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martes, 20 de noviembre de 2007

La belleza / Autor: P. Antonio Rivero

En la buena filosofía estudiamos que todo ser, por el hecho de existir, tiene cuatro propiedades ínsitas: unidad, verdad, bondad y belleza.

1. Definición y tipos de belleza

El vocablo belleza deriva del término latino “bellus”, bonito (que a su vez, procede de bonus, bueno). Desde antiguo se destacó la dificultad que entraña dar una definición de este concepto. Platón se propuso en su diálogo “Hipias major” determinar qué es la belleza en sí misma: aquello que hace bellas a las cosas que se nos manifiestan como tales.

Se han dado muchas definiciones: Bello es lo que visto (y no sólo lo conocido), agrada (Santo Tomás). La belleza es el esplendor del orden (San Agustín). Es el esplendor de todas las propiedades del ser reunidos: unidad, verdad y bondad (Jacques Maritain). Belleza es luminosidad. Belleza es armonía. Belleza es orden.

La belleza es la hermosura interior que se refleja hacia fuera. No sólo está el gozo de la vista que contempla la belleza exterior y se recrea en sus líneas. La capacidad para descubrir la otra, la interior, indica una facultad más elevada, la de de ser exploradores de la intimidad ajena, lo que a la larga va a ser una valiosa adquisición o valor.

Hay tres tipos de belleza. Con un ejemplo te quedarán más claras. Era el mes de mayo. Soplaba aún un viento fresco, pero la primavera había llegado; así lo proclamaban las plantas, los árboles, el perfume de las flores y el gorjeo alegre de los pájaros. Entré en una inmensa catedral gótica, con sus rosetones maravillosos, con sus arcos de medio punto. De repente suena el órgano el Mesías de Haendel y sus potentes armonías se difunden por las anchas y altas naves. Quedé extasiado. En las naves laterales colgaban pinturas de Rafael y Miguel Ángel, que me trasportaban con su encanto. En esto, a diez metros delante de mí una madre tenía entre sus brazos a su hijo, a quien cada diez segundos le daba un profundo beso en la carita. Me acerco al altar. Comenzó la misa. Ya las primeras bancas estaban ocupadas. Me quedé en un costado de pie. Al rato llegó una pobre anciana, apoyada en un bastón. No había asiento. En esto un señor de unos cuarenta años se levanta y cede su asiento a la ancianita. Escucho atento el sermón del sacerdote y todo era claro, estructurado y brillante. Termina la misa y salgo a la calle. Todo olía a primavera. Y todavía rondaba en mi mente una pregunta: ¿qué es la belleza? Pero hoy me sentí enriquecido.

Ahora ya podemos definir los tipos de belleza.

a) La belleza natural: Es la belleza que se encuentra en las cosas de la naturaleza. Un paisaje, el vuelo de un pájaro, unas cataratas, unas montañas, el mar, unas nubes, etc. Su fuerza radica en entrar por los ojos, en ser rotundo a la hora de mostrarse. Esta belleza natural es fuente de agrado y complacencia para los sentidos exteriores. Va de fuera para adentro. Me enriquece. Me ennoblece.

b) La belleza artística, es decir, la plasmada en el arte: Es la belleza de un hermoso cuadro, un edificio, una escultura, una pintura, un discurso. El Renacimiento se encargó de transmitirnos un nuevo estilo de belleza basado en la armonía y el orden, canon que cambiará en los siglos XVII (Barroco) y XVIII (Ilustración y Neoclasicismo). Esta belleza artística quedará reflejada en las artes plásticas (arquitectura, escultura y pintura) y en las artes del movimiento (música, coreografía y poesía). También es una belleza que va de fuera para adentro. Nos exalta. Nos enriquece y ennoblece.

