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domingo, 6 de abril de 2025

Papa Francisco en homilía leída por Mons. Rino Fisichella, 6-4-2025: «La enfermedad es una escuela de amor; Dios no nos deja solos y si nos abandonamos en Él podemos experimentar el consuelo de su presencia»

* «Queridos médicos, enfermeros y miembros del personal sanitario, mientras atienden a sus pacientes, especialmente a los más frágiles, el Señor les ofrece la oportunidad de renovar continuamente su vida, nutriéndola de gratitud, de misericordia y de esperanza. Los llama a iluminarla con la humilde conciencia de que no hay que suponer nada y que todo es don de Dios; a alimentarla con esa humanidad que se experimenta cuando dejamos caer las máscaras y queda sólo lo que verdaderamente importa, los pequeños y grandes gestos de amor. Permitan que la presencia de los enfermos entre como un don en su existencia, para curar sus corazones, purificándolos de todo lo que no es caridad y calentándolos con el fuego ardiente y dulce de la compasión»     

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa Francisco, leída por Mons. Rino Fisichella en la Misa del Jubileo de los Enfermos y la Sanidad

* «Queridos amigos, no releguemos al que es frágil, alejándolo de nuestra vida, como lamentablemente vemos que a veces suele hacer hoy un cierto tipo de mentalidad, no apartemos el dolor de nuestros ambientes. Hagamos más bien de ello una ocasión para crecer juntos, para cultivar la esperanza gracias al amor que Dios ha derramado, Él primero, en nuestros corazones y que, más allá de todo, es lo que permanece para siempre» 

6 de abril 2025.- (Camino Católico) El Papa convaleciente en la Casa Santa Marta comparte mucho con los veinte mil peregrinos, muchos de ellos enfermos, reunidos en la Plaza de San Pedro para la Misa jubilar por los enfermos y el mundo de la sanidad. Y lo confiesa en su homilía, leída para él por su delegado, el arzobispo Rino Fisichella, pro-prefecto de la Sección para las Cuestiones Fundamentales de la Evangelización en el Mundo del Dicasterio para la Evangelización. Fisichella, antes de la lectura, subraya cómo a pocos metros de nosotros, el Papa Francisco «está particularmente cerca de nosotros, y participa, como tantos enfermos, en esta Eucaristía a través de la televisión». El Pontífice, en el texto, comparte «la experiencia de la enfermedad, de sentirnos débiles, de depender de los demás para muchas cosas, de tener necesidad de apoyo».

El Santo Padre dice en su homilía que “la enfermedad no es siempre fácil, pero es una escuela en la que aprendemos cada día a amar y a dejarnos amar, sin pretender y sin rechazar, sin lamentar y sin desesperar, agradecidos a Dios y a los hermanos por el bien que recibimos, abandonados y confiados en lo que todavía está por venir…  Incluso en estos momentos, Dios no nos deja solos y, si nos abandonamos en Él, precisamente allí donde nuestras fuerzas decaen, podemos experimentar el consuelo de su presencia”.

La sorpresa al final de la misa jubilar por los enfermos y el mundo sanitario es la llegada del Papa Francisco a la plaza de San Pedro. En silla de ruedas, acompañado por su enfermero personal, que lo lleva hasta el altar, donde, tras la bendición final del celebrante, el arzobispo Fisichella, pronuncia un breve saludo: "¡Feliz domingo a todos, muchas gracias!".  En medio de la emoción de todos los presentes en la Plaza, los lectores transmitieron a continuación su mensaje de acción de gracias. Francisco saluda "con afecto a todos los que han participado en esta celebración y agradece de corazón las oraciones elevadas a Dios por su salud, deseando que la peregrinación jubilar sea rica en frutos". A continuación imparte la Bendición Apostólica, que extiende "a los seres queridos, a los enfermos y a los que sufren, así como a todos los fieles reunidos hoy aquí". Antes de dirigirse hacia el altar en la explanada de la plaza de San Pedro, informa la Oficina de Prensa vaticana, el Pontífice recibió el Sacramento de la Reconciliación en la Basílica de San Pedro, se recogió en oración y atravesó la Puerta Santa. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre leída por Mons. Rino Fisichella en la Misa del Jubileo de los Enfermos y la Sanidad, traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente: 


       JUBILEO DEL MUNDO DEL VOLUNTARIADO

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO 

LEÍDA POR MONS. RINO FISICHELLA 

Plaza de San Pedro

Quinto domingo de Cuaresma,  6 de abril de 2025 


 «Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?» (Is 43,19). Son las palabras que Dios, a través del profeta Isaías, dirige al pueblo de Israel en el exilio de Babilonia. Para los israelitas es un momento difícil, parece que todo se hubiera perdido. Jerusalén fue conquistada y devastada por los soldados del rey Nabucodonosor II y al pueblo, deportado, no le quedó nada. El horizonte aparece cerrado, el futuro oscuro, cualquier esperanza frustrada. Todo podría inducir a los exiliados a rendirse, a resignarse amargamente, a dejar de sentirse bendecidos por Dios.

