lunes, 26 de noviembre de 2007
Sólo tengo el día y la noche / Autor: Jaume Boada i Rafí O.P.
Dice María: "Porque ha mirado mi alma pobre de esclava". Y Jesús, en el Evangelio: "Felices los que tienen el alma pobre".
Ramón era un mendigo amigo que pedía limosna a la puerta de nuestra iglesia. La comunidad le ayudaba como sabía y podía. Frecuentemente se podía conversar con él, que tenía una filosofía de la vida muy especial. Era un mendigo con vocación de mendigo.
Un día me dijo las palabras que encabezan esta meditación de hoy: "Sólo tengo el día y la noche".
Me hicieron pensar mucho y me ayudaron a descubrir la auténtica dimensión de la pobreza de alma.
Yo no sabría decirte si la pobreza de alma es consecuencia o es raíz del abandono. Me inclinaría a decir que es el primer fruto del abandono. En todo caso, es una actitud esencial en el camino de la búsqueda de Dios.
Jesús, en el Sermón del Monte, síntesis y programa de su Buena Noticia, quiere empezar sus palabras con las que hacen referencia a la pobreza de alma: "Bienaventurados los pobres de alma".
María tuvo un alma pobre de esclava, el Señor la miró en su pequeñez, y fue escogida para realizar en ella «cosas grandes».
«Sólo tengo el día y la noche... » Y yo me decía a mí mismo: «Escogí ser pobre como Jesús y, sinceramente, yo, seguidor de Jesús, no puedo decir que sólo tengo el día y la noche. Y no es problema de «cosas», de tener más o menos, es cuestión de actitudes interiores, consecuencia de mi abandono en las manos del Padre y condición imprescindible para buscar a Dios en verdad.»
¿No lo crees tú así, hermano? ¿Tú puedes decir que sólo tienes el día y la noche?
Yo te invito a recorrer, en actitud orante, los rasgos que configuran la pobreza de alma.
Al pobre de alma se le conoce por su paz. Su paz de alma, su paz de dentro. Y tiene paz porque no tiene nada que perder:
- No se tiene a sí mismo y ni siquiera desea «tenerse».
- No se aferra a la voluntad de querer tener la razón, y menos cuando para ello debe faltar al amor.
- No da ni un paso por «poseer» y aún menos por «poseerse».
- Vive con sencillez, sin decirlo, el mandato de Jesús: «Si quieres seguirme, niégate, olvídate de ti mismo.»
- Renuncia al comparativo, a comparar y a compararse. Descubrirás que comparar te quita la paz.
- Acepta con sencillez las limitaciones propias. El pobre sabe reconocer que son suyas. No cae en la fácil excusa de echar la culpa a los demás por ellas. Será capaz hasta de sonreir cuando los demás se las descubren o hablan de ellas, y será capaz de sonreir porque las asume con paz.
Por todo ello la pobreza de alma da una gran paz interior. ¡Es tan grande, tan necesaria esta libertad para poder buscar a Dios sin nada que se interponga!.
A partir de estas actitudes ya podrías empezar a decir que sólo tienes el día y la noche.
Pero es bueno que profundicemos en esta descripción.
El pobre vive intensamente el presente como un regalo de Dios. Y lo vive con paz de alma, pues sabe que el futuro es cuestión de confianza.
El pobre de alma es generoso al dar y amplio al recibir.
Porque la paz de la pobreza de alma le da un corazón nuevo se puede decir que el pobre tiene un corazón simple como de niño, un corazón grande y fuerte como de madre. Tiene un corazón bondadoso como el cielo que a todos acoge, y un corazón cálido como el sol del invierno.
Una de las consecuencias más palpables de la pobreza de alma es la sensibilidad espiritual que lleva al pobre que vive su búsqueda de Dios a dar valor a las pequeñas cosas como una sonrisa, una mirada amable, un pequeño gesto de servicio, una palabra sincera y oportuna. Esta sensibilidad le lleva también a descubrir y reconocer con gratitud todos los gestos de generosidad de Dios y de los hermanos.
El pobre de alma tiene una especial capacidad para la alabanza y la acción de gracias.
Te decía que el pobre de alma no se tiene a sí mismo, y es cierto. Esto le lleva a entregar la propia voluntad y a vivir en una disponibilidad de servicio y de amor, sin límite alguno, sin cálculos egoístas, en una actitud sencilla de gratuidad. Lo da y lo recibe todo con la libertad y amplitud de quien está convencido de que nadie le debe nada.
El pobre de alma tiene la alegría de poder decir al Señor con toda la sinceridad de su corazón: "Tú eres Señor, mi único bien". Y vive la paz interior de quien se apoya en Dios de verdad, y sabe que sin Él no es nada. Y esto, en lugar de inquietarle, le alegra, pues le permite depender de aquel a quien ama.
