jueves, 29 de noviembre de 2007
¿Qué guardas en tu corazón? / Autores: Conchi y Arturo
"Se presentaron donde él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta èl a causa de la gente, le anunciaron: Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte. Pero él les respondió: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen." (Lc. 8, 19-21)
En artículos anteriores hemos hablado de buscar y vivir la voluntad de Dios como único camino hacia la salvación y medio de tener una vida plena en éste mundo. Esto comporta cada día dar un pequeño paso en el abandono a la Divina Providencia y en crecer en la humildad. O sea, crecer hacia el Padre haciéndome más y más pequeñito, pasando más y más desapercibido como YO, el SER egoísta que la vida y la sociedad nos ayuda tanto a alimentar. Nuestro EGO nos convierte en un monstruo enorme que somos incapaces de dominar y que acaba con nuestra vida como hijos de Dios, como Templos del Espíritu Santo y como madre y hermanos de Jesús que escuchan su palabra y la ponen en práctica.
Damos pie a que nuestro corazón se convierta en aquel Templo sagrado en el que Jesús enseñaba y del que los vendedores hicieron una cueva de ladrones, de engaño, de manipulación. El Hijo de Dios hecho hombre no pudo soportar tanto desprecio hacia su Padre y cogiendo un látigo los echó a todos de allí: "Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que está escrito: El celo por tu Casa me devorará". (Jn. 2, 13-17)
Comportandonos como vendedores
¿Nos devora el celo por la Casa de nuestro Padre?. ¿Por mantener puro e inmaculado nuestro Templo?. ¿Por procurar que ningún otro "dios" habite en él?. ¿Hemos dejado paso a los vendedores o comerciales que todos llevamos dentro?. ¿Vendemos palomas o vendemos ya bueyes y no somos conscientes?. Verdaderamente nadie es o puede hacerse santo por sus propios méritos, sino por gracia de Dios, pero tenemos tendencia a caer en la monotonía y acostumbrarnos a ver ciertas conductas y acontecimientos como normales o como que ya no puedo hacer nada por cambiarlos, porque están instaurados en mí y yo soy así.
Al igual que cada poco tiempo limpiamos nuestras casas, quitamos el polvo de los muebles, lavamos la ropa, etc... Así debemos tomar conciencia con la oración de aquellos tics, defectos, impulsos de carácter, vocabulario, gestos, acomodamientos, omisiones..., que caracterizan mi forma de ser. Nuestras emociones y mecanismos de defensa me hacen ser manipulador, egoísta, tener mal genio, impaciente, interesado, despiadado, mentiroso, vago...Jesús jamás tendría estas actitudes con los demás. Los vendedores del espíritu del mundo ocupan nuestro corazón y nos impulsan a ser comerciantes y comerciales compulsivos que buscan su propio interés y satisfacción inmediata.
Hoy! Este mensaje, articulo o enseñanza es para mí o para ti, no para aplicárselo a los demás. Soy yo quien necesita cambiar. No me hace bien lavarme las manos como Pilatos y exigir que mejoren únicamente los otros.Yo soy quien necesita sencillez para aceptar errores, y mucha dedicación para corregir defectos. Soy yo el llamado a seguir al Señor y dar lo mejor de mí mismo. Hoy es el día para convertirme. Me engaño al prometer un cambio para un mañana que nunca llega. "Hoy quiero perdonar, hoy quiero amar, hoy quiero renacer. hoy quiero dejar de ser parte del problema y ser parte de la solución, en mi hogar y en mi trabajo. Este mensaje no es sólo para este familiar o aquel amigo, es para mi, como debieran ser todos. El cambio debe empezar por mí, ¿Cuándo? ¡Hoy mismo!.
A lo largo de la Biblia, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, encontramos testimonios de como ha ido cambiando la vida de personas que vivían en situaciones difíciles y extremas y para las cuales sólo ha existido un hilo conductor: buscar y vivir la voluntad de Dios.
* ABRAHAM
Abraham es el ejemplo de fe por excelencia. Un hombre sencillo, de su tierra al que Yaveh había bendecido en bienes y al que había llamado a dejar su tierra, a su padre y toda la seguridad que tenía. Un buen día escucha la voz de Dios y le dice que le dará otra tierra para establecerse con todos los suyos. Además, ya era mayor y no tenía descendencia. El Altísimo le anuncia que será padre de un hijo.
¿Qué tenia de especial Abraham?, ¿Era un modelo de hombre bueno y justo?. No tenemos muchos datos sobre él. Uno es que estuvo a punto de ofrecer a su hijo Isaac a Dios en sacrificio cuando éste se lo pidió. Era lo más grande que tenía, lo que había deseado y esperado toda su vida. Sin embargo, hasta llegar a ese punto de entrega también había sido un hombre con sus debilidades y sus miedos, con dudas y momentos de falta de fe.
Cuando sale de su país se dirige a Egipto. Allí tiene miedo de que por la hermosura de su mujer alguien pueda matarlo para quitársela. Así es como decide que ella se haga pasar por su hermana y Sara es llevada ante el faraón, quien la toma junto a él. Cuando Dios castiga al faraón y su familia, éste le pregunta a Abraham porque lo ha engañado y tienen que marcharse.
También, cuando Dios hace con él la Alianza y le promete un hijo propio, Abraham y Sara, no creen. Sara le da a su esclava para que sea ella quien conciba ese hijo y Abraham acepta. Esto no era exactamente lo que Yaveh le había anunciado. A pesar de ello Dios mantiene su promesa, bendice al hijo que tiene con la esclava y les sigue protegiendo. Abraham escucha y espera la voluntad de Dios en sus pecados y limitaciones.
Sus descendientes siguieron esperando y guiándose por la promesa de Dios hecha a Abraham, renovada en Isaac y posteriormente en Jacob, José, Moisés...
* JOSÉ
José es el hijo predilecto de Jacob, es su debilidad, es un muchacho inteligente, educado y espiritual; muy diferente de sus hermanos mayores, bastante más toscos y brutos que él, acostumbrados al trabajo duro y a las adversidades de la vida.
José es muy joven y hasta ahora ha estado muy protegido por sus padres. Sus hermanos le envidian por ser el favorito de su padre y por cómo Dios se manifiesta a través de él, dándole sabiduría y discernimiento, ellos piensan que José se cree superior y cuando tienen oportunidad lo venden como esclavo, aunque algunos de ellos estaban dispuestos a matarle.
Pongámonos primero en la piel de los hermanos que acaban de cometer una gran traición hacia Dios, hacia su hermano, hacia su padre, a quien engañan haciendo creer que su hijo ha sido devorado por una fiera salvaje, y hacia ellos mismos. ¿Qué vendedores había en el corazón de estos hombres que no se mostraron temerosos de Dios?. Les "iluminó" el odio, la envidia, el deseo de venganza, la mentira, creyeron que sin José sus problemas desaparecerían. Sucedió todo lo contrario, sólo consiguieron aumentarlos pues ahora tenían que luchar contra sus conciencias que denunciaban sus actos continuamente.
Ahora miremos a José. Él ama a su familia, venera a Dios y se encuentra, primero en un pozo encerrado y luego en manos de unos extraños entregado por sus hermanos. Es una situación que podría trastornar psicológica y emocionalmente a cualquiera. No entiende nada, está asustado, piensa que nunca volverá a ver a sus seres más queridos, está roto de dolor por lo que han hecho sus propios hermanos, ¿qué va a ser de mí ahora?
¿Qué le queda a José para seguir adelante?. Dios, su Dios en medio de extranjeros, con costumbres y dioses diferentes. José entrega su confusión y su miedo a Yaveh en todos los acontecimientos que le tocan vivir, en los buenos y en los malos. Cuando es bendecido y digno de confianza de los jefes egipcios y cuando es difamado y encarcelado. Cuando es nombrado primer ministro del faraón y se convierte en el hombre más poderoso de todo el país; y a la hora de acoger, ayudar y perdonar a sus hermanos, incluso en esos momentos, José siempre es el mismo. Su corazón mira a Dios y lo bendice y alaba porque entiende que todo ha entrado dentro de sus planes de salvación. Incluso el arrepentimiento de sus hermanos, estos hijos de Jacob, los doce, son las cabezas de las doce tribus de Israel. ¡Cuánto debieron meditar estos hechos en sus corazones durante los años que vivieron!
* MOISÉS
Escogido y protegido por Dios desde el momento de su nacimiento en el que se vive un preludio de lo que será después la matanza de los inocentes por parte de Herodes queriendo acabar con Jesús. También el faraón decide que deben morir todos los niños judíos. Moisés, dejado en el río en una canastilla por su hermana, es encontrado y educado por la hermana del faraón como un príncipe de Egipto. Criado en un ambiente de seguridad y superioridad, va tomando conciencia de su origen, de la situación de su pueblo. En su corazón nace rechazo por el comportamiento de los egipcios hacia los judíos, hasta el punto de que se llena las manos de sangre matando a un egipcio que maltrataba a un judío. Sabiendo lo que había hecho y cual era el castigo, huye y empieza una nueva vida.
Al cabo de los años, Yaveh le llama y deja a su mujer e hijos para emprender una misión humanamente imposible, de locos. ¿Qué sabía Moisés del Dios de los judíos?. ¿Qué podía pensar, y más importante aún, sentir su corazón ante este acontecimiento?. "¿Por qué me voy a complicar la Vida?. Me matarán si vuelvo, el faraón se va a reír de mí, incluso los judíos ¿qué dirán?. ¿Quién soy yo para decir que me ha enviado Dios?," etc. No sabemos, pero pongámonos cada uno en su lugar.
Fue fiel en la desconfianza inicial de los judíos en Egipto, en la cerrazón del faraón, en la huida y paso del Mar Rojo, en 40 años de desierto, en tierra de nadie, llena de incomodidades, inhóspita y acompañado de gente rebelde, infiel, caprichosos. Nunca están contentos, no acaban de volverse y abrir su corazón a Dios, le niegan una y otra vez. Pero él siguió adelante, porque escuchó su voz y la puso en práctica y con él, su hermano Aarón y su hermana Miriam y otras personas realmente temerosas de Dios.
Aarón y su descendencia fueron nombrados por Dios pueblo sacerdotal, ejemplos de entrega, tanto él como su hijo Eleazar fueron muy respetados en Israel.
* PINJÁS
Era nieto de Aarón e hijo de Eleazar, también fué un sacerdote reconocido por su celo hacia Dios y su Ley. En uno de los momentos en que el pueblo era infiel a Dios, dejándose seducir y uniéndose a pueblos extranjeros, adorando a sus dioses y ofreciendo sacrificios, sufrieron una epidemia que costó la vida a muchos judíos. Moisés y los sacerdotes trataban el tema y un judío desafiando a todos tomó a una extranjera y la llevó a su tienda. Pinjás, cogió una lanza y los atravesó a los dos, no pudiendo soportar esa afrenta hacia su Dios. En ese momento paró la epidemia, porque hubo un hombre que escuchó la palabra de Dios y la puso en práctica.
* MATATIAS
Fue un sacerdote respetado en su época, padre de los llamados Macabeos. Le tocó ver cómo Israel era invadido por reyes extranjeros que destruyeron y saquearon todo el país. Profanaron el Templo de Jerusalén y se llevaron todas las cosas de valor. Hubo judíos que se aliaron con los invasores, que renegaron de Dios y de su Ley Sagrada, se convirtieron a sus costumbres y adoraron a sus dioses, les ofrecieron sacrificios abominables.
También hubo una gran multitud que permanecieron fieles a su fe y que se jugaron la vida, e incluso la perdieron, por desafiar los edictos reales: quemar lo Libros de la Ley, no circuncidar a los hijos, comer cosas impuras, ofrecer en holocausto animales considerados impuros como el cerdo.
Muchos se unieron y lucharon contra los opresores, liderados primero por Matatías y posteriormente por sus hijos, defendieron la Alianza con Dios. Matatías antes de morir les bendijo y les dejó como testamento lo que había guardado como Tesoro Sagrado en su corazón:
"Cuando se acercó su muerte, Matatías dijo a sus hijos: «Ahora mandan los insolentes y los violentos; es un tiempo de crisis en que Dios descarga su enojo. Por eso, hijos míos, tengan celo por la Ley y arriesguen su vida para defender la Alianza de nuestros padres. Acuérdense de las hazañas que nuestros padres cumplieron en su tiempo, y alcancen también ustedes la gloria y la fama que no perecen.
Acuérdense de Abraham, que se mostró fiel en la hora de la prueba y, por eso, Dios lo consideró justo. José, en el tiempo de su desgracia, observó el mandamiento de Dios y pasó a ser el señor de Egipto. Finjas, nuestro padre, por su gran celo, recibió el sacerdocio para él y sus hijos para siempre. Josué llegó a ser jefe de Israel porque había sido cumplidor. Caleb obtuvo su herencia en esta tierra porque había proclamado la verdad frente al pueblo reunido. A David, por su piedad, le fue concedido el trono de un reino que no tendrá fin. Elías, por su ardiente celo por la Ley, fue arrebatado hasta el cielo. Ananías, Azarías y Misael fueron salvados de las llamas por haber tenido fe. Daniel, por su rectitud, fue liberado de la boca de los leones. Recorran, pues, todos los siglos y verán que quienes confían en Dios jamás serán defraudados.
No se acobarden ante las amenazas de un hombre impío, porque su gloria terminará en estiércol y en gusanos. Hoy es ensalzado y mañana desaparecerá; habrá vuelto al polvo de donde vino y no quedará nada de sus proyectos. Ustedes, hijos míos, cobren ánimo, y manténganse firmes en la Ley, que de ella recibirán la gloria."
(1 Mac. 2,49-64)
* DANIEL
Vivió durante la deportación de Israel en país extranjero. Desde bien joven sobresalió por su entrega a Dios y éste le bendijo con una sabiduría y discernimiento sin igual, superando a los ancianos más venerados. Sólo él supo interpretar los sueños, según los designios de Dios, de los diferentes reyes que gobernaron aquel país. No temió por su vida cuando tuvo que decir cosas desagradables para ellos, ni cuando en dos ocasiones le pusieron en el foso de los leones por dar testimonio del Dios verdadero y negarse a adorar a dioses falsos y transgredir las Leyes Santas. Yaveh siempre le protegió cómo prueba de su divinidad y de que su poder está al lado de aquellos que le adoran en espíritu y en verdad.
Siendo Daniel un muchacho, se produjo un gran escándalo. Cuando dos jueces ancianos, escogidos por el pueblo, acusaron falsamente de adulterio a Susana, una mujer muy bella y de gran fe de la que se habían enamorado y que se negó a sus deseos por temer a Dios más que a los hombres. Ante el Tribunal, los dos ancianos declararon contra ella. Susana puso la defensa de su inocencia en manos de Dios, y sin juicio ni prueba, sólo el testimonio de los jueces, todos decidieron que debía morir.
Cuando la llevaban a matar, entre la muchedumbre, gritó Daniel: "¡Soy inocente de la sangre de esta mujer!". La gente se volvió y le preguntaron que quería decir, él les hizo volver al Tribunal y allí, con la sabiduría del Espíritu Santo, demostró que los dos ancianos mentían y que Susana no había hecho nada de lo que era acusada; así que los mentirosos recibieron el castigo que preparaban para ella.
Hay muchos más testimonios en el Antiguo Testamento de cómo los hijos de Israel fueron reconociendo la voz de Dios, hasta convencerse de que era el único Dios verdadero en un mundo lleno de ídolos muertos.
Ellos que no conocían al Padre, tal y como Jesús nos lo reveló muchísimos años después, escucharon su Voz y vivieron su Palabra, todos ellos forman la família de madres y hermanos de Jesús, porque creyeron, aunque aun no entendieran su profundidad, la promesa de Salvación de Dios, hecha vida en Jesucristo y a pesar de sus pecados, errores y debilidades se pusieron en sus manos y se dejaron moldear.
"No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo. No busque nadie sus propios intereses, sino más bien preocúpese cada uno por los demás. Tengan unos con otros las mismas disposiciones que estuvieron en Cristo Jesús: El, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre."