Sin embargo, precisamente en este contexto, el Señor invita a acoger algo nuevo que está naciendo. No algo que sucederá en el futuro, sino que ya está ocurriendo, que está germinando como un brote. ¿De qué se trata? ¿Qué puede nacer, qué puede haber comenzado a brotar en un panorama desolador y desesperanzado como este?

Lo que está naciendo es un nuevo pueblo. Un pueblo que, derribadas las falsas seguridades del pasado, ha descubierto lo que es esencial, permanecer unidos y caminar juntos a la luz del Señor (cf. Is 2,5). Un pueblo que podrá reconstruir Jerusalén porque, lejos de la Ciudad Santa, con el templo ya destruido, sin poder celebrar las liturgias solemnes, ha aprendido a encontrar al Señor de otra forma, en la conversión del corazón (cf. Jr 4,4), en la práctica del derecho y la justicia, en el cuidado del pobre y necesitado (cf. Jr 22,3), en las obras de misericordia.

Es el mismo mensaje que, de un modo distinto, podemos captar en la perícopa evangélica (cf. Jn 8,1-11). También aquí hay una persona, una mujer cuya vida está destruida, no por un exilio geográfico, sino por una condena moral. Es una pecadora, y por ello lejana de la ley y condenada al ostracismo y a la muerte. Para ella tampoco parece que haya esperanza. Pero Dios no la abandona. Al contrario, justo en el momento en que sus verdugos recogen las piedras, precisamente allí, Jesús entra en su vida, la defiende y la rescata de esa violencia, dándole la posibilidad de comenzar una existencia nueva: «Vete» —le dice—, “eres libre”, “estás salvada” (cf. v. 11).

Con estas narraciones dramáticas y conmovedoras, la liturgia nos invita hoy a renovar, en el camino cuaresmal, la confianza en Dios, que está siempre presente, cerca de nosotros, para salvarnos. No hay exilio, ni violencia, ni pecado, ni alguna realidad de la vida que pueda impedirle estar ante nuestra puerta y llamar, dispuesto a entrar apenas se lo permitamos (cf. Ap 3,20). Es más, especialmente cuando las pruebas se hacen más duras, su gracia y su amor nos abrazan con más fuerza para realzarnos.

Hermanas y hermanos, leemos estos textos mientras celebramos el Jubileo de los enfermos y del mundo de la sanidad, y ciertamente la enfermedad es una de las pruebas más difíciles y duras de la vida, en la que percibimos nuestra fragilidad. Esta puede llegar a hacernos sentir como el pueblo en el exilio, o como la mujer del Evangelio, privados de esperanza en el futuro. Pero no es así. Incluso en estos momentos, Dios no nos deja solos y, si nos abandonamos en Él, precisamente allí donde nuestras fuerzas decaen, podemos experimentar el consuelo de su presencia. Él mismo, hecho hombre, quiso compartir en todo nuestra debilidad (cf. Flp 2,6-8) y sabe muy bien qué es el sufrimiento (cf. Is 53,3). Por eso a Él le podemos presentar y confiar nuestro dolor, seguros de encontrar compasión, cercanía y ternura.

Pero no sólo eso; en su amor confiado, Él quiere comprometernos para que también nosotros podamos ser “ángeles” los unos para los otros, mensajeros de su presencia, hasta el punto que muchas veces, sea para quien sufre, sea para quien asiste, el lecho de un enfermo se puede transformar en un “lugar sagrado” de salvación y redención.

Queridos médicos, enfermeros y miembros del personal sanitario, mientras atienden a sus pacientes, especialmente a los más frágiles, el Señor les ofrece la oportunidad de renovar continuamente su vida, nutriéndola de gratitud, de misericordia y de esperanza (cf. Bula Spes non confundit, 11). Los llama a iluminarla con la humilde conciencia de que no hay que suponer nada y que todo es don de Dios; a alimentarla con esa humanidad que se experimenta cuando dejamos caer las máscaras y queda sólo lo que verdaderamente importa, los pequeños y grandes gestos de amor. Permitan que la presencia de los enfermos entre como un don en su existencia, para curar sus corazones, purificándolos de todo lo que no es caridad y calentándolos con el fuego ardiente y dulce de la compasión.

