconciliación y el poder para vencer sobre las fuerzas del mal e implantar su Reino: justo lo que pedimos en el Padrenuestro.

Así pues, junto con el Padrenuestro, oremos también con frecuencia pidiendo el don del Espíritu Santo: «Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor. Envía, Señor, a tu Espíritu y renueva la faz de la tierra».


P. José María Prats


Evangelio

Un día que Jesús estaba en oración, en cierto lugar, cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le dijo: 

«Señor, enséñanos a orar, como Juan lo enseñó a sus discípulos». 

Les dijo: 

«Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación’».

También les dijo Jesús: 

«Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle’. Sin duda, aquel le contestará desde dentro: ‘¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada’. Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!».

San Lucas 11, 1-13