lunes, 9 de junio de 2025
Virgen del Rocío llena nuestras almas de paz y dulzura, y condúcenos siempre por senderos de fe y humildad / Por P. Carlos García Malo
domingo, 8 de junio de 2025
Homilía del evangelio del Domingo: Si el Espíritu de Dios no habita en nosotros tenemos vida natural, biológica, pero no vida espiritual, incorruptible y eterna / Por P. José María Prats
* «El Espíritu Santo es, pues, el que nos comunica la vida espiritual, el que nos hace participar de la vida eterna de Dios y de su amor. Si el Espíritu de Dios no habita en nosotros tenemos vida natural, biológica, pero no vida espiritual, incorruptible y eterna. Es muy importante tener esto en cuenta, porque hoy muchos quieren reducir la fe cristiana a “valores cristianos” prescindiendo del Espíritu»
Domingo de Pentecostés
Hechos 2, 1-11 / Salmo 103 / 1 Corintios 12, 3b-7.12-13 / San Juan 20, 19-23
P. José María Prats / Camino Católico.- La escena del evangelio de hoy en que Jesús sopla su Espíritu sobre sus discípulos evoca el relato de la creación, donde «Dios modeló al hombre del polvo del suelo y sopló en su nariz aliento de vida» (Gn 2,7). Este simbolismo nos indica que con la efusión del Espíritu Santo, la vida espiritual perdida por el pecado regresa de nuevo al hombre reconciliado con Dios por el sacrificio de Cristo.
En la primera lectura vemos cómo el Espíritu dinamiza la Iglesia naciente confiriéndole los dones y carismas que necesita para dar a conocer al mundo el evangelio. Los Hechos de los Apóstoles narran cómo las personas que han recibido al Espíritu Santo empiezan a formar comunidades donde se vive en el amor, compartiendo los bienes, orando y celebrando juntos la eucaristía.
El Espíritu Santo es, pues, el que nos comunica la vida espiritual, el que nos hace participar de la vida eterna de Dios y de su amor. Si el Espíritu de Dios no habita en nosotros tenemos vida natural, biológica, pero no vida espiritual, incorruptible y eterna.
Es muy importante tener esto en cuenta, porque hoy muchos quieren reducir la fe cristiana a “valores cristianos” prescindiendo del Espíritu, que se alimenta de la oración, la Palabra de Dios, la celebración de la eucaristía... Lo importante y auténtico –dicen ellos– es “vivir con valores”. Es un error tremendo que nos lleva a la ruina moral y espiritual, porque la vida santa, la vida justa y virtuosa, no es la que contempla embelesada unos valores ideales sino la que, con el poder del Espíritu Santo, los convierte cada día en realidad.
Para entender el fenómeno de Pentecostés es importante notar que los judíos celebraban en ese día la entrega de la Ley a Moisés, una ley externa, escrita en tablas de piedra, que el pueblo era incapaz de cumplir (en el mismo momento de recibirla estaban ya adorando un becerro de oro). Lo que ocurre en Jerusalén el día de Pentecostés, según hemos escuchado en la primera lectura, supone la plenitud de lo que ocurrió en el Sinaí: en medio de fuego y de un estruendo como de un viento impetuoso, desciende el Espíritu Santo para escribir en lo más íntimo del corazón –no en tablas de piedra– la Ley que Jesucristo ha llevado a su plenitud, comunicándonos el poder para cumplirla.
Recibimos al Espíritu Santo por la fe en Jesucristo y el bautismo. Y esta llama del Espíritu se mantiene y acrecienta por la oración, la acogida de la Palabra de Dios y los sacramentos. Si dejamos de alimentarla nos quedamos secos, sin vida espiritual, sin poder: «en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6,53). Regresamos entonces a la situación del Antiguo Testamento: deseamos vivir según unos ideales –los valores– pero no tenemos el poder para hacerlo. Y en estas, nos acaba ocurriendo lo que dice el refrán: “Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Después de décadas “educando en valores” y prescindiendo de la fe, la Palabra y los sacramentos, hemos entrado en la fase siguiente, la de cambiar los valores. Así, el crimen del aborto se convierte en “derecho de la mujer”, la eutanasia en “muerte digna”, el matrimonio en contrato temporal de convivencia y la antropología cristiana es substituida por la ideología de género.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, a tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
P. José María Prats
Evangelio
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
«La paz con vosotros».
