Sí, hermano, Jesús es tu perdón.
Estas palabras con las que comienzo esta meditación tienen un profundo y hermoso significado que me es difícil de expresar, pero en el contexto en el que fueron dichas se puede encontrar su profundo significado.
Un monje contemplativo amigo, después de una larga y dolorosa enfermedad, agonizaba plenamente consciente del momento. El Abad, con la comunidad monástica, estaba en su celda para celebrar el sacramento de la unción de los enfermos. El Padre invitó al monje enfermo, según el ritual, a pedir perdón a Dios y a los hermanos. El enfermo contestó, con una gran serenidad: "Sí, pido perdón al Señor y a todos. Yo mismo perdono a todos, pero tengo una gran confianza: Jesús es mi perdón."
Es reconfortante pensarlo: Jesús, más que perdonar, Él mismo es perdón, es comprensión, es cercanía, es bondad. Y en este camino de la búsqueda de Dios en el que estás orando estos días es bueno que recuerdes que Jesús es perdón. Más aún, necesitas pensar que Jesús es el rostro de perdón que tiene Dios cuando mira tu vida con tus pobrezas, tus limitaciones, tus pecados.
Tengo que decir, además, que he creído oportuno recordar esta gran verdad antes de invitarte a hacer esta pregunta: ¿buscas a Dios o huyes de Él?
Sí. Cuando en la anterior meditación te decía: "Yo soy el amor y me doy a ti, y me daré siempre. Aunque tú me rehuyas, me rechaces y me desprecies, aunque no quieras, te llenaré de mi amor" cuando escuchabas esto habrás podido pensar "¿Es posible, es posible que Dios me diga esto a mí?".
Cuando vayas haciendo la ruta de la búsqueda de Dios, a medida que vayas descubriendo que Dios es amor, te darás cuenta del alcance y la importancia que tienen tus infidelidades, tus huidas, tus desconfianzas.
Te has consagrado a Dios en pobreza, castidad y obediencia. Eres todo de él. Por esto quiero proponerte unos breves pensamientos para orar y contemplar pausadamente, en tus diálogos serenos con el Señor.
Has hecho de tu vida una donación a Dios y a los hermanos. ¿No crees que consciente o inconscientemente has ido retirando pequeñas o grandes partes de esta ofrenda que un día pusiste sobre el altar?.
Como cristiano consagrado en la Iglesia buscas la santidad, la perfección del amor. ¿No piensas acaso que, en muchas oportunidades, tu vida ha consistido en un "ir tirando" monótono y falto de entusiasmo?.
Por tu virginidad estás especialmente capacitado para la acogida, para un amor absoluto, para vivir atento, entregado, libre, disponible para el servicio de los hermanos. ¿No te ha ocurrido en cambio el convertir tu vida en un amor cerrado y egoísta que se manifiesta de una manera especial cuando piensas demasiado en ti o en tus tristezas, o en lo que te dicen, o en lo que te hacen?.
El abandono en las manos del Padre te exige lanzar el corazón, dejarte llevar, ser blando y dócil como la arcilla, vivir atento al amor. ¿Tú crees que esto se puede ver en tu vida cuando, de hecho, vives distraído o disperso, cuando te dejas llevar por un conformismo paralizante o cuando rehuyes la cruz?.
Si siguiéramos en este camino de preguntas, podrías ver cómo no siempre tu respuesta es de amor al Señor que, según expresión de Francisco de Asís, "murió por amor de tu amor ", dio su vida buscando tu amor, porque quería tu amor.
Por ello yo te invito a decirle al Señor con todo el amor de tu alma: "Tú eres mi perdón, mi fuerza, mi vida. Tú eres la oración que yo quiero decirle al Padre. Tú eres mi hermano, el amigo cercano, el compañero de camino, Tú eres mi perdón. Tú eres mi oración, Señor Jesús".
El Señor sabe, sin embargo y mejor que nadie, que no quieres huir de Él, que quieres o deseas que Él lo sea todo en tu vida. Por esto quiero sugerirte que hagas tu oración a partir de unas palabras del Evangelio. Dicen así: "Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntaba a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?" Ellos contestaron: "Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas". Entonces Jesús les preguntó: "Y vosotros, quién decís que soy Yo?".
Esta pregunta también es para ti: tú, ¿quién dices que es Jesús con tus palabras y con tu vida?.
Da una respuesta. Que sea la de tu vida o la de tu deseo, la de tu realidad o la de tu esperanza., pero que sea sincera. Y que sea oración. Ten presente, como trasfondo de todo, lo que hemos pensado y rezado sobre el abandono.
