La Iglesia (Ef 2,19-22; Ef 4,1-16; 1Co 12; Hch 13):
La Comunidad Cristiana de Efeso (Ef. 2,19-22): está llamada a ser Santa (Ef. 4,1) y fundamentada en los Apóstoles y en el grupo de profetas- Es el Espíritu Santo que derrama sus dones y el amor de Dios a toda la Comunidad que está configurada a imitación de Cristo (Ef. 4,17-24) y de María como Santa e Inmaculada (Ef. 5,21-32)
El grupo de los profetas: No son de ningún clan familiar, han recibido este don en el Bautismo, al encontrase el bautizado abierto al don de Dios (Ef. 4,8; Hch. 19,1-6)
Los dones son concedidos por Cristo mediante su Espíritu a la Iglesia para su organización y santificación y el don de profecía consiste en hablar bajo la inspiración de Dios, sobre cosas pasadas, presentes o futuras, no consiste en dar visiones de catrástofes, de finales del mundo, sino consolidar, edificar a la Comunidad Cristiana, para que sea fiel a Cristo. El Apóstol Pablo prefiere que todo cristiano tenga el don de Profecía para que al Iglesia sea verdaderamente fiel al Señor. Canalizan la gracia de Cristo por medio de la Oración (Sacramentales).
En el grupo, cada uno tiene su función
En un grupo humano bien conjuntado, cada miembro tiene una función propia en relación con los otros. No es un número más. Todos necesitan de todos. Cada uno tiene su papel y en él sirve a los demás. Sin embargo, cuando cada cual se busca a sí mismo y no pone sus cualidades al servicio de los otros, sino que prescinde de ellos, el grupo se divide, se deteriora o desaparece.
En la comunidad de fe cada miembro tiene su función: Cristo es la cabeza y nosotros somos su cuerpo y cada miembro tiene su función dentro de la Iglesia de cara la Misión.
La Iglesia vive su fe en forma comunitaria, a veces en comunidades humanas pequeñas y siempre en comunión con la Iglesia universal. En la comunidad eclesial, como en un cuerpo, cada miembro tiene una función particular y propia, necesaria para el conjunto: "El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Si el pie dijera: no soy mano, luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: no soy ojo, luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: no te necesito, y la cabeza no puede decir a los pies: no os necesito" (1 Co 12, 14-21).
Comunidad y carismas
En la comunidad de Corinto, la acción del Espíritu, Don de Dios por excelencia, había suscitado una abundante profusión de dones (carismas), que manifestaban la vitalidad de la Iglesia. Sin embargo, la actitud individual y exhibicionista de algunos miembros traía el peligro de sembrar la anarquía en la comunidad. Esto motiva la intervención de San Pablo en su primera carta a los Corintios (12-14).
Todo carisma procede del Espíritu
Ante este problema, San Pablo da unos criterios que tienen valor permanente. En primer lugar, recuerda que todo carisma procede del Espíritu, como de su fuente: "Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu: hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien por el mismo Espíritu recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece." (1 Co 12, 4-11.)
Para el bien de la comunidad
Los carismas no se dan para poder etiquetarlos, catalogarlos, evaluarlos como un haber del que se tiene asegurada la posesión celosa. No se dan para uno mismo, sino para los demás: "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común" (1 Co 12, 7; cfr. 14, 12).
La importancia del carisma en relación con el servicio que presta
La importancia del carisma se establece según el servicio que presta a la comunidad. Así, por ejemplo, Pablo, supuesta la caridad, muestra especial preferencia por la profecía, proclamación de la Palabra de Dios: "Esmeraos en el amor mutuo; ambicionad también los dones del Espíritu, sobre todo el de profetizar. Mirad, el que habla en lenguas extrañas no habla a los hombres, sino a Dios, ya que nadie lo entiende; llevado del Espíritu dice cosas misteriosas. En cambio, el que profetiza habla a los hombres, construyendo, exhortando y animando. El que habla en lenguaje extraño se construye él solo, mientras que el que profetiza, construye la iglesia" (1 Co 14, 1-4)
La caridad supera a todos los carismas
El más alto de los dones comunicados por el Espíritu es el amor cristiano, la caridad. No se trata de una primacía relativa entre distintos dones que tienen todos ellos un determinado valor. Es la primacía de lo absoluto. Ese amor es el que hace que cualquier otro don, carisma, vocación, actividad o compromiso, tenga valor o sea nada: "Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no' soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará" (1 Co 13, 1-8).
El carisma es fruto de la vida de fe
El carisma es fruto de la vida de fe: nace cuando un miembro determinado de la Iglesia acoge la acción del Espíritu. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (Cfr. 1 Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (Cfr. Ga 4, 6; Rin 8, 15-16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (Cfr. In 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (Cfr. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su esposo" (LG 4). Los carismas, "tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia" (LG 12).
Acción carismática del Espíritu en la Iglesia
Los Santos Padres recogen, de muchas maneras, la acción carismática del Espíritu Santo en la Iglesia. Así San Ireneo, que relaciona la presencia eficaz del Espíritu con la maternidad de la Iglesia, comunidad de gracia: "Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y la Comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso no participan de El quienes no son alimentados al pecho de la madre ni reciben nada de la pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo" (S. Ireneo).
Diversidad de carismas
La vitalidad de la Iglesia se manifiesta en la plenitud de sus carismas. Donde el Espíritu actúa, brota la vida de fe en una constante actividad creadora. La Escritura no pretende darnos ,una enumeración exhaustiva de los carismas, aunque se refiere a ellos repetidamente (1 Co 12, 8 ss, 28 ss; Rm 12, 6 ss; Ef 4, 11; cfr. 1 P 4, 11). Sin embargo, es posible reconocer su diversidad a través de los diferentes servicios surgidos en el seno de la comunidad. Así ciertos carismas se refieren a distintos ministerios: apóstoles, profetas, doctores, evangelistas, pastores (1 Co 12, 28; Ef 4, 11). Otros se refieren a diversas actividades útiles a la comunidad: servicio, exhortación, obras de misericordia... Existen también carismas extraordinarios. El Nuevo Testamento atestigua su presencia llamativa en los comienzos de la Iglesia: expulsiones de demonios, curaciones, hablar en lenguas...
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