miércoles, 5 de septiembre de 2007
“Jesús te ama de forma especial y quiere sanar tus heridas” (I) / Autor: Jean Vanier
Publicamos una de las reflexiones de Jean Vanier impartidas a una de las comunidades de Fe y Luz;
Estoy contento de que Peluso esté aquí, porque todo tiene que ver con la comunicación, y... ¿desde dónde comunicamos?, ¿comunicamos desde nuestra cabeza?, ¿comunicamos desde nuestras heridas, nuestra ira, nuestro dolor o comunicamos desde el corazón?, o... ¿llevamos una máscara puesta? Pretendemos ser alguien. Y lo más importante en la comunicación con Jesús está muy profundamente en nuestro ser. Espero que estos días podáis encontrar una manera de comunicaros con Jesús.
Fe y Luz no es solamente pasarlo bien, sino que tiene que ver con encontrarnos con personas. Pero la pregunta siempre es: ¿quién soy yo?, ¿quién soy yo en lo más profundo de mi ser? y ¿qué me llama Dios a ser? Así que, la pregunta es: ¿cómo puedo crecer para ser cada vez más yo mismo? Yo no tengo que ser lo que vosotros queráis que sea; las personas con una deficiencia no deben que ser lo que sus padres quieren que sean, se les permite ser ellos mismos, eso es bueno. Nuestra tendencia es querer que las personas sean lo que queremos que sean; ¿cómo podemos ayudar a las personas a ser libres para que sean ellos mismos?, ¿cómo volverme yo mismo libre?, ¿libre del miedo?, ¿libre de no querer ser lo que los demás quieren que sea?, ¿libre de prejuicios?, ¿libre del impulso de tener siempre éxito? Estamos en una sociedad que empuja a las personas a tener siempre éxito, ¿tenemos que ser así?, ¿tenemos que tener siempre éxito?, ¿estamos siempre juzgados por la sociedad?, ¿hay verdad en mí? Las personas con una deficiencia son de las personas más oprimidas de este mundo y no lo digo de una manera ligera, he visto muchas cosas, he visto muchas instituciones. He visto muchas instituciones que son muy malas y he visto mucho sufrimiento, donde las personas con una deficiencia no son libres para ser ellas mismas, no son respetadas, no son vistas como personas importantes, y que tienen un don para ofrecer a la sociedad y a la Iglesia.
Conocéis un par de textos de san Pablo a los Corintios, unos textos muy fuertes. Un primer capitulo en el que dice: “Dios ha escogido a los débiles para confundir y avergonzar a los que tienen el poder y se creen inteligentes”. Es importante descubrir qué significa eso, cuáles son sus consecuencias, que Dios haya elegido a los débiles y a los necios para confundir a los que tienen poder y éxito. Y un poco después, Pablo en el capítulo tercero dice esto, hace una comparación entre la Iglesia y el cuerpo, dice: todas las partes del cuerpo son importantes, los ojos son importantes, los oídos son importantes, los pies son importantes... Estamos hechos de muchas partes; hoy podríamos hablar de cuántas células tenemos en el cuerpo, muchas, muchas, muchas... Pero cada una
de ellas, como parte del cuerpo, es importantes; y Pablo va más allá diciendo “esas partes del cuerpo que son más débiles y menos presentables, aquellas que escondemos, a veces en la familia, a veces en instituciones, aquellas que no queremos ver por las calles, aquellas partes que son más débiles y menos presentables, son importantes para el cuerpo y deben ser lavadas, honoradas.
Son necesarias para el cuerpo y deben ser honoradas. Esto es muy fuerte, ¿qué es lo que ha hecho nuestra sociedad? esconderlas. La Iglesia en concreto ¿ha estado lo suficientemente atenta de que son necesarias? no sé. A veces la Iglesia puede convertirse en una Iglesia para los ricos y los poderosos..., ¡muchas preguntas!
Y si Fe y Luz nació hace 30 años es porque Dios, Jesús tiene un mensaje para la Iglesia. Así que, Fe y Luz no es solamente un sitio donde nos juntamos y lo pasamos bien; Fe y Luz es un mensaje para la Iglesia y para el mundo, pero también un mensaje para cada uno de nosotros, para que crezcamos en la misión de los evangelios. Sabéis que siempre creamos sociedades bajo el modelo de una pirámide; cualquier sociedad está construida sobre este modelo; arriba del todo, la salud, el privilegio, el poder...; y según bajamos ¿quién está abajo del todo?, ¿inmigrantes, personas de Marruecos, musulmanes, personas con una discapacidad, personas sin trabajo...? Así es la sociedad, cualquier sociedad es así.
¿Qué es lo que quiere Jesús? Crear un cuerpo en el que cada cuerpo es importante, en el que cada uno tiene una misión que es diferente, el sacerdote, el obispo tiene una misión, los laicos tienen una misión, las personas casadas ¡todos tenemos una misión! porque todos pertenecemos al mismo cuerpo, todos somos partes del cuerpo. Así que, Jesús quiere esto. Siempre las Iglesias están muy influidas por la cultura. Y Fe y Luz, con las personas con deficiencia nos están enseñando algo, las personas con una deficiencia me están diciendo algo a mí.
Yo nací y fui criado en un mundo de guerra. Hitler llegó al poder en 1932. Estaba claro que Europa iba encaminada a la guerra, vosotros también vivisteis la guerra en vuestro país, y fue el preludio de algo mucho mas grave. Vosotros conocéis vuestra historia, vuestra situación; fue en el año 1933-1937, se fue preparando una guerra civil. Yo estaba en Francia cuando las tropas francesas invadieron el país. Mi familia fuimos capaces de escapar a principios de junio, en 1940. En 1942 me enrolé en la marina de guerra. No directamente en un barco, primero estuve en una academia naval.
Así que, esencialmente me crié en una visión de lo bueno y lo malo, que las personas en España vivieron muy profundamente entre el 1936 y 1939. Donde había los buenos y los malos. Posiblemente nuestras mentes son criadas, enseñadas de esa manera. Todos creemos que estamos en el grupo de los buenos. Podéis ir a un lugar como Jerusalén para sentir eso; los judíos saben que ellos son las personas de Dios, los musulmanes también saben que ellos son los hijos de Dios, los cristianos también se saben los hijos de Dios...; pero no es tan sencillo como eso, porque por ejemplo en los judíos tenéis a los ortodoxos y a los liberales; entre los musulmanes tenéis a los chinitas y a los unitas; entre los cristianos, tenéis un menú bien grande, ortodoxos, protestantes, anglicanos, católicos...; pero todos sabemos que tenemos razón y que los demás están equivocados, es obvio. Pero nunca nos tomamos el tiempo para escuchar a la gente y dividimos el mundo entre lo bueno y lo malo, aquellos que tienen razón y aquellos que están equivocados.
Dejé la marina, porque me di cuenta que estar en el ejército no era un camino hacia la paz, por lo menos para mí. Así que dejé la marina para seguir a Jesús e intentar entrar en una misión, en el mensaje del Evangelio. El mensaje del Evangelio es extraordinario, en todos los sentidos, desde el punto de vista antropológico, sociológico, filosófico, político y teológico. Es una visión del mundo, una visión del mundo de quién es cada persona; es una visión que rompe todas las divisiones, es una visión para unir a todas las personas; pero como os dije antes, mi educación consistió en lo bueno y lo malo.
Entonces estudié filosofía, estudié sobre Aristóteles. Cuando estudias filosofía, para estudiar algo, tienes que estudiar qué no es algo, ¿entendéis qué quiero decir? Aristóteles no es Platón y así. Nuestra mente muchas veces funciona no contemplando algo para ver lo que es, sino confrontándolo con algo para saber lo que no es. Por eso, muchas veces las personas discapacitadas son llamadas “discapacitadas” (sin capacidad), no son en primer lugar una persona, con un don particular, son definidas de una manera negativa; ellos no son capaces de ir a la universidad, los definimos por lo que no son. Es la manera de decir que son deficientes. Pero así es como funciona la raza humana, y tenemos una visión de lo normal y lo anormal. Pero todos sabemos que no existe eso que llamamos “normal”, todos somos “anormales”, somos todos únicos, somos todos diferentes, algunos son buenos en matemáticas, otros no, algunos son buenos en esto, otros en otro..., ¡y cada uno tenemos dones diferentes!
Así que yo me crié realmente en esta visión de lo bueno y lo malo, de lo normal y lo anormal. Y toda mi visión era ir ascendiendo en la escala y promocionándome en la marina, en estudios ser el mejor, tener un buen doctorado y ser alabado, y al final, enseñar. Toda mi visión era la sociedad como una pirámide, tenía la necesidad de subir, incluso subir para hacer el bien; no es malo subir en la escalera, pero tienes que saber lo que estás haciendo y porqué lo estás haciendo; pero esa es la visión de nuestro mundo. La visión de Jesús es una visión del cuerpo.
Me animaron a visitar una institución de personas con una deficiencia; fue el Padre Thomas Philippe mi consejero espiritual el que me animó a visitarlo. Fui a visitar la institución que me dijeron. Me encontré con unos 30 hombres con una deficiencia; estaba un poco nervioso... ¿Cómo comunicarme con alguien que no habla? y si habla... ¿de qué podemos hablar? Sabía mucho sobre cómo manejar un portaviones, sabía algo sobre Aristóteles, pero pensaba que las personas con una deficiencia no tenían ningún interés en ninguna de esas cosas, pensaba ¿de qué podemos hablar? Me conmovió mucho, porque todos venían a mí con una pregunta, una pregunta que algunos verbalizaban y otros mostraban a través de su cara, sus manos, su cuerpo... ¿me quieres?, ¿realmente me quieres?, ¿quieres ser mi amigo? Posiblemente esta es una cuestión que
existe en nuestros corazones, pero la escondemos. Mis estudiantes, mis alumnos nunca me preguntaban si los quería, querían utilizar mi cabeza y luego salir de allí y ganar dinero; pero esta gente quería mi corazón.
Encontré a personas realmente hambrientas de relación, y eso me conmovió, pero hay otro tema, algo más complejo que ellos no me dijeron, pero que era muy claro, muy visible en su cuerpo: “¿por qué?, ¿por qué soy así?, ¿por qué la gente se ríe de mí?, ¿por qué me caigo al suelo?, ¿por qué no puedo estar con mis padres?, ¿por qué me han traído aquí, a una institución?, ¿por qué?...” Y no hay respuestas, y es una gran pregunta. Yo no lo hice y ninguno de vosotros eligió nacer, fuimos concebidos por nuestros padres, no pedimos ser hombre o mujer, y ni siquiera elegimos nuestro nombre, no elegimos nuestra nacionalidad, simplemente llegamos a esta tierra, tenemos los padres que tenemos. Las personas con deficiencia no eligieron tener una encefalitis o una parálisis cerebral o una meningitis, no lo eligieron, simplemente sucedió y no pueden entenderlo.
Por qué nació así, por qué la sociedad no los quiere, esa pregunta: “¿por qué?” es una pregunta muy fuerte, es una gran pregunta para los padres, por qué mi hijo ha nacido con una deficiencia. A veces eso conlleva ciertas connotaciones... “¿qué le he hecho yo a Dios para que suceda esto?” y vosotros sabéis, no hay ninguna respuesta. Lo único que sé, es que ellos no hacen más esa pregunta si se sienten queridos y apreciados. Esa pregunta siempre surge de un lugar de dolor. Me conmovió mucho encontrarme con estas personas; y animado por el Padre Thomas sentí que Dios me estaba llamando a bajar hacia ellos y vivir aprendiendo. Por eso dejé la enseñanza y empecé a visitar hospitales psiquiátricos y diferentes instituciones y me encontré con un mundo lleno de dolor del que no sabía nada. Visité esa pequeña institución de 30 hombres, pero luego me encontré con cientos y cientos de personas. Encontré hospitales psiquiátricos que tenían hasta 4.200 personas enfermas, de los cuales la mitad, unos 2.000 eran considerados casos crónicos, estarían ahí siempre, durante toda su vida. Y la otra mitad, otros 2.000, eran considerados “mentales”, lo que la gente entonces normalmente denominaba “esquizofrenia crónica”. Me conmovió mucho por ejemplo, visitar lugares donde encontraba cientos de mujeres con esquizofrenia. Se habían vuelto feas, mal vestidas, andando de acá para allá , sin trabajar...; eso me creó muchas preguntas, tenía muchas preguntas sobre las enfermedades mentales. Las otras 2.000 eran hombres y mujeres con deficiencias mentales, y muchas de ellas estaban agrupadas en dormitorios donde había 40 ó 60 camas; cada cama al lado de la otra, sin trabajar, todo el día yendo de acá para allá, caminando y me preguntaba: “¿cuál es el sentido de todo esto?”
