martes, 13 de noviembre de 2007
Aprender a no tener miedo de la verdad / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo
Debemos recibir cualquier situación que nos toque en la vida sabiendo que Jesús está vivo y que nos ayuda a enfrentarla. Decirle: “Señor, ocupáte vos.”
Jesús nos llama a cada uno por nuestro nombre, nos pregunta qué necesitamos, qué es lo que queremos que Él haga por nosotros. Frente a esta pregunta de Jesús no sabemos qué contestar si nos falta la oración. Así, el momento de la humillación, de la marginación, del sufrimiento, de la crítica negativa, es el momento de saber vivir la fe.
Los demás son libres de amarnos o de odiarnos, de hablar bien o criticarnos. Nosotros también somos libres de perdonar, de quedarnos callados, de no buscar justificarnos. Al tener la fe nosotros creemos que esa situación va a terminar bien en la fe.
Una chica que hacía varios años que estaba en la Comunidad, me escribió una carta donde decía que luego de haber hecho el camino de la Comunidad sentía la necesidad de pedirme que la envíe donde yo quiera (nosotros tenemos muchas casas en el mundo) para hacer el bien a los demás, y agregaba: “esto te lo pido en la fe”.
No me pedía que la mande a tal o cual casa donde seguro que la iba a pasar bien con los amigos –por esto los cambio de lugar cada cierto tiempo . Tampoco porque yo soy Elvira, sino “en la fe, donde quieras mandarme yo voy a estar bien.” Ni por gusto ni por ambición: en la fe. Vivir la vida en la fe es el fundamento de la vida cristiana. Es la fuerza para levantarse cada mañana, lo que enseña a perdonar, a reconciliarse.
Sin embargo, a veces no estamos listos para reconocer que la fe es Cristo resucitado. No es un concepto ni una teoría ni un regalo que viene del cielo. Es Jesús resucitado, una persona, si nos atrevemos a vivir en la fe sentimos esa presencia de Jesús, y se ilumina la verdad en cada situación.
Tenemos unos jóvenes que están en Rusia –esto siempre lo cuento porque me hace bien a mí. Se habían quedado casi sin comida y justo habían entrado tres chicos nuevos. Cuando recién entran, sin la droga y sin el cigarrillo, tienen un hambre… En un momento el responsable me dijo que tenían sólo papas: papas al desayuno, papas al almuerzo, papas a la cena. En un momento decidieron hacer una novena, por la noche, frente a Jesús Eucaristía. Al llegar el día noveno estaba convencido de que ese día se le iba a llenar la despensa, pero, en cambio, no llegó nada…
Después el Señor da todo lo que uno necesita, pero no cuando nosotros queremos. Hay que tener la fe de seguir creyendo aún cuando no entendemos, no veamos ni sepamos. Pero creemos en un Dios que es fiel y ama a sus criaturas, que se sacrificó a sí mismo para mostrarnos su amor y la resurrección que luego vendrá para cada uno: primero para Jesús, pero luego para cada uno de nosotros.
Hoy no es igual que ayer ni a mañana, porque dentro nuestro está la novedad perenne de la belleza de Dios, aceptemos esta fantasía, cambiemos la cara: nuestro Dios es la fuente del Amor, Amor que se hace vida, regalo…y nosotros ¡siempre con la misma cara! No seamos egoístas, Él nos entrega todo, solamente tenemos que abrir la puerta y recibirlo. Recibimos apenas una miguita de todo lo que quiere darnos y luego nos preguntamos porqué somos tan pobres.
Sí, Él quiso darnos todo el amor, la alegría, la misericordia, la amistad. Cuando rezamos, hablamos con un amigo, omnipotente. Tenemos que pedirle en la intimidad y no sólo con la boca, comunicar la boca con los sentimientos.
