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miércoles, 1 de octubre de 2025

Papa León XIV en la Audiencia General, 1-10-2025: «El Señor nos enseña sus heridas y dice: Paz a vosotros; no tengáis miedo de mostrar vuestras heridas sanadas por la misericordia»

 


* «Esta paz que nos da el Resucitado es signo de un amor reconciliado con todo lo que ha sufrido, que ha sabido perdonar toda infidelidad y toda traición. Nosotros, en cambio, solemos esconder nuestras heridas, nos cuesta perdonar y vivir en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Por eso, contemplemos a Cristo resucitado, pidámosle que nos ayude a redescubrir la alegría y la belleza de vivir para poder dar vida a los demás, y que nos enseñe a ser en el mundo, azotado por la muerte y la destrucción, instrumentos de misericordia y reconciliación» 


Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa León XIV ha hecho en nuestro idioma

* «Me entristecen las noticias que llegan desde Madagascar sobre los violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y jóvenes manifestantes, que han provocado la muerte de algunos de ellos y un centenar de heridos. Oremos al Señor para que se evite siempre cualquier forma de violencia y se favorezca la búsqueda constante de la armonía social mediante la promoción de la justicia y del bien común»

1 de octubre de 2025.- (Camino Católico).- “El Señor también nos enseña sus heridas y dice: Paz a vosotros. No tengáis miedo de mostrar vuestras heridas sanadas por la misericordia. No temáis aproximaros a quien está encerrado en el miedo o en el sentimiento de culpa. Que el soplo del Espíritu nos haga también a nosotros testigos de esta paz y de este amor más fuertes que toda derrota”, ha subrayado el Papa León XIV en la catequesis de la audiencia general del primer miércoles de octubre.

En una plaza de San Pedro repleta de fieles procedentes de todo el mundo, el Obispo de Roma remarca que ésta “es la fuerza que ha hecho nacer y crecer la comunidad cristiana: hombres y mujeres que han descubierto la belleza de volver a la vida para poder donarla a los demás”.


El Pontífice centra su meditación en el tema jubilar “Jesucristo, nuestra esperanza”. En particular, se detiene en la Pascua de Jesús, tal y como se describe en el Evangelio de Juan, y en la visita del Resucitado a los discípulos, “sus amigos”, encerrados en el cenáculo y “paralizados por el miedo”. Cristo, en cambio, les lleva “un don que ninguno hubiera osado esperar: la paz”.

Al final de la audiencia, el Papa León XIV expresa su "tristeza" ante las noticias de Madagascar, un país del este de África sacudido durante días por la violencia tras las manifestaciones lideradas por grupos juveniles por los cortes de agua y electricidad. En su llamamiento el Pontífice habla de "enfrentamientos violentos" entre la policía y los manifestantes, "que se saldaron con la muerte de algunos y un centenar de heridos". Según las últimas cifras publicadas por la ONU, 22 personas han muerto y más de un centenar han resultado heridas. “Oremos al Señor para que se evite siempre toda forma de violencia y se fomente la búsqueda constante de la armonía social mediante la promoción de la justicia y del bien común”.  En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

LEÓN XIV

AUDIENCIA GENERAL

Plaza San Pedro

Miércoles, 1 de octubre de 2025

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 9. La resurrección. «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,21)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El centro de nuestra fe y el corazón de nuestra esperanza se encuentran profundamente enraizados en la resurrección de Cristo. Leyendo con atención los Evangelios, nos damos cuenta de que este misterio es sorprendente no solo porque un hombre -el Hijo de Dios- resucitó de entre los muertos, sino también por el modo en que eligió hacerlo. De hecho, la resurrección de Jesús no es un triunfo estruendoso, no es una venganza o una revancha contra sus enemigos. Es el testimonio maravilloso de cómo el amor es capaz de levantarse después de una gran derrota para proseguir su imparable camino.

Cuando nos recuperamos de un trauma causado por los demás, a menudo la primera reacción es la rabia, el deseo de hacer pagar a alguien lo que hemos sufrido. El Resucitado no actúa de este modo. Cuando emerge de los abismos de la muerte, Jesús no se toma ninguna venganza. No regresa con gestos de potencia, sino que manifiesta con mansedumbre la alegría de un amor más grande que cualquier herida y más fuerte que cualquier traición.

El Resucitado no siente la necesidad de reiterar o afirmar su propia superioridad. Él se aparece a sus amigos -los discípulos-, y lo hace con extrema discreción, sin forzar los tiempos de su capacidad de acoger. Su único deseo es volver a estar en comunión con ellos, ayudándolos a superar el sentimiento de culpa. Lo vemos muy bien en el cenáculo, donde el Señor se aparece a sus amigos aprisionados por el miedo. Es un momento que expresa una fuerza extraordinaria: Jesús, después de haber descendido a los abismos de la muerte para liberar a quienes allí estaban prisioneros, entra en la habitación cerrada de quienes están paralizados por el miedo, llevándoles un don que ninguno hubiera osado esperar: la paz.