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez:
«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío».
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
San Juan 20, 19-23
sábado, 7 de junio de 2025
Como la Virgen María, estamos llamados a abrir los corazones al Espíritu Santo, dejando que transforme nuestras vidas y nos impulse a ser testigos del amor de Dios / Por P. Carlos García Malo
viernes, 6 de junio de 2025
jueves, 5 de junio de 2025
miércoles, 4 de junio de 2025
martes, 3 de junio de 2025
lunes, 2 de junio de 2025
domingo, 1 de junio de 2025
Homilía del evangelio del domingo: Unidos íntimamente a Cristo por la palabra y los sacramentos que nos dejó, nosotros podemos acompañarle en su ascensión hasta la gloria / Por P. José María Prats
* «La Virgen María recorrió perfectamente este camino pronunciando aquellas benditas palabras: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» y, por eso, participa ya, en alma y cuerpo, de la gloria de su Hijo. Que Ella nos acompañe y nos guíe en este noble y arduo camino en el que, paradójicamente, para ascender tenemos primero que descende»
La Ascensión del Señor - C
Hechos 1,1-11 / Salmo 46 / Efesios 1, 17-23 / San Lucas 24, 46-53
P. José María Prats / Camino Católico.- Algunos pensadores han descrito al hombre como el ser siempre insatisfecho. A diferencia de los animales que quedan saciados al satisfacer sus necesidades básicas, nosotros nunca estamos satisfechos del todo: aspiramos siempre a una felicidad mayor, a un mejor conocimiento del mundo y de nosotros mismos, a una amistad más sincera, a un amor más fiel.
Y esto es debido a que hemos sido creados para compartir la gloria de Dios, y hasta que no alcancemos esta gloria, no estaremos satisfechos.
Pero, como nos muestra la Biblia, en su afán por alcanzar la gloria, el hombre ha de elegir entre dos caminos.
El primer camino viene descrito en el episodio de la Torre de Babel, cuyos constructores, llenos de soberbia, quisieron elevarse hasta el cielo con su propio esfuerzo prescindiendo de Dios. Es el camino de la lucha por conquistar nuestro bienestar material sin contar con Dios y con los demás. Cuando elegimos este camino nos pasa como a los constructores de Babel: acabamos divididos y peleados entre nosotros y no conseguimos ser felices.
El segundo camino, el que conduce a la verdadera gloria, es el que ha recorrido Jesucristo y que San Pablo expone maravillosamente en el himno de la carta a los filipenses:
«Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre».
Como vemos, el camino que conduce a la verdadera gloria no es el de la lucha por encumbrarnos sobre los demás sino, paradójicamente, el de «tomar la condición de esclavo», sometiéndonos a la voluntad del Padre y viviendo al servicio de los demás.
Para nosotros, herederos de la desobediencia de Adán, era imposible recorrer este camino. Sólo Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, podía hacerlo. Y hoy, día de la Ascensión, celebramos precisamente que Cristo ha llegado a la meta de este camino singularísimo y que, en Él, el ser humano ha alcanzado finalmente la gloria para la que fue creado.
Pero la gran noticia que nos llena de gozo en esta fiesta y por la que –como nos dice el evangelio de hoy– los discípulos de Jesús «estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios», es que, unidos íntimamente a Cristo por la palabra y los sacramentos que nos dejó, también nosotros podemos acompañarle en su ascensión hasta la gloria.
La Virgen María recorrió perfectamente este camino pronunciando aquellas benditas palabras: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» y, por eso, participa ya, en alma y cuerpo, de la gloria de su Hijo. Que Ella nos acompañe y nos guíe en este noble y arduo camino en el que, paradójicamente, para ascender tenemos primero que descender.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Así está escrito que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros seréis testigos de estas cosas. Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto».
Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.