[(Flp.2,3-11)
Bendigamos a Dios alabándole con el canto de Ananías, Azarías y Misael, cantando en el horno encendido en medio de las llamas totalmente ilesos, protegidos por el ángel del Señor. Dándole gracias por haber puesto sus ojos en nuestras pobres personas, por pronunciar nuestros nombres y darnos la gracia de escuchar su voz, que ha dado sentido a nuestras vidas. Pese a las dificultades que pasemos y caidas que tengamos, pidamos la gracia de volver siempre nuestra mirada a Él que siempre es fiel a su promesa de Salvación:
"Entonces los tres, a coro, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno, y diciendo:
Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, alabado y exaltado eternamente.
Bendito sea tu santo y glorioso Nombre, cantado y exaltado eternamente.
Bendito seas en el templo de tu santa gloria, cantado y alabado eternamente.
Bendito seas en el trono de tu reino, cantado y glorificado eternamente.
Bendito seas tú, que sondeas los abismos, que te sientas sobre querubines, alabado y ensalzado enternamente.
Bendito seas en el firmamento del cielo, alabado y glorificado eternamente.
Obras todas del Señor, bendíganlo, alábenlo, ensálcenlo eternamente.
Angeles del Señor, bendíganlo, alábenlo y glorifíquenlo eternamente.
Cielos, bendigan al Señor, alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Aguas todas del cielo, bendigan al Señor, alábenlo y exáltenlo eternamente.
Potencias todas del Señor, bendigan al Señor, alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Sol y luna,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Astros del cielo,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Lluvia y rocío,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Vientos todos,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Fuego y calor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Frío y ardor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Rocíos y escarchas,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Hielos y frío,
alábenlo y ensálcenlo enternamente.
Heladas y nieves,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Noches y días,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Luz y tinieblas,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Rayos y nubes,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Tierra,
alábalo y ensálzalo eternamente.
Montes y cerros,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Todo lo que brota en la tierra,
alábelo y ensálcelo eternamente.
Vertientes,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Mares y ríos,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Ballenas y peces,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Aves todas del cielo,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Fieras y animales,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Hijos de los hombres,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Israel, alábalo y ensálzalo eternamente.
Sacerdotes del Señor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Servidores del Señor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Espíritus y almas de los justos,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Santos y humildes de corazón,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Ananías, Azarías, Misael,
bendigan al Señor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Porque él nos ha arrancado del infierno, nos ha salvado de manos de la muerte, nos ha librado del horno de ardientes llamas y nos ha sacado de en medio de ellas.
Den gracias al Señor, porque es bueno, porque su misericordia es eterna.
Todos los que adoran al Señor, bendigan al Dios de los dioses, alábenlo y reconózcanlo porque su misericordia es eterna."
(Dn. 3, 51-90)
Ahora reza desde el corazón:
Señor,
en el silencio de este día,
vengo a pedirte la paz,
la prudencia, la fuerza.
Hoy quiero mirar el mundo
con ojos llenos de amor,
ser paciente, comprensivo,
dulce y prudente.
Ver por encima de las apariencias,
a tus hijos como Tú mismo los ves,
y así no ver más que el bien
en cada uno de ellos.
Cierra mis oídos a toda calumnia,
guarda mi lengua de toda maldad,
que sólo los pensamientos caritativos
permanezcan en mi espíritu,
que sea benévolo y alegre,
que todos los que se acerquen a mí
sientan tu presencia.
Revísteme de Ti, Señor,
y que a lo largo de este día yo te irradie.
Amén.
«¡Bienaventurados Los Que Ahora lloráis!» - La bienaventuranza de los afligidos / Autor: Raniero Cantalamessa, OFM Cap.
Las bienaventuranzas han conocido, dentro del propio Nuevo Testamento, un desarrollo y aplicaciones diferentes, según la teología de cada evangelista o las necesidades nuevas de la comunidad. A ellas se aplica lo que San Gregorio Magno dice de toda la Escritura, que ella «cum legentibus crescit» [1], crece con quienes la leen, revela siempre nuevas implicaciones y contenidos más ricos, de acuerdo con las instancias y los interrogantes nuevos con los que se lee.
Mantener la fe en este principio significa que también hoy nosotros debemos leer las bienaventuranzas a la luz de las situaciones nuevas en las que nos encontramos viviendo, con la diferencia, se entiende, de que las interpretaciones de los evangelistas están inspiradas, y por ello normativas para todos y para siempre, mientras que las de hoy no comparten tal prerrogativa.
1. Una nueva relación entre placer y dolor
Omitiendo la bienaventuranza de los pobres que hemos meditado en un Adviento precedente, concentrémonos en la segunda bienaventuranza: «Bienaventurados los afligidos porque serán consolados» (Mt 5, 4). En el evangelio de Lucas, donde las bienaventuranzas, que son cuatro, están en forma de discurso directo y reforzadas por una advertencia, la misma bienaventuranza suena así: «Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis». «¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!» (Lc 6, 21.25).
El mensaje más formidable está contenido precisamente en la estructura de esta bienaventuranza. Ésta se permite recoger la revolución que el evangelio obró respecto al problema del placer y dolor. El punto de partida –común tanto al pensamiento religioso como al profano- es la constatación de que en esta vida placer y dolor son inseparables; se suceden el uno al otro con la misma regularidad con la que a la elevación de una ola en el mar le sigue un hundimiento y un vacío que succiona al náufrago mar adentro.
El hombre busca desesperadamente separar a estos dos hermanos siameses, aislar el placer del dolor. Pero es inútil. Es el mismo placer desordenado el que se vuelve contra él y se transforma en sufrimiento, o de improviso y trágicamente, o un poco a la vez, en cuanto es por su naturaleza transitorio y genera cansancio y náusea. Es una lección que nos llega de la crónica diaria y que el hombre ha expresado de mil maneras en su arte y en su literatura. «Un no sé qué de amargo –escribió el poeta pagano Lucrecio- brota de lo íntimo de cada placer y nos angustia ya en medio de nuestras delicias» [2].
La Biblia tiene una respuesta que dar a esto, que es el verdadero drama de la existencia humana. Hubo desde el inicio una elección del hombre, hecha posible desde su libertad, que le llevó a orientar exclusivamente hacia las cosas visibles la capacidad de gozo de la que estaba dotado para que aspirara a gozar del Bien infinito que es Dios.
Al placer, elegido contra la ley de Dios y simbolizado por Adán y Eva que saborean el fruto prohibido, Dios permitió que le siguieran el dolor y la muerte, más como remedio que como castigo. A fin de que no ocurriera que, siguiendo a rienda suelta su egoísmo y su instinto, el hombre se destruyera del todo y destruyera cada uno a su prójimo. Así, al placer vemos como se le adhiere, como su sombra, el sufrimiento.
Cristo rompió por fin esta cadena. Él, «a cambio de la gloria que se le proponía, soportó la cruz» (Hebreos 12, 2). Hizo, en resumen, lo contrario de lo que hizo Adán y de lo que hace cada hombre. «La muerte del Señor –escribió San Máximo el Confesor-, a diferencia de la de los demás hombres, no era una deuda pagada por el placer, sino más bien algo que era arrojado contra el placer mismo. Y así, a través de esta muerte, cambió el destino merecido por el hombre» [3]. Resucitando de la muerte, Él inauguró un nuevo género de placer: el que no precede al dolor, como su causa, sino que le sigue, como su fruto.
Todo esto es maravillosamente proclamado por nuestra bienaventuranza, que a la secuencia risa-llanto le opone la secuencia llanto-risa. No se trata de una sencilla inversión de los tiempos. La diferencia, infinita, está en el hecho de que en el orden propuesto por Jesús es el placer, no el sufrimiento, el que tiene la última palabra y, lo que importa más, una última palabra que dura eternamente.
2. «¿Dónde está tu Dios?»
Procuremos ahora entender quiénes son exactamente los afligidos y los que lloran, proclamados bienaventurados por Cristo. Los exégetas excluyen hoy, casi unánimemente, que se trate de afligidos sólo en sentido objetivo y sociológico, gente a la que Jesús proclamaría bienaventurada por el solo hecho de sufrir y de llorar. El elemento subjetivo, esto es, el motivo del llanto, es determinante.
¿Y cuál es este motivo? La vía más segura para descubrir qué llanto y qué aflicción son proclamados bienaventurados por Cristo es ver por qué se llora en la Biblia y por qué lloró Jesús. Descubrimos así que existe un llanto de arrepentimiento, como el de Pedro tras la traición, un «llorar con quien llora» (Rm 12, 15), de compasión por el dolor ajeno, como lloró Jesús con la viuda de Naím y con las hermanas de Lázaro; el llanto de exiliados que anhelan la patria, como el de los judíos en los ríos de Babilonia... Y muchos otros.
Desearía sacar a la luz dos de los motivos por los que se llora en la Biblia y por los que lloró Jesús que me parece que merecen particular meditación en el momento histórico que estamos viviendo.
En el Salmo 41 leemos:
«Mis lágrimas son mi pan de día y de noche,
Y a lo largo del día me repiten: “¿Dónde está tu Dios?”...
Mis huesos se quebrantan,
mis opresores me insultan,
y me repiten a lo largo del día: “¿Dónde está tu Dios?”».
Nunca esta tristeza del creyente por el rechazo presuntuoso de Dios a su alrededor ha tenido tanta razón de ser como hoy. Después del período de relativo silencio posterior al ateísmo marxista, estamos asistiendo a un resurgimiento de un ateísmo militante y agresivo, con marca de origen científico o cientista. Los títulos de algunos libros recientes son elocuentes: «Tratado de ateología», «La ilusión de Dios», «El fin de la fe», «Creación sin Dios», «Una ética sin Dios»... [4].
En uno de estos tratados se lee la siguiente declaración: «Las sociedades humanas han elaborado varios medios ordinarios de conocimiento, generalmente compartidos, a través de los cuales se puede comprobar algo. Quien afirma la existencia de un ser no cognoscible con esos instrumentos, debe asumir la carga de la prueba. Por esto me parece legítimo sostener que, mientras no se pruebe lo contrario, Dios no existe» [5].
Con los mismos argumentos se podría demostrar que tampoco existe el amor, dado que no es comprobable con los instrumentos de la ciencia. El hecho es que la prueba de la existencia de Dios no se encuentra en los libros ni en laboratorios de biología, sino en la vida. En la vida de Cristo ante todo, en la de los santos y en la de los innumerables testigos de la fe. Se encuentra también en la tan despreciada prueba de los signos y milagros que Jesús mismo daba como prueba de su verdad y que Dios sigue dando, pero que los ateos rechazan a priori, sin tomarse siquiera la molestia de examinarla.
Motivo de tristeza del creyente, como para el salmista, es la impotencia que experimenta frente al desafío: «¿Dónde está tu Dios?». Con su misterioso silencio, Dios llama al creyente a compartir su debilidad y derrota, prometiendo sólo en estas condiciones la victoria: «La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Co 1, 25).
3. «¡Se han llevado a mi Señor!»
No menos doloroso es hoy, para el creyente cristiano, el rechazo sistemático de Cristo en nombre de una investigación histórica objetiva que, en ciertas formas, se reduce a lo más subjetivo que se pueda imaginar: «fotografías de los autores y de sus ideales», como apunta el Santo Padre en las páginas introductorias de su próximo libro sobre Jesús. Asistimos a una carrera para ver quién logra presentar un Cristo más a la medida del hombre de hoy, despojándole de toda prerrogativa trascendente. A la pregunta de los ángeles: «Mujer, ¿por qué lloras?», María de Magdala, la mañana de Pascua, respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto» (Jn 21, 13). Un motivo de llanto que podríamos hacer nuestro.
Siempre ha existido la tendencia a revestir a Cristo de los ropajes de la propia época o de la propia ideología. En el pasado, en cambio, si bien discutibles, se trataba de causas serias y de gran suspiro: el Cristo idealista, romántico, liberal, socialista, revolucionario... Nuestra época, obsesionada por el sexo, no consigue pensar en él más que con problemas sentimentales: «Una vez más Jesús ha sido modernizado, o mejor dicho, postmodernizado» [6].
Es bueno saber de dónde viene esta corriente reciente que hace de Jesús de Nazaret el campo de pruebas de los ideales postmodernos de relativismo ético e individualismo absolutos (el llamado desconstruccionismo) y que, directa o indirectamente, está inspirando novelas, películas y espectáculos e influye también en las investigaciones históricas sobre Él. Se trata de un movimiento nacido en los Estados Unidos en las últimas décadas del siglo pasado, que tiene en el Jesus Seminar -Seminario sobre Jesús- su punto de agregación más activo.
Se le ha definido como «neoliberalismo», por su retorno al Jesús de la teología liberal decimonónica, sin vínculos ni con el judaísmo, por un lado, ni con el cristianismo y la Iglesia, por otro; un Jesús propagador de ideas morales, pero ya no de gran alcance, como en el liberalismo clásico (paternidad de Dios, valor infinito del alma humana), sino de sabiduría sencilla, de alcance sociológico más que teológico. El objetivo de estos estudiosos ya no es simplemente corregir, sino destruir, como dicen ellos, «ese error llamado cristianismo» .
Es muy significativo el discurso programático realizado por el fundador del movimiento en 1985: «Estamos a punto de embarcarnos en una empresa de gran alcance. Queremos sencilla y vigorosamente ponernos en busca de la voz de Jesús, de lo que Él dijo verdaderamente. En este proceso, plantearemos interrogantes en el límite de lo sagrado y hasta de la blasfemia para los oídos de muchos en nuestra sociedad. Como consecuencia, el camino que seguiremos podría revelarse arriesgado. Podría nacer hostilidad, pero avanzaremos a despecho de los peligros porque el problema de Jesús es lo que nos desafía, como el Everest desafía la cordada de escaladores» [7].
Jesús es liberado ya no sólo de los dogmas de la Iglesia, sino también de las Escrituras y de los Evangelios. ¿Qué fuentes quedan, en este punto, para hablar de Él, que no sea la pura y simple fantasía? Naturalmente, los apócrifos, y en primer lugar el Evangelio de Tomás, fechado incluso, según ellos, en los años 30-60 después de Cristo, antes que los Evangelios canónicos y que el propio Pablo; después, el análisis sociológico de las condiciones de vida en Galilea en tiempos de Cristo.
¿Qué imagen de Jesús se saca de ahí? Cito algunas de las definiciones que se han dado, no todas, naturalmente, compartidas por todos: «un excéntrico galileo», «el proverbial fiestero», «un sabio vagabundo o subversivo», el «maestro de una sabiduría aforística», «un campesino judío empapado de filosofía cínica» [8].
Queda por explicar el misterio de cómo es que un ser tan inocuo haya acabado en la cruz y haya podido convertirse en «el hombre que cambió el mundo». Lo que es verdaderamente para llorar no es que se escriban estas cosas (también hay que inventar algo nuevo si se quieren seguir escribiendo libros); sino que, una vez publicados, estos libros se vendan a centenares de miles, si no millones, de copias.
La incapacidad de la investigación histórico-filológica de empalmar el Jesús de la realidad con el Jesús de las fuentes evangélicas y de la Iglesia depende, a mi entender, del hecho de que aquella ignora y no se molesta en estudiar la dinámica de los fenómenos espirituales y sobrenaturales. Sería como querer oír un sonido con los ojos o ver un color con los oídos.
El estudio y la experiencia de los fenómenos místicos (¡también estos son una realidad!) muestra cómo todo un desarrollo posterior, en la vida de la propia persona o del movimiento nacido de ella, puede estar contenido en un evento, a veces en un instante (cuando se trata de un encuentro con lo divino), del cual sólo después, por los frutos, se revelan las potencialidades escondidas. Los sociólogos se acercan a esta verdad con el concepto del statu nascenti [9].
El niño o el hombre adulto se ven de una manera distinta al embrión del comienzo; sin embargo en éste todo estaba contenido. De igual manera el reino es al principio «la más pequeña de las semillas», pero está destinado a crecer y a convertirse en un gran árbol (Mt 13, 32).
El nacimiento del movimiento franciscano se presta para una comparación, naturalmente en un plano cualitativamente diferente. Las fuentes franciscanas presentan divergencias y contradicciones casi sobre cada punto de vista del Pobrecillo: sobre la visón y la palabra del crucificado de San Damián, sobre el episodio de los estigmas... De ninguna palabra del santo, excepto de los pocos escritos de su puño, se tiene la seguridad de que haya salido de su boca. Las Florecillas parecen toda una idealización de la historia.
Sin embargo, todo lo que floreció en torno y después de Francisco –el movimiento franciscano con sus reflejos en la espiritualidad, en el arte, en la literatura- depende de él; no es sino una manifestación –e incluso empobrecida- de las energías espirituales puestas en movimiento por su persona y por su vida; mejor, por lo que Dios había hecho en su vida.
