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miércoles, 15 de julio de 2020

Mikel Ormazabal de pequeño quería ser misionero y es sacerdote: «Mi padre repetía: ‘Haz que nuestro alimento sea hacer Señor tu voluntad’. Siempre he intentado buscarla»

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La fe me la habían transmitido muy bien en casa y la realidad es que siempre he creído y he practicado mi fe. Nunca he dejado de lado a Dios. Pero, verás, el caso es que el internado era anglicano así que no tenía la posibilidad de ir a misa cada día y muchos domingos tampoco. Para mí era un inconveniente, una dificultad… pero se me ocurrió que cada noche rezaría un rato con una Biblia que me había llevado en la maleta. Ya que no podía alimentarme de la Eucaristía, al menos podría alimentarme de la palabra de Dios. Y así, cada noche, de rodillas, rezaba a los pies de mi cama y el Señor me regaló momentos preciosos.  Sentía en mi propia carne la sed de la Eucaristía y de los sacramentos, y me di cuenta de que no solo yo tenía sed. Vi que toda Inglaterra, toda Europa, padecía una sed espiritual grandísima. Entonces pensé que, aquello que yo deseaba de pequeño de ser misionero para ir a trabajar por los sedientos, no era una tontería de niño, no era un sentimiento que había salido de mí, sino que era el Señor que me hablaba…y me sentí llamado a saciar esa sed espiritual que asedia al mundo. Tenemos tantas personas conocidas, también aquí en San Sebastián, que se están muriendo de tristeza, de depresión, de angustia… que hay que poner a Dios ahí, porque Dios sana, Dios cura las heridas»

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