Intenté hablar con familias, con padres, para entender lo que los padres estaban viviendo y eso me conmovió mucho también. Era un momento en que las personas con deficiencia no podían hacer la Comunión y los padres se preguntaban: “¿por qué mi hijo no puede hacer la Comunión?”
Recuerdo haberme encontrado con un doctor, era el padre de una chica joven con una deficiencia y él me contó: “cuando mi hija nació, yo estaba presente, mi reacción inmediata fue pensar “¿qué he hecho yo a Dios para tener una reacción como esta?”
He conocido muchas familias que sentían que tener un hijo, una hija con deficiencia era un castigo de Dios. Esta reacción no solo la he encontrado en una sociedad cristiana, sino también en China, en Malasia..., en todo el mundo. Y una conjunción de la inconsciencia de la humanidad y eso me conmovió, me turbó.
Hace poco me encontré con una mujer embarazada de ocho meses; me pidieron que hablara con ella porque estaba herida; me encontré a una mujer muy deprimida, muy enfadada, un poco histérica. Rápidamente me di cuenta de que no podía decirle nada, porque no puedes discutir con alguien que está viviendo ese dolor; lo único que supe decir fue: “señora, yo he elegido vivir con personas con deficiencia, usted no, y es muy diferente, esto se le ha impuesto a usted, yo lo he elegido y para mí ha sido un gran don, un gran regalo de Dios”.
Quien tiene un hijo, una hija con discapacidad, sufre una gran decepción ¡y eso es normal, es una decepción! Cualquier pareja quiere un bebé normal, precioso, es obvio; pero... ¿qué es lo que sucede al chico, que siente que él o ella es una decepción? Así que, necesariamente vivimos en un mundo de dolor, y no escondamos el dolor, existe mucho dolor. Es muy difícil para las personas con discapacidad que saben que nunca serán las personas que los demás quieren que sean, que tienen dificultades para comunicarse, dificultades con su cuerpo, un montón de cosas que no pueden entender, muchos dolores físicos, dolores mentales..., ¡hay mucho dolor!
A veces los padres van a la iglesia, con su hijo o su hija, y son incapaces de volver al domingo siguiente porque su hijo está corriendo o gritando. En una de nuestras comunidades hemos acogido a tres niños; la comunidad fue a la parroquia local, pero los niños hicieron demasiado ruido y el párroco nos pidió que no lo trajéramos otra vez. Nosotros podíamos soportarlo, porque tenemos un coche y podíamos ir a otra parroquia...
(Una persona se pone enferma en la sala, pierde el conocimiento durante la charla y debemos interrumpir unos minutos...)
“Vamos a tomarnos un minuto de silencio para rezar por Concha...”
Os estaba contando una historia de estos tres niños y la familia en nuestra parroquia que se nos dijo que nos fuéramos porque armábamos mucho ruido. Nosotros como comunidad podemos soportar esto porque tenemos coche y podemos ir a otra parroquia; pero ¿qué puede hacer su madre, su padre, a los que les piden que se vayan? Así que podemos hablar sobre el gran dolor que existe en el corazón de los padres y podemos entenderlo.
Hace unos días estuve en Serbia, hablando con familias y había una misa para una de las comunidades, y entre las personas con una discapacidad, había una chica llamada Lora; era una chica de unos 40 años que era autista, una chica muy guapa, pero no podía estar sentada dos minutos, así que se movía entre silla y silla, acercándose cada vez más al sacerdote. Era muy divertido porque a veces hablaba y reía, y cada vez que se acercaba, se acercaba un poquito más. Al final encontró el micrófono y decidió que era importante hacer algunos ruidos en el micrófono. Pero me di cuenta de que la comunidad era excelente, nadie la paró y no molestó a nadie y fue muy bonito eso que ella estaba haciendo; y el sacerdote llevó realmente el tema con una gran paz, como es en una Comunidad de Fe y Luz. Pero para la madre de Lora, en una parroquia normal, no lo sé.
Así que podemos hablar mucho del dolor de los padres; así que descubrí todo este mundo de dolor. Y me sentí llamado a acoger a dos hombres e intentar aliviarles el dolor; eran dos personas que vivían en una institución. Raphaël había tenido una meningitis, había perdido parte del habla, su cuerpo era inestable. Philippe había tenido una encefalitis, con un brazo y una pierna paralizados, hablaba demasiado y ambos tenían reales problemas intelectuales. Fui capaz de comprar una pequeña casa en ruinas, en un pueblecito. Les pregunté si querían venirse a vivir conmigo; por supuesto, para salir de la institución dijeron que sí; así que empezamos a vivir juntos. Yo me encargaba de la cocina y lo hacía muy mal. Vosotros sabéis que cuando se juntan tres hombres se sabe mucho de cómo ensuciar pero poco de cómo limpiar; no quiero meterme mucho en el tema de las diferencias entre hombre y mujer, nos puede llevar a un camino un poco dificultoso en la Iglesia este tema; en cualquier caso, empecé a descubrir una serie de cosas, el dolor y aprender a escucharles. No sólo escuchar su lenguaje verbal, que estaba muy reducido en el caso de Raphaël y en el otro caso demasiado aumentado, sino que aprendí sobre todo a escuchar su lenguaje corporal, porque a veces sabemos hablar con nuestra boca, pero también hablamos con nuestros ojos, con nuestras lágrimas, con nuestras sombras, con nuestra ira, nuestra violencia..., nuestro cuerpo es un lenguaje. Así como os dije ayer, en Fe y Luz somos expertos en lenguaje, para entender a las personas. Este fue un gran cambio para mí, porque yo provenía de lo bueno y lo malo, hacia la gente, hacia ti, sin etiquetas; etiquetas de capaz, incapaz, católico, no católico. ¿Dónde está tu dolor?, ¿dónde está tu esperanza?, ¿dónde está tu deseo?, ¿cómo puedes hacer para ser más completamente lo que quieres ser?
Una de las cosas que más he aprendido en El Arca es olvidarme de un grupo con etiquetas e ir más a las personas; entender realmente quién eres tú, quizá con tu religión, con tu cultura..., pero ¿quién eres tú?, ¿y dónde está tu dolor? En el Evangelio de San Juan, las primeras palabras de Jesús, se dirigen hacia dos personas que dejan todo para seguirle, una de ellas es Andrés y el otro probablemente es Juan, aunque no lo sabemos. Estos dos hombres comienzan a seguirle y Jesús se da la vuelta y les dice: “¿qué estáis buscando?” les lanza la pelota a su tejado y les está preguntado: “¿por qué habéis venido aquí?, ¿qué estáis buscando?” Es muy importante saber lo que están buscando. Quizás habéis venido porque queréis estar cuatro días lejos de vuestro entorno habitual y piensan que lo que hicimos ayer en ese papelito fue poner “¿qué es lo que quieres?” Esas son las primeras palabras de Jesús; lanza ese mensaje a nuestro deseo ¿qué es lo que yo quiero, lo que tú quieres, lo que nosotros queremos? No para que yo me adapte a lo que los demás quieren que yo sea, yo quiero ser yo; eso no quiere decir que no deba tomarme en serio lo que los demás me digan, pero esencialmente, yo quiero ser yo mismo, quiero desarrollar mi propia conciencia personal en relación con Dios.
Empecé a tocar el dolor de esta gente... ¿qué significa para un hombre o una mujer que siempre ha sentido la decepción? Cuando sus padres mueren ser arrinconados en una institución también una gran tristeza ¿qué significa eso para Dios?, ¿qué significa para su situación personal?, ¿qué significa eso para la conciencia que tienen de ellos mismos? Porque la pregunta para vosotros, la pregunta para mí es ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿cuál es el sentido de sus vidas?, ¿qué conciencia tienen del sentido de sus vidas?
Así que, empecé a escuchar su dolor. Cuando acogí a Philippe, el director de la institución me dijo: “su madre ha muerto, pero no hemos querido decírselo porque le haríamos mucho daño” me costó entenderlo. Así que, cuando Philippe comenzó a vivir conmigo, encontré a un tío suyo y le dije: tienes que venir y decirle a tu sobrino que su madre ha muerto, y él me dijo: no, le voy a herir demasiado, pero... “ella ha muerto y debe saberlo”; en cualquier caso, el tío habló con Philippe, se lo contó y se deprimió. Llevé al día siguiente a Philippe a la tumba, porque quería que él tocara la realidad y no seguir viviendo en la sombra. Todavía recuerdo a Philippe tirándose a la tumba, con los brazos en cruz llorando, llorando, llorando... Yo creo que lloraba no porque su madre hubiera muerto, sino porque nadie le había tratado como una persona. Así que comencé a descubrir todo el dolor que había en él. También empecé a descubrir lo que le gustaba la celebración y ellos despertaron el niño que había en mí. Vosotros sabéis, todos tenemos un niño dentro de nosotros.
Cuando dejé la marina era una persona muy seria. Quizás un poco asustado por las relaciones. Estaba más cómodo cuando estaba por encima o por debajo. Tiene sentido porque por encima mandas, y por debajo obedeces. Pero el mismo nivel en las relaciones es más complicado. Probablemente tenía problemas para integrar mi sexualidad, así que, me sentía un tanto cerrado a las relaciones, era capaz de hacer cosas por las personas, y era capaz de ser enseñado por otros. Pero la relación se me hacía más difícil. Lo que empecé a descubrir con personas con deficiencia era que lo importante era la relación y entrar en relación significa hacerse vulnerable, no controlar siempre las relaciones; porque cuando verdaderamente amas a alguien, puedes controlar y estar con ellos; ellos van a controlar y estar contigo; así es el misterio de la amistad y del amor. No estamos ahí para poseer a las personas, para controlarlas, sino entrar en una confianza mutua en la relación.
Así que ellos despertaron el niño que había en mí. En El Arca también nos gusta mucho celebrar y en muchos lugares, el corazón de Fe y Luz es celebrar; lo vimos ayer con el Padre Fernando, ¡es un gran actor! ¡Eso es muy bueno! La risa, la celebración, la comunicación, bailar, estar juntos, pasárselo bien juntos, crear cuerpo juntos... Así que, pienso que personas como Raphaël despertaron algo muy profundo en mí, que probablemente yo había escondido.
Pero también descubrí algo sobre el mensaje del Evangelio. Hay un texto muy bello que descubrí, porque Jesús es una persona increíble. Jesús no te impone, no te dice lo que debes hacer..., Él te invita; siempre es una cuestión de invitar, y es muy bello cuando Jesús invita y dice: “cuando des una comida, no invites a los miembros de tu familia”; es extraño, creía que Jesús era muy pro familia, “no invites a los ricos, no invites a tus amigos, porque cuando des realmente una buena comida, un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos y así recibirás la bendición de Dios, serás bendecido”.
Y estar sentados a la misma mesa con los pobres, los paralíticos, los ciegos, los lisiados..., no significa sentarse a comer espagueti con ellos. En lenguaje bíblico, eso significa “hacerse amigo de ellos”. Si te haces amigo de alguien que ha sido excluido, recibirás la bendición de Dios.
