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martes, 20 de noviembre de 2007

Testimonio de Leire Zalba y Rober Gallastegui, padres de mellizas con sindrome de Down

Somos Leire Zalba y Rober Gallastegui. Tenemos cuatro hijos que son una joya. Los dos primeros son Ander y Asier, de cuatro y dos años y las otras dos pequeñas son Nerea y Uribarri, son mellizas y ambas tienen síndrome de Down.

SI EN ALGUNA FAMILIA TENÍAN QUE NACER ESTAS NIÑAS PARA SER ACOGIDAS Y QUERIDAS INCONDICIONALMENTE, ERA EN LA NUESTRA

El amor de unos padres

Queremos deciros que nos sentimos una pareja privilegiada en esta vida por tener los cuatro hijos que tenemos. En Durango, mucha gente nos admira, otros muchos piensan que estamos locos y les damos lástima por tener tantos niños y, encima, con síndrome de Down. Pero a nosotros nos importa muy poco todo eso, porque sabemos que el fundamento de nuestro matrimonio es agradar a Dios y por ello luchamos todos los días. Presentimos que estas dos niñas van a ser algo grande en esta vida. Son muchos los corazones que están transformando, en nuestra familia y en la gente de Durango, ya que Dios actúa claramente por medio de ellas.

Lo que al principio nos pareció un disgusto ahora es todo un regalazo de Dios. Sí, sí -como lo habéis oído- un regalazo. La fe nos ayudó a aceptarlo con gran ilusión, porque nos han enseñado que uno, cuando acepta la voluntad de Dios, es feliz. De lo contrario uno vive amargado y triste.

La verdad es que cuanto más planificas tu vida, el Señor te da sorpresas como ésta y te cambia todo de un plumazo, sin avisar. También pensamos, desde lo más profundo del corazón que, si en alguna familia tenían que nacer estas niñas para ser acogidas y queridas incondicionalmente, era en la nuestra.¡Esto es lo primero que nos dijimos cuando nos dieron la noticias y nos abrazamos inmediatamente después del parto! Sabemos que detrás de todo esto está la mano de Dios y que, iluminados con su gracia, sabremos afrontar todos los retos futuros.

Cuando todo parecía que se iba normalizando nos llegó el mazazo de la operación de Nerea. Si no procedíamos con rapidez a una delicadísima operación de corazón, la niña no llegaría a los tres años de vida. La operación no tendría tanto riesgo si se hubiera tratado de un paciente más adulto, pero es que Nerea sólo tenía cuatro meses y pesaba cuatro kilos. Nunca nos olvidaremos de la víspera de la operación, cuando ingresamos en Cruces: tuvimos una conversación con la niña a modo de despedida ya que el futuro era incierto.

Fue un momento muy intenso en el que sentimos una tristeza muy profunda que nunca habíamos experimentado antes, aunque esa pena estaba compensada con la calma y esperanza que nos daba la Virgen María, a quien habíamos confiado la vida de nuestra hija.

Por otra parte, estábamos seguros de que la niña iba a salir adelante por todas las oraciones y sacrificios que han hecho muchas personas que incluso no conocemos. Pero la angustia profunda que tienes en el cuerpo durante la operación y las 48 horas primeras en la UCI te carcomen el corazón y no sabemos qué hubiera sido de nosotros si el Señor se nos lleva a Nerea al Cielo. El golpe habría sido demoledor; aunque después de esta increíble experiencia, vamos aprendiendo que Dios siempre está ahí, que no pide ningún sacrificio sin darnos previamente su gracia y su ayuda.

Y como si de un milagro se tratara, la niña se recuperó antes de lo previsto de una operación a corazón abierto. El mismo cirujano nos comentó su asombro por lo fácil que le había resultado la operación y lo bien que había estado la niña en su transcurso, ya que no surgió ninguna complicación.

Os enviamos un saludo muy afectuoso.

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