Muchos, hasta entre los estudiosos creyentes, dan por descontado que el Jesús real fue, y pretendió ser, mucho menos de lo que está escrito de Él en los evangelios, que no se atribuyó tal o cual título. ¡La verdad es que Él es inmensamente más, no menos, que lo que está escrito de Él! Quién es el Hijo, sólo lo sabe el Padre y lo saben, en pequeña medida, también aquellos a quienes el Padre lo quiera revelar, en general no los doctos y los científicos, a menos que también ellos se hagan pequeños...
Pablo decía que experimentaba en el corazón «tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor» por el rechazo de Cristo por parte de sus compatriotas (Rm 9, 1s.); ¿cómo no experimentar el mismo dolor por el rechazo de Él por parte de muchos contemporáneos nuestros, en los países de antigua fe cristiana? Por un motivo similar, por no haber reconocido en Él al propio amigo y salvador, Jesús lloró en Jerusalén...
Afortunadamente parece precisamente que se está cerrando ya un ciclo y se está pasando página en las investigaciones sobre Jesús. En una obra de tres volúmenes –de un millar de páginas cada uno- titulada «Los albores del cristianismo» («Christianity in the Making»), destinada a crear época como otros estudios suyos precedentes, uno de los máximos estudiosos vivos del Nuevo Testamento, James Dunn, tras un meticuloso análisis de los resultados de los últimos tres siglos de investigaciones, llegó a la conclusión de que no ha habido ninguna interrupción entre el Jesús que predica y el Jesús predicado, y por lo tanto, entre el Jesús de la historia y el de la fe. Ésta no nació después de la Pascua, sino con los primeros encuentros de los discípulos, quienes se hicieron discípulos justamente porque creyeron en Él, si bien al inicio con una fe frágil y aún ignorante de sus implicaciones.
El contraste entre el Cristo de la fe y el Jesús de la historia es el resultado de una «fuga de la historia», antes que de una «fuga de la fe», debidas, la una y la otra, al hecho de haber proyectado sobre Jesús intereses e ideales del momento. Se liberaba, sí, a Jesús de los ropajes de la dogmática eclesiástica, pero para ponerle encima vestidos de moda que cambiaban en cada estación. El inmenso esfuerzo de investigación en torno a la persona de Cristo no ha sido en cambio en vano, porque es precisamente gracias a él que ahora, exploradas todas las soluciones alternativas, estamos en grado de llegar críticamente a esta conclusión [10].
4. «Lloren los sacerdotes, ministros del Señor»
Existe también un segundo llanto en la Biblia sobre el que debemos reflexionar. Hablan de él los profetas. Ezequiel refiere la visión que tuvo un día. La voz poderosa de Dios grita a un misterioso personaje «vestido de lino, que llevaba a la cintura la cartera de escribir»: «Pasa por la ciudad, recorre Jerusalén y marca una tau en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las nefastas acciones que se cometen dentro de ella» (Ez 9, 4).
Esta visión tuvo resonancias profundas en la continuación de la revelación y de la Iglesia. Aquel signo, tau, última letra del alfabeto hebreo, por su forma de cruz se convierte en el Apocalipsis en el «sello del Dios vivo» impreso en la frente de los salvados (Ap 7, 2 s.).
La Iglesia ha «llorado y suspirado» en tiempos recientes por las abominaciones cometidas en su seno por algunos de sus propios ministros y pastores. Ha pagado un precio elevadísimo por esto. Ha corrido a poner remedio, se ha dado reglas férreas para impedir que los abusos se repitan. Ha llegado el momento, tras la emergencia, de hacer lo más importante de todo: llorar ante Dios, afligirse como se aflige Dios; por la ofensa al cuerpo de Cristo y el escándalo «a los más pequeños de sus hermanos», más que por el perjuicio y deshonor ocasionado a nosotros.
Es la condición para que de todo este mal pueda verdaderamente llegar el bien y se obre una reconciliación del pueblo con Dios y con los propios sacerdotes.
«Tocad la trompeta en Sión,
proclamad un ayuno sagrado,
convocar una asamblea...
Que entre el vestíbulo y el altar
lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan:
“Perdona a tu pueblo, Señor,
y no entregues a tu heredad al oprobio,
a la burla de las gentes”». (Jl 2, 15-17).
Estas palabras del profeta Joel contienen un llamamiento para nosotros. ¿No se podría hacer lo mismo también hoy: convocar un día de ayuno y de penitencia, al menos a nivel local y nacional, donde el problema haya sido más fuerte, para expresar públicamente arrepentimiento ante Dios y solidaridad con las víctimas, obrar, en resumen, una reconciliación de los ánimos y reanudar un camino de Iglesia, renovados en el corazón y en la memoria?
Me dan el valor de decir esto las palabras pronunciadas por el Santo Padre al episcopado de una nación católica en una reciente visita ad limina: «Las heridas causadas por estos actos son profundas, y es urgente la tarea de restablecer la esperanza y la confianza cuando éstas han quedado dañadas... De este modo la Iglesia se reforzará y será cada vez más capaz de dar testimonio de la fuerza redentora de la Cruz de Cristo» [11].
Pero no debemos dejar sin una palabra de esperanza también a los desventurados hermanos que han sido la causa del mal. Sobre el caso de incesto ocurrido en la comunidad de Corinto, el Apóstol sentenció: «Que este individuo sea entregado a Satanás, con el fin de que, aunque quede corporalmente destrozado, pueda salvarse en el día del Señor» (1 Co 5,5). (Hoy diríamos: que sea entregado a la justicia humana, para que su alma obtenga la salvación). La salvación del pecador, no su castigo, es lo que le importaba al Apóstol.
Un día que predicaba al clero de una diócesis que había sufrido mucho por esta razón, me impactó un pensamiento. Estos hermanos nuestros han sido despojados de todo, ministerio, honra, libertad, y sólo Dios sabe con cuánta responsabilidad moral efectiva, en cada caso; han pasado a ser los últimos, los rechazados... Si en esta situación, tocados por la gracia, se afligen por el mal causado, unen su llanto al de la Iglesia, la bienaventuranza de los afligidos y de los que lloran pasa a ser de golpe su bienaventuranza. Podrían estar cerca de Cristo, que es el amigo de los últimos, más que muchos otros –incluido yo-, ricos de la propia respetabilidad y tal vez llevados, como los fariseos, a juzgar a quien yerra.
Pero hay una cosa que estos hermanos deberían absolutamente evitar hacer y que alguno, lamentablemente, está intentando en cambio realizar: aprovechar el clamor para sacar beneficios hasta de la propia culpa, concediendo entrevistas, escribiendo memorias, en la tentativa de hacer recaer la culpa sobre los superiores y sobre la comunidad eclesial. Esto revelaría una dureza de corazón verdaderamente peligrosa.
5. Las lágrimas más bellas
Concluyo aludiendo a un tipo de lágrimas distintas. Se puede llorar de dolor, pero también de conmoción y de alegría. Las lágrimas más bellas son las que nos llenan los ojos cuando, iluminados por el Espíritu Santo, «gustamos y vemos cuán bueno es el Señor» (Sal 34, 9).
Cuando se está en este estado de gracia, sorprende que el mundo y nosotros mismos no caigamos de rodillas y no lloremos todo el tiempo de estupor y de conmoción. Lágrimas de este tipo debían correr por el rostro de Agustín cuando escribía en las Confesiones: «Cuánto nos has amado, oh Padre bueno, que no te has reservado a tu único Hijo, sino que lo has dado por todos nosotros. ¡Cuánto nos has amado!» [12].
Lágrimas como éstas vertió Pascal la noche en que tuvo la revelación del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob que se revela por las vías del evangelio, y en una hojita de papel (hallada cosida en el interior de su chaqueta tras su muerte) escribió: «¡Alegría, alegría, lágrimas de alegría!». Pienso que también las lágrimas con las que la pecadora empapó los pies de Jesús no eran lágrimas sólo de arrepentimiento, sino también de gratitud y de gozo.
Si en el cielo se puede llorar, es de este llanto del que está lleno el paraíso. En Estambul, la antigua Constantinopla, donde el Santo Padre viajó días atrás, vivió en torno al año 1.000 San Simeón el Nuevo Teólogo, el santo de las lágrimas. Es el ejemplo más brillante en la historia de la espiritualidad cristiana de las lágrimas de arrepentimiento que se transforman en lágrimas de estupor y de silencio. «Lloraba –cuenta en una obra suya- y estaba en un gozo inexpresable» [13]. Parafraseando la bienaventuranza de los afligidos, dice: «Bienaventurados los que siempre lloran amargamente sus pecados, porque les asirá la luz y transformará las lágrimas amargas en dulces» [14].
Que Dios nos conceda gustar, al menos una vez en la vida, estas lágrimas de conmoción y de alegría.
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[1] Gregorio Magno, Commento morale a Giobbe, 20,1 (CC 143 A, p. 1003).
[2] Lucrecio, De rerum natura, IV, 1129 s.
[3] Máximo el Confesor, Capitoli vari, IV cent. 39; en Filocalia, II, Torino 1983, p. 249.
[4] Respectivamente de Michel Onfray, de Richard Dawkins, Sam Harris, Telmo Pievani, Eugenio Lecaldano.
[5] Carlo Augusto Viano, Laici in ginocchio, Laterza, Bari.
[6] J. D.G. Dunn, Gli albori del cristianesimo, I,1, Brescia, Paideia 2006, p. 81.
[7] Robert Funk, Discurso inaugural de marzo de 1985 en Berkeley, California.
[8] Cfr. J. D.G. Dunn, Gli albori del cristianesimo, I, 1, Brescia 2006, pp. 75-82.
[9] Cf. F. Alberoni, Innamoramento e amore, Garzanti, Milán 1981.
[10] Cfr. Dunn, Christianity in the Making, Grand Rapids, Michigan 2003. Se han publicado en italiano los primeros dos volúmenes del primer tomo con el título Gli albori del cristianesimo, I, La memoria di Gesú, vol. 1: Fede e Gesú storico; I, 2: La missione di Gesú, Paideia, Brescia 2006.
[11] Benedicto XVI, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal de Irlanda, sábado, 28 de octubre de 2006.
[12] Agustín, Confessioni, X, 43.
[13] Simeón, el Nuevo Teólogo, Ringraziamenti, 2 (SCh 113, p. 350).
[14] Simeón, el Nuevo Teólogo, Trattati etici, 10 (SCh 129, p. 318).
Te busco a tí / Autor: P. Jesús Higueras
"Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Los mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada."
Mt 24, 37-44
Estamos muy equivocados. Siempre hemos pensado que el hombre ha sido un buscador de Dios, que siempre ha ansiado el infinito, la plenitud, que siempre ha buscado la felicidad y por eso ha buscado a Dios, pero no es así. Es Dios mismo el que ha buscado al hombre. Es Dios mismo el que generación tras generación, ha puesto en los corazones de todas las personas de buena voluntad esa sed de Él, y así, al comenzar éste nuevo año litúrgico, debo salir al encuentro de un Dios que me busca, que viene a por mí, que me está diciendo constantemente: “Ten cuidado, no seas frívolo ni superficial, sé consciente. Porque no eres tanto tú el que me buscas a Mí, cuanto Yo el que te busco a ti”.
El grito de Jesús a su pueblo es: “Velad, estad pendientes, estad atentos, no os distraigáis, porque cuando menos lo penséis, Dios va a venir”. Dios viene, por supuesto, en cada acontecimiento y en cada persona, pero va a venir especialmente en la Pascua de la Navidad, a la cual ya miramos con cariño y con esperanza.
En estos días, en muchas calles se encienden miles de luces y bombillas, que anuncian una alegría especial. Y ya todos comenzamos a rezar por una Pascua nueva, un paso de Dios por nuestras vidas, que arroje una nueva luz a las realidades cotidianas. No tanto que cambie las cosas por fuera, sino por dentro, sin caer en el error de pretender tener un hogar idílico, un hijo idílico, una situación de ensueño que solo existe en los anuncios y en los cuentos, fruto de la fantasía de los hombres. Mi vida es la que es, con sus luces y sus sombras, y a esa vida quiere venir Jesús, y en esas sombras y dolores tuyos quiere nacer.
Que seas muy consciente que Dios sigue llamando a las puertas como en Belén, que la historia se vuelve a repetir, que la luz vino a las tinieblas y las tinieblas no la quisieron recibir. Que Jesús llegó a su pueblo y sus habitantes le cerraron las puertas, porque no tenían sitio ni tiempo para ocuparse de alguien tan sencillo como un peregrino y una pobre mujer. Es así generalmente como suele manifestarse Dios, en la sencillez, la discreción, en el acontecimiento menos importante o menos rimbombante, pero ahí está escondido Dios.
Hoy tendríamos que pedirle al Espíritu Santo una sensibilidad para no consentir que nuestras navidades, ya próximas, se conviertan en un asunto gastronómico y comercial, sino sobre todo, que la Navidad sea esa feliz Pascua, o felices pascuas, que siempre nos hemos deseado los cristianos. Luchemos contra ésta sociedad del consumo que quiere invertir el orden de los valores y quiere transformar la Navidad en una visión idealista y materialista del bienestar.
Jesús sigue llamando y viene a tu encuentro. ¿Serás tú de los pocos que le abran la puerta el día veinticuatro, o te encontrará tan ocupado en guisar, en vestirte, en reunirte con tu familia, - la de la tierra – que no tendrás tiempo de dedicarle ni un instante, ni un minuto? Por eso, prepárate bien para su venida. Prepara tu corazón. Arregla las cosas para cuando llegue el Rey, tu puedas escucharle, adorarle y agradecer a Dios esa solidaridad y esa delicadeza que ha tenido con la humanidad; venir a nuestra tierra, a nuestra pobreza, a nuestra indignidad, para elevarnos hasta Él.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Los mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada."
Mt 24, 37-44
Estamos muy equivocados. Siempre hemos pensado que el hombre ha sido un buscador de Dios, que siempre ha ansiado el infinito, la plenitud, que siempre ha buscado la felicidad y por eso ha buscado a Dios, pero no es así. Es Dios mismo el que ha buscado al hombre. Es Dios mismo el que generación tras generación, ha puesto en los corazones de todas las personas de buena voluntad esa sed de Él, y así, al comenzar éste nuevo año litúrgico, debo salir al encuentro de un Dios que me busca, que viene a por mí, que me está diciendo constantemente: “Ten cuidado, no seas frívolo ni superficial, sé consciente. Porque no eres tanto tú el que me buscas a Mí, cuanto Yo el que te busco a ti”.
El grito de Jesús a su pueblo es: “Velad, estad pendientes, estad atentos, no os distraigáis, porque cuando menos lo penséis, Dios va a venir”. Dios viene, por supuesto, en cada acontecimiento y en cada persona, pero va a venir especialmente en la Pascua de la Navidad, a la cual ya miramos con cariño y con esperanza.
En estos días, en muchas calles se encienden miles de luces y bombillas, que anuncian una alegría especial. Y ya todos comenzamos a rezar por una Pascua nueva, un paso de Dios por nuestras vidas, que arroje una nueva luz a las realidades cotidianas. No tanto que cambie las cosas por fuera, sino por dentro, sin caer en el error de pretender tener un hogar idílico, un hijo idílico, una situación de ensueño que solo existe en los anuncios y en los cuentos, fruto de la fantasía de los hombres. Mi vida es la que es, con sus luces y sus sombras, y a esa vida quiere venir Jesús, y en esas sombras y dolores tuyos quiere nacer.
Que seas muy consciente que Dios sigue llamando a las puertas como en Belén, que la historia se vuelve a repetir, que la luz vino a las tinieblas y las tinieblas no la quisieron recibir. Que Jesús llegó a su pueblo y sus habitantes le cerraron las puertas, porque no tenían sitio ni tiempo para ocuparse de alguien tan sencillo como un peregrino y una pobre mujer. Es así generalmente como suele manifestarse Dios, en la sencillez, la discreción, en el acontecimiento menos importante o menos rimbombante, pero ahí está escondido Dios.
Hoy tendríamos que pedirle al Espíritu Santo una sensibilidad para no consentir que nuestras navidades, ya próximas, se conviertan en un asunto gastronómico y comercial, sino sobre todo, que la Navidad sea esa feliz Pascua, o felices pascuas, que siempre nos hemos deseado los cristianos. Luchemos contra ésta sociedad del consumo que quiere invertir el orden de los valores y quiere transformar la Navidad en una visión idealista y materialista del bienestar.
