Elige tu idioma

Síguenos en el canal de Camino Católico en WhatsApp para no perderte nada pinchando en la imagen:

jueves, 8 de noviembre de 2007

Muerte y Vida / Autor: P. Jesús Higueras

Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron:
"Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos;
y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer." Jesús les dijo: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor = el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. = No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven."

Lc 20, 27-38

Quién de nosotros en estos días, no ha tenido un recuerdo especial para sus personas queridas que ya marcharon y que pasaron por ese trance que llamamos “muerte”. La muerte que nos llena a todos siempre de pena y de dolor, aunque tengamos fe, porque la fe no quita el dolor tras la separación de las personas amadas.

Sin embargo hay que decir que la muerte es ficticia. Siendo una realidad corporal, no es una realidad que afecta a toda la dimensión del hombre. Eso es lo que intenta Jesús explicar en el Evangelio de este domingo, cuando le hacen una trampa e intentan que cuente eso de la muerte, que cuente cómo va a ser el más allá. Y Jesús responde que la muerte no es un concepto que entre en la mente de Dios, porque nuestro Dios no es un Dios de los muertos, sino de los vivos.

Para todos aquellos para los que el ser humano es sólo corporalidad, evidentemente la muerte es el final. Sin embargo, para aquellos que afirmamos que el ser humano es persona, que tiene una dimensión muy profunda más allá del cuerpo y de la mente, eso que San Pablo denominaba el espíritu, el alma, sabemos que ese alma no puede ser destruido por nada ni por nadie. Y sabemos que en ese alma se asienta, como cuando se queda en un santuario, la misma Trinidad.

Por eso, en estos días en los que recordamos a nuestras personas amadas, tenemos que repetirnos: “Aunque ya no te vea, aunque ya no te oiga, aunque ya no te toque ni te abrace, aunque ya no te disfrute corporalmente, tú estas vivo. No solamente estás vivo en mi recuerdo, en mi corazón, en mis afectos, sino que tú realmente con independencia de mí, estás vivo”.

¡Cuántas son las frases y las alusiones que Jesucristo en el Evangelio hace a la vida eterna!... Y si aceptamos a Jesús de Nazaret, no tenemos que aceptarlo solamente como el fundador de una ética encantadora que nos dice cuatro cosas para que seamos buenos, sino también como el Salvador de la humanidad, que viene a remediar todas las tragedias del hombre, y especialmente, ese resumen de tragedias que es la muerte de alguien amado. Por eso, Cristo, claro que es Salvador de la muerte, y por eso, en Cristo, todas las muertes quedan resueltas y transformadas en vida, porque creemos que nuestros seres amados están en Dios. Por eso, claro que vamos a los cementerios, ofrecemos la Santa Misa y rezamos con especial intensidad por nuestras personas amadas, porque están vivas y queremos comunicarnos con ellas, porque queremos provocar la comunión plena con ellas. Una comunión, que ni la muerte siquiera es capaz de romper, porque en estos días les decimos casi a gritos que os seguimos recordando y amando, que seguís formando una parte esencial de nuestra vida, y que a través de ese puente que es Cristo y a través de la Eucaristía, que es esa señal y esa realidad de Dios encarnada, podemos encontrarnos con vosotros.

También tenemos que pedirle a Jesús, que nos enseñe a vivir en esa nueva dimensión a la que tan poca gente se asoma que es la dimensión espiritual, aunque a veces estamos tan perdidos y tan distraídos con los sentidos, que nos olvidamos de la dimensión espiritual, a través de la cual, sí se puede establecer una verdadera comunión con las personas amadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario