El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche. Había abundantes lámparas en la estancia superior donde estábamos reunidos. Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana; un profundo sueño le iba dominando a medida que Pablo alargaba su discurso. Vencido por el sueño se cayó del piso tercero abajo. Lo levantaron ya cadáver.
Bajó Pablo, se echó sobre él y tomándole en sus brazos dijo: "No os inquietéis, pues su alma está en él." Subió luego; partió el pan y comió; después platicó largo tiempo, hasta el amanecer. Entonces se marchó. Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco. (Hech. 20,7-12)
San Lucas cuenta un episodio que dejó una profunda huella en su vida de evangelizador: Pablo había llegado a Tróada, para despedirse de la comunidad. Pero durante la celebración de la Cena del Señor, la charla se alargó hasta media noche y, un joven sentado junto a la ventana, se quedó dormido y cayó al vacío, muriendo inmediatamente. Aunque el accidente no deja de ser impresionante, lo más importante es su significado y la aplicación a la tarea evangelizadora.
Todo el relato está marcado por los contrastes que se oponen: la oscuridad de la noche se extendía afuera, mientras que la sala de reunión estaba iluminada por muchas lámparas. Adentro se encontraba la comunidad, escuchando la Palabra de Dios, mientras que afuera reinaba el silencio de la noche.
Eutico, que así se llamaba el protagonista de este drama, era un joven, tan atrevido, como imprudente, que en vez de sentarse como todo mundo, lo hizo en el filo de la ventana que miraba tres pisos abajo. Por lo tanto, no estaba ni adentro ni afuera. La mitad de su cuerpo era iluminado por las abundantes lámparas de la sala, pero la otra mitad permanecía en la oscuridad. Con un oído escuchaba la Palabra que se predicaba y con el otro prestaba atención a lo que pasaba afuera. Con un ojo miraba dentro y con otro miraba hacia fuera. Era parte de la comunidad, pero al mismo tiempo no pertenecía totalmente a ella, pues la mitad de atención e interés estaban fuera. Su corazón estaba dividido.
A medida que pasaban las horas, en vez de que Pablo terminara de contar las maravillas de Dios, alargaba su discurso. Eutico, que se interesaba sólo parcialmente en la reunión, comenzó a cabecear y dormitar, pues "un profundo sueño lo iba dominando". Estaba perdiendo la primera batalla: ya no tenía conciencia de lo que pasaba a su alrededor. Cada vez escuchaba menos la Palabra, por la simple razón de que no estaba ni adentro ni afuera. El grave problema de Eutico era la indecisión. Quería dos cosas a la vez, sin decidirse por ninguna de ellas.
Por fin, Eutico se quedó dormido en el filo de la ventana, y perdió el equilibrio, desplomándose hasta el suelo. Curiosamente, en vez de caer hacia la sala, donde se celebraba la Cena del Señor, se fue al vacío, tres pisos abajo. Tal vez porque todo el que se duerme, se inclina más hacia afuera que hacia la comunidad. Obviamente, Pablo interrumpió la predicación, al mismo tiempo que todos los que dormitaban, se despertaron con sobresalto.
Cuando Eutico dejó de escuchar la Palabra, se quedó dormido. Todo aquel que cierra sus oídos a la Palabra, se duerme. Si toda la mente, todo el corazón y todas las fuerzas no están escuchando y acogiendo la Palabra, se duerme irremediablemente, porque tarde o temprano las preocupaciones de la vida, la concupiscencia de la carne y el afán de las riquezas asfixian la semilla de la Palabra.
Tal vez Eutico no era el único que dormitaba esa noche, pero su problema se agudizaba por el lugar que había escogido para sentarse: un poco adentro y un poco afuera. Ni pertenecía a la comunidad ni se decidía abandonarla. Su mente y su corazón estaban divididos, procurando dos cosas al mismo tiempo. Quien vive de esta manera, es como quien se sienta en la ventana; es decir, arriesga su vida inútilmente. Quien no escucha con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas la Palabra de Dios, se duerme, porque no permite que la semilla de la Palabra, penetre en lo más profundo de su conciencia.
El drama de nuestro tiempo radica en que a la gente le gusta sentarse en la ventana. De manera especial, parece ser un síndrome juvenil. Muchos jóvenes se duermen con una droga o con el alcohol, se duermen por la filosofía de New Age, o son adormecidos por el sensualismo que insensibiliza. El olor del incienso también provoca sueño, mientras que la codicia hace cerrar los ojos ante las necesidades de los demás.
El problema más importante que debe atacar un evangelizador, es la gente que le gusta sentarse en la ventana: quienes desean seguir a Cristo, pero que no están dispuestos a renunciar completamente al pecado; aquellos que procuran servir al Señor, pero que al mismo tiempo pretenden servirse de él; los que condicionan su entrega o siguen coqueteando con los criterios del mundo y de la carne; en fin, todos aquellos que sirven a dos señores... San Pedro describe la salvación como el paso de las tinieblas a la luz (1Pe 2,9), y Jesús exige tener el cuerpo enteramente luminoso, sin sombra de tiniebla (Lc 11,35). La conversión ha de ser radical o no es conversión: o se entra plenamente a la luz, o es mejor quedarse afuera; o frío o caliente, porque los tibios son vomitados de la boca del Señor. El tesoro escondido sólo se adquiere cuando se vende todo con alegría, para comprar el campo. La Perla preciosa, cuesta todo, no importa si es mucho o poco, con tal de que sea todo.
Los evangelizadores también somos retados por la Palabra de Dios: no nos sentemos en la ventana para predicar la Palabra de Dios. Esto significa que si le hemos entregado nuestra vida al Señor, no consintamos darla a medias. ¿Hay algún aspecto de la vida que no hemos rendido bajo el Señorío de Jesús? No se puede poner la mano en el arado y volver la vista atrás. La entrega es total y para siempre. De otra forma, la misma Palabra que proclamamos nos va a juzgar muy severamente.
Cuenta la Palabra, que Pablo, repitiendo un gesto de los antiguos profetas (1Re 17, 17-24; 2Re 4,30-37), resucitó a Eutico. El apóstol, acompañado por el joven recién vuelto a la vida, regresó a la sala, para continuar narrando los prodigios de sus viajes apostólicos. Ya no se nos precisa dónde se sentó Eutico, pero de una cosa estamos ciertos: no procuró la peligrosa ventana. Es más, ni siquiera volteaba a verla. Tal vez escogió el lugar opuesto y no se distraía lo más mínimo de las palabras de Pablo, que siguió predicando hasta al amanecer... ...tal vez, algunos otros tenían sueño, menos uno: Eutico.
Eutico, cuyo nombre significa "afortunado", ha sido en verdad afortunado. La noche en que cayó de la ventana, había una comunidad escuchando la Palabra de Dios y un evangelizador que lo predicaba con el poder del Espíritu. De otra forma, este joven hubiera pasado a las estadísticas como uno más de los que mueren en un accidente. Sin embargo, se integra a la historia de la salvación, por haber resucitado, dejando un mensaje a todos los que se duermen: nunca lo hagan al filo de la ventana.
Que la Palabra de Dios, que es lámpara para nuestros pasos (Sal 119,103), nos ilumine para ser luz del mundo, que refleja el resplandor de aquel que dijo: Yo soy la luz del mundo (Jn 8,12), para amar, servir y proclamar al Señor con toda nuestra vida.
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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés
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