Nuestro Dios está muy herido por la división. La visión completa de Dios y de la Encarnación es conseguir la unidad, que estemos unos junto a otros, traer, conseguir la unidad. Así que, la misión principal de Jesús es traer la paz, y la paz no es la coexistencia sin más. La paz no es sólo la ausencia de guerra, la paz es juntarnos unos con otros y encontrarnos. El deseo de Dios es juntarnos con personas con una deficiencia y crear Comunidades, de eso trata El Arca, de eso es de lo que trata Fe y Luz. Así que, he aprendido mucho, todavía tengo mucho que aprender, todavía hay muchas cosas dentro de mí que deben cambiar, pero estoy en camino ¡todos estamos en camino!
Ahora os invito a hacer un rato de silencio, tiempo de oración y de reflexión. Tiempo para que os pongáis en Su presencia, y escuchar a Jesús que nos pregunta: “¿qué es lo que quieres?, ¿qué es lo que quieres realmente?, ¿qué quieres hacer con tu vida?”
Un cura mendigo, que había abandonado el sacerdocio, confesó a Juan Pablo II / Autor: Scott Hahn
En el programa de televisión de la Madre Angélica en los Estados Unidos (EWTN), relataron en el año 2001 un episodio inédito de la vida de Juan Pablo II.
Un sacerdote norteamericano de la archidiócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles.
El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa, a quien podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno, sintió el impulso de arrodillarse ante el Santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un día después recibió una invitación del Vaticano para cenar con el Pontífice, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.
Confesó al Papa
El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, le respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: «una vez sacerdote, sacerdote siempre». «Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero», insistió en mendigo, que recibió como respuesta: «Yo soy el Obispo de Roma, me puedo encargar de eso».
El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchará su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente de párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.
Bendito sea el Señor / Enviado por Vivy
Bendito sea el Señor que cada día lleva nuestra carga, el Dios que es nuestra salvación"
(Salm.68:19) .
Hoy he decidido creerle a Dios. He decidido ser feliz, dejar las cargas que he llevado por tanto tiempo y que me han robado la paz interior. Hoy voy a entregárselas a Dios. Dejaré de ser esclavo de mis pensamientos negativos y reposaré en su sabiduría y soberanía porque todo lo que Él elija para mi vida es de bendición.
Hoy renuncio a mi yo encadenado porque es camino equivocado. Disfrutaré de lo que tengo y no añoraré con envidia lo que no tengo.
Me gozaré en las pequeñas cosas que no he disfrutado por seguir al mundo que me obliga a correr sin descanso.
Sé que no hay nada imposible para Dios. Por eso he decidido abandonarme en su presencia .
Para mi ayer, reposaré en el perdón. Para mi mañana, en la confianza.Y en este día solo diré:
He decidido creerle a Dios, entregarle las cargas, que me han robado la paz interior.
Que así sea.
martes, 4 de septiembre de 2007
Testimonio de la conversión de un médico abortista brasileño
La estación de radio Rainha da Paz transmitió recientemente el testimonio de un médico brasileño que se dedicaba a realizar abortos y que cayó en la cuenta de sus crímenes cuando su propia hija murió al intentar abortar. Éstas son sus palabras:
«Mi madre era una simple costurera que trabajaba hasta las madrugadas para ayudar a mi padre. Mi padre era una guardia nocturno. Por eso se pueden imaginar el sacrificio que hicieron para tener un hijo médico. Luego escogí la ginecología y la obstetricia.
«Entre las mayores dificultades enfrentadas como médico recién formado, choqué con la realidad de lo que es mi profesión. En un largo tiempo los médicos se vuelven ricos, y yo quería más, quería enriquecerme y tener más dinero. Fue así como violé el juramento que hice cuando me formaba para dar la vida, para salvar la vida. Ayudé a muchos niños a venir al mundo, pero también a muchos de ellos no les permití nacer y me enriquecí escondido tras la máscara de la vitalidad.
«Puse un consultorio que en poco tiempo se convirtió en el más visitado de la región. ¿Y saben qué es lo que hacía? Abortos. Y, como todos los que cometen el crimen, me decía a mí mismo que todas las mujeres tienen el derecho de escoger y que era mejor que fueran ayudadas por un médico para no correr los riesgos de ir a una clínica clandestina donde los índices de muertes son alarmantes.
«Y fue así, en un ciego e inhumano oficio de medicina, que construí una familia con muchos bienes, muy rica, a la que nada le faltaba. Mis padres murieron con la ilusión de que su hijo era un doctor bien logrado, exitoso. Crié a mis hijas con el dinero manchado con la sangre de inocentes y fui el más despreciable de los humanos. Mis manos, que debieron ser bendecidas para la vida, trabajaron para la muerte.
«Sólo paré cuando Dios, en su sabiduría infinita, rasgó mi conciencia e hizo sangrar a mi corazón con la misma sangre de todos los inocentes que no dejé nacer. Mi hija menor, Leticia, dejó de respirar por una infección generalizada luego de haberse sometido a un aborto. Ella, de 23 años de edad, salió embarazada y buscó el mismo camino de tantas otras que me fueron a buscar: el camino del aborto. Y sólo supe de esto cuando ya nada se podía hacer. Al lado del lecho de muerte de mi hija vi las lágrimas de todos esos angelitos que yo maté. Mientras ella esperaba la muerte, yo agonizaba junto a ella. Fueron seis días de sufrimiento para que, en el séptimo, ella partiese hacia el encuentro con su hijo, al cual un médico asesino le impidió nacer.
«Cansado por las noches que pasé al lado de mi hija, yo soñé que andaba por un lugar absolutamente oscuro y muy húmedo, en el que quería respirar pero no podía. Yo quería salir desesperadamente, pero fui envuelto por un lugar en donde el estruendo me dejaba atónito. Eran los llantos dolidos de los niños que, como si un rayo me cortase por la mitad, veía en mi entendimiento: los llantos eran de dolor, eran los lamentos de los angelitos que yo no dejé nacer. Era la triste consecuencia de mis actos sin pensar, esos llantos que gritaban: ¡Asesino!, ¡Asesino!
«Asustado para salir de aquel lugar, pasé mi mano por mi rostro para secar mi sudor, ¡y mis manos se mancharon de sangre! Aterrorizado grité con toda la fuerza que me quedaba un pedido de perdón: ¡Dios me perdone! Sólo así logré respirar nuevamente y me acordé de que era tiempo de acoger y valorar el último respiro de mi hija, que murió por las consecuencias de la infección que le produjco el aborto.
«Dios me hizo entender que a partir del momento de la fecundación del óvulo existe vida, por lo que entendí que soy un asesino. No sé si algún día Dios me va a perdonar, pero para restar mi culpa y mi dolor vendí mi consultorio y todos los bienes que conseguí con la práctica del aborto; con ese dinero construí una casa de amparo para madres solteras, y me dedico hoy a atender y practicar ¡una medicina de verdad!
«Hoy soy médico de los pobres, de los desamparados y desvalidos, y los niños que vienen al mundo a través de mis manos son hijos que adopto pues sé que tengo una sola misión: traer la vida al mundo y dar condiciones para que los niños tengan un lugar feliz donde el padre es Jesús. Recen por mí, recen para que Dios tenga piedad de mí y me perdone, porque tengo la seguridad de que participaré del juicio final».
Natividad de la Santísima Virgen / Autora: Carmen Enriquez de Salamanca
La fiesta de la Natividad de María
se celebra el 8 de septiembre.
Al nacer María, la linda hija de dos israelitas estériles, llegó al mundo la "luz", aquella que se había ocultado en el jardín de las Delicias.
Traía la niña un mensaje de "redención" que no guardaría oculto en su alma. Ella lo había de depositar en Aquel a quien después le diera la vida.
La lglesia quiso destacar en la lista de sus conmemoraciones la festividad del nacimiento de María. Y fue instituida la fiesta para recordar a los cristianos la singular predestinación de la Madre del Salvador. María anunció al mundo un nuevo gozo y en la liturgia del día, en el himnario de maitines, se exclama: "Nace María, salud de los creyentes, y su nacimiento es verdaderamente salvación de los que nacen".
El día 8 de septiembre el santoral nos habla de la entrada de la Virgen en el mundo y en nosotros se despierta una gran curiosidad, razonable, al fin y al cabo, por saber detalles de su nacimiento.
Los evangelistas, de quien María fue su guía, nada dicen en concreto de la Natividad. Cristo absorbió toda su preocupación. Dando a conocer al Hijo, de rechazo, dieron a conocer a la Madre. Sólo nos cuentan pasajes y divagaciones de este día glorioso los evangelios apócrifos, sobre todo el Protoevangelio de Santiago, uno de los libros de más difusión en los primeros siglos del cristianismo. Más tarde hacen estudios acerca de este punto San Epifanio San Juan Damasceno, San Germán de Constantinopla, San Anselmo, San Eutimio, patriarca de Constantinopla, y todos los teólogos medievales, así como los santos y mariólogos de los siglos más cercanos.
Pero los evangelios canónicos guardan "silencio". "Silencio" alrededor de Ella. Dios ha comenzado la obra, Él la terminará. Ese será en todo momento el "sello" de la Virgen. La Madre de la "palabra eterna" nació en el "silencio".
No obstante, algo se sabe por lo que la tradición nos va conservando.
¿Quiénes fueron sus padres? —Nació de Joaquín y Ana, dos israelitas ancianos. Fue de sangre real y de estirpe sacerdotal, así lo repite la antífona de la misa de la Natividad.
Ana era hija del sacerdote Mathan y de María. Tenía dos hermanas: María, que se caso en Belén y dio a luz a Salomé, y Sobe, que engendró a Isabel, la madre del Bautista.
Algunas narraciones afirman que los padres de María eran ricos y poderosos, como correspondería al linaje de los hijos de David. Según narra el Protoevangelio, Joaquín era rico y pagaba duplicados los impuestos de la ley. Mas esta afirmación de su desahogo económico no parece probable teniendo en cuenta que aquella estirpe regia se había sumergido en una existencia obscura y no quedaban del solar de Belén, patria de David, ni restos de grandeza. Sus habitantes se habían diseminado por la Judea y la Galilea, en donde buscaron medios propios de vida. David, muerto desde hacia nueve siglos, había dejado muchos hijos que se repartieron todo. Su gloria era casi únicamente la promesa del Mesías.
Según consta en los evangelios canónicos, María perteneció a la estirpe de David y tenía como antepasados a Leví y Aarón. Conforme a la bendición que Jacob hizo a Judá, la "flor" saldría de esta familia reducida, pero regia, pues Joaquín venía de Barpanther. descendiente de Natham.
No puede apoyarse la opinión de los escritores apócrifos que afirman que los padres de la Virgen no eran sólo ricos, sino opulentos y hasta aseguran que sus ascendientes rigieron toda la Palestina. Eran pobres, porque de lo contrario no hubieran consentido que su hija se casase con un artesano. Después de casada, María no tuvo medios de fortuna; vivió del trabajo de su esposo, que era carpintero. Tampoco encontraron albergue en Belén la noche de su llegada, con ocasión del empadronamiento, porque no tenían amigos ni siquiera medianamente acomodados a los que acudir, cosa que hubiesen aceptado dados los momentos especiales por los que Ella pasaba.
Joaquín y Ana fueron los padres de María, y la genealogía, basada en registros públicos conservados en Jerusalén, que San Lucas inserta en su evangelio (3, 23-38), parece ser la de María, así como la que ofrece San Mateo (1, 1-17) corresponde a San José, como cabeza de familia.