Queridos hermanos y hermanas enfermos, en este momento de mi vida comparto mucho con ustedes: la experiencia de la enfermedad, de sentirnos débiles, de depender de los demás para muchas cosas, de tener necesidad de apoyo. No es siempre fácil, pero es una escuela en la que aprendemos cada día a amar y a dejarnos amar, sin pretender y sin rechazar, sin lamentar y sin desesperar, agradecidos a Dios y a los hermanos por el bien que recibimos, abandonados y confiados en lo que todavía está por venir. La habitación del hospital y el lecho de la enfermedad pueden ser lugares donde se escucha la voz del Señor que nos dice también a nosotros: «Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?» (Is 43,19). Y de esa manera renovar y reforzar la fe.

Benedicto XVI —que nos dio un hermoso testimonio de serenidad en el tiempo de su enfermedad— escribió que «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento» y que «una sociedad que no logra aceptar a los que sufren […] es una sociedad cruel e inhumana» (Carta enc. Spe salvi, 38). Es verdad, afrontar juntos el sufrimiento nos hace más humanos y compartir el dolor es una etapa importante de todo camino hacia la santidad.

Queridos amigos, no releguemos al que es frágil, alejándolo de nuestra vida, como lamentablemente vemos que a veces suele hacer hoy un cierto tipo de mentalidad, no apartemos el dolor de nuestros ambientes. Hagamos más bien de ello una ocasión para crecer juntos, para cultivar la esperanza gracias al amor que Dios ha derramado, Él primero, en nuestros corazones (cf. Rm 5,5) y que, más allá de todo, es lo que permanece para siempre (cf. 1 Co 13,8-10.13). 

Francisco



Fotos: Vatican Media, 6-4-2025

Papa Francisco en el Ángelus, 6-4-2025: «Siento el ‘dedo de Dios’ y experimento su cariñosa caricia y pido al Señor que este toque de su amor llegue a los que sufren y anime a los que cuidan de ellos»

* «Sigamos rezando por la paz: en la martirizada Ucrania, golpeada por ataques que provocan muchas víctimas civiles, entre éstas muchos niños. Y lo mismo ocurre en Gaza, donde la gente se ve obligada a vivir en condiciones inimaginables, sin techo, sin comida, sin agua potable. Que callen las armas y se reanude el diálogo; que se libere a todos los rehenes y se socorra a la población. Recemos por la paz en todo Oriente Medio; en Sudán y Sudán del Sur; en la República Democrática del Congo; en Myanmar, duramente probado también por el terremoto; y en Haití, donde arrecia la violencia, que hace unos días mató a dos religiosas» 


6 de abril de 2025.- (Camino Católico)  El Papa Francisco, que este domingo ha aparecido por sorpresa en la plaza de San Pedro, aún convaleciente por la neumonía bilateral, ha asegurado que está experimentando la “cariñosa caricia” de Dios durante este período de larga enfermedad en la que ha anulado por prescripción médica sus compromisos públicos.

“Queridísimos, como durante la hospitalización, también ahora en la convalecencia siento el «dedo de Dios» y experimento su cariñosa caricia. En el día del Jubileo de los enfermos y del mundo de la sanidad, le pido al Señor que este toque de su amor llegue a los que sufren y anime a los que cuidan de ellos. Y rezo por los médicos, enfermeros y trabajadores sanitarios, que no siempre tienen las condiciones adecuadas para trabajar y, a veces, incluso son víctimas de agresiones”, dice el Pontífice en el mensaje que ha preparado para el rezo del Ángelus. El texto completo escrito por el Papa Francisco es el siguiente:


PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Texto preparado por el Santo Padre

V Domingo de Cuaresma, 6 de abril de 2025


Queridos hermanos y hermanas,

El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos presenta el episodio de la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,1-11). Mientras los escribas y fariseos quieren lapidarla, Jesús devuelve a esta mujer la belleza perdida: ella ha caído en el polvo; Jesús pasa su dedo sobre ese polvo y escribe para ella una nueva historia: es el «dedo de Dios», que salva a sus hijos (cf. Éx 8,15) y los libera del mal (cf. Lc 11,20).

Queridísimos, como durante la hospitalización, también ahora en la convalecencia siento el «dedo de Dios» y experimento su cariñosa caricia. En el día del Jubileo de los enfermos y del mundo de la sanidad, le pido al Señor que este toque de su amor llegue a los que sufren y anime a los que cuidan de ellos. Y rezo por los médicos, enfermeros y trabajadores sanitarios, que no siempre tienen las condiciones adecuadas para trabajar y, a veces, incluso son víctimas de agresiones. Su misión no es fácil y debe ser apoyada y respetada. Espero que se inviertan los recursos necesarios para la atención y la investigación, para que los sistemas sanitarios sean inclusivos y atiendan a los más frágiles y pobres.