Jesús sigue llamando y viene a tu encuentro. ¿Serás tú de los pocos que le abran la puerta el día veinticuatro, o te encontrará tan ocupado en guisar, en vestirte, en reunirte con tu familia, - la de la tierra – que no tendrás tiempo de dedicarle ni un instante, ni un minuto? Por eso, prepárate bien para su venida. Prepara tu corazón. Arregla las cosas para cuando llegue el Rey, tu puedas escucharle, adorarle y agradecer a Dios esa solidaridad y esa delicadeza que ha tenido con la humanidad; venir a nuestra tierra, a nuestra pobreza, a nuestra indignidad, para elevarnos hasta Él.
Jesús nos muestra al Padre: en la cruz / Autor: José H. Prado Flores
El culmen de la vida de Jesús son las tres horas que pasa en el patíbulo de la cruz. Ya lo había previsto:
"Cuando yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí": Jn 12,32.
"Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre": Jn 3,14.
La cruz es el momento supremo de Jesús. Para esta hora había venido. No fue víctima de un complot o secuestro. Él mismo se entregó para mostrar y demostrar su amor por nosotros. La cruz es la consagración perfecta de Jesús.
Si el salario del pecado es la muerte y nosotros somos pecadores, éramos merecedores de muerte eterna. Sin embargo, Cristo Jesús toma nuestro puesto y muere en lugar nuestro para que podamos tener vida en su Nombre.
Dios se arriesga a enviar a su Hijo a los viñadores, sabiendo que anteriormente han despreciado a sus siervos, a otros los han apedreado e insultado. Dios no se guarda a su Hijo amado, sino que lo entrega a nosotros. En un exceso de confianza en los viñadores, envía a su Hijo, suponiendo que lo van a respetar. ¡Hasta dónde puede llegar la confianza divina!
Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán": Mc 12,6.
Si alguno ha tenido la maravillosa experiencia de que otro lo ha amado tanto que ha dado su vida por él, podrá entender un poco mejor qué significa la entrega de Cristo Jesús hasta la muerte. O si al menos contamos con alguien que ha arriesgado la vida por nosotros, o ha metido la mano al fuego a nuestro favor, entonces seremos más sensibles a lo que Dios ha hecho por nosotros. El Padre arriesgó a su Hijo por nosotros.
Sin embargo, esto también tiene su dificultad. Para quienes somos padres de familia es sumamente difícil, diríamos imposible, exponer un hijo a la muerte para que otros desconocidos, o hasta enemigos que se han rebelado contra nosotros, se salven. Esto naturalmente no se entiende. Simplemente se acepta por la fe, se acoge y se agradece el don más inimaginable que Dios pudo hacer por nosotros.
Jesús murió el día de la preparación de la Pascua; es decir, a la hora que se preparaba el cordero que se habría de sacrificar la noche de Pascua, para conmemorar la liberación de la esclavitud.
Sin embargo, la muerte de Jesús no es un sacrificio sino un holocausto. En los sacrificios se compartía la víctima con los sacerdotes o con quienes la ofrecían. En los holocaustos era consumida completamente por el fuego y se consagraba plenamente a Dios. Jesús se da totalmente en la cruz. Ya el profeta lo había vislumbrado cuando dijo: "No había en él nada digno de ser estimado, varón de dolores y sabedor de dolencias...": Is 53,3.
Da hasta la última gota de su sangre. Le despojan de sus vestidos y muere desnudo, para cubrir nuestra desnudez. Ofrece el perdón a todos, comenzando con los verdugos. Entrega su Madre a todos nosotros, como un acto de donación suprema. Confía su espíritu en las manos de su Padre, en abandono de total confianza. No le quedó nada, absolutamente nada. Por eso cuando el soldado romano traspasa su corazón brota la última gota de su sangre, con un poco de agua.
Así es Dios: Se entrega todo. No da sólo algo a nosotros. Se dona totalmente. ¿Qué cosa hubo que Dios no hubiera hecho por nosotros? Lo cedió todo cuando entregó a su Hijo amado para que nosotros pudiéramos tener vida y vida en abundancia. La prueba del amor de Dios es una moneda de dos caras.
Por un lado en Juan encontramos esta declaración:
De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna: Jn 3,16.
Este pasaje algunas veces se traduce: “Tanto amó Dios al mundo...”. Pero el texto griego no habla de cantidad, sino de calidad: “De tal manera amó Dios al mundo...”. Dios se ha desbordado en amor por nosotros al entregarnos lo que más amaba. La muestra más grande del amor de Dios es que nos entregó a su propio Hijo.
Por otro lado, Pablo declara:
La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros: Rm 5,8.
San Pablo centra la prueba del amor de Dios no en el envío, sino en su entrega total en la cruz, cuando Jesús ofrece su vida por nosotros. Lo sublime es que lo realiza cuando nosotros todavía éramos pecadores. No lo hace cuando nos hemos convertido, sino antes, para que seamos capaces de responderle entregando nuestra vida también.
Jesús fue crucificado al medio día y muere a las tres de la tarde. En ese lapso de tiempo fue ultrajado, humillado y burlado. Hasta los ladrones que estaban a su lado lo retaban para que se bajara de la cruz. Sus enemigos también hacían mofa de él: "Bájate de la cruz y creeremos en ti". Ciertamente él había venido para que creyeran y creyendo tuvieran vida. ¿Por qué no aprovechó el cheque en blanco que le estaban firmando? Si mostraba su poder en ese momento, las autoridades se rendirían y confesarían que era el enviado de Dios. Ya no era el momento de mostrar su autoridad. Eso ya lo había hecho en Galilea y Judea por tres años, sin muy buenos resultados. Al contrario, lo acusaron de estar endemoniado y curar en sábado.
Ahora había llegado el tiempo de mostrar su amor y estaba dispuesto hasta las últimas consecuencias. Por eso no se bajó de la cruz. No buscaba admiradores de su poder sino ami-gos que supieran que alguien los amaba hasta el punto de dar su vida por ellos.
Cuando ha sido despojado de sus vestidos, crucificado y ultrajado y sus adversarios están satisfechos porque han logrado la venganza, entonces Jesús responde de manera soberana. No los acusa ni pide castigo celestial para sus verdugos. Al contrario, levanta los ojos al cielo y pide una sola cosa para sus enemigos: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen": Lc 23,34.
"No tienen culpa. Son inocentes. Si comprendieran no habrían cometido este crimen. Por eso te pido, Padre amado, perdónales". Sin duda que Dios escuchó esta oración de su Hijo amado. Frente a la tumba de Lázaro, Jesús dio gracias al Padre porque siempre lo escuchaba. Ahora que está cumpliendo el plan de salvación, evidentemente que su súplica tiene la garantía de ser respondida favorablemente.
Así es Dios: Dios nos excusa, pues sabe de qué barro fuimos hechos. Sabe que pecamos porque en pecado nacimos y pecadores fuimos concebidos en el vientre materno (Sal 51,7). Dios no es quien nos acusa de nuestros pecados ni nos descubre nuestras faltas. Él es el primero en ayudarnos, comprendernos y defendernos de cualquier acusación en contra nuestra. Dios no lleva cuenta de nuestros pecados sino que tiene piedad de nosotros según la medida de su misericordia.
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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés
"Cuando yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí": Jn 12,32.
"Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre": Jn 3,14.
La cruz es el momento supremo de Jesús. Para esta hora había venido. No fue víctima de un complot o secuestro. Él mismo se entregó para mostrar y demostrar su amor por nosotros. La cruz es la consagración perfecta de Jesús.
Si el salario del pecado es la muerte y nosotros somos pecadores, éramos merecedores de muerte eterna. Sin embargo, Cristo Jesús toma nuestro puesto y muere en lugar nuestro para que podamos tener vida en su Nombre.
Dios se arriesga a enviar a su Hijo a los viñadores, sabiendo que anteriormente han despreciado a sus siervos, a otros los han apedreado e insultado. Dios no se guarda a su Hijo amado, sino que lo entrega a nosotros. En un exceso de confianza en los viñadores, envía a su Hijo, suponiendo que lo van a respetar. ¡Hasta dónde puede llegar la confianza divina!
Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán": Mc 12,6.
Si alguno ha tenido la maravillosa experiencia de que otro lo ha amado tanto que ha dado su vida por él, podrá entender un poco mejor qué significa la entrega de Cristo Jesús hasta la muerte. O si al menos contamos con alguien que ha arriesgado la vida por nosotros, o ha metido la mano al fuego a nuestro favor, entonces seremos más sensibles a lo que Dios ha hecho por nosotros. El Padre arriesgó a su Hijo por nosotros.
Sin embargo, esto también tiene su dificultad. Para quienes somos padres de familia es sumamente difícil, diríamos imposible, exponer un hijo a la muerte para que otros desconocidos, o hasta enemigos que se han rebelado contra nosotros, se salven. Esto naturalmente no se entiende. Simplemente se acepta por la fe, se acoge y se agradece el don más inimaginable que Dios pudo hacer por nosotros.
Jesús murió el día de la preparación de la Pascua; es decir, a la hora que se preparaba el cordero que se habría de sacrificar la noche de Pascua, para conmemorar la liberación de la esclavitud.
Sin embargo, la muerte de Jesús no es un sacrificio sino un holocausto. En los sacrificios se compartía la víctima con los sacerdotes o con quienes la ofrecían. En los holocaustos era consumida completamente por el fuego y se consagraba plenamente a Dios. Jesús se da totalmente en la cruz. Ya el profeta lo había vislumbrado cuando dijo: "No había en él nada digno de ser estimado, varón de dolores y sabedor de dolencias...": Is 53,3.
Da hasta la última gota de su sangre. Le despojan de sus vestidos y muere desnudo, para cubrir nuestra desnudez. Ofrece el perdón a todos, comenzando con los verdugos. Entrega su Madre a todos nosotros, como un acto de donación suprema. Confía su espíritu en las manos de su Padre, en abandono de total confianza. No le quedó nada, absolutamente nada. Por eso cuando el soldado romano traspasa su corazón brota la última gota de su sangre, con un poco de agua.
Así es Dios: Se entrega todo. No da sólo algo a nosotros. Se dona totalmente. ¿Qué cosa hubo que Dios no hubiera hecho por nosotros? Lo cedió todo cuando entregó a su Hijo amado para que nosotros pudiéramos tener vida y vida en abundancia. La prueba del amor de Dios es una moneda de dos caras.
Por un lado en Juan encontramos esta declaración:
De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna: Jn 3,16.
Este pasaje algunas veces se traduce: “Tanto amó Dios al mundo...”. Pero el texto griego no habla de cantidad, sino de calidad: “De tal manera amó Dios al mundo...”. Dios se ha desbordado en amor por nosotros al entregarnos lo que más amaba. La muestra más grande del amor de Dios es que nos entregó a su propio Hijo.
Por otro lado, Pablo declara:
La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros: Rm 5,8.
San Pablo centra la prueba del amor de Dios no en el envío, sino en su entrega total en la cruz, cuando Jesús ofrece su vida por nosotros. Lo sublime es que lo realiza cuando nosotros todavía éramos pecadores. No lo hace cuando nos hemos convertido, sino antes, para que seamos capaces de responderle entregando nuestra vida también.
Jesús fue crucificado al medio día y muere a las tres de la tarde. En ese lapso de tiempo fue ultrajado, humillado y burlado. Hasta los ladrones que estaban a su lado lo retaban para que se bajara de la cruz. Sus enemigos también hacían mofa de él: "Bájate de la cruz y creeremos en ti". Ciertamente él había venido para que creyeran y creyendo tuvieran vida. ¿Por qué no aprovechó el cheque en blanco que le estaban firmando? Si mostraba su poder en ese momento, las autoridades se rendirían y confesarían que era el enviado de Dios. Ya no era el momento de mostrar su autoridad. Eso ya lo había hecho en Galilea y Judea por tres años, sin muy buenos resultados. Al contrario, lo acusaron de estar endemoniado y curar en sábado.
Ahora había llegado el tiempo de mostrar su amor y estaba dispuesto hasta las últimas consecuencias. Por eso no se bajó de la cruz. No buscaba admiradores de su poder sino ami-gos que supieran que alguien los amaba hasta el punto de dar su vida por ellos.
Cuando ha sido despojado de sus vestidos, crucificado y ultrajado y sus adversarios están satisfechos porque han logrado la venganza, entonces Jesús responde de manera soberana. No los acusa ni pide castigo celestial para sus verdugos. Al contrario, levanta los ojos al cielo y pide una sola cosa para sus enemigos: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen": Lc 23,34.
"No tienen culpa. Son inocentes. Si comprendieran no habrían cometido este crimen. Por eso te pido, Padre amado, perdónales". Sin duda que Dios escuchó esta oración de su Hijo amado. Frente a la tumba de Lázaro, Jesús dio gracias al Padre porque siempre lo escuchaba. Ahora que está cumpliendo el plan de salvación, evidentemente que su súplica tiene la garantía de ser respondida favorablemente.
Así es Dios: Dios nos excusa, pues sabe de qué barro fuimos hechos. Sabe que pecamos porque en pecado nacimos y pecadores fuimos concebidos en el vientre materno (Sal 51,7). Dios no es quien nos acusa de nuestros pecados ni nos descubre nuestras faltas. Él es el primero en ayudarnos, comprendernos y defendernos de cualquier acusación en contra nuestra. Dios no lleva cuenta de nuestros pecados sino que tiene piedad de nosotros según la medida de su misericordia.
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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés
La espera / Autor: P. Fernando Pascual LC
«Salvados por la esperanza» («Spe salvi»), la nueva encíclica de Benedicto XVI, se publicará el 30 de noviembre.
La segunda encíclica de este pontificado continúa meditando en la segunda de las virtudes teologales, después de haber reflexionado sobre el amor en «Deus caritas est» (firmada el 25 de diciembre de 2005)
Benedicto XVI reflexiona en la carta de san Pablo a los Romanos 8, 24, en la que dice: Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve?.
Meditemos hoy sobre esta virtud de la Esperanza para prepararnos a esta Encíclica del Papa:
En una esquina, junto al bar, a la entrada de un cine, en la estación: en muchos lugares hombres y mujeres esperan.
Esperan. ¿Qué esperan? Cada uno espera a alguien. Al novio, una chica enamorada. A la novia, un chico que necesita algo de esperanza. Al hijo, el padre que lo vio partir un día hacia una guerra inesperada. Al padre, ese hijo que lo quiere otra vez en casa, después de años sin poderse abrazar.
Esperan. ¿Cuándo llegará? El tiempo pasa, los minutos se hacen eternos. Los ojos giran y giran para descubrir si aquel bulto, a lo lejos, es ese ser querido, la persona esperada, la alegría que anhela el corazón.
Unos esperan y otros son esperados. Quien camina al lugar de la cita sólo desea una cosa: que le estén esperando. Es triste llegar al cine y no encontrarse con el amigo, o regresar al pueblo y no ver a nadie en la estación. Causa un dolor inmenso descubrir que quien debía esperarnos ya no se encuentra en el mundo de los vivos...
Esperar y ser esperado. Podemos preguntarnos ahora: ¿espera Dios? ¿Le esperamos? Más allá de las nubes y más acá de las flores, donde el horizonte se viste de colores y donde los niños juegan a canicas, donde una anciana busca sus gafas oxidadas y donde un nieto deja su “nintendo” para ayudar a preparar la cena.
Dios nos espera detrás de cada pensamiento, de una lágrima, de un diploma o de un choque en carretera. Dios nos espera también cuando pecamos, cuando probamos un poco el gusto de una libertad mal usada, lejos de sus brazos y lejos, a veces, de los brazos de quienes nos aman de veras. Dios nos espera cuando permite una enfermedad o esos ratos largos, eternos, de insomnio en una noche de verano.
Nosotros, ¿esperamos a Dios? ¿Lo buscamos en la oficina, en la fábrica, en los campos que se visten de amapolas, en los jilgueros que cantan la mañana?
Esperar a Dios. No hay que ir lejos para ir a su encuentro, aunque a veces no nos resulte fácil abrir el corazón a ese cariño que nos hace desear su abrazo, porque nos abruman los mil problemas de la vida, porque nos distraen pequeños juegos o programas informáticos.
