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martes, 13 de noviembre de 2007

Perseverancia / Autor: P. Jesús Higueras

Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo:
"Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida."
Le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?"
El dijo: "Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis.
Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato."
Entonces les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo.
"Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre;
esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
Lc 21, 5-19

Cuando los niños son pequeños quieren que todo suceda ya, y, así, cuando planta un pequeño árbol o pone una semilla en la tierra, muchos niños, se quedan sentados esperando a ver como crece, como si todo tuviera que ser instantáneo.

Cuando nos vamos haciendo mayores, comprendemos que hay cosas en la vida que necesitan del tiempo, y cosas en la vida, que además de tiempo necesitan nuestra perseverancia. Y esta es la palabra que centra toda la reflexión en torno al Evangelio de hoy. Cristo llega a asegurar, que con nuestra perseverancia, se producirá la salvación de nuestras almas. Y es una palabra que no se escucha mucho en el lenguaje de la gente más joven, y sin embargo es esencial para nuestra vida. Perseverar es lo mismo que ser fiel. El Papa decía de un modo maravilloso, que la fidelidad es el nombre del amor en el tiempo.

Así, Cristo espera nuestra fidelidad, espera nuestra perseverancia que consiste en que no nos cansemos de amarle, de esperar en Él, de creer en Él, aunque todo el mundo y aunque todas las circunstancias nos inviten a desconfiar, a tirar la toalla o a rendirse.

Perseverar en nuestros amores, en las amistades, perseverar sobre todo en nuestros valores, en nuestra comunión con la Iglesia, en los Sacramentos, en la vida de oración. Perseverar en definitiva, en la entrega a aquellos a quienes un día prometimos, interior o exteriormente, que nunca nos cansaríamos de amar.

Cuando uno hace una carrera muy larga, especialmente en los maratones, y es un poco novato, se cree que pronto se va a cansar, y sin embargo, si persevera, si continua y no se rinde, es muy posible que llegue hasta el final.

Dicen que vivimos en una época de inmadurez, en un momento en el que la gente tiene miedo a los compromisos. Con miedo al compromiso y a la perseverancia, ¡que difícil es que el hombre llegue a completar o a desarrollar todas las cualidades que Dios ha puesto en su ser!. Precisamente es la perseverancia la que completará, la que llevara a término, la que llevara a la totalidad todo aquello para lo cual hemos sido hechos.

Con motivo de esta reflexión, todos podríamos suplicar al Señor: “Que yo no me canse, que precisamente lo que el mundo quiere es que yo me canse, que no mude mis amores, que sea fiel”. Pero con una fidelidad que se apoya, no en la fuerza del hombre, sino en la fuerza de Dios. Porque no es la fidelidad del voluntarismo, sino de la humildad, que es la fuente de la fidelidad del hombre. En la medida que el hombre se agarre a Dios desde la humildad, y sabe apoyar su fidelidad en la Fidelidad de Dios, es como conseguirá esa perseverancia.

Pidamos al término de este año litúrgico, que el Señor nos conceda a todos el don de perseverar, de terminar las tareas que comenzamos, de ser fieles y no cansarnos nunca de amar, a aquellos a quienes prometimos algún día, que siempre les querríamos.

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