Dice San Juan Evangelista que la Virgen tuvo una hermana, que permaneció junto a Ella en la cruz. Se llamaba María y era esposa de Cleofás. Otros autores hablan de que no era hermana carnal sino política, o porque Cleofás era hermano de San José, o porque ella misma era hermana de San José. Además, resulta raro que las dos llevaran el mismo nombre.
Algunos autores estudian los nombres de Joaquín y Ana y aseguran que no eran los verdaderos, sino que fueron simbólicos. Mas la tradición afirma que eran sus verdaderos nombres y que Ana quiere decir "gracia" y Joaquín "preparación del Señor".
Se distinguieron los padres de la Virgen por su piedad y santidad de vida. Dada su misión, convenía que floreciesen en toda clase de virtudes y así lo fue en realidad. La conducta integra de estos esposos destacaría, aún más, en aquellos momentos en que Israel era un centro de corrupción y escándalo. El reinado de Herodes llevó un sello de depravación y falta de piedad hasta en los ambientes judíos,
El matrimonio vivía feliz, con una sola pena, la de carecer de hijos, bendición de un hogar israelita. Cuenta la tradición que Joaquín fue rechazado del templo cuando presentaba su ofrenda y sólo a causa de su esterilidad. El judío Rubén se enfrentó con él y le dijo: "Tú no tienes derecho a presentarte el primero en el templo con tus ofrendas, puesto que no has producido retoño de Israel". Consultó Joaquín los "anales de las doce tribus" y se cercioró de que desde Abraham todos los justos de Israel habían tenido sucesión. Se retiró al desierto con el corazón oprimido y allí le consoló un ángel con la divina promesa de una hija maravillosa.
También Santa Ana vivía triste; todo cuanto se presentaba a sus ojos con fecundidad le hacía pensar en su ultraje; hasta que un día el ángel del Señor le dijo: "Ana, Ana; el Señor ha escuchado tus ruegos; concebirás y darás a luz y en todo el mundo se hablará de tu descendencia". Ana respondió: "Por la vida de mi Dios y Señor, lo que yo tuviere, sea un hijo o una hija, lo entregaré en ofrenda al Señor mío Dios".
Estas versiones parecen verosímiles, dice San Juan Damasceno, "porque no iba a faltarle a la Virgen una prerrogativa de la que disfrutaron muchos santos antes de su nacimiento, entre ellos el mismo precursor San Juan Bautista".
Así quedaba palpable el que María había sido engendrada por la gracia celestial, que ayudaba a la naturaleza impotente, y con un milagro se iniciaban todos los que más tarde iban a sucederle.
¿Cómo fue concebida? —Natural y prodigiosamente. Esto último por haber sido concebida de hombre anciano y de mujer estéril.
Fue concebida como lo hubieran sido los hijos en el estado de inocencia, esto es, sin movimiento de la concupiscencia, y nació como hubieran nacido los hijos en dicho estado, es decir, sin que su madre sintiera los dolores del parto, los cuales, aunque naturales en sí, fueron pena del pecado. Dios, en el estado felicísimo en que crió a nuestros primeros padres, eximió a Eva de tales dolores, exención que perdió para si y para todos sus descendientes al infringir la Ley divina.
Por lo que respecta a los padres de la Virgen, estaba muerta en ellos la voluptuosidad y usaron del matrimonio movidos de amor de Dios y no de la concupiscencia, y agrega en su libro Santa Brígida: "porque mejor hubieran querido morir que usar del matrimonio con amor carnal".
San Bernardo, en su Tratado de María, centra bien el problema y afirma: "Hay que rechazar el que la Virgen fue engendrada con un ósculo de paz —como quieren asegurar algunos— y no por cópula conyugal. Nadie diga esto porque sería inaudito".
María era hija de Adán. —Convenía que trajera, por generación, origen de Adán para que pudiera decirse que el Hijo de Dios era de condición humana.
Si María hubiera nacido de madre virgen, podría decirse que la suya no era carne humana, sino cosa diferente, y sería difícil probar la Humanidad de Jesús.
Santa Ana no fue virgen. Su concepción tuvo lugar por generación seminal. Se realizó mediante el concurso de hombre y mujer.
¿Y la sombra fecundante del Espíritu Santo? —Vino después a Ella, pero no con Ella.
En el origen del mundo, según dice el Génesis (1, 2). "El espíritu de Dios se movía en las aguas, las fecundaba y proporcionaba las simientes". Lenguaje solemne que refleja la grandeza de la obra que iba a cumplirse: la Creación. Esa sombra fecundante, ese espíritu de Dios actuará de nuevo. Sólo espera escuchar un "sí", el de la Niña que ahora nace, y comenzará otra gran obra: la Redención.
¿Cómo nació? —El nacimiento de María fue proporcionado a su concepción. Nació de una manera natural, en cuanto a lo substancial del nacimiento, y de una manera prodigiosa, en cuanto a ciertas circunstancias.
María quedó sujeta en su nacimiento a la ley natural. El momento quiere expresarlo Santo Tomás de Aquino en la Mística Ciudad de Dios (II n. 325) con estas palabras: "Santa Ana, postrada en oración, pidió al Señor la asistiese con su gracia y protección para el buen suceso de su parto. Sintió luego un movimiento en el vientre, que es el natural de las criaturas para salir a la luz. Y la dichosa niña María al mismo tiempo fue arrebatada por providencia y virtud divina, en un éxtasis altísimo, en el cual, absorta, abstraída de todas las operaciones sensitivas, nació al mundo sin percibirlo por el sentido, como pudiera conocerlo por ellos si, junto con el uso de razón que tenía, los dejaran obrar naturalmente en aquella hora. Pero el poder del muy alto lo dispuso de esta forma para que la Princesa del cielo no sintiese la naturaleza de aquel suceso del parto".
La bienaventurada Virgen no proporcionó dolor alguno a Santa Ana en el momento de nacer. No puede imaginarse que aquel nacimiento que había de llenar de alegría y gozo a todo el mundo empezase con el dolor de una madre. Y así, en este caso de la venida de esta Niña Redentora, Dios derogó la pena impuesta a la mujer.
El gran amante de María, San Bernardo, quiere convencernos de esta posibilidad recordando que si algunos santos nacieron sin causar dolor a su madre, ¿cómo no es de creer que esta gracia se le otorgase a la Santísima Virgen? (Trat. de la Virgen 2).
Reconstruyendo la escena del nacimiento saltan hasta nosotros estos momentos de inmensa alegría. ¡Qué gozo tomar entre los brazos el cuerpecito de María! Debió ser inefable encontrarse con Ella hecha carne. Los ancianos padres llorarían de dicha. Esta Niña, que se parece físicamente a las otras, que aparentemente es incapaz de hablar y casi de abrir los ojos, que sólo sonríe dulcemente, es la madre del Mesías, del Salvador del mundo. Lo que aquellos ancianos saben es que es la hija de la promesa", y Ana sobre todo se siente orgullosa de recoger aquel fruto que también la hace grande a ella a los ojos de su Señor.
Su nacimiento, el más grande de la historia de todos los siglos, se ha realizado con la sencillez y ternura que acompañara su vida.
Su cuerpo fue perfecto. —Fue creada con la perfección natural, con aquélla con la que pudieron nacer los hijos inocentes de Adán. Por lo tanto nació con la perfección de sus órganos.
Santo Tomás dice que "a nadie le parecerá peregrino que se afirme que si Ella no empezó a hablar inmediatamente después de nacer y a usar de todos sus órganos corporales, manifestándose como una criatura que gozaba del uso perfecto de todas las potencias, fue porque era providencia divina que apareciese ante los hombres, al menos por entonces, como criatura ordinaria".
Un cuerpo proporcionado en sus miembros debía acompañar a un alma perfectísima. Aquella Niña era hermosa. Sus facciones proporcionadas y su cuerpo bello. Si Jesús, según canta el salmista, "fue el más hermoso de los hijos de los hombres", ¿por qué no admitir lo mismo en favor de su Madre? De la extraordinaria belleza de Jesús es lógico deducir la extraordinaria belleza de María. "No hay duda —dice H. San Víctor— de que el fuego del amor divino, allá donde Ella intervenía, se manifestase en todo su exterior de modo que, poseyendo una pureza angelical, angelical era también su rostro".
Su alma fue perfecta. —Desde que nació tuvo uso de razón y plena libertad.
Si Dios no ha negado a la Santísima Virgen gracia alguna de las que ha concedido a las criaturas, no puede negarse que María tuvo uso de razón y libre albedrío desde el instante de su concepción. Dotada de tal facultad adquirió inmediatamente el conocimiento de Dios, y por tanto, con un simple deseo de su albedrío se lanzó con todo el afecto de su corazón hacia Él, cumpliendo un acto perfectísimo de amor. De este modo, mediante su acción personal, se dispuso a su propia santificación.
El Evangelio nos habla de este uso de razón en el Bautista. Y si a él se lo dio, ¿le negaría Dios algo que le era debido a su dignidad? ¿Permitiría que su Madre fuese inconsciente de lo que el Altísimo obra en Ella? ¿No es lógico que desde el primer instante se ofreciese a Dios como corredentora?
Plenitud de gracias en el instante de su concepción. —Dios al crearla olvida la medida.
Si la Santísima Virgen tuvo el uso de razón y la libertad desde el momento de su concepción, es lógico que tuviera ciencia y, lo que es todavía mejor, que en ocasiones tuviera visión beatífica.
Hay muchas opiniones sobre esta visión beatífica, pero coinciden los teólogos en que le fue concedida varias veces: al nacer, en la Encarnación, y en la Resurrección de Jesús.
En cuanto a la ciencia infusa per se, le fue dada de una manera habitual y permanente. Así se explica que desde que nació y durante toda su infancia tuvo uso de razón acerca de las cosas divinas; que su alma desde su creación no interrumpiese sus actos de amor de Dios, y que aún durante el sueño tuviese altísima contemplación.
También tuvo ciencia infusa per accidens, que es perfeccionamiento de la anterior, ya que la tuvo Adán desde su nacimiento y habitualmente. Recibió, infusas, desde su concepción, las virtudes morales naturales, las cuales necesitan para su perfeccionamiento de las virtudes intelectuales naturales.
De la ciencia adquirida dicen los teólogos que, teniendo uso de razón desde el momento de su concepción pasiva, sus facultades sensibles se pondrían al unísono con las facultades intelectuales y desde que nació empezó a adquirir ciencia con su propio trabajo.
Desde su concepción hasta la de su Hijo no cometió tampoco pecado mortal ni venial. Para algunos autores no fue confirmada en gracia, es decir, hecha impecable, hasta que tomó carne en sus entrañas el Verbo divino, y para otros desde su concepción fue confirmada en el bien y en la gracia.
La Santísima Virgen no tuvo imperfección voluntaria desde su nacimiento, ya que ésta tiene parentesco con el pecado venial, y jamás lo cometió.
Y en cuanto a las imperfecciones morales involuntarias, debidas a la irreflexión o la ignorancia, si no tuvo "fomes peccati", tampoco puede decirse que las tuvo.
Fue exenta del pecado original desde el primer instante de su concepción y recibió, por consiguiente, la gracia santificante.
La "gracia" actuó en su alma y la preparó para la divina Maternidad.
Ni los ángeles ni los santos recibieron en su concepción más gracias. Jamás amó Dios a nadie como a Ella, y como El da tanta bondad como amor tiene a una persona, a María le dio más que a ninguna.
La Virgen María recibió, en su concepción, más gracia que la gracia final que recibiera cualquier ángel o cualquier santo. Algunos mariólogos divagan sobre este punto, pero considerando que la gracia está en razón directa de la unión con Dios, de las relaciones que se tienen con El, verdadera fuente, ¿cabe unión más íntima y estrecha que la de Dios y María?
Recibió en su primera santificación todas las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo: la fe, la esperanza y la caridad, así lo dice el concilio Tridentino, y lo mismo sucede con las "virtudes morales".