Esperar a Dios y ser esperados por Dios. El encuentro definitivo llegará, para alguno, este día.
Una estrella se apaga y otra se enciende, mientras la luna acaricia, con suave luz, una tierra que llora a los que parten, mientras los ángeles del cielo inician la fiesta del banquete. Un hijo entra en casa y es abrazado por un Padre que lo esperaba con amor eterno...
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Fuente: Catholic.net
La segunda encíclica de este pontificado continúa meditando en la segunda de las virtudes teologales, después de haber reflexionado sobre el amor en «Deus caritas est» (firmada el 25 de diciembre de 2005)
Benedicto XVI reflexiona en la carta de san Pablo a los Romanos 8, 24, en la que dice: Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve?.
Meditemos hoy sobre esta virtud de la Esperanza para prepararnos a esta Encíclica del Papa:
En una esquina, junto al bar, a la entrada de un cine, en la estación: en muchos lugares hombres y mujeres esperan.
Esperan. ¿Qué esperan? Cada uno espera a alguien. Al novio, una chica enamorada. A la novia, un chico que necesita algo de esperanza. Al hijo, el padre que lo vio partir un día hacia una guerra inesperada. Al padre, ese hijo que lo quiere otra vez en casa, después de años sin poderse abrazar.
Esperan. ¿Cuándo llegará? El tiempo pasa, los minutos se hacen eternos. Los ojos giran y giran para descubrir si aquel bulto, a lo lejos, es ese ser querido, la persona esperada, la alegría que anhela el corazón.
Unos esperan y otros son esperados. Quien camina al lugar de la cita sólo desea una cosa: que le estén esperando. Es triste llegar al cine y no encontrarse con el amigo, o regresar al pueblo y no ver a nadie en la estación. Causa un dolor inmenso descubrir que quien debía esperarnos ya no se encuentra en el mundo de los vivos...
Esperar y ser esperado. Podemos preguntarnos ahora: ¿espera Dios? ¿Le esperamos? Más allá de las nubes y más acá de las flores, donde el horizonte se viste de colores y donde los niños juegan a canicas, donde una anciana busca sus gafas oxidadas y donde un nieto deja su “nintendo” para ayudar a preparar la cena.
Dios nos espera detrás de cada pensamiento, de una lágrima, de un diploma o de un choque en carretera. Dios nos espera también cuando pecamos, cuando probamos un poco el gusto de una libertad mal usada, lejos de sus brazos y lejos, a veces, de los brazos de quienes nos aman de veras. Dios nos espera cuando permite una enfermedad o esos ratos largos, eternos, de insomnio en una noche de verano.
Nosotros, ¿esperamos a Dios? ¿Lo buscamos en la oficina, en la fábrica, en los campos que se visten de amapolas, en los jilgueros que cantan la mañana?
Esperar a Dios. No hay que ir lejos para ir a su encuentro, aunque a veces no nos resulte fácil abrir el corazón a ese cariño que nos hace desear su abrazo, porque nos abruman los mil problemas de la vida, porque nos distraen pequeños juegos o programas informáticos.
Esperar a Dios y ser esperados por Dios. El encuentro definitivo llegará, para alguno, este día.
Una estrella se apaga y otra se enciende, mientras la luna acaricia, con suave luz, una tierra que llora a los que parten, mientras los ángeles del cielo inician la fiesta del banquete. Un hijo entra en casa y es abrazado por un Padre que lo esperaba con amor eterno...
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Fuente: Catholic.net
Senadora socialista se convierte y deja política por leyes que "chocan con ética cristiana"
BARCELONA, 29 Nov. 07 / 06:32 pm (ACI/Europa Press).- La senadora socialista por Barcelona Mercedes Aroz ha comunicado su retirada de la política al finalizar la legislatura por discrepancias con la dirección del PSOE a raíz de la aprobación de leyes como el matrimonio homosexual, que a su juicio "chocan frontalmente con la ética cristiana".
En declaraciones a Europa Press, Aroz explicó que ha comunicado su decisión al Partido Socialista de Cataluña (PSC), en el que seguirá militando. Aun así, dejará su escaño, que ocupa con el mayor número de votos de la historia del Senado (1.602.225 en la última legislatura, el 53,67 por ciento).
Aroz –que fue cofundadora del PSC– anunció su "conversión" al cristianismo, tras varias décadas de ideología marxista, en un proceso de transformación personal que ha durado "varios años" y que ha culminado en su "plena integración como miembro de la Iglesia Católica".
"Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado", afirmó.
"He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida", indicó.
Según Aroz, "la libertad religiosa reclama el respeto y un reconocimiento positivo del hecho religioso, frente a un intento de imponer el laicismo" por parte del Estado, a la vez que reclama a éste que ponga las bases para facilitar "la educación religiosa en la escuela".
Aroz pone fin así a una larga etapa de militancia activa a lo largo de 32 años en el partido socialista, en el que ha ejercido numerosas responsabilidades orgánicas y públicas, entre ellas y durante 21 años, la de diputada y senadora en el Parlamento español.
La aún senadora fue cofundadora del PSC en el año 1978, desde la Federación Catalana del PSOE y como miembro de la comisión que elaboró las bases de la unidad de los tres partidos socialistas catalanes existentes en aquel momento: PSOE, PSC (C) y PSC (R).
Se afilió al PSOE en 1976, proveniente de la Liga Comunista Revolucionaria, y en el PSC formó parte de su dirección política durante 18 años, así como del Comité Federal del PSOE. En 1986 fue elegida diputada por Barcelona a las Cortes.
Diputada en el Congreso durante cuatro legislaturas, fue portavoz de Economía del Grupo Socialista, y adjunta a la Secretaría General en la Dirección presidida por Felipe González y Joaquín Almunia como portavoz, y posteriormente como presidente.
Senadora electa por Barcelona en las dos últimas legislaturas por la coalición Entesa Catalana de Progrés (PSC, ERC, ICV-EUiA), obtuvo 1.602.225 votos en la última legislatura, el 53,67 por ciento. En la actualidad es la portavoz de Economía y Presupuestos de su grupo parlamentario.
En declaraciones a Europa Press, Aroz explicó que ha comunicado su decisión al Partido Socialista de Cataluña (PSC), en el que seguirá militando. Aun así, dejará su escaño, que ocupa con el mayor número de votos de la historia del Senado (1.602.225 en la última legislatura, el 53,67 por ciento).
Aroz –que fue cofundadora del PSC– anunció su "conversión" al cristianismo, tras varias décadas de ideología marxista, en un proceso de transformación personal que ha durado "varios años" y que ha culminado en su "plena integración como miembro de la Iglesia Católica".
"Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado", afirmó.
"He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida", indicó.
Según Aroz, "la libertad religiosa reclama el respeto y un reconocimiento positivo del hecho religioso, frente a un intento de imponer el laicismo" por parte del Estado, a la vez que reclama a éste que ponga las bases para facilitar "la educación religiosa en la escuela".
Aroz pone fin así a una larga etapa de militancia activa a lo largo de 32 años en el partido socialista, en el que ha ejercido numerosas responsabilidades orgánicas y públicas, entre ellas y durante 21 años, la de diputada y senadora en el Parlamento español.
La aún senadora fue cofundadora del PSC en el año 1978, desde la Federación Catalana del PSOE y como miembro de la comisión que elaboró las bases de la unidad de los tres partidos socialistas catalanes existentes en aquel momento: PSOE, PSC (C) y PSC (R).
Se afilió al PSOE en 1976, proveniente de la Liga Comunista Revolucionaria, y en el PSC formó parte de su dirección política durante 18 años, así como del Comité Federal del PSOE. En 1986 fue elegida diputada por Barcelona a las Cortes.
Diputada en el Congreso durante cuatro legislaturas, fue portavoz de Economía del Grupo Socialista, y adjunta a la Secretaría General en la Dirección presidida por Felipe González y Joaquín Almunia como portavoz, y posteriormente como presidente.
Senadora electa por Barcelona en las dos últimas legislaturas por la coalición Entesa Catalana de Progrés (PSC, ERC, ICV-EUiA), obtuvo 1.602.225 votos en la última legislatura, el 53,67 por ciento. En la actualidad es la portavoz de Economía y Presupuestos de su grupo parlamentario.
Pareja rusa salvó a sus quintillizas de aborto forzoso
LONDRES,(ACI).- Vavara Artamkin y su esposo Dimitri nunca pensaron que ocuparían las primeras planas de los principales medios del mundo. Esta humilde pareja de maestros rusos cruzó medio continente para salvar a sus cinco hijas de un aborto inminente. Hoy todos sonríen en un hospital inglés.
Vavara se sometió a un tratamiento de fertilidad y resultó embarazada de quintillizas. Los médicos que la trataron en Rusia pretendieron obligarla a abortar al menos a dos de las niñas para recibir a cambio el debido cuidado en su embarazo.
Los médicos le dijeron que "los abortos selectivos" eran esenciales para dar a los demás bebés la posibilidad de sobrevivir.
Los esposos no deseaban "terminar" con alguna de sus bebés, recibieron ayuda económica de benefactores rusos para viajar a Inglaterra y dar a luz prematuramente. Las niñas nacieron 14 semanas antes de que el embarazo llegara a término en un hospital de Oxford y a pesar de su frágil condición, evolucionan muy bien.
La bisabuela de las quintillizas, Irina Artamkin, declaró al diario Daily Mail desde Rusia que la pareja visitó varios hospitales de maternidad en Rusia pero nadie quiso ayudarlos a menos que aceptaran el aborto.
"Nuestra familia es muy religiosa y la Iglesia (ortodoxa) enseña que el aborto es un asesinato. Varvara y Dimitri querían todas sus hijas y no aceptaban tal condición", indicó la abuela.
Hace algunos años, la pareja ya había visto morir a su primer hijo, un varón, que nació prematuro.
Para la hermana de Dimitri, Maria, que las niñas hayan nacido bien "es un milagro. Todo estuvo en manos de Dios. Iremos a la iglesia y encenderemos un cirio por cada bebé".
Vavara se sometió a un tratamiento de fertilidad y resultó embarazada de quintillizas. Los médicos que la trataron en Rusia pretendieron obligarla a abortar al menos a dos de las niñas para recibir a cambio el debido cuidado en su embarazo.
Los médicos le dijeron que "los abortos selectivos" eran esenciales para dar a los demás bebés la posibilidad de sobrevivir.
Los esposos no deseaban "terminar" con alguna de sus bebés, recibieron ayuda económica de benefactores rusos para viajar a Inglaterra y dar a luz prematuramente. Las niñas nacieron 14 semanas antes de que el embarazo llegara a término en un hospital de Oxford y a pesar de su frágil condición, evolucionan muy bien.
La bisabuela de las quintillizas, Irina Artamkin, declaró al diario Daily Mail desde Rusia que la pareja visitó varios hospitales de maternidad en Rusia pero nadie quiso ayudarlos a menos que aceptaran el aborto.
"Nuestra familia es muy religiosa y la Iglesia (ortodoxa) enseña que el aborto es un asesinato. Varvara y Dimitri querían todas sus hijas y no aceptaban tal condición", indicó la abuela.
Hace algunos años, la pareja ya había visto morir a su primer hijo, un varón, que nació prematuro.
Para la hermana de Dimitri, Maria, que las niñas hayan nacido bien "es un milagro. Todo estuvo en manos de Dios. Iremos a la iglesia y encenderemos un cirio por cada bebé".
¡Dispara al corazón! / Autor: Óscar Schmidt
Cuando le hablas a ese hombre que no conoce a Dios, que no sabe de Su Amor, mientras cavilas y temes no ser digno de semejante tarea, no dudes, tensa tu arco y con mano firme ¡dispara al corazón!
Cuando la vida te enfrenta a momentos de gran confusión, donde los caminos se abren frente a ti y se multiplican como en un salón de espejos, no temas, abre tu mirada a la distancia, mira a tu interior, y con sereno pulso ¡dispara al corazón!
Cuando los que más quieres te fallan, te hunden en tu silla como si fueras un ser imposibilitado de ver más allá de las puertas que se cierran frente a ti, no te pierdas en la desesperación y el abandono de ti mismo, levanta la mirada y ¡dispara al corazón!
Cuando el amor no llega a tu vida, cuando la luz del cariño se escurre por pasillos donde no la puedes buscar, torna tu mirada a las sombras y con gran decisión, ¡dispara al corazón!
Cuando quieras hablar con Jesús sobre tus más profundas necesidades, sobre aquello que vibra en tu pecho y clama por un instante de sosiego, haz un alto en tu vida, alza la voz y con grito firme ¡dispara al corazón!
Cuando no sabes qué es lo que Dios espera de ti, y El se esconde y hace de tu vida un barco sin rumbo, pon tu mirada en Su Mirada y elevando tus brazos al cielo, ¡dispara al corazón!
Porque cuando nuestro rostro se ilumina con una mirada de niño, nuestros labios derraman palabras de amor que alcanzan el Corazón de Jesús y lo hacen quebrarse de ternura, lo derrumban a pesar de Su Divinidad y Realeza.
Y es porque en el Corazón de Dios están todas las soluciones, las promesas, los consuelos y la esperanza. Allí se esconde un tesoro tan extraordinario que ni siquiera en nuestros sueños más profundos lo podríamos imaginar.
Nuestros gestos de amor son disparos al Corazón de Jesús, porque lo hacen detenerse y mirarnos como un Dios derrotado. Dulce derrota, donde El se refugia para admirar las maravillas de las que un corazón amante es capaz. Su derrota es el triunfo de la Criatura que El mismo imaginó, que vencedora en su propia naturaleza, se hace semejante a su Creador. Nuestro Dios, vencido por amor, se hace Niño y nos entrega aquello que guarda como un Preciado Tesoro, Su Corazón.
Si, dispara al Corazón de Jesús, y dispara al corazón de tus hermanos, hazlos caer vencidos por el amor que todo lo vence. Que tus palabras certeras se dirijan a aquel punto que nadie puede resistir, centro y motor de nuestra semejanza con Quien nos creó, el corazón del hombre.
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Fuente: Catholic.net
Cuando la vida te enfrenta a momentos de gran confusión, donde los caminos se abren frente a ti y se multiplican como en un salón de espejos, no temas, abre tu mirada a la distancia, mira a tu interior, y con sereno pulso ¡dispara al corazón!
Cuando los que más quieres te fallan, te hunden en tu silla como si fueras un ser imposibilitado de ver más allá de las puertas que se cierran frente a ti, no te pierdas en la desesperación y el abandono de ti mismo, levanta la mirada y ¡dispara al corazón!
Cuando el amor no llega a tu vida, cuando la luz del cariño se escurre por pasillos donde no la puedes buscar, torna tu mirada a las sombras y con gran decisión, ¡dispara al corazón!
Cuando quieras hablar con Jesús sobre tus más profundas necesidades, sobre aquello que vibra en tu pecho y clama por un instante de sosiego, haz un alto en tu vida, alza la voz y con grito firme ¡dispara al corazón!
Cuando no sabes qué es lo que Dios espera de ti, y El se esconde y hace de tu vida un barco sin rumbo, pon tu mirada en Su Mirada y elevando tus brazos al cielo, ¡dispara al corazón!
Porque cuando nuestro rostro se ilumina con una mirada de niño, nuestros labios derraman palabras de amor que alcanzan el Corazón de Jesús y lo hacen quebrarse de ternura, lo derrumban a pesar de Su Divinidad y Realeza.
Y es porque en el Corazón de Dios están todas las soluciones, las promesas, los consuelos y la esperanza. Allí se esconde un tesoro tan extraordinario que ni siquiera en nuestros sueños más profundos lo podríamos imaginar.
Nuestros gestos de amor son disparos al Corazón de Jesús, porque lo hacen detenerse y mirarnos como un Dios derrotado. Dulce derrota, donde El se refugia para admirar las maravillas de las que un corazón amante es capaz. Su derrota es el triunfo de la Criatura que El mismo imaginó, que vencedora en su propia naturaleza, se hace semejante a su Creador. Nuestro Dios, vencido por amor, se hace Niño y nos entrega aquello que guarda como un Preciado Tesoro, Su Corazón.
Si, dispara al Corazón de Jesús, y dispara al corazón de tus hermanos, hazlos caer vencidos por el amor que todo lo vence. Que tus palabras certeras se dirijan a aquel punto que nadie puede resistir, centro y motor de nuestra semejanza con Quien nos creó, el corazón del hombre.
