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jueves, 29 de noviembre de 2007

El amor platónico / Autor: Rogelio Villegas, LC

Cuando era niño me gustaba escuchar hablar a mis hermanos sobres sus amores platónicos. Apenas podía comprender al mayor de todos: con sólo 16 años ya tenía 10 amores platónicos y en la lista 3 cantantes, 4 actrices de moda y tres de sus profesoras.


- ¿Cómo puedes amar a las diez al mismo tiempo?

- No te preocupes, enano –respondía con aire de don Juan- cuando seas grande comprenderás.
Años más tarde comprendí. El amor platónico es aquel que se va tan rápido como viene, el amor sin interlocutor y del cual te avergüenzas cuando llegas a la edad madura. El amor idealista.

Peno no sólo aprendí eso. Supe que hay amores ideales, amores platónicos que llegaron a ser realidad.

Bruno, el protagonista de esta historia lo cuenta así a sus amigos:


- Hoy, hace 27 años, en una tarde de verano, Isabel pasó por primera vez delante de mis ojos, para quedarse por siempre en mi corazón. Ella, joven bien educada, de familia burguesa, rostro angelical. Yo, muchacho loco en servicio militar…

Recuerdo –continua Bruno- que aquella misma noche fui con Nuestra Señora, para decirle: “Madre, esta joven será mi mujer”. Y así fue. Una primera palabra, un primer encuentro, dos años de noviazgo, un matrimonio de ensueño.
¿Cuál es la diferencia entre Bruno y tantos otros hombres y mujeres que juegan al amor platónico?, ¿qué le falta al amor?, ¿qué nos falta a nosotros?

Yo sé lo que falta. Le falta determinación, le falta ese acto de voluntad por el que yo escojo a alguien como objeto de mi amor. Le falta identificación con la persona amada hasta el don de sí mismo. Es este el verdadero amor conyugal. Para los romanos el amor conyugal era ese lazo de amistad creado por la semejanza de costumbres. El cristianismo lleva este amor más lejos, hasta la identificación en una sola carne de una mujer y de un hombre. Sólo quien está dispuesto a perderse en el amado, a hacerse uno con lo que se ama, está listo para iniciar el combate del amor.

Si tienes un novio o una novia, pregúntale: ¿serías capaz de morir por mí? Si me muero en este instante, ¿me guardarías en tu corazón eternamente, sin buscar a nadie más, esperando con ansiedad el día de tu muerte para encontrarme de nuevo? Son preguntas radicales, pero cuando se trata de amar no hay extremos. Los amores epidérmicos, las promesas de amor eterno bajo la luna, son amores idealistas si sólo buscan aprovecharse del otro. Si la luna hablara, cuántas verdades nos diría a cerca de tantas mentiras.

La nueva realidad de este amor de dos hecho uno, exige un paso de compromiso. El que ama busca los medios más propicios, el ambiente donde el amor continuará creciendo. Propio del amor conyugal es el estar protegido por un pacto. La alianza es la culminación de mi elección y el paso natural para quien ama verdaderamente.
Quienes ven el matrimonio un enemigo de la libertad, niegan al mismo tiempo la sinceridad de sus sentimientos. En pocas palabras, quien dice: “Quiero una relación libre” está diciendo: “Tú has tomado una parte de mi libertad, no quiero que vayas a manipularme completamente”.

Esta misma realidad se aplica a los hombres y mujeres unidos por un matrimonio donde no hay verdadero amor. Tan falso es el amor sin compromiso como el compromiso sin amor.

El matrimonio es sólo una etapa. El compromiso ratifica el amor, al mismo tiempo que lo abre a la realidad de la comunión. El amor conyugal se convierte en caridad conyugal por el ejercicio cotidiano de la entrega. Las palabras, los gestos, las actitudes, todo cuenta en esta nueva realidad entre dos. Una llamada durante una gira de trabajo, una confidencia, una sonrisa… todos los detalles encienden el fuego de la caridad conyugal. Y por supuesto, el matrimonio abre el amor a los hijos.

He aquí el camino recorrido por Bruno: elección, identificación, compromiso y don de sí. Gracias Bruno por tu ejemplo. Gracias a todos los hombres y mujeres casados que nos edifican con su fidelidad en la entrega de todos los días.

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Fuente: Catholic.net

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