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viernes, 13 de junio de 2008
miércoles, 7 de mayo de 2008
Uniformidad obscena / Autor: Francesc Torralba Roselló
Crear innúmeras posibilidades desorienta y, al final, quita libertad
El gran riesgo de la reunificación del género humano se encuentra en la uniformidad que la globalización ha auspiciado de forma obscena. Esta uniformidad es un supuesto de la mercantilización de la vida diaria y de su estandarización.
Para poder extender la forma de dominio global postmoderna es necesario estandarizar los individuos, las culturas y las tradiciones: por ello se ha utilizado a los medios de comunicación como controladores sociales del discurso narrativo e ideológico, consiguiendo llevar a los individuos hacia una interpretación de lo social como una pluralidad de discursos y de posibilidades en las que ellos son los que de manera supuesta eligen libremente.
Se identifica libertad con libertad de elección y, a continuación, se crea la ilusión de las distintas posibilidades realmente diferentes. La perversión de esta ilusión radica en el cierre del discurso real: al crear innúmeras posibilidades lo que se produce es desorientación y pérdida de realidad.
Esto se ha logrado mediante la desaparición gradual del lugar físico del mercado y la tendencia a la identificación de la mercancía con su imagen. Las fronteras entre mercancía e imagen quedan difuminadas y se pretende crear una imagen de mercado que unifica el producto, el medio y la empresa.
Ya no hay límites en la venta, el mercado se ha hecho omnipresente. Ahora los productos se difunden a través de los segmentos de entretenimiento de los media, como parte de su contenido, la confusión entre publicidad y discurso narrativo, entre mercado y sociedad, entre hombre y producto, ha llegado a su paroxismo.
Llegamos al súmmum del proceso uniformador cuando el proceso de consumo se consume a sí mismo. El individuo no consume productos, sino que consume consumo, llega a identificarse con el producto, la marca, la imagen, la historia y la realidad creada a su alrededor.
Este individuo ya no actúa como un ser humano, sino como un apéndice del proceso de mercantilización global. Los procesos narrativos de la postmodernidad se han convertido en mercancías. Las marcas publicitarias asocian a su producto una forma de vida y de ser.
Este proceso lleva hasta la fetichización máxima de la mercancía, que es la otorgación de vida al producto hasta el punto que las relaciones sociales se tornan relaciones entre mercancías.
El nuevo individuo consumidor es el hombre postmoderno, la condición básica de la creación de la sociedad postmoderna uniformada. El fin de todo este marasmo postmoderno es la creación del individuo aislado, un hombre sin sustancia, que ya no es lo que debe ser, sino que se somete al mismo proceso productivo que cualquier otro producto de consumo.
Como consecuencia de todo ello, el ciudadano es creado a imagen y semejanza de la sociedad de consumo, es estandarizado para consumir unos determinados productos. La era del consumo postmoderno desocializa los individuos para resocializarlos en la lógica de las necesidades de producción y marketing.
Los individuos son reprogramados para que cumplan con las características convenientes de docilidad, alto nivel de consumo y versatilidad en la adquisición de capacidades concretas para la mejor adaptación a los nuevos modelos de consumo.
Necesitamos urgentemente un nuevo discurso sobre la libertad. De la libertad como práctica de la elección entre dos o más productos de consumo, debemos recuperar la libertad como autenticidad, compromiso personal, respuesta singular a la vocación más profunda.
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Fuente: Forum Libertas
El gran riesgo de la reunificación del género humano se encuentra en la uniformidad que la globalización ha auspiciado de forma obscena. Esta uniformidad es un supuesto de la mercantilización de la vida diaria y de su estandarización.
Para poder extender la forma de dominio global postmoderna es necesario estandarizar los individuos, las culturas y las tradiciones: por ello se ha utilizado a los medios de comunicación como controladores sociales del discurso narrativo e ideológico, consiguiendo llevar a los individuos hacia una interpretación de lo social como una pluralidad de discursos y de posibilidades en las que ellos son los que de manera supuesta eligen libremente.
Se identifica libertad con libertad de elección y, a continuación, se crea la ilusión de las distintas posibilidades realmente diferentes. La perversión de esta ilusión radica en el cierre del discurso real: al crear innúmeras posibilidades lo que se produce es desorientación y pérdida de realidad.
Esto se ha logrado mediante la desaparición gradual del lugar físico del mercado y la tendencia a la identificación de la mercancía con su imagen. Las fronteras entre mercancía e imagen quedan difuminadas y se pretende crear una imagen de mercado que unifica el producto, el medio y la empresa.
Ya no hay límites en la venta, el mercado se ha hecho omnipresente. Ahora los productos se difunden a través de los segmentos de entretenimiento de los media, como parte de su contenido, la confusión entre publicidad y discurso narrativo, entre mercado y sociedad, entre hombre y producto, ha llegado a su paroxismo.
Llegamos al súmmum del proceso uniformador cuando el proceso de consumo se consume a sí mismo. El individuo no consume productos, sino que consume consumo, llega a identificarse con el producto, la marca, la imagen, la historia y la realidad creada a su alrededor.
Este individuo ya no actúa como un ser humano, sino como un apéndice del proceso de mercantilización global. Los procesos narrativos de la postmodernidad se han convertido en mercancías. Las marcas publicitarias asocian a su producto una forma de vida y de ser.
Este proceso lleva hasta la fetichización máxima de la mercancía, que es la otorgación de vida al producto hasta el punto que las relaciones sociales se tornan relaciones entre mercancías.
El nuevo individuo consumidor es el hombre postmoderno, la condición básica de la creación de la sociedad postmoderna uniformada. El fin de todo este marasmo postmoderno es la creación del individuo aislado, un hombre sin sustancia, que ya no es lo que debe ser, sino que se somete al mismo proceso productivo que cualquier otro producto de consumo.
Como consecuencia de todo ello, el ciudadano es creado a imagen y semejanza de la sociedad de consumo, es estandarizado para consumir unos determinados productos. La era del consumo postmoderno desocializa los individuos para resocializarlos en la lógica de las necesidades de producción y marketing.
Los individuos son reprogramados para que cumplan con las características convenientes de docilidad, alto nivel de consumo y versatilidad en la adquisición de capacidades concretas para la mejor adaptación a los nuevos modelos de consumo.
Necesitamos urgentemente un nuevo discurso sobre la libertad. De la libertad como práctica de la elección entre dos o más productos de consumo, debemos recuperar la libertad como autenticidad, compromiso personal, respuesta singular a la vocación más profunda.
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Fuente: Forum Libertas
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