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Fuente: Catholic.net
El amor platónico / Autor: Rogelio Villegas, LC
Cuando era niño me gustaba escuchar hablar a mis hermanos sobres sus amores platónicos. Apenas podía comprender al mayor de todos: con sólo 16 años ya tenía 10 amores platónicos y en la lista 3 cantantes, 4 actrices de moda y tres de sus profesoras.
- ¿Cómo puedes amar a las diez al mismo tiempo?
- No te preocupes, enano –respondía con aire de don Juan- cuando seas grande comprenderás.
Años más tarde comprendí. El amor platónico es aquel que se va tan rápido como viene, el amor sin interlocutor y del cual te avergüenzas cuando llegas a la edad madura. El amor idealista.
Peno no sólo aprendí eso. Supe que hay amores ideales, amores platónicos que llegaron a ser realidad.
Bruno, el protagonista de esta historia lo cuenta así a sus amigos:
- Hoy, hace 27 años, en una tarde de verano, Isabel pasó por primera vez delante de mis ojos, para quedarse por siempre en mi corazón. Ella, joven bien educada, de familia burguesa, rostro angelical. Yo, muchacho loco en servicio militar…
Recuerdo –continua Bruno- que aquella misma noche fui con Nuestra Señora, para decirle: “Madre, esta joven será mi mujer”. Y así fue. Una primera palabra, un primer encuentro, dos años de noviazgo, un matrimonio de ensueño.
¿Cuál es la diferencia entre Bruno y tantos otros hombres y mujeres que juegan al amor platónico?, ¿qué le falta al amor?, ¿qué nos falta a nosotros?
Yo sé lo que falta. Le falta determinación, le falta ese acto de voluntad por el que yo escojo a alguien como objeto de mi amor. Le falta identificación con la persona amada hasta el don de sí mismo. Es este el verdadero amor conyugal. Para los romanos el amor conyugal era ese lazo de amistad creado por la semejanza de costumbres. El cristianismo lleva este amor más lejos, hasta la identificación en una sola carne de una mujer y de un hombre. Sólo quien está dispuesto a perderse en el amado, a hacerse uno con lo que se ama, está listo para iniciar el combate del amor.
Si tienes un novio o una novia, pregúntale: ¿serías capaz de morir por mí? Si me muero en este instante, ¿me guardarías en tu corazón eternamente, sin buscar a nadie más, esperando con ansiedad el día de tu muerte para encontrarme de nuevo? Son preguntas radicales, pero cuando se trata de amar no hay extremos. Los amores epidérmicos, las promesas de amor eterno bajo la luna, son amores idealistas si sólo buscan aprovecharse del otro. Si la luna hablara, cuántas verdades nos diría a cerca de tantas mentiras.
La nueva realidad de este amor de dos hecho uno, exige un paso de compromiso. El que ama busca los medios más propicios, el ambiente donde el amor continuará creciendo. Propio del amor conyugal es el estar protegido por un pacto. La alianza es la culminación de mi elección y el paso natural para quien ama verdaderamente.
Quienes ven el matrimonio un enemigo de la libertad, niegan al mismo tiempo la sinceridad de sus sentimientos. En pocas palabras, quien dice: “Quiero una relación libre” está diciendo: “Tú has tomado una parte de mi libertad, no quiero que vayas a manipularme completamente”.
Esta misma realidad se aplica a los hombres y mujeres unidos por un matrimonio donde no hay verdadero amor. Tan falso es el amor sin compromiso como el compromiso sin amor.
El matrimonio es sólo una etapa. El compromiso ratifica el amor, al mismo tiempo que lo abre a la realidad de la comunión. El amor conyugal se convierte en caridad conyugal por el ejercicio cotidiano de la entrega. Las palabras, los gestos, las actitudes, todo cuenta en esta nueva realidad entre dos. Una llamada durante una gira de trabajo, una confidencia, una sonrisa… todos los detalles encienden el fuego de la caridad conyugal. Y por supuesto, el matrimonio abre el amor a los hijos.
He aquí el camino recorrido por Bruno: elección, identificación, compromiso y don de sí. Gracias Bruno por tu ejemplo. Gracias a todos los hombres y mujeres casados que nos edifican con su fidelidad en la entrega de todos los días.
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Fuente: Catholic.net
- ¿Cómo puedes amar a las diez al mismo tiempo?
- No te preocupes, enano –respondía con aire de don Juan- cuando seas grande comprenderás.
Años más tarde comprendí. El amor platónico es aquel que se va tan rápido como viene, el amor sin interlocutor y del cual te avergüenzas cuando llegas a la edad madura. El amor idealista.
Peno no sólo aprendí eso. Supe que hay amores ideales, amores platónicos que llegaron a ser realidad.
Bruno, el protagonista de esta historia lo cuenta así a sus amigos:
- Hoy, hace 27 años, en una tarde de verano, Isabel pasó por primera vez delante de mis ojos, para quedarse por siempre en mi corazón. Ella, joven bien educada, de familia burguesa, rostro angelical. Yo, muchacho loco en servicio militar…
Recuerdo –continua Bruno- que aquella misma noche fui con Nuestra Señora, para decirle: “Madre, esta joven será mi mujer”. Y así fue. Una primera palabra, un primer encuentro, dos años de noviazgo, un matrimonio de ensueño.
¿Cuál es la diferencia entre Bruno y tantos otros hombres y mujeres que juegan al amor platónico?, ¿qué le falta al amor?, ¿qué nos falta a nosotros?
Yo sé lo que falta. Le falta determinación, le falta ese acto de voluntad por el que yo escojo a alguien como objeto de mi amor. Le falta identificación con la persona amada hasta el don de sí mismo. Es este el verdadero amor conyugal. Para los romanos el amor conyugal era ese lazo de amistad creado por la semejanza de costumbres. El cristianismo lleva este amor más lejos, hasta la identificación en una sola carne de una mujer y de un hombre. Sólo quien está dispuesto a perderse en el amado, a hacerse uno con lo que se ama, está listo para iniciar el combate del amor.
Si tienes un novio o una novia, pregúntale: ¿serías capaz de morir por mí? Si me muero en este instante, ¿me guardarías en tu corazón eternamente, sin buscar a nadie más, esperando con ansiedad el día de tu muerte para encontrarme de nuevo? Son preguntas radicales, pero cuando se trata de amar no hay extremos. Los amores epidérmicos, las promesas de amor eterno bajo la luna, son amores idealistas si sólo buscan aprovecharse del otro. Si la luna hablara, cuántas verdades nos diría a cerca de tantas mentiras.
La nueva realidad de este amor de dos hecho uno, exige un paso de compromiso. El que ama busca los medios más propicios, el ambiente donde el amor continuará creciendo. Propio del amor conyugal es el estar protegido por un pacto. La alianza es la culminación de mi elección y el paso natural para quien ama verdaderamente.
Quienes ven el matrimonio un enemigo de la libertad, niegan al mismo tiempo la sinceridad de sus sentimientos. En pocas palabras, quien dice: “Quiero una relación libre” está diciendo: “Tú has tomado una parte de mi libertad, no quiero que vayas a manipularme completamente”.
Esta misma realidad se aplica a los hombres y mujeres unidos por un matrimonio donde no hay verdadero amor. Tan falso es el amor sin compromiso como el compromiso sin amor.
El matrimonio es sólo una etapa. El compromiso ratifica el amor, al mismo tiempo que lo abre a la realidad de la comunión. El amor conyugal se convierte en caridad conyugal por el ejercicio cotidiano de la entrega. Las palabras, los gestos, las actitudes, todo cuenta en esta nueva realidad entre dos. Una llamada durante una gira de trabajo, una confidencia, una sonrisa… todos los detalles encienden el fuego de la caridad conyugal. Y por supuesto, el matrimonio abre el amor a los hijos.
He aquí el camino recorrido por Bruno: elección, identificación, compromiso y don de sí. Gracias Bruno por tu ejemplo. Gracias a todos los hombres y mujeres casados que nos edifican con su fidelidad en la entrega de todos los días.
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Fuente: Catholic.net
miércoles, 28 de noviembre de 2007
La criba / Autor: Oscar Schmidt
Tuve que ir a mi diccionario para encontrar el significado de la palabra cribar. Significa filtrar, clasificar, purificar, depurar, separar lo bueno de lo malo, lo útil de lo inútil. Y es realmente una criba lo que Dios hace en Sus Viñas de cuando en cuando, para asegurar que la Obra avance sólo con aquello que está adherido del modo correcto; con aquello que está fuerte y sinceramente prendido del tronco del que brota la Gracia verdadera. Y también para forzar a que se desprendan las plantas parásitas que solo intentan robar de aquello que no les corresponde, de lo ajeno.
Dejen que trate de explicarme con un pasaje ocurrido en las cercanías del Mar de Genezaret, dos mil años atrás. Cuando Jesús alimentó milagrosamente a la multitud en Galilea, y les habló con Palabras de amor y consuelo, todos se sintieron protegidos y seguros. Jesús bajó entonces a predicar a la sinagoga de Cafarnaún, mientras la multitud lo siguió, esperando más comida gratuita y palabras consoladoras para el alma, más caricias. En Su Prédica, Jesús fue duro. Presentó Su mirada profunda de lo que abrigaban los corazones de muchos, la intención de recibir, no de dar. Les puso una carga en sus espaldas: la de trabajar, la de ser buenos, la de amar, la de ser humildes y aceptar el último lugar, la de servir y no ser servidos. Puso en carne viva las miserias que había que extirpar de los corazones, para que surja el nuevo y definitivo Pueblo de Dios, la nueva iglesia que debía nacer.
Casi todos se la tomaron a mal con Jesús, El tuvo que huir prácticamente bajo una lluvia de insultos y acusaciones, de gritos y amenazas. Los Doce, frustrados y enojados, le dijeron: ¿por qué los espantaste, si costó tanto trabajo juntarlos? Jesús les dijo entonces: ¿es que ustedes también me van a dejar? Los Apóstoles comprendieron que no importaba la multitud para Jesús, o que los que lo sigan sean muchos o pocos, sino que sean aquellos que estén dispuestos a hacer la Voluntad del Padre, y no simplemente estar para recibir algo, material o espiritual. Comprendieron la necesidad de poner a prueba a los seguidores, de someter a la criba, a la purificación, a los que se acercaban a Dios hecho Hombre.
Como ocurrió en aquellos tiempos, Dios nos atrae en algún momento de nuestra vida de un modo impactante, relevador. Se puede decir que en ese momento El nos golpea con un llamado de Amor, con una alegría interior incontenible que nos produce un deseo de trabajar para El, de hacer algo por los demás, de hacer brillar nuestro carácter de cristianos con una alegría chispeante, contagiosa. ¡Un deseo de seguirlo! Puede ocurrir durante nuestra niñez, adolescencia, o en cualquier momento de nuestra vida. La decisión de cuando es el momento indicado va por cuenta de El, exclusivamente. Incluso, Jesús puede hacerlo más de una vez en nuestra vida, si es que eso hace sentido a Su Plan de Salvación. En esos momentos nos sentimos felices, llenos de la alegría de ser hijos de Dios ¿Qué más podemos pedir?
Sin embargo, siempre Dios nos pone en el camino la hora de la prueba, para asegurarse de que comprendimos sinceramente el sentido del llamado. En la criba, aquellos que se acercaron a Su obra por interés material, se encuentran expuestos ante los demás en esa miseria insostenible que es la de mezclar el dinero con el espíritu. Aquellos otros que llegaron por vanidad y deseo de protagonismo y figurar bajo el halo de los reflectores, no soportan el ser enviados al último lugar y estallan de envidia y celos. Los que buscan dar lástima y ser siempre consolados por los demás, sin deseo alguno de dar, muestran su descontento y enojo cuando fallan a la hora de trabajar desinteresadamente por amor a los hermanos. Los que se aproximaron arrastrándose falsamente dando imagen de amigos, con la sola intención de destruir, son expuestos a su miserable verdad cuando no resisten su falsa actitud y sale a la luz su verdadero rostro.
Estas y muchas otras miserias son expuestas en la hora de la criba. Duele y mucho, porque quienes conducen las obras del Señor y Su Madre los vieron acercarse con enorme esperanza, alegría y deseo de que su intento de conversión sea duradero, sincero. Sin embargo, es inevitable que una cantidad de ellos caigan pesadamente en la hora de la prueba. Duele, pero así debe ser. Lo más triste es que casi nunca se van en silencio, sino que se alejan con una actitud de destrucción, de negación de la Presencia del Amor de Dios allí. Y suelen entonces unirse en un grupo, donde se alimentan mutuamente de palabras de critica y juicios del todo humanos. Lo hacen así para justificarse, ya que su conciencia les grita por el pecado cometido. Quieren que quede claro ante los demás que ellos hacen lo correcto, pero olvidan que para Dios nada puede ocultarse, no hay lugar para el engaño. Pueden engañar a algunos hombres, o a muchos, pero no a Dios ¡Qué El se apiade de sus almas!
Como en Cafarnaún, en la hora de la criba Jesús se queda rodeado de unos pocos. Pero son los que siguen adelante con humildad y sinceridad, y terminan pasando las muchas pruebas que Dios pone en su camino, alimentando a la Iglesia con su sangre, sangre de mártires. En aquella época eran mártires carnales, reales, porque eran muertos por el testimonio que daban. En esta época son mártires sociales, porque son asesinados socialmente ante los demás. Mártires en los dos casos, pocos pero valiosos, son quienes siguen inflamando las venas de la iglesia, son la sangre espiritual del Cuerpo Místico de Jesús.
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Fuente: www.reinadelcielo.org
Dejen que trate de explicarme con un pasaje ocurrido en las cercanías del Mar de Genezaret, dos mil años atrás. Cuando Jesús alimentó milagrosamente a la multitud en Galilea, y les habló con Palabras de amor y consuelo, todos se sintieron protegidos y seguros. Jesús bajó entonces a predicar a la sinagoga de Cafarnaún, mientras la multitud lo siguió, esperando más comida gratuita y palabras consoladoras para el alma, más caricias. En Su Prédica, Jesús fue duro. Presentó Su mirada profunda de lo que abrigaban los corazones de muchos, la intención de recibir, no de dar. Les puso una carga en sus espaldas: la de trabajar, la de ser buenos, la de amar, la de ser humildes y aceptar el último lugar, la de servir y no ser servidos. Puso en carne viva las miserias que había que extirpar de los corazones, para que surja el nuevo y definitivo Pueblo de Dios, la nueva iglesia que debía nacer.
Casi todos se la tomaron a mal con Jesús, El tuvo que huir prácticamente bajo una lluvia de insultos y acusaciones, de gritos y amenazas. Los Doce, frustrados y enojados, le dijeron: ¿por qué los espantaste, si costó tanto trabajo juntarlos? Jesús les dijo entonces: ¿es que ustedes también me van a dejar? Los Apóstoles comprendieron que no importaba la multitud para Jesús, o que los que lo sigan sean muchos o pocos, sino que sean aquellos que estén dispuestos a hacer la Voluntad del Padre, y no simplemente estar para recibir algo, material o espiritual. Comprendieron la necesidad de poner a prueba a los seguidores, de someter a la criba, a la purificación, a los que se acercaban a Dios hecho Hombre.
Como ocurrió en aquellos tiempos, Dios nos atrae en algún momento de nuestra vida de un modo impactante, relevador. Se puede decir que en ese momento El nos golpea con un llamado de Amor, con una alegría interior incontenible que nos produce un deseo de trabajar para El, de hacer algo por los demás, de hacer brillar nuestro carácter de cristianos con una alegría chispeante, contagiosa. ¡Un deseo de seguirlo! Puede ocurrir durante nuestra niñez, adolescencia, o en cualquier momento de nuestra vida. La decisión de cuando es el momento indicado va por cuenta de El, exclusivamente. Incluso, Jesús puede hacerlo más de una vez en nuestra vida, si es que eso hace sentido a Su Plan de Salvación. En esos momentos nos sentimos felices, llenos de la alegría de ser hijos de Dios ¿Qué más podemos pedir?
