* «Seguimos a Jesús porque nos ha deslumbrado la belleza de su persona y de su mensaje, porque creemos que, verdaderamente, Él es el Camino, la Verdad y la Vida, porque sabemos que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Pero este seguimiento a menudo implica cosas que no queremos oír porque contradicen pasiones muy arraigadas, y entonces preferimos no preguntar y seguir a Jesús a la vez que rivalizamos con nuestros hermanos por el poder o incumplimos cualquier otro de sus mandamientos. Nos lo ha dicho la Carta de Santiago: «¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros?»
Domingo XXV del tiempo ordinario – B:
Sabiduría 2, 12.17-20 / Salmo 53 / Santiago 3, 16–4,3 / Marcos 9, 30-37
P. José María Prats / Camino Católico.- El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús dirigiéndose a Jerusalén donde va a vivir su pasión, muerte y resurrección. Él se lo dice muy claro a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Sin embargo, ellos «no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle». De hecho, lo que les daba más miedo era “entender”. Preferían poner esas palabras difíciles de Jesús entre paréntesis y dedicarse a sus asuntos: a discutir «quién era el más importante» de ellos.
Esta escena nos ha de hacer reflexionar, porque todos compartimos en mayor o menor medida esta incoherencia de los discípulos. Seguimos a Jesús porque nos ha deslumbrado la belleza de su persona y de su mensaje, porque creemos que, verdaderamente, Él es el Camino, la Verdad y la Vida, porque sabemos que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Pero este seguimiento a menudo implica cosas que no queremos oír porque contradicen pasiones muy arraigadas, y entonces preferimos no preguntar y seguir a Jesús a la vez que rivalizamos con nuestros hermanos por el poder o incumplimos cualquier otro de sus mandamientos. Nos lo ha dicho la Carta de Santiago: «¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros?».
Asumir plenamente el mensaje de Jesús no es nada fácil. Supone, como se nos decía el domingo pasado, negarse a uno mismo y compartir la cruz del Señor o, como se nos dice hoy, convertirse en «el último de todos y el servidor de todos». No es fácil dar este salto porque instintivamente buscamos acceder a la gloria sin pasar por la cruz.
Sólo la fe es capaz de dar este salto: sólo se atreve a morir el que está seguro de que tras la muerte le espera la resurrección; sólo puede negarse a sí mismo y convertirse en el servidor de todos el que sabe que recibirá por ello «el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna» (Mc 10,30).
Seamos astutos y aspiremos con audacia a la gloria para la que fuimos creados. Dejemos aparte por un momento nuestros afanes y pasiones y escuchemos con atención todo lo que el Señor tiene que decirnos. Y si no entendemos algo, preguntémosle sin miedo: Él nos dará su Espíritu para que podamos entender su palabra y someter a ella nuestra vida.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos pasaban por Galilea, pero Él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía:
«El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará».
Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba:
«¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo:
«Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».
Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo:
«El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».
Marcos 9, 30-37
No hay comentarios:
Publicar un comentario