Yo les digo a los chicos que el primer escalón de la oración es pensar lo que dicen y no ir a dar una vuelta con la cabeza, con la memoria, con la imaginación (¡que se hace unos viajes…!) No se puede rezar y estar viajando con la cabeza, eso no es fe, es una burla. En la Comunidad, siempre les decimos a los jóvenes que tienen que ser coherentes entre lo que se dice y lo que se hace.
También se lo enseñamos a los niños, acabamos de llegar de Brasil donde tenemos las misiones con muchos chicos de la calle, y a los niños les enseñamos que en la mesa se come y se come bien, cuando llega el momento de jugar, se juega bien, y que hay otro ambiente donde se reza y otro donde se va a dormir. Cada cosa hay que hacerla bien, en su lugar, para formarlos en el respeto hacia cada cosa que hacen.
El segundo escalón de la oración es hacer bajar la palabra pensada, que descienda al corazón, para poder vivirla. Sumergirse en la oración que estamos haciendo. Por ejemplo, medito sobre el misterio del Bautismo de Jesús por san Juan Bautista. Con ese gesto Jesús se mezcla con nosotros los pecadores y se hace bautizar. No tuvo vergüenza de las críticas de quienes lo podían estar mirando y murmurando…porque de Jesús también dijeron muchas cosas feas.
Nuestra oración tiene un valor concreto, real. Jesús dijo que rezáramos siempre, lo que significa estar siempre en gracia de Dios: cuando mirás, rezás; cuando trabajás, rezás: rezar es lo que nos da una gran fuerza y esperanza. Cuando tengamos un problema, vayamos a decírselo a Jesús, y estemos seguros de que nos ha escuchado, aunque, como en el caso de los chicos de Rusia, no te responda en seguida. A veces nos toca esperar para madurar y crecer en la fe. Jesús sabe cuándo y cómo tiene que hacerlo. Eso es la fe: creer en Jesús, no pretender, exigirle.
Ustedes vinieron a ver unos chicos que antes no rezaban, nos llamamos a nosotros mismos la Comunidad Cenacolo de “pecadores públicos”, porque todos lo saben, sabemos muy bien quiénes somos nosotros –probablemente ustedes también son pecadores pero más “camuflados.” Ya todos saben que el drogadicto es un mentiroso, son egoístas, prepotentes, ladrones, muy mentirosos y son todos pecados. ¿Qué vamos a hacer? ¿Lo vamos a esconder? Si justamente esto es lo que nos hace ricos en misericordia.
El que esconde su propio pecado y quiere aparentar lo que no es, es un falso, no puede recibir la misericordia de Dios si se justifica “yo no fui”, “yo no estaba”. Es mejor callarse. La tristeza viene de la indiferencia, ¿a quién le rezamos si cuando entramos a Misa estamos con trompa y cuando salimos tenemos más trompa aún? La presencia de Jesús nos garantiza la fe, entremos en la fe.
(¡Cómo se ríen cuando los reto…! La miro a la Virgen que está allí atrás y siento como que me dice: “Dale, Elvira, aflojá un poco.”)
La fe es que ustedes vinieron porque vieron el cambio, el milagro del corazón de los jóvenes que se va transformando de la tristeza a la alegría, de la violencia a la paz, de la bronca al servicio, porque se ayudan entre ellos. Es pura fe en aquel que nos salvó y nos sigue salvando cada día. Esa es nuestra fuerza. Sí, sí, también está sor Elvira…pero desde el primer día les dijimos a los chicos: la oración y el sacrificio.
No tuvimos miedo de que se escaparan porque no les dábamos cinco cigarrillos por día; no tuvimos miedo de decirles que se tenían que levantar temprano, que disfrutar de la vida es levantarse a las seis, y empezar el día rezando el Rosario. Nosotros les hicimos esta propuesta, que es la verdadera: la oración les indica el camino para vivir cada día, ilumina, da claridad, para saber qué hacer con tu vida, con la oración ya no te puedes mentir. Al dejar de mentirse a uno mismo, tampoco se le miente a los demás.