Sin embargo, siempre Dios nos pone en el camino la hora de la prueba, para asegurarse de que comprendimos sinceramente el sentido del llamado. En la criba, aquellos que se acercaron a Su obra por interés material, se encuentran expuestos ante los demás en esa miseria insostenible que es la de mezclar el dinero con el espíritu. Aquellos otros que llegaron por vanidad y deseo de protagonismo y figurar bajo el halo de los reflectores, no soportan el ser enviados al último lugar y estallan de envidia y celos. Los que buscan dar lástima y ser siempre consolados por los demás, sin deseo alguno de dar, muestran su descontento y enojo cuando fallan a la hora de trabajar desinteresadamente por amor a los hermanos. Los que se aproximaron arrastrándose falsamente dando imagen de amigos, con la sola intención de destruir, son expuestos a su miserable verdad cuando no resisten su falsa actitud y sale a la luz su verdadero rostro.
Estas y muchas otras miserias son expuestas en la hora de la criba. Duele y mucho, porque quienes conducen las obras del Señor y Su Madre los vieron acercarse con enorme esperanza, alegría y deseo de que su intento de conversión sea duradero, sincero. Sin embargo, es inevitable que una cantidad de ellos caigan pesadamente en la hora de la prueba. Duele, pero así debe ser. Lo más triste es que casi nunca se van en silencio, sino que se alejan con una actitud de destrucción, de negación de la Presencia del Amor de Dios allí. Y suelen entonces unirse en un grupo, donde se alimentan mutuamente de palabras de critica y juicios del todo humanos. Lo hacen así para justificarse, ya que su conciencia les grita por el pecado cometido. Quieren que quede claro ante los demás que ellos hacen lo correcto, pero olvidan que para Dios nada puede ocultarse, no hay lugar para el engaño. Pueden engañar a algunos hombres, o a muchos, pero no a Dios ¡Qué El se apiade de sus almas!
Como en Cafarnaún, en la hora de la criba Jesús se queda rodeado de unos pocos. Pero son los que siguen adelante con humildad y sinceridad, y terminan pasando las muchas pruebas que Dios pone en su camino, alimentando a la Iglesia con su sangre, sangre de mártires. En aquella época eran mártires carnales, reales, porque eran muertos por el testimonio que daban. En esta época son mártires sociales, porque son asesinados socialmente ante los demás. Mártires en los dos casos, pocos pero valiosos, son quienes siguen inflamando las venas de la iglesia, son la sangre espiritual del Cuerpo Místico de Jesús.
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Fuente: www.reinadelcielo.org
San Efrén de Siria / Autor: Benedicto XVI
Intervención durante la audiencia general
Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general, en la que meditó sobre la figura de San Efrén, considerado como el más grande de los padres de la Iglesia en Siria.
* * *
Queridos hermanos:
Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países. Pero la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo Testamento. Su expansión en los primeros siglos tuvo lugar tanto hacia occidente, hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura Europa, como hacia oriente, hasta Persia, la India, ayudando de este modo a suscitar una cultura específica, con lenguas semíticas, y con una propia identidad.
Para mostrar esta multiformidad cultural de la única fe cristiana de los inicios, en la catequesis del miércoles pasado hablé de un representante de este otro cristianismo, Afraates el sabio persa, para nosotros casi desconocido. En esta misma línea quisiera hablar hoy de san Efrén el sirio, nacido en Nísibis en torno al año 306 en el seno de una familia cristiana.
Fue el representante más importante del cristianismo en el idioma siríaco y logró conciliar de manera única la vocación de teólogo con la de poeta. Se formó y creció junto a Santiago, obispo de Nísibis (303-338), y junto a él fundó la escuela teológica de su ciudad. Ordenado diácono, vivió intensamente la vida de la comunidad local hasta el año 363, en el que Nísibis cayó en manos de los persas. Entonces Efrén emigró a Edesa, donde continuó predicando. Murió en esta ciudad en el año 373, al quedar contagiado en su obra de atención a los enfermos de peste.
No se sabe a ciencia cierta si era monje, pero en todo caso es seguro que decidió seguir siendo diácono durante toda su vida, abrazando la virginidad y la pobreza. De este modo, en el carácter específico de su cultura, se puede ver la común y fundamental identidad cristiana: la fe, la esperanza --esa esperanza que permite vivir pobre y casto en este mundo, poniendo toda expectativa en el Señor-- y por último la caridad, hasta ofrecer el don de sí mismo en el cuidado de los enfermos de peste.
San Efrén nos ha dejando una gran herencia teológica: su considerable producción puede reagruparse en cuatro categorías: obras escritas en prosa (sus obras polémicas y los comentarios bíblicos); obras en prosa poética; homilías en verso; y por último los himnos, sin duda la obra más amplia de Efrén. Es un autor prolífico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el punto de vista teológico.
El carácter específico de su trabajo consiste en unir teología y poesía. Al acercarnos a su doctrina, tenemos que insistir desde el inicio en esto: hace teología de forma poética. La poesía le permite profundizar en la reflexión teológica a través de paradojas e imágenes. Al mismo tiempo, su teología se hace liturgia, se hace música: de hecho, era un gran compositor, un músico. Teología, reflexión sobre la fe, poesía, canto, alabanza a Dios, van juntos; y, precisamente por este carácter litúrgico, aparece con nitidez en la teología de Efrén la verdad divina. En la búsqueda de Dios, al hacer teología, sigue el camino de la paradoja y del símbolo. Privilegia las imágenes contrapuestas, pues le sirven para subrayar el misterio de Dios.
Ahora no puedo hablar mucho de él, en parte porque es difícil de traducir la poesía, pero para dar al menos una idea de su teología poética quisiera citar pasajes de dos himnos. Ante todo, y de cara también al próximo Adviento, os propongo unas espléndidas imágenes tomadas de los himnos «Sobre la natividad de Cristo». Ante la Virgen, Efrén manifiesta con inspiración su maravilla:
«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y nació el Cordero, que llora dulcemente.
El seno de María
ha trastocado los papeles:
Quien creó todo
se ha apoderado de él, pero en la pobreza.
El Altísimo vino a ella (María),
pero entró humildemente.
El esplendor vino a ella,
pero vestido con ropas humildes.
Quien todo lo da
experimentó el hambre.
Quien da de beber a todos
Sufrió la sed.
Desnudo salió de ella,
quien todo lo reviste (de belleza)» (Himno «De Nativitate» 11, 6-8).
Para expresar el misterio de Cristo, Efrén utiliza una gran variedad de temas, de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos pone en relación a Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).
«Fue cerrando
con la espada del querubín,
hasta dejar cerrado
el camino del árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha entregado él mismo como alimento,
como oblación (eucarística).
Los árboles del Edén
fueron dados como alimento
al primer Adán.
Por nosotros el jardinero
del Jardín en persona
se hizo alimento
para nuestras almas.
De hecho, todos nosotros habíamos salido
del Paraíso junto con Adán,
que lo dejó a sus espaldas.
Ahora que ha sido retirada la espada,
abajo (en la cruz) por la lanza
podemos regresar» (Himno 49, 9-11).
Para hablar de la Eucaristía, Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el carbón ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías (Cf. 6, 6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el contrario, toca y digiere las mismas Brasas, al mismo Cristo:
«En tu pan se esconde el Espíritu,
que no puede digerirse;
en tu vino está el fuego, que no puede beberse.
El Espíritu en tu pan, el fuego en tu vino:
ésta es la maravilla acogida por nuestros labios.
El serafín no podía acercar sus dedos a las brasas,
a las que sólo pudieron acercarse los labios de Isaías;
ni los dedos las tomaron, ni los labios las digirieron;
pero el Señor nos ha concedido a nosotros ambas cosas.
El fuego descendió con ira para destruir a los pecadores,
pero el fuego de la gracia desciende sobre el pan y allí permanece.
En vez del fuego que destruyó al hombre,
hemos comido el fuego en el pan
y hemos sido salvados» (Himno «De Fide», 10, 8-10).
Un ejemplo más de los himnos de san Efrén, donde habla de la perla como símbolo de la riqueza y de la belleza de la fe:
«Coloqué (la perla), hermanos, en la palma de mi mano
para poder examinarla.
La observé por todos los lados:
tenía el mismo aspecto desde todos los lados.
Así es la búsqueda del Hijo, inescrutable,
pues es totalmente luminosa.
En su limpidez, vi al Límpido,
que no se opaca;
en su pureza,
vi al símbolo del cuerpo de nuestro Señor,
que es puro.
En su carácter indivisible, vi la verdad,
que es indivisible» >(Himno sobre la Perla 1, 2-3).
La figura de Efrén sigue siendo plenamente actual para la vida de varias Iglesias cristianas. Lo descubrimos en primer lugar como teólogo, que a partir de la Sagrada Escritura reflexiona poéticamente en el misterio de la redención del hombre realizada por Cristo, Verbo de Dios encarando. Hace una reflexión teológica expresada con imágenes y símbolos tomados de la naturaleza, de la vida cotidiana y de la Biblia. Efrén confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético; se trata de himnos teológicos y, al mismo tiempo, adecuados para ser recitados en el canto litúrgico. Efrén se sirve de estos himnos para difundir, con motivo de las fiestas litúrgicas, la doctrina de la Iglesia. Con el pasar del tiempo, se han convertido en un instrumento catequético sumamente eficaz para la comunidad cristiana.
Es importante la reflexión de Efrén sobre el tema de Dios creador: en la creación no hay nada aislado, y el mundo es, junto a la Sagrada Escritura, una Biblia de Dios. Al utilizar de manera equivocada su libertad, el hombre trastoca el orden del cosmos. Para Efrén, dado que no hay Redención sin Jesús, tampoco hay Encarnación sin María. Las dimensiones divinas y humanas del misterio de nuestra redención se encuentran en los escritos de Efrén; de manera poética y con imágenes tomadas fundamentalmente de las Escrituras, anticipa el trasfondo teológico y en cierto sentido el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.
Efrén, honrado por la tradición cristiana con el título de «cítara del Espíritu Santo», decidió seguir siendo diácono de su Iglesia durante toda la vida. Fue una decisión decisiva y emblemática: fue diácono, es decir servidor, ya sea en el ministerio litúrgico, ya sea de manera más radical en el amor a Cristo, cantado por él de manera sin par, ya sea por último en la caridad a los hermanos, a quienes introdujo con maestría excepcional en el conocimiento de la Revelación divina.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Efrén puede ser considerado el más grande de los Padres siríacos, así como el poeta más renombrado de toda la época patrística. Permaneció como diácono hasta su muerte en Edesa, a causa de la peste contraída mientras curaba a los enfermos. En sus muchas obras consiguió armonizar su vocación de teólogo con la de poeta, sirviéndose de imágenes, símbolos y paradojas, para expresar y profundizar sus reflexiones teológicas. En efecto, Efrén compuso muchas poesías e himnos litúrgicos para difundir entre los fieles la doctrina de la Iglesia. Destaca ante todo su reflexión sobre Dios creador; para él la creación, junto con la Sagrada Escritura, es como una Biblia de Dios. La presencia de Jesús en el seno de María le lleva a considerar la altísima dignidad y el papel fundamental de la mujer, hablando siempre de ella con sensibilidad y respeto. Además, en los textos de Efrén se encuentran ya las dimensiones humana y divina del misterio de la redención, anticipando así el trasfondo teológico y hasta el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los distintos grupos venidos de Argentina, España, México, y de otros países latinoamericanos. Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de san Efrén, os invito a dejaros guiar en vuestras vidas por el amor de Cristo, para servir a Dios y a los hermanos con generosa y alegre dedicación. Muchas gracias.
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Fuente: Zenit.org
Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general, en la que meditó sobre la figura de San Efrén, considerado como el más grande de los padres de la Iglesia en Siria.
* * *
Queridos hermanos:
Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países. Pero la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo Testamento. Su expansión en los primeros siglos tuvo lugar tanto hacia occidente, hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura Europa, como hacia oriente, hasta Persia, la India, ayudando de este modo a suscitar una cultura específica, con lenguas semíticas, y con una propia identidad.
Para mostrar esta multiformidad cultural de la única fe cristiana de los inicios, en la catequesis del miércoles pasado hablé de un representante de este otro cristianismo, Afraates el sabio persa, para nosotros casi desconocido. En esta misma línea quisiera hablar hoy de san Efrén el sirio, nacido en Nísibis en torno al año 306 en el seno de una familia cristiana.
Fue el representante más importante del cristianismo en el idioma siríaco y logró conciliar de manera única la vocación de teólogo con la de poeta. Se formó y creció junto a Santiago, obispo de Nísibis (303-338), y junto a él fundó la escuela teológica de su ciudad. Ordenado diácono, vivió intensamente la vida de la comunidad local hasta el año 363, en el que Nísibis cayó en manos de los persas. Entonces Efrén emigró a Edesa, donde continuó predicando. Murió en esta ciudad en el año 373, al quedar contagiado en su obra de atención a los enfermos de peste.
No se sabe a ciencia cierta si era monje, pero en todo caso es seguro que decidió seguir siendo diácono durante toda su vida, abrazando la virginidad y la pobreza. De este modo, en el carácter específico de su cultura, se puede ver la común y fundamental identidad cristiana: la fe, la esperanza --esa esperanza que permite vivir pobre y casto en este mundo, poniendo toda expectativa en el Señor-- y por último la caridad, hasta ofrecer el don de sí mismo en el cuidado de los enfermos de peste.
San Efrén nos ha dejando una gran herencia teológica: su considerable producción puede reagruparse en cuatro categorías: obras escritas en prosa (sus obras polémicas y los comentarios bíblicos); obras en prosa poética; homilías en verso; y por último los himnos, sin duda la obra más amplia de Efrén. Es un autor prolífico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el punto de vista teológico.
El carácter específico de su trabajo consiste en unir teología y poesía. Al acercarnos a su doctrina, tenemos que insistir desde el inicio en esto: hace teología de forma poética. La poesía le permite profundizar en la reflexión teológica a través de paradojas e imágenes. Al mismo tiempo, su teología se hace liturgia, se hace música: de hecho, era un gran compositor, un músico. Teología, reflexión sobre la fe, poesía, canto, alabanza a Dios, van juntos; y, precisamente por este carácter litúrgico, aparece con nitidez en la teología de Efrén la verdad divina. En la búsqueda de Dios, al hacer teología, sigue el camino de la paradoja y del símbolo. Privilegia las imágenes contrapuestas, pues le sirven para subrayar el misterio de Dios.
Ahora no puedo hablar mucho de él, en parte porque es difícil de traducir la poesía, pero para dar al menos una idea de su teología poética quisiera citar pasajes de dos himnos. Ante todo, y de cara también al próximo Adviento, os propongo unas espléndidas imágenes tomadas de los himnos «Sobre la natividad de Cristo». Ante la Virgen, Efrén manifiesta con inspiración su maravilla:
«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y nació el Cordero, que llora dulcemente.
El seno de María
ha trastocado los papeles:
Quien creó todo
se ha apoderado de él, pero en la pobreza.
El Altísimo vino a ella (María),
pero entró humildemente.
El esplendor vino a ella,
pero vestido con ropas humildes.
Quien todo lo da
experimentó el hambre.
Quien da de beber a todos
Sufrió la sed.
Desnudo salió de ella,
quien todo lo reviste (de belleza)» (Himno «De Nativitate» 11, 6-8).
Para expresar el misterio de Cristo, Efrén utiliza una gran variedad de temas, de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos pone en relación a Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).
«Fue cerrando
con la espada del querubín,
hasta dejar cerrado
el camino del árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha entregado él mismo como alimento,
como oblación (eucarística).
Los árboles del Edén
fueron dados como alimento
al primer Adán.
Por nosotros el jardinero
del Jardín en persona
se hizo alimento
para nuestras almas.
De hecho, todos nosotros habíamos salido
del Paraíso junto con Adán,
que lo dejó a sus espaldas.
Ahora que ha sido retirada la espada,
abajo (en la cruz) por la lanza
podemos regresar» (Himno 49, 9-11).
Para hablar de la Eucaristía, Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el carbón ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías (Cf. 6, 6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el contrario, toca y digiere las mismas Brasas, al mismo Cristo:
«En tu pan se esconde el Espíritu,
que no puede digerirse;
en tu vino está el fuego, que no puede beberse.
El Espíritu en tu pan, el fuego en tu vino:
ésta es la maravilla acogida por nuestros labios.
El serafín no podía acercar sus dedos a las brasas,
a las que sólo pudieron acercarse los labios de Isaías;
ni los dedos las tomaron, ni los labios las digirieron;
pero el Señor nos ha concedido a nosotros ambas cosas.
