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viernes, 23 de noviembre de 2007

Eucaristía y fidelidad / Autor: P Antonio Rivero LC

La fidelidad es cumplir exactamente lo prometido, conformando de este modo las palabras con los hechos. Es fiel el que guarda la palabra dada, los compromisos contraídos con Dios y con los hombres y con su propia conciencia.

Debemos ser fieles a Dios, a nuestras promesas, a nuestros cargos y encomiendas, a nuestra vocación, a nuestra fe católica y cristiana, a nuestra oración. Cristo en el Evangelio puso como ejemplo al siervo fiel y prudente, al criado bueno y leal en lo pequeño, al administrador fiel. La idea de la fidelidad penetra tan hondo dentro del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo (cf Hech 10, 45; 2 Co 6, 15; Ef 1, 1).

Hoy se echa de menos esta virtud de la fidelidad: se quebrantan promesas y pactos hechos entre naciones; se rompen vínculos matrimoniales por naderías o vínculos sacerdotales, por incoherencias. ¿Por qué esta quiebra en la fidelidad?

Un fallo fuerte en la fidelidad se debe a la falta de coherencia. Otras veces será el propio ambiente lo que dificulte la lealtad a los compromisos contraídos, la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parece querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona. En otras ocasiones, los obstáculos para la fidelidad pueden tener su origen en el descuido de la lucha en lo pequeño. El mismo Señor nos ha dicho: “Quien es fiel en lo pequeño, también lo es en lo grande” (Lc 16, 10).

¿Qué relación hay entre Eucaristía y fidelidad?

Fue en la Eucaristía donde Dios fue fiel a ese anhelo y voluntad de quedarse entre los hijos de los hombres. En la Eucaristía Dios cumplió lo que dice en el libro de los Proverbios: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres” (8, 13). Dios en Cristo Eucaristía fui fiel a su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

La Eucaristía me da fuerzas para ser fiel a mi fe, a mi vocación, a mi misión como cristiano, como misionero, como religioso, como sacerdote. De la Eucaristía los mártires sacaron la fuerza para su testimonio fiel hasta la muerte. De la Eucaristía las vírgenes sacaron la fuerza para defender su pureza hasta la muerte, como lo demostró la niña santa María Goretti. De la Eucaristía los confesores sacaron la fuerza para confesar su fe y explicarla a quienes les pedían razones de su fe. De la Eucaristía el cristiano se alimenta para fortalecer sus músculos espirituales y así ser fiel a sus compromisos como padre o madre de familia, como esposo y esposa, como trabajador, como empresario, como profesor, como estudiante, como líder, como catequista.

¿Cómo va a ser fiel ese matrimonio, si no se alimenta de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel ese joven a Dios, venciendo todas las tentaciones que el mundo le presenta, si no se fortalece con el Pan de la Eucaristía que nos hace invencibles ante el enemigo? ¿Cómo va a resistir la fatiga de la soledad y del cansancio esa misionera o esa religiosa, si no participa diariamente del banquete renovador de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel a su celibato ese sacerdote, si no valora y celebra con cariño y devoción su santa Misa diaria? ¡Cuántos pobres y enfermos se mantienen en su fidelidad a Dios, gracias a la Eucaristía!

En la Eucaristía, Dios sigue siendo fiel a ese esfuerzo por salvar a los hombres, mediante su Palabra y mediante la comunión del Cuerpo de su querido Hijo que nos ofrece en cada Misa. Así como fue fiel a los patriarcas, profetas y reyes, así también sigue siendo fiel a cada uno de nosotros. Y donde Él ratifica su fidelidad es sin duda en la Eucaristía, el sacramento del amor fiel de Dios para con el hombre y la mujer.

El día en que Dios nos retirase la Eucaristía, ese día podríamos dudar de su fidelidad. Pero Dios es siempre fiel.

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Fuente: Catholic.net

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