¿Dónde nació María?. —La opinión más común es que Joaquín Y Ana vivían en Jerusalén. Su patria anterior fue Séforis (la actual Saffuriye), siete kilómetros al norte de la solitaria Nazaret. Su casa distaba como unos treinta metros de la piscina Betesda, tan frecuentada por Jesús y en la que curó al paralítico. No es cierto que naciera la Virgen en Nazaret, donde luego estuvo. Los Padres antiguos llamaban a María "Virgo ierosolymitana".
Ciertamente "no fue su cuna de madera de cedro, ni de entarimado de ciprés, ni trono de oro sobre columnas de plata como se habla de la esposa del Cantar de los Cantares. Su cuna fue sencilla, pero digna y mecida por un verdadero amor.
Santa Ana esperaba el momento con ansiedad. El nacimiento de un niño en Palestina era un acontecimiento feliz, pero interrumpía por poco tiempo las labores domésticas de la madre. Asistían en este trance a la madre unas mujeres especializadas, como sucede todavía hoy.
Cuando la Virgen naciera se la atendería como ordenaba la Ley. El Talmud dice que lo que más le gusta a los niños es un baño de agua caliente. Según Feldman, en un estudio sobre las costumbres palestinianas, después del baño se frotaba a la criatura con sal y se la envolvía en unos lienzos. La sal se empleaba por sus propiedades antisépticas, aunque esto no se reseña en el Talmud. Así la sal hacía que la piel se le pusiera más espesa y sólida. Algunos autores antiguos hablan de un masaje con bicarbonato y sosa que hacían espuma, pero no parecen confirmarlo las costumbres hebreas. Inmediatamente de estar limpio el niño venía un masaje con aceite y la asistenta de la madre le daba a la criatura unos masajes en la cabeza con el fin de que tuviera buena forma. También usaban una hierba llamada "anibe yenuka", con la que se limpiaba la boca del infante. Las vendas eran indispensables para enderezar el cuerpo delicado del recién nacido.
Cuenta E. W. Heaton en su historia, la costumbre israelita de que las mujeres amamantasen a sus hijos, aunque en ocasiones, y si la familia era rica, les ponían una nodriza, que entraba a formar parte del círculo familiar.
No lo dicen expresamente los Evangelios, pero Santa Ana sería atendida por las mujeres de su familia y la Niña María bañada, espolvoreada con sal, recubierta de aceite y envuelta en vendas. Estamos seguros que así se la presentaron a su madre, que lloraría de gozo.
¡Una escena indescriptible! Unos momentos imborrables en la vida de la humanidad.
A falta de representación histórica los artistas han interpretado a su modo el nacimiento. La expresión plástica más antigua aparece en el siglo XI. Es una miniatura que data del año 1025 en un códice griego de la Biblioteca Vaticana. Aparece Santa Ana recostada en un lecho y San Joaquín con su Hija en brazos. Durante la Edad Media fue devoción de los pintores representar este momento histórico; así lo hicieron Giotto, en una capilla de Padua, y algunos artistas en los mosaicos de Santa María in Trastevere, de Roma. Los pintores del Renacimiento de todos los países le dedican tablas a la Natividad de María. Una de las más hermosas es la de Filippo Lippi, que adornó el fondo de su Madona y el Niño con el nacimiento de María, cuadro que se encuentra hoy en la galería Pitti, de Florencia.
Para enaltecer el lugar de la Natividad de la Virgen se levantó en Jerusalén un templo llamado Santa María de la Natividad, que cambió más tarde su nombre por el de Santa Ana. En 1856 el sultán se lo cedió a Francia y fue restaurado por Napoleón III y encomendado a los padres misioneros de Argel. El papa León XIII concedió el privilegio de decir todos los días dos misas votivas en aquel santo lugar, en honor de la Inmaculada Concepción y de la Natividad de María.
Se desconoce cuándo pasó la Virgen a vivir a Nazaret.
Tal vez a la muerte de sus padres, bien en sus desposorios con San Jose o con ocasión de algún acontecimiento familiar.
Lo cierto es que en Jerusalén, cabeza del pueblo israelita y centro codiciado del mundo romano, fue engendrada María, y nació en la pequeña casa próxima a la piscina. Así lo refiere la tradición y así lo apoya San Juan Damasceno, el mayor admirador de María.
La Iglesia honró siempre con magnificencia la Natividad de la Virgen. En la liturgia ocupaba lugar destacado.
La razón por la cual su fiesta fue fijada para el 8 de septiembre se ignora. Su origen, como el de todas las fiestas mayores marianas, se encuentra en Oriente, probablemente en Palestina.
El Protoevangelio de Santiago, de fines del siglo II, da algunos detalles.
San Agustín habla en sus escritos de que no existía en su tiempo una fiesta litúrgica particular dedicada a este acontecimiento. Poco después, en el concilio de Efeso (431) y en el de Calcedonia (451), se hace una referencia. El martirologio jeronimiano lo inserta en sus páginas y traduce, claramente, la profunda razón teológica de esta celebración.
Muchos sermones patrísticos orientales exaltan el nacimiento de María y también los más grandes poetas litúrgicos bizantinos. Por San Andrés de Creta la fiesta del Nacimiento es una verdadera tradición.
En Roma penetró la fiesta hacia la mitad del siglo VII, junto con la de la Purificación, Anunciación y Asunción de María, por obra de los monjes orientales que en tal época emigraban en masa de las regiones caídas bajo el yugo mahometano.
Sergio I (687-701) estableció que la fecha de conmemoración fuese distinta y se celebrara una solemne procesión desde la Curia Senatus a Santa María la Mayor, de Roma.
En la misa propia se leía al principio la historia de la Visitación, sustituida en seguida por la genealogía que ahora figura. La lección varió con San Pío V.
Por lo que se refiere a la difusión de la fiesta fue lenta y desigual. Durante el cónclave, después de la muerte de Gregorio IX, los cardenales insistieron con el nuevo Papa para que instituyese la octava de la fiesta, cosa que realizó después Inocencio IV, con la aprobación del concilio de Lyón. Gregorio XI instituyó una vigilia con ayuno, pero cayó pronto en desuso.
En el ciclo mariológico la Natividad de María no es fiesta de precepto. La Iglesia nos invita a meditar este suceso para traer cada año un frescor marial y el buen olor del "capullo en la casa del rey David".
Dios realizó una obra maestra con su Madre; "la llenó de gracia", hizo que penetrase en Ella todo lo divino: en su alma por todas sus facultades, en su cuerpo en todos sus miembros y sentidos. La plenitud fue el acento vigoroso con el que Ella empezó a existir y la santidad se hizo en su vida temporal de fidelidad y de entrega a Dios y a los hombres.
Para María somos todavía niños que aspiran a la vida de la gracia. Y esta vida de Dios puede aumentar en nuestra alma hasta el último instante de la vida. Si nos dejamos formar, hará de nosotros nuevos Cristos, será otra vez "Madre de los hombres".
Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Juventud 2008
Publicamos el mensaje que Benedicto XVI ha dirigido a los jóvenes del mundo con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud 2008 que se celebrará en julio de ese año en Sydney (Australia).
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo,
que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1, 8)
Queridos jóvenes:
1. La XXIII Jornada Mundial de la Juventud
Recuerdo siempre con gran alegría los diversos momentos transcurridos juntos en Colonia, en el mes de agosto de 2005. Al final de aquella inolvidable manifestación de fe y entusiasmo, que permanece impresa en mi espíritu y en mi corazón, os di cita para el próximo encuentro que tendrá lugar en Sydney, en 2008. Será la XXIII Jornada Mundial de la Juventud y tendrá como tema: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1, 8). El hilo conductor de la preparación espiritual para el encuentro en Sydney es el Espíritu Santo y la misión. En 2006 nos habíamos detenido a meditar sobre el Espíritu Santo como Espíritu de verdad, en 2007 quisimos descubrirlo más profundamente como Espíritu de amor, para encaminarnos después hacia la Jornada Mundial de la Juventud 2008 reflexionando sobre el Espíritu de fortaleza y testimonio, que nos da el valor de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo. Por ello es fundamental que cada uno de vosotros, jóvenes, en la propia comunidad y con los educadores, reflexione sobre este Protagonista de la historia de la salvación que es el Espíritu Santo o Espíritu de Jesús, para alcanzar estas altas metas: reconocer la verdadera identidad del Espíritu, escuchando sobre todo la Palabra de Dios en la Revelación de la Biblia; tomar una lúcida conciencia de su presencia viva y constante en la vida de la Iglesia, redescubrir en particular que el Espíritu Santo es como el “alma”, el respiro vital de la propia vida cristiana gracias a los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía; hacerse capaces así de ir madurando una comprensión de Jesús cada vez más profunda y gozosa y, al mismo tiempo, hacer una aplicación eficaz del Evangelio en el alba del tercer milenio. Con mucho gusto os ofrezco con este mensaje un motivo de meditación ir profundizándolo a lo largo de este año de preparación y ante el cual verificar la calidad de vuestra fe en el Espíritu Santo, de volver a encontrarla si se ha extraviado, de afianzarla si se ha debilitado, de gustarla como compañía del Padre y del Hijo Jesucristo, gracias precisamente a la obra indispensable del Espíritu Santo. No olvidéis nunca que la Iglesia, más aún la humanidad misma, la que está en torno a vosotros y que os aguarda en vuestro futuro, espera mucho de vosotros, jóvenes, porque tenéis en vosotros el don supremo del Padre, el Espíritu de Jesús.
2. La promesa del Espíritu Santo en la Biblia
La escucha atenta de la Palabra de Dios respecto al misterio y a la obra del Espíritu Santo nos abre al conocimiento cosas grandes y estimulantes que resumo en los siguientes puntos.
Poco antes de su ascensión, Jesús dijo a los discípulos: «Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido» (Lc 24, 49). Esto se cumplió el día de Pentecostés, cuando estaban reunidos en oración en el Cenáculo con la Virgen María. La efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente fue el cumplimiento de una promesa de Dios más antigua aún, anunciada y preparada en todo el Antiguo Testamento.
En efecto, ya desde las primeras páginas, la Biblia evoca el espíritu de Dios como un viento que «aleteaba por encima de las aguas» (cf. Gn 1, 2) y precisa que Dios insufló en las narices del hombre un aliento de vida, (cf. Gn 2, 7), infundiéndole así la vida misma. Después del pecado original, el espíritu vivificante de Dios se ha ido manifestando en diversas ocasiones en la historia de los hombres, suscitando profetas para incitar al pueblo elegido a volver a Dios y a observar fielmente los mandamientos. En la célebre visión del profeta Ezequiel, Dios hace revivir con su espíritu al pueblo de Israel, representado en «huesos secos» (cf. 37, 1-14). Joel profetiza una «efusión del espíritu» sobre todo el pueblo, sin excluir a nadie: «Después de esto –escribe el Autor sagrado– yo derramaré mi Espíritu en toda carne... Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días» (3, 1-2).
En la «plenitud del tiempo» (cf. Ga 4, 4), el ángel del Señor anuncia a la Virgen de Nazaret que el Espíritu Santo, «poder del Altísimo», descenderá sobre Ella y la cubrirá con su sombra. El que nacerá de Ella será santo y será llamado Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35). Según la expresión del profeta Isaías, sobre el Mesías se posará el Espíritu del Señor (cf. 11, 1-2; 42, 1). Jesús retoma precisamente esta profecía al inicio de su ministerio público en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí –dijo ante el asombro de los presentes–, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres. Para anunciar a los cautivos la libertad y, a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; y para anunciar un año un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2). Dirigiéndose a los presentes, se atribuye a sí mismo estas palabras proféticas afirmando: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír » (Lc 4, 21). Y una vez más, antes de su muerte en la cruz, anuncia varias veces a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, el «Consolador», cuya misión será la de dar testimonio de Él y asistir a los creyentes, enseñándoles y guiándoles hasta la Verdad completa (cf. Jn 14, 16-17.25-26; 15, 26; 16, 13).