Su saludo es simple, casi habitual: «¡Paz a vosotros!» (Jn 20, 19). Pero va acompañado de un gesto tan bello que resulta casi inapropiado: Jesús muestra a los discípulos las manos y el costado con los signos de la pasión. ¿Por qué exhibir sus heridas precisamente ante quienes, en aquellas horas dramáticas, lo renegaron y lo abandonaron? ¿Por qué no esconder aquellos signos de dolor y evitar que se reabra la herida de la vergüenza?

Y, sin embargo, el Evangelio dice que, al ver al Señor, los discípulos se llenaron de alegría (cf. Jn 20, 20). El motivo es profundo: Jesús está ya plenamente reconciliado con todo lo que ha sufrido. No guarda ningún rencor. Las heridas no sirven para reprender, sino para confirmar un amor más fuerte que cualquier infidelidad. Son la prueba de que, precisamente en el momento en que hemos fallado, Dios no se ha echado atrás. No ha renunciado a nosotros.

Así, el Señor se muestra nudo y desarmado. No exige, no chantajea. Su amor no humilla; es la paz de quien ha sufrido por amor y ahora finalmente puede afirmar que ha valido la pena.

Nosotros, en cambio, a menudo ocultamos nuestras heridas por orgullo o por el temor de parecer débiles. Decimos “no importa”, “ya ha pasado todo”, pero no estamos realmente en paz con las traiciones que nos han herido. A veces preferimos esconder nuestro esfuerzo por perdonar para no parecer vulnerables y no correr el riesgo de sufrir de nuevo. Jesús no. Él ofrece sus llagas como garantía de perdón. Y muestra que la resurrección no es la cancelación del pasado, sino su transfiguración en una esperanza de misericordia.

Luego, el Señor repite: «¡Paz a vosotros!». Y añade: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21). Con estas palabras, confía a los apóstoles una tarea que no es tanto un poder como una responsabilidad: ser instrumentos de reconciliación en el mundo. Es como si dijese: «¿Quién podrá anunciar el Rostro misericordioso del Padre sino vosotros, que habéis experimentado el fracaso y el perdón?».

Jesús sopla sobre ellos y les dona el Espíritu Santo (v. 22). Es el mismo Espíritu que lo ha sostenido en la obediencia al Padre y en el amor hasta la cruz. Desde ese momento, los apóstoles ya no podrán callar lo que han visto y oído: que Dios perdona, levanta, restaura la confianza.

El centro de la misión de la Iglesia no consiste en administrar un poder sobre los demás, sino en comunicar la alegría de quien ha sido amado precisamente cuando no se lo merecía. Es la fuerza que ha hecho nacer y crecer la comunidad cristiana: hombres y mujeres que han descubierto la belleza de volver a la vida para poder donarla a los demás.

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros somos enviados. El Señor también nos enseña sus heridas y dice: Paz a vosotros. No tengáis miedo de mostrar vuestras heridas sanadas por la misericordia. No temáis aproximaros a quien está encerrado en el miedo o en el sentimiento de culpa. Que el soplo del Espíritu nos haga también a nosotros testigos de esta paz y de este amor más fuertes que toda derrota.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos en esta catequesis sobre la resurrección de Jesús, misterio que da sentido a nuestra fe y a nuestra esperanza. Este acontecimiento es también testimonio de cómo el amor es capaz de resurgir, tras haber sido herido y humillado. Jesús, en efecto, no se deja llevar por sentimientos de rabia o deseos de venganza, sino que ofrece a todos la alegría de la paz que brota de su Corazón.

Esta paz que nos da el Resucitado es signo de un amor reconciliado con todo lo que ha sufrido, que ha sabido perdonar toda infidelidad y toda traición. Nosotros, en cambio, solemos esconder nuestras heridas, nos cuesta perdonar y vivir en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Por eso, contemplemos a Cristo resucitado, pidámosle que nos ayude a redescubrir la alegría y la belleza de vivir para poder dar vida a los demás, y que nos enseñe a ser en el mundo, azotado por la muerte y la destrucción, instrumentos de misericordia y reconciliación.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga testigos de la paz de Cristo, sin miedo a mostrar las heridas sufridas en el camino y sanadas por su misericordia, que son signo de un amor que es más fuerte que la muerte. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Además, en otras lenguas el Pontífice ha dicho:                 

Me entristecen las noticias que llegan desde Madagascar sobre los violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y jóvenes manifestantes, que han provocado la muerte de algunos de ellos y un centenar de heridos. Oremos al Señor para que se evite siempre cualquier forma de violencia y se favorezca la búsqueda constante de la armonía social mediante la promoción de la justicia y del bien común.

Finalmente, pienso en los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Hoy recordamos a Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia y patrona de las misiones. Que su ejemplo anime a todos a seguir a Jesús en el camino de la vida, dando testimonio gozoso del Evangelio en todas partes.

¡Mi bendición a todos!

Papa León XIV



Fotos: Vatican Media, 1-10-2025

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