En un diálogo que tuve con adolescentes de 13, 14 años, sobre la droga, yo les preguntaba cómo es lo de la mentira porque no se nace mentiroso, ¿quién les enseña a los hijos, a los drogadictos a mentir? Se levantó un chico de 12 años y contestó: “Lo aprendimos en casa, de papá y mamá.” Y es una gran verdad. No tenemos respeto por nuestros hijos. Por ahí nos llaman por teléfono para invitarnos a cenar, y muy cortésmente le respondemos que gracias pero que tenemos un compromiso previo. Cuando colgamos, le decimos al hijo que está mirando: “¡qué pesada que es ésta!” Aunque no hablemos, aunque sólo sea un gesto de la cara, los chicos aprenden solos.
Te parece algo normal, pero no es normal. Si por dentro no estás luminoso, estás en la oscuridad, y cuando uno está en la oscuridad siempre se tropieza. Nuestra lucha es para vivir en la luz.
En la Comunidad el trabajo más duro es enseñarles a no tener miedo de la verdad. Un chico me decía: “Yo no tengo miedo de la verdad, sino de las consecuencias de la verdad, si digo la verdad, el hermano me manda a hacer un pozo…” Tienen que amarse a sí mismos evitando la falsedad. Aunque uno termine en la cárcel, tiene que decir la verdad, porque así es fiel a sí mismo, se mantiene digno. Se lo ensañamos a los jóvenes porque en este mundo pagano, tan falso, está todo muy tergiversado: papá y mamá son capaces de vivir juntos durante 40 años y no conocerse, en el sufrimiento, en todo lo que él o ella se han “tragado” y el otro ni se dio cuenta.
Nosotros se lo propusimos a los drogadictos porque sabíamos que ellos son los “profesionales” de la mentira. Apenas entran les decimos que dentro de la Comunidad no tienen que tener miedo de decir la verdad ya que las mentiras las decimos porque tenemos miedo a los otros, a sus juicios, a las consecuencias de la verdad.
No tenemos que tener miedo. Recuerdo que Juan Pablo II tantas veces nos lo dijo: “¡No tengan miedo!”. El miedo a la verdad nos altera, nos cambia, impide la comunicación, no hablamos para no equivocarnos, les damos distintas versiones a distintas personas… ¡Cómo hacen los chicos para volver a confiar en esos padres si en seguida se dieron cuenta de la mentira y el miedo!
Esta es nuestra propuesta, los jóvenes nos lo han pedido; ellos querían el sacrificio, la verdad, el trabajo, la oración. Como ven, aquí hay 30 jóvenes, no hay puerta cerrada con llave, y ellos no se van. Entonces, no tengan miedo de hacerles propuestas serias a sus hijos, ni de decirles que no cuando hay que decirles que no. Ellos dicen “pero total, todos lo hacen…” No, vos no sos “todos”, vos sos importante para mí.
Todas estas cosas ustedes ya las saben, solamente que hay poca gente que nos las recuerda. Esta tarde hicimos un poco de memoria acerca de nuestros fracasos pero creemos y seguiremos creyendo que todo es posible para el que cree. Todo puede cambiar para mejor, la alegría, la esperanza existen, están vivas.
Ustedes vinieron hoy porque sabían que una sonrisa se les iba a escapar. Los sacerdotes son los primeros que sobre el altar tienen que dar la homilía de la sonrisa, sin miedo.
Ustedes ya saben todo esto que les digo, yo tengo las mismas dificultades que ustedes, lo que pasa es que las vivo con alegría, con respeto hacia los demás. Para qué vamos a ocultar las cosas lindas de la vida: se puede vivir sin quejarse, ayudando, acompañando, y eso todos lo podemos hacer en vez de pensar nada más que en nosotros mismos: si estoy cansado, enfermo, si me duele algo.
Ahora vamos todos a cantar y a bailar una canción que tiene una sola frase: “Jesús me ama.”
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