3. Pentecostés, punto de partida de la misión de la Iglesia
La tarde del día de su resurrección, Jesús, apareciéndose a los discípulos, «sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 22). El Espíritu Santo se posó sobre los Apóstoles con mayor fuerza aún el día de Pentecostés: «De repente un ruido del cielo –se lee en los Hechos de los Apóstoles–, como el de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (2, 2-3).
El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto y ha resucitado!». Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza (cf. Hch 2, 29; 4, 13; 4, 29.31). De pescadores atemorizados se convirtieron en heraldos valientes del Evangelio. Tampoco sus enemigos lograron entender cómo hombres «sin instrucción ni cultura» (cf. Hch 4, 13) fueran capaces de demostrar tanto valor y de soportar las contrariedades, los sufrimientos y las persecuciones con alegría. Nada podía detenerlos. A los que intentaban reducirlos al silencio respondían: «Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Así nació la Iglesia, que desde el día de Pentecostés no ha dejado de extender la Buena Noticia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).
4. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principio de comunión
Pero para comprender la misión de la Iglesia hemos de regresar al Cenáculo donde los discípulos permanecían juntos (cf. Lc 24, 49), rezando con María, la «Madre», a la espera del Espíritu prometido. Toda comunidad cristiana tiene que inspirarse constantemente en este icono de la Iglesia naciente. La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y «eficientes», sino el fruto de la oración comunitaria incesante (cf. Pablo VI, Exhort. apost. «Evangelii nuntiandi», 75). La eficacia de la misión presupone, además, que las comunidades estén unidas, que tengan «un solo corazón y una sola alma» (cf. Hch 4, 32), y que estén dispuestas a dar testimonio del amor y la alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes (cf. Hch 2, 42). El Siervo de Dios Juan Pablo II escribió que antes de ser acción, la misión de la Iglesia es testimonio e irradiación (cf. Enc. «Redemptoris missio», 26). Así sucedía al inicio del cristianismo, cuando, como escribe Tertuliano, los paganos se convertían viendo el amor que reinaba entre los cristianos: «Ved –dicen– cómo se aman entre ellos» (cf. «Apologético», 39, 7).
Concluyendo esta rápida mirada a la Palabra de Dios en la Biblia, os invito a notar cómo el Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas. Este «sí a la vida» tiene su forma plena en Jesús de Nazaret y en su victoria sobre el mal mediante la redención. A este respecto, nunca olvidemos que el Evangelio de Jesús, precisamente en virtud del Espíritu, no se reduce a una mera constatación, sino que quiere ser «Buena Noticia para los pobres, libertad para los oprimidos, vista para los ciegos...». Es lo que se manifestó con vigor el día de Pentecostés, convirtiéndose en gracia y en tarea de la Iglesia para con el mundo, su misión prioritaria.
Nosotros somos los frutos de esta misión de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Llevamos dentro de nosotros ese sello del amor del Padre en Jesucristo que es el Espíritu Santo. No lo olvidemos jamás, porque el Espíritu del Señor se acuerda siempre de cada uno y quiere, en particular mediante vosotros, jóvenes, suscitar en el mundo el viento y el fuego de un nuevo Pentecostés.
5. El Espíritu Santo «Maestro interior»
Queridos jóvenes, el Espíritu Santo sigue actuando con poder en la Iglesia también hoy y sus frutos son abundantes en la medida en que estamos dispuestos a abrirnos a su fuerza renovadora. Para esto es importante que cada uno de nosotros lo conozca, entre en relación con Él y se deje guiar por Él. Pero aquí surge naturalmente una pregunta: ¿Quién es para mí el Espíritu Santo? Para muchos cristianos sigue siendo el «gran desconocido». Por eso, como preparación a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, he querido invitaros a profundizar en el conocimiento personal del Espíritu Santo. En nuestra profesión de de fe proclamamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo» (Credo Niceno-Constantinopolitano). Sí, el Espíritu Santo, Espíritu de amor del Padre y del Hijo, es Fuente de vida que nos santifica, «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5). Pero no basta conocerlo; es necesario acogerlo como guía de nuestras almas, como el «Maestro interior» que nos introduce en el Misterio trinitario, porque sólo Él puede abrirnos a la fe y permitirnos vivirla cada día en plenitud. Él nos impulsa hacia los demás, enciende en nosotros el fuego del amor, nos hace misioneros de la caridad de Dios.
Sé bien que vosotros, jóvenes, lleváis en el corazón una gran estima y amor hacia Jesús, cómo deseáis encontrarlo y hablar con Él. Pues bien, recordad que precisamente la presencia del Espíritu en nosotros atestigua, constituye y construye nuestra persona sobre la Persona misma de Jesús crucificado y resucitado. Por tanto, tengamos familiaridad con el Espíritu Santo, para tenerla con Jesús.
6. Los sacramentos de la Confirmación y de la Eucaristía
Pero –diréis– ¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y crecer en nuestra vida espiritual? La respuesta ya la sabéis: se puede mediante los Sacramentos, porque la fe nace y se robustece en nosotros gracias a los Sacramentos, sobre todo los de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que son complementarios e inseparables (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1285). Esta verdad sobre los tres Sacramentos que están al inicio de nuestro ser cristianos se encuentra quizás desatendida en la vida de fe de no pocos cristianos, para los que estos son gestos del pasado, pero sin repercusión real en la actualidad, como raíces sin savia vital. Resulta que, una vez recibida la Confirmación, muchos jóvenes se alejan de la vida de fe. Y también hay jóvenes que ni siquiera reciben este sacramento. Sin embargo, con los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y después, de modo constante, de la Eucaristía, es como el Espíritu Santo nos hace hijos del Padre, hermanos de Jesús, miembros de su Iglesia, capaces de un verdadero testimonio del Evangelio, beneficiarios de la alegría de la fe.
Os invito por tanto a reflexionar sobre lo que aquí os escribo. Hoy es especialmente importante redescubrir el sacramento de la Confirmación y reencontrar su valor para nuestro crecimiento espiritual. Quien ha recibido los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, recuerde que se ha convertido en «templo del Espíritu»: Dios habita en él. Que sea siempre consciente de ello y haga que el tesoro que lleva dentro produzca frutos de santidad. Quien está bautizado, pero no ha recibido aún el sacramento de la Confirmación, que se prepare para recibirlo sabiendo que así se convertirá en un cristiano «pleno», porque la Confirmación perfecciona la gracia bautismal (cf. Ibíd., 1302-1304).
La Confirmación nos da una fuerza especial para testimoniar y glorificar a Dios con toda nuestra vida (cf. Rm 12, 1); nos hace íntimamente conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia, «Cuerpo de Cristo», del cual todos somos miembros vivos, solidarios los unos con los otros (cf. 1 Co 12, 12-25). Todo bautizado, dejándose guiar por el Espíritu, puede dar su propia aportación a la edificación de la Iglesia gracias a los carismas que Él nos da, porque «en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Y cuando el Espíritu actúa produce en el alma sus frutos que son «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22). A cuantos, jóvenes como vosotros, no han recibido la Confirmación, les invito cordialmente a prepararse a recibir este sacramento, pidiendo la ayuda de sus sacerdotes. Es una especial ocasión de gracia que el Señor os ofrece: ¡no la dejéis escapar!
Quisiera añadir aquí una palabra sobre la Eucaristía. Para crecer en la vida cristiana es necesario alimentarse del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. En efecto, hemos sido bautizados y confirmados con vistas a la Eucaristía (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1322; Exhort. apost. «Sacramentum caritatis», 17). Como «fuente y culmen» de la vida eclesial, la Eucaristía es un «Pentecostés perpetuo», porque cada vez que celebramos la Santa Misa recibimos el Espíritu Santo que nos une más profundamente a Cristo y nos transforma en Él. Queridos jóvenes, si participáis frecuentemente en la Celebración eucarística, si consagráis un poco de vuestro tiempo a la adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor, que es la Eucaristía, os llegará esa gozosa determinación de dedicar la vida a seguir las pautas del Evangelio. Al mismo tiempo, experimentaréis que donde no llegan nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos transforma, nos colma de su fuerza y nos hace testigos plenos del ardor misionero de Cristo resucitado.
7. La necesidad y la urgencia de la misión
Muchos jóvenes miran su vida con aprensión y se plantean tantos interrogantes sobre su futuro. Ellos se preguntan preocupados: ¿Cómo insertarse en un mundo marcado por numerosas y graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que a veces parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la vida? ¿Cómo contribuir para que los frutos del Espíritu que hemos recordado precedentemente, «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí» (n. 6), inunden este mundo herido y frágil, el mundo de los jóvenes sobre todo? ¿En qué condiciones el Espíritu vivificante de la primera creación, y sobre todo de la segunda creación o redención, puede convertirse en el alma nueva de la humanidad? No olvidemos que cuanto más grande es el don de Dios –y el del Espíritu de Jesús es el máximo– tanto más lo es la necesidad del mundo de recibirlo y, en consecuencia, más grande y apasionante es la misión de la Iglesia de dar un testimonio creíble de él. Y vosotros, jóvenes, con la Jornada Mundial de la Juventud, dais en cierto modo testimonio de querer participar en dicha misión. A este propósito, queridos amigos, me apremia recordaros aquí algunas verdades cruciales sobre las cuales meditar. Una vez más os repito que sólo Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar la humanidad y conducirla a su «divinización». Con la fuerza de su Espíritu, Él infunde en nosotros la caridad divina, que nos hace capaces de amar al prójimo y prontos para a ponernos a su servicio. El Espíritu Santo ilumina, revelando a Cristo crucificado y resucitado, y nos indica el camino para asemejarnos más a Él, para ser precisamente «expresión e instrumento del amor que de Él emana» (Enc. «Deus caritas est», 33). Y quien se deja guiar por el Espíritu comprende que ponerse al servicio del Evangelio no es una opción facultativa, porque advierte la urgencia de transmitir a los demás esta Buena Noticia. Sin embargo, es necesario recordarlo una vez más, sólo podemos ser testigos de Cristo si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, que es «el agente principal de la evangelización» (cf. «Evangelii nuntiandi», 75) y «el protagonista de la misión» (cf. «Redemptoris missio», 21). Queridos jóvenes, como han reiterado tantas veces mis venerados Predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, anunciar el Evangelio y testimoniar la fe es hoy más necesario que nunca (cf. «Redemptoris missio», 1). Alguno puede pensar que presentar el tesoro precioso de la fe a las personas que no la comparten significa ser intolerantes con ellos, pero no es así, porque proponer a Cristo no significa imponerlo (cf. «Evangelii nuntiandi», 80). Además, doce Apóstoles, hace ya dos mil años, han dado la vida para que Cristo fuese conocido y amado. Desde entonces, el Evangelio sigue difundiéndose a través de los tiempos gracias a hombres y mujeres animados por el mismo fervor misionero. Por lo tanto, también hoy se necesitan discípulos de Cristo que no escatimen tiempo ni energía para servir al Evangelio. Se necesitan jóvenes que dejen arder dentro de sí el amor de Dios y respondan generosamente a su llamamiento apremiante, como lo han hecho tantos jóvenes beatos y santos del pasado y también de tiempos cercanos al nuestro. En particular, os aseguro que el Espíritu de Jesús os invita hoy a vosotros, jóvenes, a ser portadores de la buena noticia de Jesús a vuestros coetáneos. La indudable dificultad de los adultos de tratar de manera comprensible y convincente con el ámbito juvenil puede ser un signo con el cual el Espíritu quiere impulsaros a vosotros, jóvenes, a que os hagáis cargo de ello. Vosotros conocéis el idealismo, el lenguaje y también las heridas, las expectativas y, al mismo tiempo, el deseo de bienestar de vuestros coetáneos. Tenéis ante vosotros el vasto mundo de los afectos, del trabajo, de la formación, de la expectativa, del sufrimiento juvenil... Que cada uno de vosotros tenga la valentía de prometer al Espíritu Santo llevar a un joven a Jesucristo, como mejor lo considere, sabiendo «dar razón de vuestra esperanza, pero con mansedumbre » (cf. 1 P 3, 15).
