Es común la figura del viento para referirse al Espíritu Santo. Sin embargo, para algunos este viento puede ser un huracán, como el día de Pentecostés, que llenó hasta los rincones más oscuros de la vida de los apóstoles y los convirtió en testigos con poder de Cristo resucitado. Otros, con excesivo tacto político al que llaman prudencia, reducen al Espíritu a un simple aire acondicionado que podemos graduar de acuerdo a la subjetividad o la conveniencia.
He aquí la diferencia:
El viento huracanado, como a Pablo, nos tira del caballo de nuestras seguridades humanas para preguntar: ¿qué quieres Señor que haga? El aire acondicionado hace lo que nosotros queremos. Somos nosotros quienes lo graduamos para nuestra conveniencia y comodidad. Por eso en vez de preguntar a El Señor por su inescrutable plan, afirmamos: Señor, haz esto, ayúdame aquí, ve allá, etc.
El viento huracanado no está emparentado con la lógica estática. Presenta siempre sorpresas. Es movimiento que no se detiene ante ninguna dificultad. El aire acondicionado está graduado a una temperatura constante: no hay cambios, todo está prefabricado, programado y en su lugar. El aire acondicionado impone una temperatura constante al ser humano. El aire acondicionado es fuego prendido en los huesos que no se puede extinguir, como a Jeremías.
El viento huracanado nos posee y nos cautiva como al profeta Amos que no puede dejar de evangelizar porque ha escuchado el rugido de la voz de león de la Palabra de Dios. El aire acondicionado lo poseemos nosotros. Él nos pertenece y hasta lo queremos comprar, como Simón el mago con dinero que garantiza título de propiedad.
El viento huracanado es fuego de volcán, el aire acondicionado es una caja de fósforos.
El viento corre sin saber de donde viene ni a donde va. El aire acondicionado esta regido por un manual de operación con leyes, condiciones, con miedos y dudas.
El viento huracanado nos libera del individualismo para formar el único cuerpo de Cristo. El aire acondicionado nos hace egoístas, aislados e independientes.
El viento huracanado nos abre a todos los carismas y no sólo a los que nos gustan o estamos acostumbrados. El aire acondicionado nos hace catalogar algunos carismas como asuntos del pasado, propios de algunos santos, o simplemente se excluyen porque incomodan o comprometen.
El viento huracanado hace presente a Cristo resucitado en la comunidad, la Eucaristía, el pobre, la Escritura. El aire acondicionado lo mira lejos, donde poco tiene que ver con nosotros, como un asunto del pasado que nada tiene que ver con nuestro presente.
El viento huracanado convierte la Escritura en poderosa Palabra de Dios que es viva y eficaz. El aire acondicionada la convierte en un libro de estudio frío e intelectual con bases racionalistas.
El huracán es incontrolable. Cuando mucho podemos medir su fuerza, pero nunca extinguirla. El aire acondicionado se acomoda a la conveniencia de nuestro termostato.
Al huracán se sigue. El aire acondicionado nos sigue hasta en el automóvil o la sala de cine.
El huracán es viento puro, siempre nuevo, que no sabe dar vueltas sobre sí mismo porque no es remolino, sino huracán. Es fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. El aire acondicionado como esas fuentes que la misma agua es bombeada muchas veces. El huracán nos mueve, nos sacude. El aire acondicionado nos hace ponernos cómodos.
El viento huracanado es fuente de libertad. Es libre y nos hace libres. El aire acondicionado es una paloma enjaulada sin libertad para volar por el espacio infinito.
El huracán es un reto que nos desafía a entregar nuestra vida incondicionalmente. El aire acondicionado es un remanso de comodidad que busca cómo servirse de la vida de otros y hasta de Dios
El huracán es imprevisible. Siempre lleno de sorpresas, siempre creativo, siempre nuevo. El aire acondicionado nos abriga para que nadie mire por la ventana. Es una comodidad que nos aletarga y nos impide pensar.
El huracán nos convierte en testigos que no saben lo que van a decir ante los tribunales, pero están seguros de la victoria del bien y la justicia. El aire acondicionado nos hace analistas y calculadores de las cosas de Dios y hasta de El mismo. Llegamos a definir que lo que nosotros pensamos es la voluntad de Dios para nosotros y para los demás.
El viento huracanado nos hace osados en la fe para meter al paralítico por el techo de la casa. El aire acondicionado llena de señales todos los caminos. El miedo se disfraza de prudencia y la conveniencia de tacto político. Todo está previsto, se ha perdido lo más humano: la espontaneidad.
El huracán es imprevisto, como el ladrón que llega sin invitación. El aire acondicionado a ciertas horas del día o por día de la semana.
Pentecostés fue un viento huracanado, que no podemos convertir en aire acondicionado.
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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés
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