San Lucas 24, 46-53
sábado, 31 de mayo de 2025
Fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima Isabel: «El Señor tu Dios está en medio de ti; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor» / Por P. Carlos García Malo
viernes, 30 de mayo de 2025
jueves, 29 de mayo de 2025
miércoles, 28 de mayo de 2025
martes, 27 de mayo de 2025
lunes, 26 de mayo de 2025
«Oren por los que no conocen el amor de mi Hijo», pide la Virgen María / Por P. Carlos García Malo
domingo, 25 de mayo de 2025
Homilía del evangelio del domingo: Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo puede venir a habitar en nosotros cuando guardamos su palabra: acoger a Dios significa acoger su voluntad, sus designios / Por P. José María Prats
* «Cuando consentimos el aborto, cuando afirmamos que las uniones de personas del mismo sexo son equivalentes al matrimonio entre un hombre y una mujer, cuando toleramos estructuras de explotación del ser humano o de discriminación por cualquier motivo, no guardamos la palabra de Dios, no acogemos y promovemos su plan para la creación, no le amamos. Y entonces Él no puede venir a habitar en nosotros. A menudo los mandamientos de Dios nos cuestan de entender. El Señor nos pide que le amemos incondicionalmente guardando sus mandamientos aunque no acabemos de comprenderlos, y nos promete que entonces Él vendrá a nosotros y hará morada en nosotros: el Padre enviará en nombre de Jesús al Espíritu Santo y Él ‘será quien nos lo enseñe todo’»
Domingo VI de Pascua - C
Hechos 15, 1-2.22-29 / Salmo 66 / Apocalipsis 21, 10-14.21-23 / San Juan 14, 23-29
P. José María Prats / Camino Católico.- En este Evangelio encontramos una frase muy conocida y muy importante de Jesús: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Es decir, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo puede venir a habitar en nosotros cuando guardamos su palabra.
Y es que acoger a Dios significa acoger su voluntad, sus designios, su plan para la creación, que es la forma concreta en que Él nos ama y se entrega a nosotros.
El Génesis narra cómo Dios fue creando todas las cosas mediante su Palabra y la fuerza de su Espíritu. Todo lo creó lleno de belleza y bondad, de orden y armonía, para que manifestase su amor por el ser humano y sirviese de marco para establecer con él una relación de entrega mutua.
El ser humano se abre a la relación con Dios cuando acoge gozosa y agradecidamente el don de la creación respetando y promoviendo el sentido que Dios ha dado a cada cosa. Dice el Génesis que Dios puso al hombre en el huerto del Edén «para que lo cultivara y lo guardara».
Esto tiene una gran importancia para entender el drama de nuestro tiempo. La cultura actual, al alejarse de Dios, ya no percibe la creación y la vida como un don precioso que estamos llamados a acoger, respetar y promover de acuerdo a su sentido profundo, sino como un fruto del azar del que podemos disponer según nos parezca. Lo hemos escuchado en el evangelio: «El que no me ama no guardará mis palabras».
Negando a Dios nos hemos erigido en señores y legisladores de la creación, disponiendo de las cosas a nuestro antojo. Dicho con lenguaje bíblico: hemos comido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y negando el sentido profundo que Dios ha dado a cada cosa, hemos convertido el cosmos en caos, el mundo armónico y ordenado en sinsentido y desesperación.
Cuando consentimos el aborto, cuando afirmamos que las uniones de personas del mismo sexo son equivalentes al matrimonio entre un hombre y una mujer, cuando toleramos estructuras de explotación del ser humano o de discriminación por cualquier motivo, no guardamos la palabra de Dios, no acogemos y promovemos su plan para la creación, no le amamos. Y entonces Él no puede venir a habitar en nosotros.
A menudo los mandamientos de Dios nos cuestan de entender; como en el caso de los enamorados que no comprenden por qué no pueden manifestarse su amor con relaciones íntimas antes de casarse. El Señor nos da en este mismo evangelio la respuesta en estos casos: nos pide que le amemos incondicionalmente guardando sus mandamientos aunque no acabemos de comprenderlos, y nos promete que entonces Él vendrá a nosotros y hará morada en nosotros: el Padre enviará en nombre de Jesús al Espíritu Santo y Él «será quien nos lo enseñe todo». Y es que, como dice San Pablo, nadie puede penetrar el misterio de los designios de Dios: tan solo el Espíritu de Dios.
P. José María Prats
Evangelio
Jesús le respondió:
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.
Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».
San Juan 14, 23-29