Pero para lograr este objetivo, queridos amigos, sed santos, sed misioneros, porque nunca se puede separar la santidad de la misión (cf. «Redemptoris missio», 90). Non tengáis miedo de convertiros en santos misioneros como San Francisco Javier, que recorrió el Extremo Oriente anunciando la Buena Noticia hasta el límite de sus fuerzas, o como Santa Teresa del Niño Jesús, que fue misionera aún sin haber dejado el Carmelo: tanto el uno como la otra son «Patronos de las Misiones». Estad listos a poner en juego vuestra vida para iluminar el mundo con la verdad de Cristo; para responder con amor al odio y al desprecio de la vida; para proclamar la esperanza de Cristo resucitado en cada rincón de la tierra.
8. Invocar un «nuevo Pentecostés» sobre el mundo
Queridos jóvenes, os espero en gran número en julio de 2008 en Sydney. Será una ocasión providencial para experimentar plenamente el poder del Espíritu Santo. Venid muchos, para ser signo de esperanza y sustento precioso para las comunidades de la Iglesia en Australia que se preparan para acogeros. Para los jóvenes del país que nos hospedará será una ocasión excepcional de anunciar la belleza y el gozo del Evangelio a una sociedad secularizada de muchas maneras. Australia, como toda Oceanía, tiene necesidad de redescubrir sus raíces cristianas. En la Exhortación postsinodal «Ecclesia in Oceania» Juan Pablo II escribía: «Con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia en Oceanía se está preparando para una nueva evangelización de pueblos que hoy tienen hambre de Cristo... La nueva evangelización es una prioridad para la Iglesia en Oceanía» (n. 18).
Os invito a dedicar tiempo a la oración y a vuestra formación espiritual en este último tramo del camino que nos conduce a la XXIII Jornada Mundial de la Juventud, para que en Sydney podáis renovar las promesas de vuestro Bautismo y de vuestra Confirmación. Juntos invocaremos al Espíritu Santo, pidiendo con confianza a Dios el don de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y para la humanidad del tercer milenio.
María, unida en oración a los Apóstoles en el Cenáculo, os acompañe durante estos meses y obtenga para todos los jóvenes cristianos una nueva efusión del Espíritu Santo que inflame los corazones. Recordad: ¡la Iglesia confía en vosotros! Nosotros, los Pastores, en particular, oramos para que améis y hagáis amar siempre más a Jesús y lo sigáis fielmente. Con estos sentimientos os bendigo a todos con gran afecto.
En Lorenzago, 20 de julio de 2007
Benedicto XVI
El Jesús de Madre Teresa de Calcuta / Autora: Teresa de Calcuta
Para mí, Jesús es
El Verbo hecho carne.
El Pan de la vida.
La víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados.
El Sacrificio ofrecido en la Santa Misa por los pecados del mundo y por los míos propios.
La Palabra, para ser dicha.
La Verdad, para ser proclamada.
El Camino, para ser recorrido.
La luz, para ser encendida.
La Vida, para ser vivida.
El Amor, para ser amado.
La Alegría, para ser compartida.
El sacrificio, para ser dados a otros.
El Pan de Vida, para que sea mi sustento.
El Hambriento, para ser alimentado.
El Sediento, para ser saciado.
El Desnudo, para ser vestido.
El Desamparado, para ser recogido.
El Enfermo, para ser curado.
El Solitario, para ser amado.
El Indeseado, para ser querido.
El Leproso, para lavar sus heridas.
El Mendigo, para darle una sonrisa.
El Alcoholizado, para escucharlo.
El Deficiente Mental, para protegerlo.
El Pequeñín, para abrazarlo.
El Ciego, para guiarlo.
El Mudo, para hablar por él.
El Tullido, para caminar con él.
El Drogadicto, para ser comprendido en amistad.
La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga.
El Preso, para ser visitado.
El Anciano, para ser atendido.
Para mí, Jesús es mi Dios.
Jesús es mi Esposo.
Jesús es mi Vida.
Jesús es mi único amor.
Jesús es mi Todo.
En la sinagoga de Cafarnaúm / Autor: P Clemente González
En la sinagoga de Cafarn
Lucas 4, 31-37
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: ¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios. Jesús entonces le conminó diciendo: Cállate, y sal de él. Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros:¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.
Reflexión
Un amigo mío llegó de Perú, donde había estado de misionero durante el verano. Me contó que esa experiencia le había enriquecido mucho, no tanto por lo que había dado -sus catequesis y actividades con los jóvenes de Huamachuco- sino por lo que había recibido.
Jesús se nos presenta también como catequista. Dice el evangelio que bajó a Cafarnaún donde enseñaba los sábados en la sinagoga. ¿Y cómo daba Jesús sus catequesis? Ante todo, con autoridad, es decir, con credibilidad, porque no llenaba sus predicaciones con palabrería, sino con verdad, con el Espíritu de Dios que es capaz de transformar los corazones.
Por tanto, dar catequesis es una actividad propia del cristiano. Consiste en iluminar las virtudes cristianas con ejemplos, acercar a otros a los sacramentos...
Mi amigo tenía veinte años. Y descubrió que al enseñar a otros estaba fortaleciendo su propia fe y aumentaba en él la pasión por Cristo y el Evangelio. Porque el que predica, se predica a sí mismo. El que habla del perdón queda más comprometido a perdonar, y el que exige debe hacerlo con el propio testimonio.
La experiencia de Perú hizo a mi amigo más cristiano, porque supo meterse en el papel de Cristo y llegó a quedar transformado por Él.
lunes, 3 de septiembre de 2007
El conductor imprudente / Autor: Oscar Schmidt
Hace algunos años tuve la ocasión de conocer laboralmente a dos hombres que trabajaban en equipo largas horas al día. Una mañana nos enteramos que uno de ellos había fallecido en un accidente de automóvil la noche anterior. Con gran preocupación esperamos la llegada de su compañero, para darle la terrible noticia. Cuando se enteró, guardó un largo silencio, y luego dijo: “y…andaba muy fuerte…”. El hombre le había dicho muchas veces a su amigo que no manejara su auto de ese modo, que ponía a riesgo su vida y la de otros. Esta preocupación, que llevó en su corazón durante quien sabe cuanto tiempo, afloró como una espada cuando se concretó lo que tanto temía. No pudo dejar de ver la muerte de su amigo como una consecuencia esperable ante su imprudente modo de conducir. Todos quedamos sorprendidos ante tan extraña respuesta, por lo racional y fría de la misma, que reflejaba que lo ocurrido era un evento de algún modo anticipable.
Después de varios años ésta historia vuelve a mi recuerdo. Todos somos responsables de nuestros actos, respecto de nuestras familias y de quienes nos rodean. Muchas veces pedimos ayuda a Dios, o confiamos en la ayuda de Dios, mientras ponemos todo de nuestro lado para que las cosas nos resulten mal. ¿Y que se puede decir entonces cuando la tragedia llega a nuestra vida?. ¿A quien podemos culpar sino a nosotros mismos?. Muchas veces se dice: “ayúdate y Dios te ayudará”. Esto no significa negar la acción de Dios sobre nuestras vidas. ¡Todo lo contrario!. Dios actúa en nuestra vida cuando somos dignos Hijos suyos, cuando nuestras acciones son justas, responsables, medidas y orientadas a la caridad hacia los demás. Cuando actuamos irresponsablemente nos alejamos de lo que Dios espera de nosotros, ya que Dios es orden y mesura también. Dios no es desordenado, ni atolondrado, y mucho menos irresponsable. ¿Acaso no se advierte en la Creación Su sello de perfección, armonía, orden y disciplina?.
Mientras tanto, ¿cómo tratamos nosotros a nuestra alma?. ¿Acaso no somos como un conductor de automóvil irresponsable, que arriesga su vida y quizás la de su familia, frente al modo en que conducimos nuestra alma?. Es más fácil de advertir la falta de sensatez de quien arriesga físicamente la vida propia y la de otros, pero es mucho más sutil el accionar de quien arriesga la perdición de su alma o la de quienes lo rodean. Un padre o una madre que conducen mal una familia, ponen en juego las almas de sus hijos también, y las propias. Y recordemos que el alma, a diferencia del cuerpo que es corruptible, está destinada a la vida eterna o a la perdición eterna.
Entonces cuerpos y almas deben ser tratados con responsabilidad. El cuerpo es el Templo del Espíritu Santo. Nuestra alma, mientras tanto, es el tesoro más valioso que Dios nos da.
Seamos buenos conductores de almas, manejemos con delicadeza nuestras vidas, de tal modo de llegar a destino con la valiosa carga a salvo: nuestra propia alma y las de aquellos que nos han sido confiados.
¿Máscara o pavorreal? / Autor: P. Sergio Córdova LC
Sentado en su nueva oficina, un abogado recién graduado esperaba su primer cliente. Al escuchar que la puerta se abría, rápidamente levantó el teléfono para hacer creer que estaba muy ocupado. El visitante pudo escuchar al joven abogado decir:
-“Manuel, volaré a Nueva York para ver si resuelvo el caso del cliente aquel. Parece que esto va a ser algo grande y más difícil de lo que pensábamos. También necesitamos traer al experto americano, Mr. Craig, para que nos dé su opinión sobre este asunto tan importante”. Y, de pronto, interrumpió su presunta conversación con estas palabras:
-“Manuel, perdona, espera un momentito porque alguien acaba de llegar”. Y cortó. Dirigiéndose entonces al hombre que acababa de entrar, preguntó el abogado: -“Bien, ¿en qué puedo ayudarle?”. Con una gran sonrisa, entre pícara y maliciosa, el hombre contestó: -“Yo sólo he venido a instalar el servicio a su teléfono, señor”.
¡Vaya chasco, amigo! Quiso ser como el pavorreal y se quedó “haciendo el oso”. ¡Qué estúpida es la vanagloria y cuán necio el deseo de impresionar a los demás! Muchas gentes del mundo tratan de “apantallar” a sus semejantes con supuestas obras grandiosas y fingen ser lo que no son; se cubren el rostro con una máscara de catrín y pretenden pasar por gente “importante”. Pero, en realidad, sólo se engañan a sí mismos y terminan haciendo el ridículo, como los comediantes o los actores de una pantomima.
Nuestro Señor era un observador atento y perspicaz de las conductas de los hombres. Pero no sólo miraba las apariencias, sino que penetraba hasta los secretos más recónditos del corazón. Una vez fue invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos. Y viendo cómo los invitados perdían los estribos y corrían hacia los primeros puestos, pisoteando no sólo las reglas de cortesía y los buenos modales, sino –más vulgarmente— también los pies ajenos, el Señor no deja pasar la oportunidad para instruir a sus discípulos y amonestar mansamente a los fariseos.
“Cuando te conviden a una boda –les dice Jesús— no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y luego venga el que te convidó a ti y al otro, y te diga: ‘Cédele el puesto a éste’. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto”. Nuestro Señor sabía que los fariseos eran amantes de las reverencias y de las caravanas y que cuidaban su propia fama e imagen casi más que su vida misma. Eran hombres de apariencias. “Hipócritas –es decir, máscaras—, sepulcros blanqueados” les llamó en otra ocasión. Y es que Dios aborrece la mentira y el engaño.
Jesús mismo llamó al diablo “padre de la mentira”. Y la vanagloria es ya, en sí misma, una forma de mentira sutil y perniciosa. Es tratar de aparentar lo que no se es y ser alabado por la belleza de la propia máscara que se lleva encima.
