Hay dos modos contrapuestos de vivir: uno es perseguir en todo momento y circunstancia lo que me gusta. Otro, buscar siempre lo bueno, lo justo, lo honesto, lo que me hace un hombre lleno de frutos.
Buscar el placer me lleva a estar atento al instante, a lo que ahora puede agradarme más. Pero vivir así comporta muchos peligros. Me apetecen unas frutas que veo en la tienda. ¿Las tomo sin pagar? Quizá me lleven a la cárcel. Me gustaría tomar el tercer vaso de cerveza. Pero luego, ¡qué dolor de cabeza! En la mañana las sábanas me gritan que no me levante. Pero resulta terrible la cara del jefe de trabajo que me regañará otra vez por llegar tarde...
No puedo vivir como los animales, al son del placer que más me atraiga en cada instante. Quedarme con lo que me gusta implica vivir para lo pasajero. Todo pasa demasiado rápido, y yo empiezo a pasar sin nada entre las manos...
Lo que importa es lo que dura, lo que hace al mundo un poco mejor y más feliz. Amar al esposo o a la esposa, hablar con los hijos en la cena, visitar al padre enfermo, encontrarme con los amigos. En el fondo, causa más placer el trabajo llevado con orden, con energía, con algún sacrificio, que no ese continuo pajarear entre las ramas sin llegar a concluir nada que valga la pena.
Podemos incluso trabajar con placer. El descanso vale el doble si hemos conquistado una meta difícil. De vez en cuando dejaremos de lado un placer pobre y fugaz para alcanzar, en lo más profundo del corazón, esa dicha del deber cumplido, de la fidelidad al amor de quien lo merece todo de nosotros, aunque nos pueda costar al inicio un poquito de trabajo, dejar un capricho, ver menos televisión. Lo que ganemos vale mucho más, nos hace más felices y hace felices a quienes nos ven crecer como hombres y como buenos ciudadanos, esos que construyen la sociedad más justa que queremos dejar a nuestros hijos y nietos.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
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