* «En la eucaristía en Fátima, Me concentré en la Misa y en el momento de la consagración sentí un dolor insoportable. Estaba a punto de desmayarme y estaba convencida de que iba a morir. Sólo alcancé a tartamudear: «Dios, estoy en tus manos». Cuando el sacerdote levantó la Hostia, el dolor desapareció repentinamente, como si un interruptor la hubiera apagado. No pensé en el prodigio, el milagro. Estaba feliz de estar bien»