«Salvados por la esperanza» («Spe salvi»), la nueva encíclica de Benedicto XVI, se publicará el 30 de noviembre.
La segunda encíclica de este pontificado continúa meditando en la segunda de las virtudes teologales, después de haber reflexionado sobre el amor en «Deus caritas est» (firmada el 25 de diciembre de 2005)
Benedicto XVI reflexiona en la carta de san Pablo a los Romanos 8, 24, en la que dice: Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve?.
Meditemos hoy sobre esta virtud de la Esperanza para prepararnos a esta Encíclica del Papa:
En una esquina, junto al bar, a la entrada de un cine, en la estación: en muchos lugares hombres y mujeres esperan.
Esperan. ¿Qué esperan? Cada uno espera a alguien. Al novio, una chica enamorada. A la novia, un chico que necesita algo de esperanza. Al hijo, el padre que lo vio partir un día hacia una guerra inesperada. Al padre, ese hijo que lo quiere otra vez en casa, después de años sin poderse abrazar.
Esperan. ¿Cuándo llegará? El tiempo pasa, los minutos se hacen eternos. Los ojos giran y giran para descubrir si aquel bulto, a lo lejos, es ese ser querido, la persona esperada, la alegría que anhela el corazón.
Unos esperan y otros son esperados. Quien camina al lugar de la cita sólo desea una cosa: que le estén esperando. Es triste llegar al cine y no encontrarse con el amigo, o regresar al pueblo y no ver a nadie en la estación. Causa un dolor inmenso descubrir que quien debía esperarnos ya no se encuentra en el mundo de los vivos...
Esperar y ser esperado. Podemos preguntarnos ahora: ¿espera Dios? ¿Le esperamos? Más allá de las nubes y más acá de las flores, donde el horizonte se viste de colores y donde los niños juegan a canicas, donde una anciana busca sus gafas oxidadas y donde un nieto deja su “nintendo” para ayudar a preparar la cena.
Dios nos espera detrás de cada pensamiento, de una lágrima, de un diploma o de un choque en carretera. Dios nos espera también cuando pecamos, cuando probamos un poco el gusto de una libertad mal usada, lejos de sus brazos y lejos, a veces, de los brazos de quienes nos aman de veras. Dios nos espera cuando permite una enfermedad o esos ratos largos, eternos, de insomnio en una noche de verano.
Nosotros, ¿esperamos a Dios? ¿Lo buscamos en la oficina, en la fábrica, en los campos que se visten de amapolas, en los jilgueros que cantan la mañana?
Esperar a Dios. No hay que ir lejos para ir a su encuentro, aunque a veces no nos resulte fácil abrir el corazón a ese cariño que nos hace desear su abrazo, porque nos abruman los mil problemas de la vida, porque nos distraen pequeños juegos o programas informáticos.
Esperar a Dios y ser esperados por Dios. El encuentro definitivo llegará, para alguno, este día.
Una estrella se apaga y otra se enciende, mientras la luna acaricia, con suave luz, una tierra que llora a los que parten, mientras los ángeles del cielo inician la fiesta del banquete. Un hijo entra en casa y es abrazado por un Padre que lo esperaba con amor eterno...
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Fuente: Catholic.net
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