Hoy es una fiesta muy importante porque nos unimos con el corazón lleno de fe y de alegría a numerosos hombres y mujeres que han dejado una huella de luz y de amor en la Iglesia y en la historia.
Por definición, los santos son las personas más libres: libres del enojo, de la pereza, del “no me importa”, de ponerse nerviosos, libres. Los santos son modelos de libertad en el perdón, en el amor, en el recomenzar siempre, en el creer, en el vivir libres de toda esclavitud. Ellos no tienen que obedecer. Si al igual que los santos aprendiéramos a hacer las cosas no por deber sino por amor, no seríamos más esclavos de nada ni de nadie. A todos nos puede pasar que perdemos la paciencia, la paz, tenemos contratiempos… esas son las ocasiones para conocernos, para volvernos santos, para superar nuestras pequeñas y grandes esclavitudes.
Los santos han demostrado una extraordinaria libertad interior, especialmente frente a la prueba y a la tribulación. Jesús, nos ha mostrado concretamente la santidad de Dios: en su vida solo ha amado, consolado, sanado, liberado del mal. Si bien nunca había hecho nada malo, en la hora de Getsemaní también Él realiza un grandioso acto de libertad y de confianza al abandonarse en los brazos del Padre. También nosotros podemos hacernos santos abandonándonos al Padre, respondiendo a su voluntad, como lo ha hecho Jesús y decidirnos por su escuela de santidad: todos podemos aprender a vivir bien y con amor nuestra cotidianidad, hacer bien nuestro trabajo y entonces, nuestras manos se volverán instrumentos concretos de los gestos de santidad.
La santidad se conquista con lo que hacemos, no es algo abstracto.
Si estás haciendo la limpieza, si estás manejando el auto, tu corazón debe conducir tus manos: no hay nada, ni siquiera el latido de nuestro corazón que no pueda volverse un acto concreto de santidad.
El Señor se complace con las pequeñas cosas, pequeñas cosas. La santidad no es algo extraordinario, sino que es algo extraordinario en lo ordinario, es hacer las pequeñas cosas con la libertad del Amor.
Los santos siempre son nuestros modelos: me conmueve el ejemplo de santidad de Juan Pablo II, el coraje, la dignidad con que enfrentó la enfermedad en los últimos años de su vida. Pensemos en Santa Teresita cuando estaba muy cansada, enferma de tuberculosis y para ella caminar se había vuelto casi un martirio: caminando por el pasillo del convento pensaba “Jesús te ofrezco este paso por algún misionero que seguramente está más cansado que yo”. También ella en el dolor y en la tribulación había buscado una motivación. Del mismo modo, también nosotros cuando pensamos que no podemos más y sin embargo por un acto de voluntad superamos ese momento de cansancio, de apuro, de nerviosismo, nos educamos hacia la santidad.
Estas pequeñas, grandes cosas serán nuestra santidad cotidiana: cuando sacrificamos aunque sea un minuto de nuestro tiempo para acoger a alguien con una palabra, con un gesto, con una sonrisa, entonces habremos crecido en santidad y esto nos hará infinitamente felices.
La santidad está verdaderamente al alcance de todos si antes de reaccionar conectamos la mente con el corazón.
Jesús ha dicho: “Para entrar en el Reino de Dios tienen que volverse como niños”; pongámonos por lo tanto, en la escuela de los pequeños para volvernos santos, aprendamos de ellos la sabiduría de la Santidad.
Hace un tiempo pensábamos que los Santos sólo eran los que estaban en los altares, ahora creemos que los verdaderos santos son los niños, así que si somos capaces de volvernos niños… ¡seremos santos!
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