Quisiera ofrecerte, además, una serie de pensamientos para acompañar tu oración de hoy. Debes tener en cuenta que tu oración es imprescindible en la búsqueda de Dios por el camino del abandono. Y por esto te digo con sencillez:
* Que tu oración sea siempre silencio para escuchar al Señor que te habla, que te pregunta, que quiere llegar a ti.
* Que tus palabras sean pocas, sinceras, de respuesta y de amor.
* Lo esencial de la oración para ti ha de ser siempre la presencia del Señor. Él es amor, Él está, Él es fiel. Él es el primero que espera tu oración. Lo que importa es su presencia y tu presencia en Él.
* La presencia del Señor en tu vida y en tu oración a veces será elocuente, te será fácil orar. En otras ocasiones el Señor estará, pero su presencia será callada, silenciosa. Limítate entonces a estar, mirar y dejarte mirar por Él.
* Es bueno que aprendas a no querer hacer tu oración, la que a ti te gusta, sino busca más bien la oración que Él espera de ti.
* Vive, en todo caso, la oración con una dimensión de abandono.
* Tus súplicas han de ir acompañadas de una disponibilidad y servicio en relación con tus hermanos.
* Cuando te sea difícil orar o te cueste concentrarte, o te sea difícil hacer silencio, antes de analizar tu oración pregúntale al Señor y pregúntate a ti mismo por el amor a los hermanos. Hoy, antes de preguntarte quién es el Señor para ti., reconcíliate desde tu corazón con tus hermanos. Así tu respuesta será la verdad de tu vida.
* En tu oración, en tu deseo de buscar a Dios y de abandonarte en sus manos de Padre, procura preparar tu corazón para recibir al Señor, para hospedarlo, para que Él pueda habitar en ti.
* Deja entrar el amor del Padre en ti. Deja que Él transforme tu vida. Déjate llevar.
* Cuida que las actitudes de tu vida sean las de la arcilla blanda y dócil que el Padre va moldeando con sus manos amorosas. Que pueda reproducir en ti la imagen de su Hijo, que pueda cristificar tu vida, que, con pobreza de alma, te sientas invitado a abandonarte en sus manos, a dejarte llevar por Él, transformar por Él.
* En tu oración piensa que Él te puede dar vida con su amor, y puede dar vida a tu trabajo, a todo lo de cada día, a tu relación fraterna, a tus idas y venidas, a tus preocupaciones e inquietudes, a tus ilusiones y tus esperanzas.
* No te dejes llevar nunca por la tentación de pensar que lo que haces ya es oración. Si no buscas momentos explícitos para orar, como estás haciendo ahora, si no te preguntas qué es el Señor para ti, si no lo expresas con una respuesta sincera, no solamente no orarás con lo que haces, sino que hasta podrás perder el sentido y la vida que pueden tener en Dios todas tus obras, todas tus actividades.
* Vive tu oración como quien vive de la fe. Que tu oración sea hacer acto de presencia en la fe esperando el don de Dios.
* Cree en el amor que Dios te tiene. Cree que Él vive en ti y se ocupa de ti. Y, después, que tu oración te lleve a obrar, a responder con vida.
* Conviene que comprendas la importancia de "dejar de hacer" para "dejarle hacer", "dejar de hablar" para "dejarle hablar".
* Tu oración te llevará a reconocer el lenguaje con el que Dios te habla a través de los acontecimientos de tu vida. Que te ayude también a encontrar el hilo conductor con el que la providencia amorosa del Padre lo va llevando todo en tu vida.
* Aprenderás a orar cuando aprendas a llamar a Dios PADRE, cuando descubras en verdad que Él es el Padre, cuando veas que si no le dices Padre nuestro, pierdes buena parte de tus derechos de llamarle Padre.
* Aprenderás a orar cuando te sepas en las manos amorosas del Padre y cuando vivas el abandono en una disponibilidad sin límites.
* Hoy, que te invito a preguntarte quién es Cristo para ti, piensa que no es bueno que conviertas tu plegaria en una mera reflexión, por muy teológica o espiritual que sea. Tampoco sería válido que la convirtieras en un fervor meramente sensible.
* Los cristianos ortodoxos gustan decir que para orar es necesario que el pensamiento descienda al corazón. Podríamos decir que tu oración de hoy, y la de siempre, ha de consistir en poner la vida en tus manos, toda tu vida y, desde ella, hablar a Dios. No puedes hablar a Dios alejado de tu vida.
* En tu oración piensa siempre con intensidad que Él está.
* Déjate llevar por el Espíritu y dile con fuerza al Señor: "Señor, yo no tengo ya palabras. Sé tu mismo mi propia oración".
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Fuente: abandono.com
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