* «Mi madre me dijo por teléfono: ‘Hijo mío, antes de hacer una tontería, entra en una iglesia a descansar’. Lo hice, y sentí allí algo muy fuerte, muy dulce, muy bueno, todo ello en un contexto que no me permitía tener un sentimiento de bienestar. Eso no era normal, y por eso sentí que había Algo que estaba por encima de mí, fuera de mí, y lo dejé entrar. Desde su conversión, ella «iba todos los días a rezar el rosario a Santa Rita, patrona de las causas desesperadas, para que hiciese algo por mí. Fue así como la conversión de mamá produjo mi propia conversión. El encuentro con un sacerdote nos permitió revivir y recibir los sacramentos que habíamos abandonado durante veinte, treinta, cuarenta años, y nos condujo por el camino de la Fe. Me salvó la vida…»
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