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domingo, 1 de septiembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Acoger íntegra e incondicionalmente la Palabra de Dios que nos creó y que está inscrita en nuestras entrañas / Por P. José María Prats

 


* «Hoy, como sociedad, nos hemos alejado de Dios, hemos abandonando su culto y sus mandamientos en ámbitos esenciales como el de la sexualidad, el respeto a la vida o el ejercicio honesto de la gestión pública y la actividad profesional, y de nuestros corazones así corrompidos salen las maldades que nos hacen impuros: «fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad». Pero también, como los escribas y fariseos, seguimos intentando encubrir esta impureza esencial con una apariencia de santidad. La exaltación de algunos valores como la tolerancia o la solidaridad a los que se pretende reducir la bondad y el amor es uno de esos mecanismos de defensa con los que aspiramos a “redimir” nuestra conciencia y nuestra imagen social»

Domingo XXII del tiempo ordinario – B:

Deuteronomio 4, 1-2.6-8 / Salmo 14 / Santiago 1, 17-18.21b-22.27 / Marcos 7, 1-8.14-15.21-23

P. José María Prats / Camino Católico.-   Las lecturas de hoy nos ofrecen una reflexión sobre la palabra de Dios como fuente de vida cuando es acogida y obedecida fielmente y sobre los artificios con que a menudo la rechazamos.

Dios creó el mundo con su Palabra, la cual fue inscrita en la entraña de cada cosa y constituye su verdad y su sentido: cuando obramos en sintonía con ella, obramos según la verdad y el sentido de las cosas y estamos promoviendo la paz y la armonía de la creación. Por ello, en la lectura del Deuteronomio, Dios dice a su pueblo que esta palabra es «su sabiduría y su inteligencia», y la que le permitirá «entrar y tomar posesión de la tierra» que le va a dar y vivir feliz en ella.

Siendo, pues, el fundamento del bienestar y de la paz, la palabra de Dios debe ser obedecida fielmente y conservada en su integridad: «no añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada».

Cuando, seducidos por el Maligno, rechazamos esta palabra, dejamos de vivir en la verdad, sembrando a nuestro alrededor injusticia y discordia. Esto es lo que les ha ocurrido a los escribas y fariseos que aparecen en el evangelio de hoy: «han dejado a un lado el mandamiento de Dios», y de su corazón corrompido «salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» que los hacen impuros.

Pero es interesante notar que «el mandamiento de Dios» que han abandonado, lo han substituido por una doctrina que son «preceptos humanos». Cuando una persona o una sociedad rechaza la palabra de Dios, contradice su propia esencia, y en su interior surge un conflicto, consciente o inconsciente, que intenta superar o encubrir con mecanismos de defensa. Los escribas y fariseos, por ejemplo, enmascaraban su impureza interior con una pureza meramente externa consistente en lavar meticulosamente sus manos, «vasos, jarras y ollas», y encubrían su desobediencia a la palabra de Dios con el cumplimiento escrupuloso de preceptos de menor importancia: «¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios!» (Lc 11,42).

Hoy, como sociedad, nos hemos alejado de Dios, hemos abandonando su culto y sus mandamientos en ámbitos esenciales como el de la sexualidad, el respeto a la vida o el ejercicio honesto de la gestión pública y la actividad profesional, y de nuestros corazones así corrompidos salen las maldades que nos hacen impuros: «fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad». Pero también, como los escribas y fariseos, seguimos intentando encubrir esta impureza esencial con una apariencia de santidad. La exaltación de algunos valores como la tolerancia o la solidaridad a los que se pretende reducir la bondad y el amor es uno de esos mecanismos de defensa con los que aspiramos a “redimir” nuestra conciencia y nuestra imagen social.

El Señor nos invita hoy a acoger íntegra e incondicionalmente la Palabra que nos creó y que está inscrita en nuestras entrañas. Sólo ella puede devolvernos la paz, el bienestar y la pureza verdadera.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén, y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas. Es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan:

«¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?».

Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres».

Llamó otra vez a la gente y les dijo:

«Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».

Marcos 7, 1-8.14-15.21-23

domingo, 25 de agosto de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Recibir el «lenguaje duro» de Jesús como palabras que «son Espíritu y vida» y buscar la comunión con Dios / Por P. José María Prats

“Si Jesús es el Hijo de Dios encarnado que el Padre ha enviado para comunicar su vida al mundo, debe ser alabado y adorado, su Palabra debe ser conocida y meditada, y su voluntad discernida en cada momento para que, sometiéndonos a ella, recibamos su vida. En el fondo, el dar o no dar este salto desde el Jesús-profeta al Jesús-Hijo de Dios, depende de nuestra forma de entender la vida. Si de ella no esperamos otra cosa que gozar de un cierto bienestar en el breve tiempo de nuestra existencia terrena, nos basta con un Dios al que invocar en los momentos de dificultad. Si creemos que hemos sido creados por amor y destinados a participar eternamente de la plenitud de vida de Dios, buscaremos ya en este mundo la comunión con Él por medio de Jesucristo, su enviado”

Domingo XXI del tiempo ordinario – B:

