Debemos partir del presupuesto que un apostolado o actividad apostólica por parte de los laicos se concibe como resultado de un solo fin: propagar el Reino de Cristo en toda la tierra. “La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo, así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece según la operación propia, de cada uno de sus miembros"1
Esta extensión del Reino de Cristo empeña distintos medios y se materializa en distintas formas. El Reino de Cristo 2 al materializarse ya en este mundo requiere de hombres y mujeres que dediquen sus fuerzas para que las realidades temporales queden también impregnadas del reino de Cristo: “Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico.” 3
Apostolado es por tanto toda acción que tienda a hacer que llegue el Reino de Cristo, de forma que todas las actividades temporales estén vivificadas por el evangelio. Las realidades temporales abarcan una gama inmensa y por lo tanto las actividades para impregnar de espíritu evangélico dichas realidades, son bastísimas.
Pero, ante la diversidad de actividades que pueden darse para lograr este advenimiento del Reino de Cristo, puede suceder que el esfuerzo sólo quede a medio camino, es decir, que el laico se quede solamente en el saneamiento de las realidades temporales, sin pasar a la evangelización de las mismas.
En los últimos años, por una lectura incompleta o parcial del Concilio Vaticano II, se ha querido reducir la labor de la Iglesia en ciertos sectores a una labor meramente social. Parte de este problema se ha dado por no entender lo que el Concilio Vaticano II deseaba y en parte también por desdeñar la eficacia del evangelio en la solución integral a los problemas del hombre. Se ha hecho una división neta entre bienestar humano y espiritualidad, siendo que ambas realidades son únicas y complementarias.
Benedicto XVI lo ha hecho notar al clarificar la diferencia entre la caridad en la Iglesia y la mera acción social. “Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón »: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad.4
Apostolado no es voluntariado, en dónde la acción viene centrada únicamente en el hombre. Quien hace voluntariado realiza el bien, pero sólo a nivel humano, es una acción que beneficia a los individuos, a la sociedad. Beneficia a quien la realiza pues su conciencia queda tranquila y contenta. Beneficia a quien recibe la acción, pues logra un mayor bienestar en cualquier nivel. Beneficia a la sociedad por el bien material que se realiza con aquella obra, aliviando alguna necesidad específica. Pero no se hace apostolado. El apostolado parte del hombre, llega a Dios y vuelve a los hombres. Porque el apostolado es un acto de amor que sale del corazón de un hombre y se dirige, en primer lugar a Dios, para luego llegar a los hombres. Se hace el bien, no a los hombres, sino a Dios que se encarna en las necesidades de los hombres. Y la necesidad primordial de un hombre es la de ser evangelizado, es decir, la de ser llevado al encuentro con Cristo, conocer el evangelio y salvar su vida.
No cabe duda que a través de la acción social, del voluntariado se puede encontrar a Dios. “La doctrina de la Iglesia, en efecto, pone de relieve siempre con mayor evidencia los lazos profundos existentes entre las exigencias evangélicas de su misión y el empeño generalizado de los pueblos en favor de la promoción de la persona y de una sociedad digna del hombre. Evangelizar, para la Iglesia, es llevar la Buena Nueva a todos los estratos de la humanidad y, gracias a su influjo, transformar desde dentro a la humanidad misma: criterios de juicio, valores determinantes, modos de vida, abriéndolos a una visión integral del hombre.”5
Pero es necesario discernir para no quedarse simplemente en una labor de voluntariado, sino ejercer un verdadero apostolado, de forma que las almas puedan encontrar a Dios. Ya sea las almas que hacen el apostolado y las almas que se benefician del apostolado.
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Citas Bibliográficas
1 Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 18.11.1965,n.2.
2 Para una mayor profundización en este tema, recomendamos la lectura del libro del Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, Gesù di Nazareth, Ed. Rizzoli, 2007.
3 Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 18.11.1965, n.5.
4 Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n.31a.
5 Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, Religiosos y promoción humana, 25 -28.4.1978, introducción.
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Fuente: Catholic.net
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