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lunes, 12 de noviembre de 2007

Tres griegos y cuatro ingleses / Autor: Juan Antonio Ruíz


Victoria estaba acostada en su cama, agotada después de un día intenso en la universidad. Apoyada boca abajo sobre sus brazos, recordaba todo el transcurso del día, mientras un mechón rizado de su pelo le caía por la cara, ocultando uno de sus claros y grandes ojos verdes. Las clases de matemáticas la habían desgastado más de lo normal. Pero la arquitectura le gustaba mucho y no podía echarse para atrás. ¡Gajes del oficio!

Para distraerse un poco, antes de empezar el estudio, sacó de su bolsa la cajita en donde guardaba sus cosas más personales e íntimas. Miró a uno y otro lado, como no queriendo que nadie la descubriese, y extrajo tres fotografías, en donde aparecía ella con un chico distinto en cada una.

Se puso sus audífonos y encendió su Ipod. Mientras, repasaba su mirada de uno a otro de los tres pretendientes. Victoria sonrió. Todos eran guapos y se divertía muchísimo con los tres; además, bailaban de maravilla, eran muy tiernos con ella y compartían carrera. Nunca había querido comprometerse con ninguno… por lo menos por el momento.

Metida en estos pensamientos, en su Ipod comenzó a sonar “All you need is love”, de los Beatles. ¡Cómo le gustaba esa canción! Reflejaba, según ella, lo que en realidad necesitamos todos: amar y ser amados. Y, de pronto, volvió la mirada a las tres fotografías y echó a andar la imaginación, tratando de proyectarse en un futuro con cada uno de ellos. All you need is…

Pedro era un chico simpático y amante de las fiestas. Estar a su lado era diversión asegurada. Victoria disfrutaba mucho su compañía. Su sonrisa amplia y su amabilidad – siempre la llamaba “mi reina” – lo hacían una persona sumamente atractiva. No podías no verlo y no ir a saludarle.

No obstante, a Victoria no le gustaban muchas cosas de Pedro. Sus bromas de mal gusto sobre las niñas; su superficialidad en afrontar las cosas, que hacía imposible poder mantener una conversación seria con él; sus continuos suspensos en la universidad; su tarjeta American Express Gold, que le permitía comprarse todo tipo de lujos, y que no tenía ninguna medida ni control de sí mismo; su fama de “Don Juan”, que, según las malas lenguas, se lo tenía ganado a pulso.

“Ay, no sé”- se dijo Victoria – “para pasar el rato, está bien, pero no puedo construir mi futuro con él. Definitivamente”.

Pasó la mirada a la siguiente foto. ¡Qué distinto era Óscar de Pedro! Casi todo lo contrario. Si Pedro era un superficial, con Óscar se podía mantener una buena charla, pero también cargada de una buena dosis de humor. Era muy sobrio en sus gastos – aunque también se las daba de despilfarrador a veces –; no aparentaba con su dinero. Era un chico aplicado. Que ella supiese, sólo había tenido alguna aventurilla con una niña, sin pasar a mayores; se sabía mantener a raya. Podía calificársele, en fin, como un chico digno de tenerlo en cuenta. Pero…

¡Ay, ese “pero” que todas las niñas suelen poner! Sí, había uno con Óscar: la órbita del sistema solar de su vida giraba en torno a sí mismo. Todas sus aspiraciones, todo su futuro tenían razón de ser únicamente cuando él se sentía bien y cuando él podía sacar partido de ello. ¿Un matrimonio así…?

“Es un buen amigo” – pensó Victoria – “y nada más. No podría pasar el resto de mis días con él; sería un continuo luchar”.

Por fin, tomó entre sus manos la última foto. Lanzó, sin querer, una carcajada. Ahí, mirándole a los ojos, estaba un Ignacio sonriendo y con el merengue de un pastel cubriéndole la cara. ¡Qué fiesta de cumpleaños aquella!

¿Quién era Ignacio? Victoria no podía negarlo: era el chico ideal para casarse. Alegre, pero serio cuando tenía que serlo. Centrado en sus obligaciones, pero cariñoso y cercano. No era muy deportista – por lo que su fama de popularidad entre las niñas decaía notablemente – pero tampoco huía del ejercicio ni de los momentos de esparcimiento. ¿Sus estudios? Salía adelante: no era el notable de la clase, pero sí se encontraba entre los diez primeros, y todo a base de luchas y muchas horas delante de los libros. Había tenido una novia, que él cortó por ser demasiado “ligth” y haberse tomado a la ligera su relación… Esto fue lo que él dijo, pero todo el mundo sabía que la muy desgraciada (con perdón) se había ido por ahí con otro.

Pero lo que más le impactaba a Victoria de Ignacio era su incondicional entrega a los demás. No había favor que le pidieras sin que te atendiera inmediatamente. Se desvivía por los demás, especialmente por sus amigos más cercanos y… por su familia.

Los ojos de Victoria se iluminaron: “¿Qué estás esperando, boba? Ya Ignacio te propuso salir a tomar un helado un día y tú le estás dando largas. No seas tonta… Éste es el chico; no hay otro. Puedes asegurar que te amará incondicionalmente y que se ocupará mejor que nadie por ti y tus hijos ¿Recuerdas cómo te miraba cuando estaban los dos en la preparatoria durante las clases de matemáticas, de geografía, de cultura griega?”.

Y de pronto, se acordó vagamente de algo que les explicó una vez el profesor sobre la palabra amor en griego: para medir la intensidad del amor, los griegos utilizaban una palabra distinta.

“¡Pero claro!” – se dijo enseguida Victoria. Incorporándose un poco en la cama, tomó las tres fotos y las fue catalogando según sus conocimientos humanistas:

- Pedro es eros, pues sólo está interesado en buscar su placer y la diversión, y nunca se responsabiliza por nada. Es el amor fácil, que huye de lo serio y del compromiso. Es el amor de los anticonceptivos, del “sexo seguro”, del besito va, besito viene… Es el naufragio del amor.

- Óscar es filia. Sí, es más responsable, pero aún busca una retribución al amor dado y, a fin de cuentas, sigue siendo egoísta. Te doy para que tú me des a cambio… Es incapaz de regalar algo desinteresadamente. Es la sobrevivencia, a duras penas, del amor.

- Ignacio, sin embargo, se identifica clarísimamente con ágape. Se da totalmente, buscando exclusivamente el interés del otro… recibiendo, de esta manera, también su retribución. Su sonrisa no es para destellarla en un espejo, sino para alegrar los ojos de los necesitados de ella. Su entrega es total, pero madura. Sabe los lugares y las circunstancias, no exento de sacrificios cuando se necesitan. Es la plenitud del amor.

Tres griegos. Tres chicos… y cuatro ingleses. Victoria estaba volviendo a escuchar All you need is love de los Beatles. Sí, efectivamente tienen razón. Pero la clase de amor que verdaderamente necesitamos es la de tipos como Ignacio, que construyen sobre roca y dándose totalmente. Una realidad hoy muy olvidada, ¿verdad, mi querido Lennon?

Guardó las tres fotografías en su cajita top secret, y sacó el celular. Con ilusión marcó un número telefónico, esperando la respuesta del otro lado.

- ¿Hola? ¡Ignacio! ¿Cómo estás? Yo muy bien, gracias a Dios. Oye, quería preguntarte… ¿en qué quedó tu promesa de invitarme a tomar un helado? ¿Te parece bien hoy por la tarde?

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Fuente: Catholic.net

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