c) La belleza moral o interior: es el orden, el equilibrio, la bondad interior de la persona. Es el conjunto de unidad, verdad, bondad, espiritualidad en armonía, orden, proporción...que cada uno de nosotros tiene en su interior. Es la armonjía entre las acciones del hombre y el ideal de su vida (ideal que decide su vocación y su misión en la misma). Es la coherencia entre la conducta del hombre y la meta o ideal que persigue. Albert Einstein dijo: “La belleza reside en el corazón de quien la contempla”. Esta es la belleza en la que nos detendremos. Es la belleza que uno tiene dentro como fuente para saciar la sed propia y la de los demás. Llega a ser fuente de alegría constante, de gozo consolador, de encanto arrebatador. Genera amor y alegría renovada en quien la contempla y se beneficia de ella, en el trato con esa persona. Esta belleza interior se exterioriza en resplandores de bondad, veracidad, honestidad, coherencia, simplicidad, encanto, armonía, equilibrio. Por eso, una persona será bella interiormente en la medida en que viva y se alimenta de las otras cualidades del ser: unidad, verdad, bondad.

2. ¿Cómo llegar a descubrir nuestra belleza interior?

En la medida en que somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos para interesarnos por los demás y sentimos la necesidad interior, acuciante, aunque serena, de contribuir con nuestra via y nuestras obras a hacer de este mundo un lugar mejor, más hermoso y gratificante para todos...en la medida en que dejemos de inquietarnos por las necesidades más bajas de supervivencia y de seguridad que se cubren de forma automática y nos elevemos sobre lo material, perecedero y terrenal, para entrar en el área inconmensurable, llena de luz y de esperanza del espíritu...en esa medida comenzaremos a apreciar en nuestro interior que tenemos verdad, bondad, espiritualidad y belleza, y las sentimos y vivimos con plenitud en lo más profundo de las estructuras que conforman nuestra mismidad.

Por tanto, esta belleza interior está en ti y es la unión de verdad, bondad, espiritualidad. Es un valor que se autogenera en todo aquel que sepa sentirla, vivirla, sintonizarla y crearla en su derredor. Hay que descubrirla, pues está en ti. Que no te pase que mueras sediento de sed, teniendo a tu lado esta fuente inagotable. Así lo expresaba Leon Bloy: “Hay una fuente al pie de todos aquellos que mueren de sed”.

Pero además, esta belleza interior se ha alimentado de esa belleza natural y artística y es un valor universal que se da en todos y que funde en abrazo espiritual y entusiasma por igual al fílósofo, al poeta, al campesino y al científico. Es el caso del místico san Juan de la cruz, o de san Francisco de Asís, que encuentran a Dios (el porqué de su existencia) en la candidez y belleza de los seres sencillos de la creación, o el caso de sabios como Einstein, anonadado y perplejo ante la maravillosa armonía que descubre en el Universo, o el caso de un sencillo labrador como san Isidro, que siente interiormente el pálpito de la belleza de los campos arados, de las mieses, de la lluvia, del sol y de la escarcha, y contemplándola se siente transportado en espíritu hacia su Creador. Gustavo Adolfo Bécquer diría: “El espectáculo de lo bello, en cualquier forma que se presente, levanta la mente a nobles aspiraciones”. Por lo tanto, esta belleza interior se dará en quienes tengan los ojos limpios y el corazón desalojado de preocupaciones y saben abrirse a la belleza que encuentran a su alrededor, esparcida en la creación.

Esta belleza sentida en el interior como armonía que sintoniza con todo lo creado nos permite descubrir, además, un mundo trascendente que el hombre no es capaz de expresar en términos racionales y que los místicos y poetas se esfuerzan en hacerlo con imágenes poéticas, figuras retóricas, etc.

Pero, ¿por qué hay unos ciegos que no ven esta belleza interior? ¿Por qué otros son capaces de verla en lo más nimio? No hay camino para descubrir la belleza, sino que la belleza está precisamente en hacer el camino hacia el interior del espíritu. La mayoría de los humanos dejan la vida, pasan por la tierra poniendo su empeño en cubrir las necesidades primarias de alimento, pertenencia, aprecio y autoestima, y en su horizonte de miras apenas si han ido poco más allá de capacitarse para ejercer una profesión u oficio, conseguir un nivel socioeconómico aceptable y atesorar propiedades y riquezas con un doble fin: asegurarse unos años de vejez libres de preocupaciones económicas y dejar en herencia a los hijos la seguridad de un patrimonio que alivie las dificultades que la vida pueda depararles. Después, esperar que la muerte llegue lo más tarde posible, y estar orgullosos de haber hecho algo en la vida.