Agradezco a las reclusas de la cárcel de mujeres de Rebibbia la tarjeta que me enviaron. Rezo por ellas y por sus familias.

En el Día Mundial del Deporte para la Paz y el Desarrollo, deseo que el deporte sea un signo de esperanza para tantas personas que necesitan paz e inclusión social, y doy las gracias a las asociaciones deportivas que educan concretamente en la fraternidad.

Sigamos rezando por la paz: en la martirizada Ucrania, golpeada por ataques que provocan muchas víctimas civiles, entre éstas muchos niños. Y lo mismo ocurre en Gaza, donde la gente se ve obligada a vivir en condiciones inimaginables, sin techo, sin comida, sin agua potable. Que callen las armas y se reanude el diálogo; que se libere a todos los rehenes y se socorra a la población. Recemos por la paz en todo Oriente Medio; en Sudán y Sudán del Sur; en la República Democrática del Congo; en Myanmar, duramente probado también por el terremoto; y en Haití, donde arrecia la violencia, que hace unos días mató a dos religiosas.

Que la Virgen María nos cuide e interceda por nosotros.

Fotos: Vatican Media, 6-4-2025

Homilía del Evangelio del domingo: Sólo las aguas regeneradoras que manan del costado abierto de Cristo pueden darnos una victoria consistente sobre el pecado que nos traiga la paz y el bienestar / Por P. José María Prats

* «Y esas aguas se vierten sobre nosotros cuando las acogemos por la oración, los sacramentos y el esfuerzo cotidiano por conformar nuestra vida a la palabra de Dios»

Domingo V de Cuaresma - C

Isaías 43, 16-21 / Salmo 125 /  Filipenses 3, 8-14 / San Juan 8, 1-11

P. José María Prats / Camino Católico.-  «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra». Con estas palabras tan llenas de sabiduría, Jesús nos hace ver lo absurdo que resulta combatir el mal intentando destruir a los que lo obran, porque entonces todos deberíamos ser destruidos.

El pecado –como el adulterio cometido por esta mujer– perturba el orden social y suscita fácilmente una reacción de odio y violencia que engendra todavía más dolor y desorden. Jesús nos invita a frenar esta reacción: no se trata de condenarnos y perseguirnos unos a otros por los pecados que todos cometemos, sino de apoyarnos para combatir juntos el poder del mal. «Ninguno te ha condenado. Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

La primera lectura nos recuerda, sin embargo, que no podemos vencer sobre el pecado sólo con nuestro esfuerzo y buena voluntad. Solamente Dios puede verter sobre la aridez del hombre caído las aguas capaces de devolverle su armonía: «Pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo» –profetiza Isaías. Son las aguas de la gracia que manan del costado abierto de Jesucristo resucitado, del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo muriendo por nosotros en la Cruz: «Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1 Pe 2,24).

Es muy importante señalar esto, porque a menudo intentamos combatir el mal, la indigencia y la injusticia solamente con medios humanos: desarrollo, educación, acción social y política… y constatamos su incapacidad para redimir al mundo: se incrementa la producción de bienes pero aumenta la pobreza, se derroca un gobierno corrupto pero le sucede otro igual o peor… Sólo las aguas regeneradoras que manan del costado abierto de Cristo pueden darnos una victoria consistente sobre el pecado que nos traiga la paz y el bienestar. Y esas aguas se vierten sobre nosotros cuando las acogemos por la oración, los sacramentos y el esfuerzo cotidiano por conformar nuestra vida a la palabra de Dios.

San Pablo ha experimentado en su propia vida que sólo en Cristo puede alcanzar la paz y la vida verdaderas y en la segunda lectura nos dice apasionadamente cómo, por ello, su única aspiración en este mundo es profundizar cada vez más en la comunión con Cristo: «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo … Todo para conocerlo a Él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos».

Estoy convencido de que si ésta fuera la actitud de la mayoría de las personas, el mundo sería un paraíso.

P. José María Prats


Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: 

«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?».

Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.

Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: 

«Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». 

E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. 

Incorporándose Jesús le dijo: 

«Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». 

Ella respondió: 

«Nadie, Señor». 

Jesús le dijo: 

«Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

San Juan 8, 1-11

Siguiendo el ejemplo de Cristo, el juicio sobre los demás no nos corresponde, es un acto de la divinidad / Por P. Carlos García Malo

 


domingo, 30 de marzo de 2025

Papa Francisco en el Ángelus, 30-3-2025: «Jesús revela el corazón de Dios: siempre misericordioso con todos; cura nuestras heridas para que nos podamos amar como hermanos»


El Santo Padre Francisco en una imagen de archivo Foto: Vatican Media

* «Vivamos esta Cuaresma, sobre todo en el Jubileo, como un tiempo de curación. Yo también lo estoy experimentando así, en el alma y en el cuerpo. Por eso doy las gracias de corazón a todos aquellos que, a imagen del Salvador, son para el prójimo instrumentos de curación con su palabra y con su ciencia, con su afecto y con su oración. La fragilidad y la enfermedad son experiencias que nos unen a todos; pero con mayor razón somos hermanos en la salvación que Cristo nos ha dado»     


Imagen de archivo del Papa Francisco con la Virgen María / Foto: Vatican Media


* «Confiando en la misericordia de Dios Padre, continuemos rezando por la paz: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, República Democrática del Congo y Myanmar, que tanto sufre también por el terremoto»  

 30 de marzo de 2025.- (Vatican News / Camino Católico)   “Jesús revela el corazón de Dios: siempre misericordioso con todos; cura nuestras heridas para que nos podamos amar como hermanos”. Este es el núcleo de la reflexión del Papa Francisco al comentar el Evangelio de este IV Domingo de Cuaresma, en el cual el evangelista Lucas presenta la narración de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,1-3.11-32), cuyo texto se ha publicado hoy al mediodía. 

“La búsqueda de paz en los países en conflicto, su preocupación por la situación en Sudán del Sur, y la catástrofe humanitaria en Sudán” son otros de los temas que ha abordado el Santo Padre en su reflexión. El texto completo escrito por el Papa Francisco es el siguiente:

Representación de la parábola del hijo pródigo / Foto: Vatican Media

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Texto preparado por el Santo Padre

IV Domingo de Cuaresma, 30 de marzo de 2025

Queridos hermanos y hermanas, ¡buen domingo!


En el Evangelio de hoy (Lc 15,1-3.11-32) Jesús se da cuenta de que los fariseos, en lugar de alegrarse porque los pecadores se acercan a Él, se escandalizan y murmuran a sus espalas.  Entonces Jesús les cuenta la historia de un padre que tiene dos hijos: uno se va de casa, pero luego, cuando se encuentra en la miseria, regresa y es recibido con alegría; el otro, el hijo “obediente”, indignado con su padre, no quiere entrar en la fiesta. Así, Jesús revela el corazón de Dios: siempre misericordioso con todos; cura nuestras heridas para que nos podamos amar como hermanos.


Queridísimos, vivamos esta Cuaresma, sobre todo en el Jubileo, como un tiempo de curación. Yo también lo estoy experimentando así, en el alma y en el cuerpo. Por eso doy las gracias de corazón a todos aquellos que, a imagen del Salvador, son para el prójimo instrumentos de curación con su palabra y con su ciencia, con su afecto y con su oración. La fragilidad y la enfermedad son experiencias que nos unen a todos; pero con mayor razón somos hermanos en la salvación que Cristo nos ha dado.


Confiando en la misericordia de Dios Padre, continuemos rezando por la paz: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, República Democrática del Congo y Myanmar, que tanto sufre también por el terremoto.


Sigo con preocupación la situación en Sudán del Sur. Renuevo mi apremiante llamamiento a todos los líderes, para que hagan todo lo posible por reducir la tensión en el país. Es necesario dejar de lado las divergencias y, con valentía y responsabilidad, sentarse alrededor de una mesa e iniciar un diálogo constructivo.  Solo así será posible aliviar el sufrimiento de la querida población sursudanesa y construir un futuro de paz y estabilidad.


Y en Sudán la guerra sigue cobrándose víctimas inocentes. Exhorto a las partes en conflicto a que den prioridad a la protección de la vida de sus hermanos civiles; y espero que inicien cuanto antes nuevas negociaciones que puedan garantizar una solución duradera a la crisis. Que la comunidad internacional redoble sus esfuerzos para hacer frente a la terrible catástrofe humanitaria.


Gracias a Dios, también hay acontecimientos positivos: cito, por ejemplo, la ratificación del Acuerdo sobre la delimitación de la frontera entre Tayikistán y Kirguistán, que representa un excelente resultado diplomático. Animo a ambos países a seguir por este camino.


Que María, Madre de misericordia, ayude a la familia humana a reconciliarse en la paz.


Francisco