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domingo, 5 de octubre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Creer que en toda circunstancia, favorable o adversa, está actuando el amor y la fidelidad del Señor / Por P. José María Prats

 


* «El reconocimiento de la santidad y fidelidad de Dios y la fe inconmovible que nace de este reconocimiento, nos sitúan en una profunda comunión con Dios por la que accedemos a una existencia nueva y transfigurada, participando de su poder –capaz de mover montañas– y de su victoria sobre los avatares y afanes del mundo»

Domingo XXVII del tiempo ordinario - C

Habacuc 1, 2-3;2,2-4  / Salmo 94 / 2 Timoteo 1, 6-8.13-14 / San Lucas 17, 5-10 


P. José María Prats / Camino Católico.-  Las lecturas de hoy nos hablan de la fe como origen y fundamento de la vida espiritual.

La primera lectura nos remite a la experiencia vivida por el profeta Habacuc en la segunda mitad del siglo VII a. C., un momento histórico tremendamente convulso: El imperio asirio se tambaleaba y emergía el imperio babilónico, todavía más cruel, sembrándolo todo de violencia y destrucción. Al mismo tiempo, en Judea, con el rey Joaquín, se instalaba un período de injusticia e iniquidad. Desde este escenario de desolación, Habacuc increpa al Dios que parece haberse desentendido de la historia dejando que el justo sea oprimido por el violento: «¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: “violencia”, sin que me salves?». Y la respuesta no se hace esperar: «Escribe la visión, grábala en tablillas ... la visión espera su momento ... si tarda, espérala, pues vendrá ciertamente, sin retraso: el injusto perecerá, pero el justo vivirá por su fe».

Es una invitación a seguir creyendo en el amor y la fidelidad de Dios incluso cuando todo se llena de confusión y oscuridad: «Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil, y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador» (Ha 3,17-18). Al final, cuando perezca el opresor que ahora parece triunfar y el justo viva eternamente, se hará realidad la visión que sostiene la fe y aparecerá el sentido oculto de la historia y de la misericordia de Dios.

Este es el fundamento de la vida espiritual: creer que en toda circunstancia, favorable o adversa, está actuando el amor y la fidelidad del Señor. No nos corresponde a nosotros juzgar los caminos del Dios santo, exigiendo que su justicia se acomode a la nuestra, como quienes dicen haberle abandonado “porque consiente la injusticia y el sufrimiento en el mundo”. Y por mucho que hayamos batallado, no nos corresponde tampoco a nosotros decidir cuándo ha llegado la hora de que el Señor nos siente a su mesa para recompensarnos. A nosotros nos corresponde creer incondicionalmente en su amor y su fidelidad y responder con esa misma fidelidad inquebrantable, haciendo, como pobres siervos, «lo que tenemos que hacer» en cada momento.

La fe inconmovible de Habacuc nace del reconocimiento de la santidad de Dios: «su resplandor eclipsa el cielo, la tierra se llena de su alabanza; su brillo es como el día, su mano destella velando su poder ... Pisas el mar con tus caballos, revolviendo las aguas del océano. Lo escuché y temblaron mis entrañas, al oírlo se estremecieron mis labios; me entró un escalofrío por los huesos, vacilaban mis piernas al andar» (Ha 3,3-4.15-16). Hoy hemos perdido esta fe, porque hemos dejado de postrarnos ante el Santo de Israel y, en cambio, nos hemos erigido en sus jueces, exigiendo explicaciones y poniendo bajo sospecha sus designios santos y misteriosos.

Habacuc nos enseña cómo el reconocimiento de la santidad y fidelidad de Dios y la fe inconmovible que nace de este reconocimiento, nos sitúan en una profunda comunión con Dios por la que accedemos a una existencia nueva y transfigurada, participando de su poder –capaz de mover montañas– y de su victoria sobre los avatares y afanes del mundo: «El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas» (Ha 3,19).

P. José María Prats

Evangelio:  

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:

«Auméntanos la fe».

El Señor dijo: 

«Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido.

¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».

San Lucas 17, 5-10

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