Josué 24,1-2a.15-17.18b  /  Salmo 33 / Efesios 5,21-32 / Juan 6, 60-69

P. José María Prats / Camino Católico.El evangelio de hoy nos presenta lo que los expertos han llamado la crisis de Galilea. Desde el inicio de su ministerio mucha gente se había sentido atraída por Jesús a quien consideraban como un gran profeta de Nazaret, hijo de José. Sus signos sanando a enfermos, resucitando a muertos o multiplicando el pan, se parecían a los realizados por Elías o Eliseo. Pero en el discurso sobre el pan de vida que hemos leído en estos últimos domingos, Jesús va mucho más allá, afirmando su origen divino: Él es el Hijo de Dios, el «pan vivo que ha bajado del cielo para dar la vida al mundo».

Vimos cómo muchos se resistieron a dar este salto en su relación con Jesús: «¿No es éste Jesús –murmuraban– el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» Estaban encantados con un Jesús-profeta que acudiera solícito a satisfacer sus deseos y necesidades, sanando a los enfermos o dando de comer a la multitud. Pero reconocer a Jesús como el Hijo de Dios encarnado suponía tener que abandonar sus propios caminos para someterse a una voluntad soberana, y eso ya no resultaba tan atractivo: las afirmaciones de Jesús sobre sí mismo –dice el evangelio de hoy– constituían un lenguaje «duro» e inaceptable para muchos, que lo acabaron abandonando.

Esta crisis de Galilea, de hecho, ha estado siempre presente a lo largo de la historia del cristianismo. Muchos se han sentido atraídos por la belleza del mensaje de Jesús y por sus signos, pero se han quedado ahí, en el Jesús-profeta que propone unos valores maravillosos y al que se acude en momentos de necesidad o enfermedad.

Sólo algunos han recibido ese «lenguaje duro» de Jesús como palabras que «son Espíritu y vida», y que les mueven a consagrar a Él su vida. Si Jesús es el Hijo de Dios encarnado que el Padre ha enviado para comunicar su vida al mundo, debe ser alabado y adorado, su Palabra debe ser conocida y meditada, y su voluntad discernida en cada momento para que, sometiéndonos a ella, recibamos su vida.

En el fondo, el dar o no dar este salto desde el Jesús-profeta al Jesús-Hijo de Dios, depende de nuestra forma de entender la vida. Si de ella no esperamos otra cosa que gozar de un cierto bienestar en el breve tiempo de nuestra existencia terrena, nos basta con un Dios al que invocar en los momentos de dificultad. Si creemos que hemos sido creados por amor y destinados a participar eternamente de la plenitud de vida de Dios, buscaremos ya en este mundo la comunión con Él por medio de Jesucristo, su enviado. San Pedro lo ha entendido perfectamente cuando responde a Jesús: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».

La clave, pues, está en la vida eterna. Así se lo advierte Jesús a los que todavía no lo han entendido: «Vosotros me buscáis porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna».

P. José María Prats

Evangelio:

En aquel tiempo, muchos de los que hasta entonces habían seguido a Jesús dijeron:

«Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?».

Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo:

«¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen».

Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía:

«Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre».

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él.

Jesús dijo entonces a los Doce:

«¿También vosotros queréis marcharos?».

Le respondió Simón Pedro:

«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios».

Juan 6, 60-69




domingo, 8 de agosto de 2021

Homilía del Evangelio del Domingo: El Pan eucarístico, hoguera de amor encendida en nosotros que nos arrastra hasta la gloria eterna / Por P. José María Prats


“Jesús comunica su vida a los que lo acogen para habitar en ellos y arrastrarlos así en su ascenso hasta la gloria eterna: Jesús es como un boomerang que el Padre ha lanzado al mundo para recuperarlo de nuevo junto con todos aquellos que se han asido fuertemente a él. Y Jesús nos une a sí para arrastrarnos a la gloria comunicándonos su vida a través de su Palabra y del Pan eucarístico recibidos en la fe y la obediencia”

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domingo, 18 de julio de 2021

Homilía del Evangelio del Domingo: El único verdadero y buen pastor es Jesucristo / Por P. José María Prats


“Si no estamos unidos a Cristo por la oración, por la meditación y el cumplimiento de su palabra, por su imitación… no podemos ser verdaderos y buenos pastores, por muchos estudios y cualidades humanas que tengamos… La humildad, la mansedumbre, la comprensión, la paciencia, la compasión… deben caracterizar la actitud del pastor, a imagen de Jesucristo, manso y humilde de corazón… El pastor, que hace presente a Jesucristo, debe ser, por tanto, el hombre que promueve la comunión en la comunidad”

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domingo, 19 de agosto de 2018

Homilía del Domingo: Jesús, «el pan vivo», es la fuente de vida de la gracia, la vida plena y eterna / Por P. José María Prats


“Las palabras de Jesús del evangelio de hoy ponen de manifiesto lo absurdo que es declarase católico y no practicante. El objeto de la vida cristiana es participar de la vida de Cristo ya en este mundo para participar también de su resurrección y de su gloria. Y esta vida se nos comunica a través de la eucaristía: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día»”

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