Quien vive la pobreza de alma siente la necesidad de ser de todos y de multiplicarse para llegar a todos sin mirar, por supuesto, lo que queda para él. No se contenta con dar un pedazo de pan a quien lo pide: si pudiera, hasta se haría él mismo pan. Sabe ser corazón cuando el hermano precisa amor; sabe ser sonrisa cuando hay tristeza en el hermano, y sabe ser oído cuando el hermano precisa hablar, decir o decirse, desahogarse. En este caso se olvida, incluso, del tiempo.
La oración es una semilla que encuentra la tierra más apropiada en el pobre de alma, pues la pobreza le lleva a confiar en la bondad de Dios y en su providencia. Y esta confianza, es tan grande y tan arraigada en su vida, que confía también en la bondad de los hermanos, sí, en la bondad escondida, en el corazón de todo hermano, incluso del hermano a quien conoce tanto que le es difícil descubrir su rostro de bondad.
El pobre de alma sabe ser abierto. Busca y ama la sencillez, la simplicidad y la transparencia. El pobre no se permite el lujo de tener, ni siquiera, dobles intenciones. Tiene la mirada limpia, no oculta nada. Por ello mira siempre a los ojos.
El pobre de alma es buen oyente de la Palabra; como María, sabe que todo canto de alabanza y acción de gracias nace de la contemplación silenciosa. El Magnificat nació en el alma pobre de esclava de María.
La pobreza de alma da a quien la vive la "lengua de discípulo". La humildad en el hablar no tiene necesidad de levantar la voz; no quiere imponer, porque prefiere escuchar.
Sí, el pobre es interiormente libre, no se ata a respetos humanos porque no tiene nada que temer.
Te he hablado mucho, hermano, de la paz de alma que tiene el pobre. La razón última de esta paz está en que la única riqueza que tiene es Cristo y, ¿quién será capaz de arrebatarle el amor de Cristo?.
Por otra parte, la paz es consecuencia del amor que siempre ahuyenta al miedo y al temor.
El pobre de alma siente la necesidad ineludible de orar, porque descubre a Dios como sentido de todo lo que dice y hace. Y algo muy importante: está convencido de que la eficacia de todo lo que hace no viene de sus manos de alfarero, sino de la bondad de Dios, que quiere dar vida al barro. Por ello, remite toda muestra de gratitud al Señor, dador de todo bien. Y no lo hace por compromiso, sino por convicción sincera.
Se da una profunda relación entre pobreza y súplica, entre alma pobre y contemplación: cuanto más pobre, más orante; cuanto más orante, más pobre.
El pobre vive feliz en su pobreza, vive su vida en alegría y serenidad de alma, porque tiene como única seguridad el saberse en las manos del Padre, el recordar que su rostro está grabado en ellas y es mirado constantemente con amor.
El pobre de alma suplica y reza con una gran confianza. Sabe esperar. Sólo los pobres, sólo los que se sienten inseguros de sí mismos, sólo quienes se saben ante Dios sin derecho a nada, saben esperar cuando suplican, pues recuerdan que Dios es siempre gratuito, y tan gratuito como generoso en sus dones.
Quien está en camino de vivir la pobreza de alma aprende a borrarse y a desaparecer para valorar a los demás porque, es cierto, no valoramos a los demás, incluso se llega a prescindir de Dios porque nos creemos más y cuando nos creemos más.
El pobre de alma es feliz tanto cuando ha de asumir papeles protagónicos, como cuando está en un papel secundario, es tan feliz cuando puede ser rama con flores y frutos, como cuando ha de ser raíz. Entonces descubre que no pierde el tiempo: en su vida oculta, da vida a la planta.
El pobre de alma se apoya en Dios en todo momento, en toda circunstancia y en todo lugar y lo expresa espontáneamente, invocándolo con amor y esperanza, con la sencillez y la naturalidad más claras.
María es el testigo fundamental del pobre de alma. Ella vivió su pobreza como disponibilidad y como docilidad. El ser dócil a los deseos o a las sugerencias de los demás, manifestados o no, es una manera de ser pobres.
El pobre entiende que "pobreza de alma" equivale a sentido de servicio, como María, la de la visitación. María - Camino. Es de pobres ir a servir y no esperar a que el servicio nos sea exigido.
El pobre vive todo con alegría y paz de alma. Aprendió a dar y a recibir sonriendo. Comprendió que detrás de todo lo bueno y lo malo que vive hay una sola y gran verdad: se sabe amado por Dios con ternura.
Enrique, "el caminante", es un pequeño hermano de Jesús, amigo. Desde el año 1950, al acabar su noviciado, fue enviado por sus superiores a integrarse en el mundo de los mendigos. Vivir como uno de ellos, vestir como ellos y dormir donde duermen los mendigos. Tiene una mirada limpia, se le ve feliz. Un día le dije: «Hermano Enrique, con este aspecto, aunque seas religioso, en algunos lugares te recibirán bien y en otros te cerrarán la puerta". Su respuesta fue muy de pobre de alma: «Si me reciben bien, está bien; si me reciben mal, está bien. Solo soy un pobre».
Hermano, que en tu camino de búsqueda de Dios, que en tu deseo de ser fiel al Señor, puedas decir también que tú eres pobre.
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Fuente: Abandono.com
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