Hasta aquí, todo perfecto, y es digna de elogio la conducta de quienes así programan y realizan la propia existencia. Sin embargo, aquellos, demasiado pocos, por desgracia, que amplían sus miradas hacia el horizonte sin límites de la plena realización de ser, adquieren la inapreciable virtud de convertir en bellos, maravillosos, deseables y dignos de disfrute hasta los momentos más prosaicos y simples de la propia existencia: una merienda en familia, un día de lluvia, el retraso del tren o del subte, el nacimiento de un nuevo hijo.

Los semblantes de estas personas son serenos, calmados, animosos firmes, pero orlados de ternura y de paz. En sus rostros reflejan la alegría, porque han hecho motivo de su existencia el disfrute del encanto y de la belleza que late a raudales en cada rincón de la naturaleza. Gustavo Flaubert dijo: “Si mirásemos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas”. Hay que mirar un poco más allá de nuestras necesidades primarias, si queremos descubrir la alas de la belleza, percibir el perfume de la belleza, calentarnos con el resplandor de la belleza y saborear el gusto de la belleza.

Debe ser muy alentador y estimulante para los hombres saber que en cada uno de nosotros permanece la disponibilidad anímica y la predisposición a descubrir la armonía, el orden, el equilibrio y la belleza en todas las cosas de la creación, y que esa sintonía y hermandad con el Universo no es algo que se nos da, sino una riqueza insondable que permanece dentro de nosotros mismos y que sólo hemos de ocuparnos de sentirla, vivirla y disfrutarla.

3. ¿Cómo acrecentar y preservar esta belleza interior?

Necesitamos :

Ánimo equilibrado, mente serena y calma psicofísica. Lo contrario a ánimo perturbado, depresivo y exaltado, angustiado, violento, ansioso, apático, atormentado, esquizofrénico, paranoico, egoísta, vanidoso, orgulloso, pasional, sentimental, inestable, incoherente y mentiroso. Todo esto nos hace perder la belleza interior.

Cada día, antes de iniciar nuestra jornada, mientras nos vestimos y aseamos, debemos poner en orden nuestras ideas, afectos, sentimientos y propósitos, y barrera de nuestro corazón y de nuestra mente posibles residuos de pensamientos y sentimientos negativos de rencores, envidias, venganzas, resentimientos, antipatías y discordias, para dar paso a la armonía equilibradora y saludable del espíritu sereno, que viene acompañada de generosidad, optimismo, comprensión, perdón, actitud mental esperanzada, positiva y de servicio a los demás y predisposición a dejarse invadir por la incomparable belleza de las cosas más pequeñas, cotidianas y aparentemente insignificantes y triviales.

En vano se pretende restablecer el equilibrio perdido y llenar los vacíos del espíritu con honores, posesiones, fama y atesoramiento de bienes materiales, porque la verdadera felicidad es consecuencia de esa armonía interna y equilibradora en cuanto síntesis de bondad, verdad, espiritualidad y belleza, la belleza que es disfrute y gozo en lo cotidiano, vivido y sentido con plenitud del ser.

Albert Einstein dijo: “Los ideales que han iluminado mi camino, y una y otra vez me han infundido valor para enfrentarme a la vida con ánimo, han sido la bondad, la belleza y la verdad”.

Y Rousseau: “Si quitaseis de nuestros corazones el amor a la bello, nos quitaríais el encanto de vivir”.

Y Maurois: “Cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar intensamente una cosa bella”. Una persona amada, una canción, una poesía, un recuerdo hermoso, una vivencia pasada...

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Fuente: Catholic.net

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