El fuego descendió con ira para destruir a los pecadores,
pero el fuego de la gracia desciende sobre el pan y allí permanece.
En vez del fuego que destruyó al hombre,
hemos comido el fuego en el pan
y hemos sido salvados» (Himno «De Fide», 10, 8-10).
Un ejemplo más de los himnos de san Efrén, donde habla de la perla como símbolo de la riqueza y de la belleza de la fe:
«Coloqué (la perla), hermanos, en la palma de mi mano
para poder examinarla.
La observé por todos los lados:
tenía el mismo aspecto desde todos los lados.
Así es la búsqueda del Hijo, inescrutable,
pues es totalmente luminosa.
En su limpidez, vi al Límpido,
que no se opaca;
en su pureza,
vi al símbolo del cuerpo de nuestro Señor,
que es puro.
En su carácter indivisible, vi la verdad,
que es indivisible» >(Himno sobre la Perla 1, 2-3).
La figura de Efrén sigue siendo plenamente actual para la vida de varias Iglesias cristianas. Lo descubrimos en primer lugar como teólogo, que a partir de la Sagrada Escritura reflexiona poéticamente en el misterio de la redención del hombre realizada por Cristo, Verbo de Dios encarando. Hace una reflexión teológica expresada con imágenes y símbolos tomados de la naturaleza, de la vida cotidiana y de la Biblia. Efrén confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético; se trata de himnos teológicos y, al mismo tiempo, adecuados para ser recitados en el canto litúrgico. Efrén se sirve de estos himnos para difundir, con motivo de las fiestas litúrgicas, la doctrina de la Iglesia. Con el pasar del tiempo, se han convertido en un instrumento catequético sumamente eficaz para la comunidad cristiana.
Es importante la reflexión de Efrén sobre el tema de Dios creador: en la creación no hay nada aislado, y el mundo es, junto a la Sagrada Escritura, una Biblia de Dios. Al utilizar de manera equivocada su libertad, el hombre trastoca el orden del cosmos. Para Efrén, dado que no hay Redención sin Jesús, tampoco hay Encarnación sin María. Las dimensiones divinas y humanas del misterio de nuestra redención se encuentran en los escritos de Efrén; de manera poética y con imágenes tomadas fundamentalmente de las Escrituras, anticipa el trasfondo teológico y en cierto sentido el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.
Efrén, honrado por la tradición cristiana con el título de «cítara del Espíritu Santo», decidió seguir siendo diácono de su Iglesia durante toda la vida. Fue una decisión decisiva y emblemática: fue diácono, es decir servidor, ya sea en el ministerio litúrgico, ya sea de manera más radical en el amor a Cristo, cantado por él de manera sin par, ya sea por último en la caridad a los hermanos, a quienes introdujo con maestría excepcional en el conocimiento de la Revelación divina.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Efrén puede ser considerado el más grande de los Padres siríacos, así como el poeta más renombrado de toda la época patrística. Permaneció como diácono hasta su muerte en Edesa, a causa de la peste contraída mientras curaba a los enfermos. En sus muchas obras consiguió armonizar su vocación de teólogo con la de poeta, sirviéndose de imágenes, símbolos y paradojas, para expresar y profundizar sus reflexiones teológicas. En efecto, Efrén compuso muchas poesías e himnos litúrgicos para difundir entre los fieles la doctrina de la Iglesia. Destaca ante todo su reflexión sobre Dios creador; para él la creación, junto con la Sagrada Escritura, es como una Biblia de Dios. La presencia de Jesús en el seno de María le lleva a considerar la altísima dignidad y el papel fundamental de la mujer, hablando siempre de ella con sensibilidad y respeto. Además, en los textos de Efrén se encuentran ya las dimensiones humana y divina del misterio de la redención, anticipando así el trasfondo teológico y hasta el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los distintos grupos venidos de Argentina, España, México, y de otros países latinoamericanos. Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de san Efrén, os invito a dejaros guiar en vuestras vidas por el amor de Cristo, para servir a Dios y a los hermanos con generosa y alegre dedicación. Muchas gracias.
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Fuente: Zenit.org
El nuevo cardenal de Barcelona aboga por la corresponsabilidad de los laicos / Autora: Miriam Díez i Bosch
Primeras declaraciones a Zenit después de ser creado cardenal
(ZENIT.org).- «Todos participamos de la única misión de la Iglesia que se realiza de distintas maneras». Lo explica el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona (www.arqbcn.org), que recuerda cómo «la Iglesia sin el pueblo de Dios no sería la Iglesia».
En esta entrevista concedida a Zenit en la Iglesia Nacional de Santiago y Montserrat en Roma después de la misa de acción de gracias por haber sido creado cardenal, el nuevo purpurado constata que «en estos momentos de secularización fuerte, intensa, de descristianización que hay sobre todo en Europa occidental, los laicos cristianos tienen que anunciar a Jesucristo donde se encuentran, normalmente en la frontera».
--¿Cómo ha reaccionado ante este don y responsabilidad que significa ser parte del Colegio Cardenalicio?
--Cardenal Martínez Sistach: Es un nombramiento importante para la diócesis de Barcelona y también para su pastor. Es una deferencia del Papa que agradecemos muchísimo, es un don de Dios.
Un don de Dios en el sentido de que aumenta la responsabilidad y realmente el Señor nos confía misiones, quiere que demos fruto, y confiamos en su ayuda.
La Iglesia de Barcelona tiene también que responder con agradecimiento, como un servidor, al Santo Padre. Es aumentar --intensificar si cabe-- la comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro, con la sede de Pedro que es parte integrante de la Iglesia y que es un servicio del Papa a cada una de las Iglesias diocesanas.
Le tenemos que agradecer que él me haya querido vincular más a su ministerio, porqué de alguna manera toda la diócesis de Barcelona y con ella Cataluña está más íntimamente vinculada al ministerio de Pedro.
--Usted siempre ha abogado por la corresponsabilidad de los laicos.
--Cardenal Martínez Sistach: La Iglesia sin el pueblo de Dios no sería la Iglesia. Hay ministerios distintos, hay servicios distintos, hay dones y carismas distintos...pero nosotros, la jerarquía, tenemos una misión importante, pero no es toda la Iglesia.
Todos los otros miembros, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, laicos, laicas, forman parte de la Iglesia y han de colaborar muy activamente porque por el bautismo todos participamos de la única misión de la Iglesia que se realiza de distintas maneras.
La aportación de los laicos con el Concilio Vaticano II es activa y responsable, aportando cada uno los dones que recibió de Dios nuestro Señor. Y también aquellas tareas que nacen de los Sacramentos. Del sacramento del orden ciertamente, pero los laicos con el sacramento del bautismo, de la confirmación, de la Eucaristía y del matrimonio aportan muchísimo.
Pienso también que en estos momentos de secularización fuerte, intensa, de descristianización que hay sobre todo en Europa Occidental, los laicos cristianos tienen que anunciar a Jesucristo donde se encuentran, normalmente en la frontera.
En medio de los bloques donde viven pueden hacer Iglesia y comentar muchas cosas y también leer la Palabra de Dios, rezar, porque siempre hay sufrimientos, siempre hay enfermedad en la vida de las personas, de las familias y eso ya es hacer Iglesia.
--¿Me confiesa su sueño?
--Cardenal Martínez Sistach: Mi sueño es que sepa hacer lo que el Santo Padre quiere confiándome este servicio. Que yo lo pueda realizar, ayudarle plenamente --ya le he dicho al Santo Padre que estoy plenamente a disposición--, de acuerdo con mis posibilidades y mis capacidades, pero todo lo que yo pueda he intentado darlo siempre a la Iglesia y lo estoy dando.
Ahora me ha pedido este gozoso servicio que realmente me honra muchísimo y le he dicho «Santo Padre disponga de mí con todo lo que yo pueda para servirle en lo que yo pueda». Esto juntamente con el Colegio Cardenalicio, lógicamente que hay muchos más, y con toda la Iglesia que también ayuda, y con la diócesis de Barcelona.
Este es mi sueño, hacer lo máximo para que él pueda realizar su misión, yo aportando mi pequeño grano de arena para su misión tan delicada, tan importante al servicio de la Iglesia extendida de Oriente a Occidente como sucesor de san Pedro. Y que lo pueda realizar con afecto, con comprensión, con eficacia. No le faltará nunca mi oración, no le faltará nunca mi afecto, como lo he tenido también con los anteriores santos padres.
(ZENIT.org).- «Todos participamos de la única misión de la Iglesia que se realiza de distintas maneras». Lo explica el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona (www.arqbcn.org), que recuerda cómo «la Iglesia sin el pueblo de Dios no sería la Iglesia».
En esta entrevista concedida a Zenit en la Iglesia Nacional de Santiago y Montserrat en Roma después de la misa de acción de gracias por haber sido creado cardenal, el nuevo purpurado constata que «en estos momentos de secularización fuerte, intensa, de descristianización que hay sobre todo en Europa occidental, los laicos cristianos tienen que anunciar a Jesucristo donde se encuentran, normalmente en la frontera».
--¿Cómo ha reaccionado ante este don y responsabilidad que significa ser parte del Colegio Cardenalicio?
--Cardenal Martínez Sistach: Es un nombramiento importante para la diócesis de Barcelona y también para su pastor. Es una deferencia del Papa que agradecemos muchísimo, es un don de Dios.
Un don de Dios en el sentido de que aumenta la responsabilidad y realmente el Señor nos confía misiones, quiere que demos fruto, y confiamos en su ayuda.
La Iglesia de Barcelona tiene también que responder con agradecimiento, como un servidor, al Santo Padre. Es aumentar --intensificar si cabe-- la comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro, con la sede de Pedro que es parte integrante de la Iglesia y que es un servicio del Papa a cada una de las Iglesias diocesanas.
Le tenemos que agradecer que él me haya querido vincular más a su ministerio, porqué de alguna manera toda la diócesis de Barcelona y con ella Cataluña está más íntimamente vinculada al ministerio de Pedro.
--Usted siempre ha abogado por la corresponsabilidad de los laicos.
--Cardenal Martínez Sistach: La Iglesia sin el pueblo de Dios no sería la Iglesia. Hay ministerios distintos, hay servicios distintos, hay dones y carismas distintos...pero nosotros, la jerarquía, tenemos una misión importante, pero no es toda la Iglesia.
Todos los otros miembros, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, laicos, laicas, forman parte de la Iglesia y han de colaborar muy activamente porque por el bautismo todos participamos de la única misión de la Iglesia que se realiza de distintas maneras.
La aportación de los laicos con el Concilio Vaticano II es activa y responsable, aportando cada uno los dones que recibió de Dios nuestro Señor. Y también aquellas tareas que nacen de los Sacramentos. Del sacramento del orden ciertamente, pero los laicos con el sacramento del bautismo, de la confirmación, de la Eucaristía y del matrimonio aportan muchísimo.
Pienso también que en estos momentos de secularización fuerte, intensa, de descristianización que hay sobre todo en Europa Occidental, los laicos cristianos tienen que anunciar a Jesucristo donde se encuentran, normalmente en la frontera.
En medio de los bloques donde viven pueden hacer Iglesia y comentar muchas cosas y también leer la Palabra de Dios, rezar, porque siempre hay sufrimientos, siempre hay enfermedad en la vida de las personas, de las familias y eso ya es hacer Iglesia.
--¿Me confiesa su sueño?
--Cardenal Martínez Sistach: Mi sueño es que sepa hacer lo que el Santo Padre quiere confiándome este servicio. Que yo lo pueda realizar, ayudarle plenamente --ya le he dicho al Santo Padre que estoy plenamente a disposición--, de acuerdo con mis posibilidades y mis capacidades, pero todo lo que yo pueda he intentado darlo siempre a la Iglesia y lo estoy dando.
Ahora me ha pedido este gozoso servicio que realmente me honra muchísimo y le he dicho «Santo Padre disponga de mí con todo lo que yo pueda para servirle en lo que yo pueda». Esto juntamente con el Colegio Cardenalicio, lógicamente que hay muchos más, y con toda la Iglesia que también ayuda, y con la diócesis de Barcelona.
Este es mi sueño, hacer lo máximo para que él pueda realizar su misión, yo aportando mi pequeño grano de arena para su misión tan delicada, tan importante al servicio de la Iglesia extendida de Oriente a Occidente como sucesor de san Pedro. Y que lo pueda realizar con afecto, con comprensión, con eficacia. No le faltará nunca mi oración, no le faltará nunca mi afecto, como lo he tenido también con los anteriores santos padres.
Adviento: camino y pórtico / Autor: Fernando Pascual LC
El Adviento es como un camino. Inicia en un momento del año, avanza por etapas progresivas, se dirige a una meta.
Llega la invitación a ponernos en marcha. ¿Quién invita? ¿Desde dónde iniciamos a caminar? ¿Hacia qué meta hemos de dirigir nuestros pasos?
La invitación llega desde muy lejos. La historia humana comenzó a partir de un acto de amor divino: «Hagamos al hombre». El amor daba inicio a la vida.
Ese acto magnífico se vio turbado por la respuesta del hombre, por un pecado que significó una tragedia cósmica. Dios, a pesar de todo, no interrumpió su Amor apasionado y fiel. Prometió que vendría el Mesías.
La humanidad entera fue invitada a la espera. El Pueblo escogido, el Israel de Dios, recibió nuevos avisos, oteó que el Mesías llegaría en algún momento de la historia. El pasar de los siglos no apagó la esperanza. El Señor iba a cumplir, pronto, su promesa.
Esa invitación llega ahora a mi vida. También yo espero salir de mi pecado. También yo necesito sentir el Amor divino que me acompaña en la hora de la prueba. También yo escucho una voz profunda que me pide dejar el egoísmo para dedicarme a servir a mis hermanos.
¿Desde dónde comienzo este camino? Quizá desde la tibieza de un cristianismo apagado y pobre. Quizá desde odios profundos hacia quien me hizo daño. Quizá desde pasiones innobles que me llevan a caer continuamente en el pecado. Quizá desde la tristeza por ver tan poco amor y tantas promesas fracasadas.
La voz vuelve a llamar. En el desierto del mundo, en la soledad de la multitud urbana, en el silencio de la noche invadida por los ruidos, en las risas de una fiesta sin sentido... La voz pide, suplica, espera que dé un primer paso, que abra el Evangelio, que escuche la voz de Juan el Bautista, que abandone injusticias y perezas, que mira hacia delante.
El Salvador llega. Juan lo anuncia. La voz que suena en el desierto llega hasta nosotros: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15-16).
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Fuente: Conoze.com
Llega la invitación a ponernos en marcha. ¿Quién invita? ¿Desde dónde iniciamos a caminar? ¿Hacia qué meta hemos de dirigir nuestros pasos?
La invitación llega desde muy lejos. La historia humana comenzó a partir de un acto de amor divino: «Hagamos al hombre». El amor daba inicio a la vida.
Ese acto magnífico se vio turbado por la respuesta del hombre, por un pecado que significó una tragedia cósmica. Dios, a pesar de todo, no interrumpió su Amor apasionado y fiel. Prometió que vendría el Mesías.
La humanidad entera fue invitada a la espera. El Pueblo escogido, el Israel de Dios, recibió nuevos avisos, oteó que el Mesías llegaría en algún momento de la historia. El pasar de los siglos no apagó la esperanza. El Señor iba a cumplir, pronto, su promesa.
Esa invitación llega ahora a mi vida. También yo espero salir de mi pecado. También yo necesito sentir el Amor divino que me acompaña en la hora de la prueba. También yo escucho una voz profunda que me pide dejar el egoísmo para dedicarme a servir a mis hermanos.
¿Desde dónde comienzo este camino? Quizá desde la tibieza de un cristianismo apagado y pobre. Quizá desde odios profundos hacia quien me hizo daño. Quizá desde pasiones innobles que me llevan a caer continuamente en el pecado. Quizá desde la tristeza por ver tan poco amor y tantas promesas fracasadas.
La voz vuelve a llamar. En el desierto del mundo, en la soledad de la multitud urbana, en el silencio de la noche invadida por los ruidos, en las risas de una fiesta sin sentido... La voz pide, suplica, espera que dé un primer paso, que abra el Evangelio, que escuche la voz de Juan el Bautista, que abandone injusticias y perezas, que mira hacia delante.
El Salvador llega. Juan lo anuncia. La voz que suena en el desierto llega hasta nosotros: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15-16).
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