Esopo, el gran fabulista griego, cuenta que en una ocasión una zorra –animal sumamente curioso y astuto por naturaleza– entró al taller de un orfebre y comenzó a observar, con gran maravilla, todas las obras de arte de su autor. De pronto, reparó en una máscara de teatro bellamente pintada, y la estuvo examinando cuidadosamente. Y, después de unos minutos, decepcionada, exclamó: “¡Oh, qué cabeza tan hermosa, pero no tiene cerebro!”. Así son muchos hombres de nuestro tiempo que aparentan ser grandes e “importantes” a los ojos de los demás, pero que están vacíos por dentro. Como los fariseos.
Y es que el corazón del ser humano tiene una profunda enfermedad existencial. Nos encantan las apariencias, la fachada, el “pose” –como se dice—: que los demás hablen bien de nosotros, nos alaben y nos consideren grandes señores. También a nosotros nos acecha la eterna tentación, como a los fariseos del tiempo de Jesús, de ser tenidos en cuenta y apreciados por los demás para sentirnos realizados. Nos gusta impresionar para que la gente nos tenga sobre un pedestal. Y muchas veces nos contentamos con eso para creernos dichosos.
En el año 1807 ó 1808, Beethoven y Goethe se encontraron en Karlsbad, e hicieron un paseo en carroza juntos. Toda la gente, al verlos pasar por la calle, se inclinaban haciendo profundas reverencias. –“Es aburrido –dijo entonces Goethe—ser tan famoso. ¡Todos me saludan!”. A lo cual, Beethoven respondió, no sin cierta picardía: -“No les haga caso, Excelencia. ¡A lo mejor me están saludando a mí!”.
La vanagloria es, en efecto, una gloria “vana”, falsa, postiza, caduca. Y, además, tremendamente subjetiva. Por eso es tan engañosa. Es obrar delante de los hombres, buscando el aplauso y el aprecio ajeno, y no a los ojos de Dios. Es rechazar la única gloria verdadera, que procede de Dios, y cambiarla por las plumas de un pavorreal. ¡Al menos Esaú cambió su primogenitura por un plato de lentejas, y le aprovecharon! Pero con la vanagloria, lo perdemos todo. No somos más porque los otros nos alaben, ni somos menos porque nos vituperen. Y, en última instancia, quien nos va a juzgar –y aprobar o condenar— al fin de nuestra vida es Dios y no los hombres.
Por eso, lo único que debe importarnos siempre es el juicio verdadero de Dios y de nuestra conciencia, y no la opinión ajena. ¡Hagamos siempre el bien sólo por Dios y por los demás, sin buscar la alabanza ni temer el vituperio! La gloria de Dios es nuestra mayor gloria
La carcajada / Autor: P. Mariano de Blas LC
No siempre la carcajada es señal de felicidad. Muchas veces es la simple máscara de una tragedia. ¿Por qué? Porque la verdadera felicidad está hecha de algunos materiales muy concretos.
Está hecha de paz con Dios, de paz consigo mismo, de amor al prójimo. Quien tiene estos materiales no necesita aspavientos, no necesita carcajadas. Sabe, se siente, es feliz.
Ahora bien, esta felicidad, esta paz del corazón está muy amenazada. Está ahí el pecado en sus diversas formas que mata esa paz. Está el rencor que pudre el corazón del hombre y que arranca de cuajo cualquier señal de paz. Está el pesimismo, el desaliento, la desesperanza, que destruyen completamente esa tierra, ese jardín donde no puede crecer la tranquilidad y la paz.
¿Me considero un hombre, una mujer feliz? Si lo eres, ya sé por qué; no es casualidad, es porque has cultivado las flores de la felicidad. Tú has cultivado el amor a Dios, has cultivado el amor a tu prójimo, has cultivado la paz de la conciencia; por eso eres feliz.
El que es feliz no necesita demostrarlo. El que no lo es, debe aparentarlo. La carcajada suele ser una apariencia de felicidad.
domingo, 2 de septiembre de 2007
"La Entrega" / Autor: Henri Nouwen
El momento en que Jesús es entregado, a aquellos que hacen lo que quieren con Él, es punto casi crucial del ministerio de Jesús. Es pasar de la acción a la pasión. Después de años de enseñar, predicar, sanar y desplazarse hacia donde quiera que quisiera ir, Jesús es entregado al capricho de sus enemigos. Ya las cosas no son hechas por Él, sino a Él. Es flagelado, coronado de espinas, escupido, ridiculizado, desnudado y clavado, desnudo, a una cruz. Es una víctima pasiva, sujeta a las acciones de los otros. Desde el momento en que Jesús es entregado, comienza su pasión y a través de esta pasión Él cumple con su vocación.
Es importante para mi darme cuenta de que Jesús cumple su misión no por lo que hace, sino por lo que le hacen.
Como para todos, la mayor parte de mi vida esta determinada por lo que se me hace y, por lo tanto, es pasión.
Y porque la mayor parte de mi vida es pasión, cosas que se me hacen, sólo partes pequeñas de mi vida están determinadas por lo que pienso, digo o hago. Tiendo a protestar por esto y a querer que todo sea acción, originada por mi. Pero la verdad es que mi pasión es una parte mucho más grande de mi vida, que mi acción. No reconocerlo sería autoengaño, y no abrazar mi pasión con amor sería autorrechazo.
Es una buena nueva saber que Jesús es entregado a la pasión, y que a través de su pasión cumple su tarea divina en la tierra. Es una buena nueva para el mundo que busca con pasión su integridad.
Las palabras de Jesús a Pedro me recordaron que la transición de Jesús de la acción a la pasión también debe ser la nuestra, si queremos seguir su camino. Dice: "Cuando eras joven te ponías tu propio cinturón e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos y algún otro te pondrá un cinturón y te llevará a donde no quieras ir" (Juan 21:18).
También yo debo permitir ser "entregado" y, de esa forma, cumplir con mi vocación.
Oración "inútil" / Autor: Henri Nouwen
Por qué debo pasar una hora en oración, cuando no hago durante ese tiempo más que pensar en la gente con la que estoy enojado, en la gente que está enojada conmigo, en los libros que tendría que leer, en los libros que tendría que escribir, y miles de cosas tontas que se apoderan de mi mente instantáneamente?
La respuesta es que Dios es más grande que mi mente y mi corazón, y lo que realmente está pasando en la casa de oración no se puede medir en términos de éxito o fracaso humanos.
Lo que debo hacer primero es ser fiel. Creo que el primer mandamiento es amar a Dios con todo mi corazón, mente y alma, entonces, debería, por lo menos, pasar una hora al día sólo con Dios. La pregunta sobre si es útil, si ayuda, si es práctico o fructífero, es completamente irrelevante, ya que la sola razón para amar es el amor mismo. Todo lo demás es secundario.
Lo extraordinario es, sin embargo, que sentándome en la presencia de Dios durante una hora a la mañana- día tras día, semana tras semana, mes tras mes -, en total confusión y con una miríada de distracciones, cambia radicalmente mi vida. Dios, que me ama tanto que mandó a su único Hijo no a condenarme sino a salvarme, no me deja esperando en la oscuridad por mucho tiempo. Podría pensar que cada hora es inútil pero, después de treinta o sesenta o noventa de esas inútiles horas, gradualmente me doy cuenta de que no estaba tan solo como pensaba: una voz muy pequeña y suave ha estado hablando conmigo, mucho más allá de mi lugar ruidoso.
Por lo tanto, ten confianza y confía en el Señor.
Evangelio en las playas / Autor: Carlos Padilla, L.C.
Noche, arena y mar no son sinónimos de pecado; un grupo de jóvenes en traje de baño no son para nada una banda de irreverentes. Es más, ¡son sitios y auditorios excelentes para predicar a Cristo!
De ello están persuadidos algunos de los grupos misioneros que salieron este verano a predicar un evangelio sin fronteras. No importaba el lugar, la fama o la aparente hostilidad de predicar en una playa, fuera de una discoteca o en medio de piazza Navona. "Vosotros jóvenes, conocéis los ideales, el lenguaje, y también las heridas, las esperanzas y el deseo de bien que hay en vuestros coetáneos. No tengáis miedo de convertiros en santos misioneros." Así les espoleaba Benedicto XVI, y así respondían ellos con valentía.
Entre los intrépidos y originales grupos eclesiales, parroquiales y misioneros aparecen los Papa Boys. Como primer campo de misión, estos chicos eligieron el “Alto Adriático” de Italia (la parte norte de la costa oriental de la península). Ciento cincuenta jóvenes están involucrados en el proyecto, decenas de ellos se dan cita en la playa de Ricione para cantar, bailar e involucrar a los turistas en juegos de diverso tipo. Son animadores llenos de alegría, ¡de una alegría cristiana! Entre tanto, en un lugar cercano a la playa, algunos sacerdotes se sientan en sus confesionarios, y con la estola sobre los hombros confiesan a los bañistas sedientos del perdón.
“Es necesario ir más allá de la parroquia, y andar a esas tierras (o arenas) donde nadie había hablado de Cristo” afirma Don Benzi, pionero de esta inédita misión. “Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí; si ellas no vienen a mí, soy yo quien tengo que ir a buscarlas. Dios así me lo ha confiado, y siento una gran responsabilidad con todos los que quieren ser encontrados” concluye.
En Padova, Verona y Vicenza los Papa Boys han hecho un pacto con la comunidad Exodus, dirigida por el sacerdote católico Antonio Mazzi. Este trato consiste en calendarizar los días de animación en la playa, las tardes de dance cristiana y las exhibiciones de música Gospel. Eso sí, han cuidado con esmero que las y los animadores vayan vestidos sobriamente, que la formación de los misioneros (en Borgo San Lorenzo, Florencia) no sea superficial y que todo sirva al fin propuesto: acercar a esas almas que han perdido toda relación con la Iglesia.
A un lado de la pista, los jóvenes encuentran “la sala de la escucha” donde hay personas disponibles para entablar un diálogo espiritual y poner en los corazones jóvenes las preguntas de fondo sobre el sentido de la vida y la existencia de Dios. “Si queremos llevarles el evangelio, pues hay que ir a donde se divierten ¿no?” Afirma Caterina Coltorti una Papa girl de veinte años. “Ayer, en una discoteca de Rimini, una chica me dijo que creía en Dios, pero que a los curas no los podía ni ver. Después de una hora, nos quedamos hablando con ella y sus amigos, sobre Cristo y la verdadera fe”. En fin, si amas a la Iglesia te convences de esa penetrante invitación misionera: ¡Que nada os detenga!
Ésta no es una llamarada en solitario. El fuego también se extiende a la asociación de laicos Juan XXIII, con la “disco - misión”; a la comunidad de Sant`Egidio y sus proyectos de caridad cristiana; a los Focolares “sub - 25”, a quienes Chiara Lubich encargó el hacer resonar la palabra del Maestro en los pubs, en las plazas y en los sitios de descanso. En Roma, por ejemplo, los promotores de la jornada mundial de la juventud organizan momentos de oración entre los turistas de Piazza Navona y mantienen abiertas las iglesias hasta el amanecer, a fin de interceptar al “pueblo de la noche”.
La fe no es para vivirse en las sacristías, quien así lo crea ¡que mire a esta Iglesia joven, de altavoz e ingenio! “Solo el amor crea” decía Maximiliano Kolbe. Sólo el amor revoluciona el corazón venciendo los tópicos de siempre: “No se puede”, “son otros tiempos”, “la juventud está perdida” y un largo etcétera de vanos conformismos que anestesian.
Este verano no solo brilló el sol. Junto a él, brillaron estos valientes apóstoles, convertidos en la antorcha de Dios, en la luz de una Iglesia que conoce sus tiempos y sus hombres; una Iglesia dispuesta a salir al paso con arrojo y vibrar con las palabras de su Pastor: “No tengáis miedo de convertiros en santos misioneros”.
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