* «Mi padre decidió venir a estar conmigo en Malasia durante un tiempo, para acompañarse durante los primeros meses de terapia. Así, el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, le pedí que me acompañara al convento de Seremban para la misa especial. Me quedé muy impresionado al ver que en la misa había unas 200 personas, en un país islámico, en una ciudad que ciertamente no es de las más grandes de Malasia, en un día normal de trabajo. Un sacerdote vino expresamente desde Kupang, en el Timor indonesio, para celebrar la misa. No me gustaría parecer espiritual, os aseguro que no va con mi carácter serlo, pero ese sacramento, de una manera misteriosa, marcó en mí el encuentro que ha cambiado mi relación con el cáncer, transformándolo en una “amistad”; una amistad “atribulada”, hecha también de confrontaciones, pero una amistad con la cual, como con todas, una parte de mí tiene que lidiar, inevitablemente, todos los días. Desde luego, no es otro asunto que tengo que resolver. El primer cambio fue darme cuenta de los milagros que mi enfermedad estaba generando y, sobre todo, el verdadero ejército de personas que rezaba, incluso no creyentes o creyentes de otros credos»
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